¿Quiénes “matan y asolan” en Colombia? Además de la desmigajada FARC y las carretadas de dinero corrupto de sus primos los narcos, el no menos terrorista ELN, el fascismo de los Para y, desde luego, el Ejército colombiano, matan y asolan a Colombia el hambre de los macondianos que chapalean su inanición en las riberas del Magdalena (no en el frío de los “cachacos”), la inflación de los panes y pescaditos en la cada vez más exigua mesa de los Buendía, y la sordera mágico realista de la terrateniente oligarquía…Por supuesto que la doctrina antropofágica de las FARC no se estructura ni en libres mercados ni en socialdemocracias templadas, menos en democracias políticas: es el más selvático, agrario y pedestre marxismo leninismo cruzado con rememoraciones a un Bolívar precursor de Marx.
Perdido en el trópico del desamparo generacional posterior a la muerte bruta del bloque comunista, y de ahí su soledad histórica frente a la inmensa mayoría de los colombianos que creen que no con catecismos de color sepia y otras chaladecez prosóviets se resolverá la situación de violencia y pobreza del país de los macondianos, las FARC han sacado de su estuche de monerías su pragmatismo guerrillero: Cano, un antropólogo loco enamorado del olor picante de la pólvora, hubo de haber recordado una de sus clases de etnología salvaje, hubo de haber reinterpretado el concepto del potlach para el hoy cadáver Tirofijo, para poner a Bolívar entre la barba de Marx y la calvicie de Lenin.
Marxismo-leninismo + bolivarianismo + terrorismo + homicidios y secuestros a granel más narcotráfico capitalista, he ahí la estructura organizativa de las FARC, aunque el experto en el tema, Marco Palacios, en reciente colaboración para Letras Libres, indica que, siendo las FARC una agrupación antifanática de las modas (no es indigenista, siendo el indigenismo, posterior al EZLN, lo más chic en las pasarelas revolucionarias del primer mundo), su estilo no ha cambiado demasiado desde los sesenta. Un estilo agrario, campesino: “El estilo campesino de las FARC, ajeno a los romanticismos, se mantiene con la tenacidad, la autosuficiencia, el patriarcalismo y el pragmatismo como valores centrales. Por eso no debe extrañar que, entre las nuevas generaciones de la Colombia urbana, los farianos sean vistos con desdén e ironía por su arrogancia y su violencia prolija y sombría” (Las FARC y la paz en Colombia, LL, julio de 2008).
De ahí el desfase histórico y generacional de un grupo autista que no reconoce la incapacidad del romanticismo guerrillero para borrar diferencias sociales e inaugurar el reino de San Guevara en la tierra (tierra, no se olvide, minada por minas quiebrapatas, irrigada por la sangre derramada de los civiles). El dato histórico nos indica la pudrición de la economía nicaragüense, cubana y ahora venezolana a pesar de los petrodólares, si se confronta con la inteligente vía chilena a la izquierda democrática.
Lo que urge, en primer lugar, es la solución al conflicto armado (tanto con los capos como con los farianos), para asegurar la economía colombiana, que con Uribe ha visto la aurea mediocritas.
Mientras tanto, hoy en el portal de Internet de El País aparece una fotografía de un homúnculo de alrededor de 1.60 que le calculo frisando los cuarenta y tantos años, vestido con camiseta blanca y pants negros de ejercicio. Va escoltado por dos militares colombianos y ostenta un mostacho de fumador taquicárdico. No se ve peligroso pero ha sido el más famoso carcelero de la historia de infamias latinoamericanas. En la expresión de su rostro no se visibiliza nada, salvo la nada que los asesinos sienten cada vez que se acuerdan de los exterminios realizados a sus jurados enemigos de clase. El nombre del escoltado es Gerardo Antonio Aguilar, alias el “César, quien junto con Alexander Farfán Suárez, apodado Enrique Gafas, fue detenido cuando la “Operación Jaque” -“Fénix” o lo que diablos sea- liberó a Betancourt y a otros catorce rehenes. Las FARC han tachado de “despreciables” traidores a César y a Gafas, y desde diversos puntos ideológicos han llovido epítetos contra el honor de estos machos de pelo en pecho guerrillero: judas, collones, rajones, vendidos al imperio, poco marxistas, sin madre, etcétera.
En voz de su abogado, César se defiende, y contumaz, a grito pelado niega el comunicado de las FARC, y niega el haber defeccionado: fiel como un perro enamorado de la perra más lasciva de la jauría; o masoquista, dolido en su amor mancillado por ese infame comunicado de las FARC dudando de su perruno corazón de esbirro, tras las celdas César aspira a que se le reconozca dos cosas: su fidelidad a la quien le da de palos (las FARC), y su olímpica estupidez, cuando dice que lo chamaquearon por una inteligencia militar superior a su selvática civilización: “El guerrillero sostuvo –leo en la nota de prensa- que ‘todo el mundo sabe que el rescate fue producto de una inteligencia militar sumamente avanzada’”.
La verdad, es que la tesis del señor Sheridan, similar a la que escribieran Cano y el Mono Jojoy, es muy explicativa y casi convincente, pero líneas arriba Carlos A. Carrillo ha recurrido al sentido común para modificar mi hipótesis de la defección de César y el Gafas: “Resulta, - escribe don Carlos- por demás, entendible, lógica, probable y creíble la versión FARCista acerca de la ‘traición’ de ‘César’ y ‘Enrique’, pues entre las opciones de vivir en libertad en la selva colombiana, con cierto nivel jerárquico y sin tener que esforzarse mucho para subsistir y la traición, resultaba mucho más conveniente e interesante -para los dos Judas- ésta última”.
Maticemos: supongamos que el gavillero César, acostumbrado a mandar a la tropa, además de que rehúye al trabajo y que utiliza el sistema del patriarcado jerárquico para irla pasando huevoniando su práctica revolucionaria, además de eso es un reverendo estúpido con un coeficiente de macaco al suponer que existe inteligencia entre los militares: sólo los pendejo se dejan atrapar de esa burda manera.
En Pierre Menard, autor del Quijote, Borges dice que la historia "no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió".
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