El
Rabinal-Achí es la obra de teatro por antonomasia de lo mayas prehispánicos, la
más representativa y reconocida internacionalmente. Su argumento –el
enfrentamiento retórico entre el cautivo Quiché Vinak-varón de los Quiché
(“¡Ven pues, príncipe lascivo, príncipe odioso! ¡Eres en verdad tú, el primero
cuya cepa y cuyo tronco no he podido cortar…,) y Galel Achí, varón de Rabinal,
el hijo de Hobtoj (“¡Salve, orgulloso guerrero, Cavek Quiché Vinak! ¿Es así lo
que dice tu discurso a la faz del cielo, a la faz de la tierra?”)- se
desenvuelve en el contexto histórico del siglo XII y XIII, etapa entre el
Postclásico formativo y el inicio del Postclásico tardío del desarrollo de la
cultura maya, momento en que, según Robert J. Sharer (La civilización maya, FCE, 1999, pp. 58-59), se da la entrada de
las élites de guerreros quichés en los altiplanos de Guatemala desde la costa
del Golfo de México. Pero antes de pasar a caracterizar a esta obra “anónima”,
hablemos del descubridor de “este magnífico diamante de la corona literaria de
Guatemala”[1],
y de la memoria colectiva de la humanidad, ¡por supuesto!.
Charles
Ettiene Brausseur de Bourbourg (1814-1874), francés por accidente, abad de
oficio y erudito de las culturas prehispánicas por “vocación arqueológica”, fue
el hombre que descubrió este ballet-drama de los quichés, que, según cita que
hace Cardoza y Aragón de Francisco Monterde, se dejó de representar en los días
en que Iturbide incorporó a la corona mexicana las tierras de América Central.
La hipótesis de la clausura de las representaciones del Rabinal-Achí, según
Monterde, fue la escasez de promotores para sus representaciones; pero la
opinión de Cardoza y Aragón contrasta
con la de Monterde: la verdadera causa del ocultamiento, para el poeta de Luna
Park, se debió “al celo colonial”, al “avasallamiento colonial, en el mundo de
la encomienda, de la esclavitud por conquista”, donde todo rastro profano “se
consideró como superstición, como herejía, como perversidad de idólatras”[2].
Si seguimos el razonamiento de Cardoza y Aragón, podríamos decir que el Rabinal-Achí,
si acaso se representó –obviamente que posterior a la conquista de Guatemala
realizada por el brutal genocida Pedro de Alvarado-, fue a escondidas de la
vista inquisitorial de los frailes, en el secreto de los bosques murmurantes
guatemaltecos. En efecto, Cardoza y Aragón cataloga al Rabinal-Achí, y a sus
representaciones, como una literatura de resistencia ante el dominio de los
invasores:
“…el Rabinal-Achí es una obra de la resistencia contra el ocupante, contra el conquistador, como los otros libros –extraordinarios en la historia de nuestros antepasados y en las letras de América-, que nos legaron los antiguos pobladores de Guatemala. El total carácter pagano del ballet-drama lo volvió clandestino, hizo que se sintiera perseguido, que lo fuera, que se tornara secreto” (Ibid, p. XIV).
Cuenta
la historia-prólogo del poeta Cardoza y Aragón, que el mentado Brausser, desde
tierno rapazuelo, le atrajo en demasía el arte de la historia (desde las
historias de Egipto, la India y Persia), y que posteriormente se chutaría, a
tan tempranos años, la Conquista de México de Solís, a Garcilaso de la
Vega y a las “Cartas Americanas” del Conde Carli. En 1854, Brausser –quien ya
se había embarcado en 1845 a las ubérrimas tierras de América, retornando en
1851 a su fría Europa- zarpa del Havre,
y en su trayecto hacia Centroamérica toca Liverpool, Boston y Nueva York,
llegando por fin a Guatemala el 1º de febrero de 1855. Ahí Francisco de Paula
García Peláez, arzobispo de Guatemala e historiador en sus ratos de ocio, lo
nombra cura de Rabinal, en ese entonces un poblacho de unos “siete mil
indígenas que pertenecen a la lengua quiché”, lugar donde Brausser aprendería
“no sólo a hablar y a escribir, sino también a traducir aun los documentos más
difíciles: como es, entre otros, el manuscrito encontrado por el padre Ximénez
en Santo Tomás Chichicastenango (el Popol
Vuh), que es de tan alta importancia para los estudios americanos y en
particular para la historia de Guatemala (, p. XI).
