Hace 521 años, para esta fecha exacta, llegaron a estas tierras de soledad americana. En una isla antillana bajaron del batel y después se santiguaron: los adoradores del oro, los que se prosternaban ante una cruz de palo, los hombres barbados, los demacrados de tierras allende los mares, los comedores de hostias y los que traían sus mastines con el que conoceríamos la palabra aperreamiento.
Eran los que traían sus arcabuces y sus oprobiosos requerimientos antes de entrar a saco a nuestros pueblos y violentar a los viejos y violar a nuestras mujeres. Eran los castilanes, los que traían como ropas aceros graníticos y en un tiempo pensamos que eran monstruos algunos de ellos que andaban a cuatro patas (luego sabríamos que se sentaban en tzimines y que la carne de estos, adobada en chiles y sales, sabían a gloria en nuestros festines de victoria contra ellos).
Eran los que traían sus arcabuces y sus oprobiosos requerimientos antes de entrar a saco a nuestros pueblos y violentar a los viejos y violar a nuestras mujeres. Eran los castilanes, los que traían como ropas aceros graníticos y en un tiempo pensamos que eran monstruos algunos de ellos que andaban a cuatro patas (luego sabríamos que se sentaban en tzimines y que la carne de estos, adobada en chiles y sales, sabían a gloria en nuestros festines de victoria contra ellos).
El Chilam ya lo había dicho, recordaba mi padre, que el once ahau katún, en el tiempo de la Flor de Mayo, cuando esta espigara sus aromas, sería el principio de la cuenta del katún de la desolación, del tiempo de la tristeza, porque del oriente habrían de venir cuando llegaran a estas tierras los barbudos, los mensajeros de la señal de la divinidad, los extranjeros de la tierra, los hombres rubicundos. Los cobardes blancos vendrían a hacerla de termita en la Colmena de mi padre y del padre de mi padre. Su palo envenenado bajaría del cielo, ese madero con el que nos crucificarían los amontonadores de piedras. Su Dios, era un dios cruel, un dios distinto a los dioses de nuestros padres, pero ahora esa sabandija divina el dios de nuestros tristes hijitos sería:
“Este Dios Verdadero que viene del cielo sólo de pecado hablará, sólo de pecado será su enseñanza. Inhumanos serán sus soldados, crueles sus mastines bravos”.
Y el tributo, la despiadada zanganería de los rubicundos, destrozará la espalda de nuestros hermanos menores. Nunca más esta tierra será libre de los malos vientos hasta que no se prenda la tea. Malos vientos la cercarán hasta el final de todos los katunes. Sólo entonces comenzará la guerra. Tres hijos de esta tierra la fraguaran cuando vean que el tributo se engrose y el monte se acorte. Uno de ellos morirá antes del alba, los otros dos dirigirán ejércitos inmensos de la tierra como mangas infinitas de langosta reduciendo a los castilanes a sus ciudades construidas con el látigo esclavista. En su derrota estará su victoria, decía mi padre recordando al Chilam. En su derrota estará su victoria.
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