lunes, 10 de febrero de 2014

CARTA ABIERTA DE UN BIBLIÓFILO Y UN BIBLIÓMANO: “EN ESA BIBLIOTECA DE PUEBLO HAN ENTRADO LOS BÁRBAROS”

En el transcurso de la historia maldita de la humanidad, una costumbre que no puede faltar entre los bárbaros, es la quema de libros. Alejandría fue incendiada por el dogma de Omar. En Maní, otro dogma hizo arder milenios de memoria indígena y los rescoldos aún no se han apagado. Los nazis quemaban libros de judíos y libros comunistas. La Cuba de Castro quemaba o confiscaba libros de la disidencia, que eran libros, según el dogma fidelista, contrarrevolucionarios. Y en mi pueblo, un bárbaro dio un ejemplo de que la barbarie sigue y seguirá. Porque la costumbre de los bárbaros es quemar, destruir, incendiar.
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Esto lo digo porque hoy me levanté temprano para leer los periódicos tomando mi café, y al leer el Diario de Yucatán en su versión digital, me encuentro con una noticia que, sin duda, me ha causado malestar y un hondo e inmenso fastidio. Me entero que un regidor que mal habla el español, de un pueblo vacío de donde es oriunda mi radical misantropía, tuvo la genial idea de “depurar” la biblioteca municipal de la villa de Peto, quemando 3047 libros, y orquestando un culturicidio que, para el lenguaje prostituto de ese rústico aldeano, no se trata de un culturicidio, no, no, sino de un “proceso de automatización de la biblioteca, que consiste en digitalizarlo todo”. Si no me lo hubieran explicado, no sé qué diablos significa la frase “proceso de automatización”, porque los rústicos, ya se sabe, hablan raro, torpedean el español. ¿Y cómo pueden “automatizar” su pensamiento pedestre los rústicos, si la carencia de lectura y cultura les impide tejer un discurso aceptable, como Dios manda? Eso sólo es posible de darse mediante una cultura proporcionada por los libros (y hablo, aquí, en términos de cultura-cultura, y no me refiero al concepto generalizante y lábil de la antropología).
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Yo aprendí a leer en esa biblioteca de pueblo. Ahí conocí algunos libros “obsoletos” como Libertad bajo palabra, El laberinto de la soledad y El ogro filantrópico, los poemas de Neruda, toda la generación completa del Boom, literatura cubana, española y yucateca; y tantos libros de marxismo setentero y de filosofía y teología que estaban ahí, así como algunos textos de antropología. También, en esa biblioteca de pueblo, conocí la memoria de Borges y las fábulas de Monterroso. En mi casa habían muy pocos libros, y por tanto, esa biblioteca de pueblo fue mi primera biblioteca, mi primer recinto de lectura. Pedro Henríquez Ureña dijo una vez que su biblioteca eran las bibliotecas públicas, y yo, sin dinero para comprar libros, seguía esa máxima del maestro dominicano. Sin ese bagaje cultural aprendido y leído con insistencia de los 16 a los 19 años, estoy seguro que los días acá bajo la tierra hubieran sido el doble de aburridos.
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Ahora, al enterarme de que se han quemado 3047 libros de esa biblioteca de pueblo –una cifra, para mí, estratosférica, considerando los niveles de marginación económica del grueso de la población de la Villa de Peto, que es un lujo para ellos ir a las librerías-, uno no puede dejar de recordar los momentos que pasó leyendo en esa biblioteca, y recordar los libros que leyó, y que tal vez hoy ya sean cenizas gracias a la estupidez de un regidor de ese pueblo que, repito, mal habla el español. Y uno se pregunta, ¿Y CON PERMISO DE QUIÉN HIZO ESTE PEQUEÑO CULTURICIDIO, MARCOS KU SOSA? Ese regidor de bibliotecas de ese pueblo, explicó su barbarie de esta forma:
“Estos libros ya no los podíamos seguir teniendo porque podían contaminar los demás; por eso era necesario quemarlos o reciclarlos. Esta última opción no era muy viable porque teníamos que ir y constatar que se recicle y eso no se puede hacer aquí en la población. En el caso de los que tienen acidez, humedad y hongos, representaban un peligro no sólo para los libros en buen estado sino también para las personas que los utilizaban, pues los hongos podrían causarles alergias o alguna infección”.
Por más vueltas que le doy a las palabras de un descendiente de otro pirómano, no logro explicar la gravedad que vio Ku Sosa en los libros “obsoletos”. Ku Sosa es descendiente de un pirómano que en 1911 incendió los cañaverales de la hacienda Catmís. Su ancestro hizo algo encomiable en esa gesta revolucionaria de los petuleños; pero su descendiente, al contrario, hizo algo digno de recordarse como un hecho más de la infamia del trienio que preside un campechano. Utilizando las palabras de Ku Sosa, diré que no podemos seguir teniendo en puestos de mando a rústicos como Ku Sosa o como el campechano que preside el ayuntamiento, porque todo lo contaminan, porque están obsoletos, y porque tienen hongos y se hace necesario, a ellos sí, quemarlos y no reciclarlos.
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No se puede poner en puestos de mando a personas ignorantes, a cuasi bárbaros como Marcos Ku Sosa. ¿Quién dice que los hongos son un peligro? Me consta que los libros que quemaron era literatura de la buena, que podía salvarse mediante un tratamiento adecuado a los libros por manos expertas como curadores de libros, bibliotecólogos, etc. En las fotos que aparecen al momento de la quema, se ve la cara triste de Elena Garro, que sirve como contraportada del libro Los recuerdos del porvenir, leído en esa biblioteca de pueblo; o un libro de poemas de Neruda, Residencia en la tierra, leído en esa misma biblioteca de pueblo.
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Sin duda, la imbecilidad de Marcos Ku Sosa no tiene límites ¿Acaso estamos tratando con un pirómano que, en vez de incendiar cañaverales como su ancestro revolucionario, el muy maricón se dedica a quemar libritos como bárbaro marica que es? En fin, tal pareciera que la administración despatarrada que encabeza Priginio Chan, desea una sociedad donde no se lea ni se discuta ni se piense, y para empezar con esta idea fascista, como que quemar los libros es un buen comienzo. Un pueblo sin libros, sin memoria, maldito y vacío de contenido. Eso es lo que quieren, lo que desean y celebran. Un pueblo degradado por la barbarie, ¿tendrá algún remedio?
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Y para terminar mi filípica, déjenme decirle a Marcos Ku Sosa y a Francisco May (por él, por Francisco May está ahí Marcos Ku Sosa, por May con su “Revolución juvenil” la barbarie está ahí), que como protesta ciudadana, no pienso devolver a esta administración fascista los dos libros que he tomado en préstamo a la biblioteca, porque tienen "hongos", porque son un "peligro para los usuarios", y porque están "obsoletos" como ustedes los quemalibros. Infame y vil canalla de quemalibros. Y señalo que iniciaré mis protestas ciudadanas contra ustedes dos para que no hagan y deshagan a discreción obviando a la ciudadanía, o a la poca ciudadanía que hay y que lee libros y que ama a los libros.
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Atte: un bibliófilo y un bibliómano
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