En el ensayo “La libertad contra la fe” (de El ogro filantrópico), Octavio Paz escribió que “No hay despotismo más despiadado que el de los propietarios de la verdad…”; que la lógica de estos “ignora los remordimientos y su virtud la piedad”. Sin piedad, los ucases de muerte de las FARC, esos "predestinados por la Historia colombiana", rompen cualquier dique de cordura (razón, leyes, derecho internacional si se trata de minas anti personas, discurrir de la propia historia, economía, psicología del pueblo) con tal de implantar su ideología asesina en la estructura del Estado colombiano. Y no creo que incurra en violencia adjetival al llamar ideología asesina la que ostenta las FARC. Para ellos, siguiendo consignas maoístas, el poder nace del fusil, y la violencia sigue siendo –a pesar de las marchas por la paz colombiana sucedidas en París, Washington, Miami, y en Leticia, Colombia- partera de la Historia. La fe de sus dirigentes es una fe suicida, pero al fin y al cabo, fe autista, inamovible en sus machos doctrinarios. “Las iglesias (en este caso la iglesia negra de las FARC) comienzan predicando la palabra de Dios y terminan quemando herejes y ateos en nombre de esa misma palabra; los partidos revolucionarios actúan primero en nombre del proletariado y después, también en su nombre, lo amordazan y lo oprimen”.
Pero esta iglesia que comanda el sumo sacerdote Alfonso Cano, ha mandado a sus fieles el nuevo decálogo de muerte, poniendo como dogma el muy dicho mexicano de Jalisco nunca pierde: “Dos de los comandantes – Rodrigo Granda y Jesús Santrich, leo en la nota de AP que recoge un diario de la Península- advirtieron ayer que la guerrilla no bajará los fusiles, pese a los llamados desde todo el mundo, incluso de la izquierda política, a poner fin a la lucha armada”. En dicho comunicado de la ABP las FARC tachan, sin nombrarlos explícitamente, de “oportunistas” a Chávez, al perro de Ortega, barragano de la Moret, que ladró con jactancia desde Managua que las FARC son, ciertamente, sus “hermanos” (pero no aclaró de qué, si de sangre o de infamias criminales), al casi cadáver Fidel Ruz y a otros especímenes que hoy les dan la espalda a este grupo narcoterrorista sumamente maltrecho pero no extinguido.
En una pieza desopilante, las FARC sentenciaron que las posiciones en contra de su chamba de narcóticos y secuestros en pos de la liberación colombiana, eran “retruécanos con los que se suele manosear la realidad sin asco de arrastrar los principios para mostrarse revolucionario mientras se es oportunista”. Me pregunto: ¿Qué se puede esperar de un grupo, a todas luces homicida, que no sólo manosea a la realidad, sino que la niega rotundamente, y que por burdos principios leídos en libracos del carajo, hecha bomba, rastrilla vidas con metrallas, produce coca, empuerca la izquierda democrática colombiana, numantinamente se aferra al poder de la violencia por una sola cosa: no la liberación de la clase campesina u obrera –el que siga creyendo esa falacia no tiene madre o es un miembro de la CIA-, sino los dividendos que implica su empresa capitalista de la coca y los secuestros. No hay que hacernos guaje.
En Pierre Menard, autor del Quijote, Borges dice que la historia "no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió".
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