viernes, 23 de diciembre de 2011

"Un libro, en manos de un vecino, es un arma cargada. Quémalo"

Después de terminar de leer la novela Fahrenheit 451, de Ray Bradbury (el libro lo tengo desde 2004, siete años tuvo que dormir el sueño de los libros aplazados, para que yo decidiera sacarlo de mi biblioteca personal y sentarme a leerlo), pienso que la distopía que hila la novela de este autor estadounidense, hoy es una realidad para muchos estratos de la sociedad no sólo gringa, sino occidental en su conjunto: La cultura, entendida no como la entienden los antropólogos, sino la cultura entendida como la literatura, la filosofía o la historia -quitando a los profesionales mecanizados por la rutina diaria de leer únicamente sus textos de "trabajo"-, es sólo pasto para el engordamiento de las vacas rollizas, porque nadie tiene necesidad, angustia por leer, angustia por saber; nuestro universo colectivo se está achicando debido a nuestro cada vez más sintético, pobre y rupestre lenguaje.


Leer, ejercer el oficio del criterio, el pensar por sí mismos, el pasar todo a través del tamiz del análisis autónomo, se hace extremadamente difícil porque hoy más que nunca nos hemos convertido en neo bárbaros que van a la luna y navegan por el internet sin tener una brizna de lo que hemos hecho anteriormente como sociedad que viene trabajando colectivamente desde los días del paleolítico, porque hoy más que nunca se ha conseguido equiparar el pensamiento con el dolor que causa lo lento, lo aburrido, lo solitario y silencioso que puede ser uno perdido en una biblioteca silenciosa y prohibida al hombre Masa; este hombre Masa, hombre de la gleba, que aunque nunca haya leído el Eclesiastés, la sociedad consumista actual que representa, la sociedad lobotomizada por el No-Pensamiento y el pensamiento que no dure más de una frase, la sociedad que deja a los expertos en nada resolverles sus problemas, dice que "en la mucha sabiduría hay mucho sufrimiento; y quien añade ciencia, añade dolor”. 

En la sociedad actual lobotomizada por el No-Pensamiento, las palabras de Beatty, el fascista bombero de la novela de Bradbury, es programa político de los detentadores del poder que insisten que leer, pensar, atreverse a pensar de verdad sin diques moralistas, es malo porque individualiza, desaborrega, descatoliza, desmitologiza las verdades que vienen de arriba: 

“Todos debemos parecernos. No nacemos libres e iguales, como dice la Constitución, nos hacemos iguales. Todo hombre es la imagen de todos los demás, y todos somos así igualmente felices. No hay montañas sobrecogedoras que puedan empequeñecernos. La conclusión es muy sencilla. Un libro, en manos de un vecino, es un arma cargada. Quémalo. Saca la bala del arma. Abre la mente del hombre. ¿Se sabe acaso quién puede ser el blanco de un hombre leído? ¿Yo? No puedo aceptarlo”


Y sin embargo, esas armas, hoy más que nunca, son las que en verdad hacen falta para la guerra contra la ignorancia actual.

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