En memoria de mi perro Coqui, Chocolate, Peggy y Onasis
Recientemente, conversaba con mi amigo y colega, el historiador y arqueólogo maya nacido en el pueblo de Xcalacoop, Julio Hoil Gutiérrez, sobre los perros en la sociedad maya. Hoil Gutiérrez me decía que “en los pueblos se trata muy mal a los perros”, y tenía razón: no sólo se les trata mal, sino que a veces se les trata con todo el desprecio que almas de ruines villanos pueda albergar. Esta conversación me vino a la mente cuando me enteré de la nueva
Ley de Protección a los Animales Domésticos de Yucatán. No sé qué tan trascendente sea esta reciente ley que protege a gatos y perros –entre otras “mascotas”- de la cólera de las bestias humanas. Sin duda es una muestra de civilización y respeto a todos los animales de la creación, y una herramienta jurídica en Yucatán para descentrar la mirada del antropocentrismo de los derechos del hombre; y sin duda con esta ley ya se vuelve antijurídico, por no decir que se criminalizan las execrables “matanzas” de perros callejeros por parte de ayuntamientos trogloditas; es un avance sustancial, aunque guardo algunas reservas sobre esa ley: ¿por el simple hecho de "suponer" que se maltrata a un animal, inmediatamente se debe de denunciar? Esta forma de proceder tiene tintes de cacerías de brujas y fabricación de culpables desde los ojos de “a buen cubero”.
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En Tizimín, recientemente una fanática defensora de los animales –la nota del Diario de Yucatán la moteja como “activista”-, celadora estalinista y casi zoofílica de los perros, hizo su denuncia, etc., y, al hacerlo, tal vez la denunciante se sintió al fin plenamente realizada...Doris Chan Canul, dice la nota (
ver aquí), además de pretender convertirse, supongo, en la celadora del dogma en Tizimín de lo jurídicamente correcto hacia lo que se debe y no debe de hacer a los animales domésticos, “está creando un refugio de animales callejeros”. Es encomiable la labor que realiza Doris, demuestra su desprecio a la humanidad, y eso sin duda hay que admirarle.
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Todos sabemos que, como dice mi amigo el maestro Hoil Gutiérrez, “en los pueblos” –para ser exactos, entre la sociedad maya en Yucatán- se trata peor al perro que al gato...No de gratis existe un endriago como el
Huay Pec que asola a los campesinos de Yucatán –y aquí hago una pequeña digresión: esto de los
huayes convertidos en animales que en la mayor parte de los relatos del folklor, se presentan como los animales traídos por los españoles desde el siglo XVI, me dio pistas para comentarle a Hoil la estructura nativista de los relatos de los
huayes en Yucatán:
huay pec, huay chivo, huay mis, huay keken, etc., pero eso es otro cantar que algún día indagaré a fondo-.Y los que los tratan peor no son los que viven en villas o en pueblos grandes, sino los que viven en pequeñas aldehuelas. Al perro se le hace lo siguiente en esas sociedades "idílicas" de los indigenistas románticos:
a).- Al perro se le patea con tesón. Los perros viven bajo la férula del despotismo de las alpargatas. Desde las más tiernas edades hasta las más matusalénicas, el perro ha visto al hombre del Mayab como su enemigo jurado.
b).- El perro no puede entrar a la casa, o a algunos recintos de la casa, porque todos los diablos humanos comienzan a gritarle y hacer con el hocico humano el "muupppp, muuup, muup", interjección bestial proferida como un escupitajo, y que sirve para hacer que el perro se largue, ya que no es bien recibido.
c).- A veces el perro en la sociedad maya es un trasunto de Rocinante: fácilmente se puede tocar la marimba con sus costillares, y la condición famélica del perro se relaciona directamente con la deuda histórica de la pobreza en la sociedad maya.
d).- En el folclor maya, el perro tampoco sale bien librado. Los perros ven a los muertos, ladran a los "pixanes", con las ceras de sus ojos uno es capaz de ver a los fantasmas. Una historia leída en el folclor yucateco, se señala la inutilidad del perro, que sólo está como zángano, y que no ayuda en nada. El perro se venga una vez, bajando a la condición animal de la mujer que le reprendía: salió de su mutismo canino un día, se sentó en sus ancas traseras, movió con su pata la hamaca del hijo que berreaba de la “mestiza”, y le comenzó a cantar. La mujer, al ver esa escena tan infernal, derramó el cántaro con el agua que había ido a buscar al pozo público. Hay otra historia, muy contada, diabólica esta, que relata que todas las noches el diablo se presenta a contarle al perro sus pelos, y esto es un elemento fehaciente de ese borde nebuloso en que se encuentra el perro: el perro salva a su amo de las conjuras del diablo, removiendo el lomo y dejando al diablo con la cuentas pendientes; pero al mismo tiempo la moraleja de este relato es la siguiente: No trates mal al perro, recuerda que él te protege de las acechanzas del maligno, un relato, sin duda, fraguado no por la sociedad maya sino por la sociedad ladina de Yucatán para tratar de remediar la condición del perro entre la sociedad maya. Otra historia, cuenta que el perro es hasta capaz de hacer mal de ojo, y otra historia....
Para terminar, diré lo siguiente: yo creo que esta ley urbana -una copia de la ley de protección a los animales domésticos del Ayuntamiento de Madrid- violaría flagrantemente a "la cultura", etc., etc., de la sociedad maya: el hombre “idealizado” por los mayistas y románticos de toda ralea, se la pensaría en más de una ocasión para poner en práctica su herencia cultural de casi asesinar a golpes y desproteger a los perros; y los ayuntamientos –estos, tanto ayuntamientos indígenas como mestizos en Yucatán- es imposible que ahora vociferen desde los diarios sus enésimas cacerías de perros callejeros. Felizmente, la violación a los derechos de esa parte de su cultura, sin duda, ni el más fiero defensor de los derechos indígenas rechazaría u objetaría. ¡Bienvenida sea esa violación fragante a la cultura del despotismo de las alpargatas!
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