Además,
en San Juan Cakchiquiles, Brausser traduce los “Anales de los Cakchiqueles”. En
este segundo periplo americano, al abad lo vemos ajetreado en Guatemala poco
menos de dos años, pues el 11 de enero de 1857, por causa de enfermedad, sube a
un barco en Belice, que lo llevaría de regreso a su gris Europa, no sin antes
haber salvado de la “incuria” (para mi, “incuria” puede leerse por un perfecto
saqueo cultural del franchute eximio, justificadísimo con posterioridad) varios
documentos históricos: “40 manuscritos, unos 16 libros muy raros y una buena
cantidad de otros impresos menos difíciles de conseguir” (Ibid, p. XI).
Si es
cierto de que Brausser, junto con el rabileño Bartolo Ziz, rescataron a “la
única obra superviviente de teatro precolombino” (Ibid, p. XXI), Cardoza y
Aragón se extraña de que el padre dominico fray Francisco Ximénez (1688-1729?),
quien estuvo a cargo del curato de Rabinal por una década, no hubiese descubierto
el Rabinal, pues Ximénez, un estudioso de tiempo completo, “sabía la lengua
quiché del siglo XVI y la de su siglo, como ningún otro historiador”. En el
caso de Brausser, él estuvo en Guatemala apenas dos años, y, probablemente,
“hablaba menos quiché que el padre fray Francisco Ximénez y, también, entendía
menos la mentalidad y la imaginación de los quichés”; por el contrario, Ximénez
vivió gran parte de su vida entre ellos y escribió una gramática de su lengua
(Ibíd., p. XII). Extrañeza o no, es imposible que el Rabinal fuese, como
bisbisean las voces eurocentristas, una creación de un cura trashumante, una
“locura” genial del “imaginativo” Brausser.
Declarada
“Obra Maestra” de la tradición oral e intangible de la Humanidad en 2005 por la
UNESCO, hemos dicho que el Rabinal-Achí
es una obra literaria representativa de la cultura maya prehispánica.
Su
nombre original es Xajooj Tun, que
significa Danza del Tun (tambor), un drama dinástico de los Maya Kek. En este “Ballet-drama” se
mezclan los mitos de origen del pueblo Q’eqchi’ y las estructuras políticas del
pueblo de Rabinal.
Entre
sus Personajes principales, están los siguientes: el Rabinal Achí y el K’iche
Achí, el rey Hobtoj o Job’ Toj, y sus sirvientes: Achij Mun, e Ixoq Mun,
quienes representan al hombre y la mujer. Hay una madre con plumas verdes, de
quetzal, estoy seguro, y trece águilas y trece jaguares (el trece: número
mágico en la cosmovisión maya, es muy relevante, los trece cielos, etcétera).
Hablando
del Rabinal-Achí y de su descubridor, Sharer escribe lo siguiente (Op.cit, p. 566): “La
fama de Brasseur habría quedado asegurada con sólo darnos el Popol Vuh, pero
además estamos en deuda con él por el descubrimiento (por mencionar sólo lo más
importante) de los Anales de Rabinal Achí (un drama bailado quiché que, según
supo Brasseur, todavía conocía la gente de su parroquia; de su propio peculio
pagó una última representación, durante la cual escribió notas detalladas que
se publicaron después”.
Lo
cierto es que el Rabinal-Achí, junto con otros textos como el propio Popol Vuh, la
propia Relación de las cosas de Yucatán
de De Landa, y los distintos Libros de los Chilames, son textos invaluables
para acercarnos al alto pensamiento, la sensibilidad profunda, la visión de la
vida y sus valores, de esa civilización nuestra y a la vez universal de los
mayas precortesianos, esos hombres que los eurocéntricos y los ignorantes
denominan como “Griegos de América”. ¿Y por qué no al revés?
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