Comentando el artículo de Pepe Reppeto, se me ocurrieron estas reflexiones:
El 19 de octubre pasado, frente al remate del paseo de Montejo, abajito de las estatuas de los fundadores de la yucateneidad, los dos Montejos, se llevó a cabo un acto sin duda arcaico. Tres ponentes (Yuri Balam, antropólogo; Iván Vallado, antropólogo, y Alejandra García Quintanilla, historiadora) fueron a “manifestar su indignación” contra el uso de la cultura maya que hace el gobierno de Yucatán al realizar el Festival Internacional de la Cultura Maya porque –y esto lo dicen los que se alzan como portavoces del pueblo maya, aunque son una minoría de intelectuales mayas y no mayas que discuten y analizan y hacen otros chécheres invocando al pueblo maya que dicen representar- "excluye a los verdaderos mayas".
Antes de las filípicas condenatorias contra el fundador de la yucateneidad (me refiero al buen don Francisco de Montejo), un sumo pontífice de la mayanidad, el tatich de Xaya, Feliciano Sánchez Chan (una genuina especie de homo intelectualoide mayensi), dijo, a modo sin duda más que violento, lo siguiente: "Inventaron el cuento de que nuestra cultura se había colapsado poco antes de su llegada", y sin duda tenía razón Sánchez Chan, la cultura maya no fue derrotada aquella vez, aunque la mesa donde dirían sus estolideces los Balam, Vallado et al, tuviera el nombre de genocidio, lo que sin duda no fue así. Así como Juan Peón y Ancona, el tatich dzul de Mérida, dice que él es el dueño legítimo por derecho de conquista, el tatich de Xaya aseguró, ceciliachiescamente (es decir, como un Cecilio Chi redivivo) que “los mayas eran los dueños legítimos de la región”, y criticaba a los “hijos de los conquistadores, sus seguidores, gobierno, religión y maquinaria política".
A ver, Feliciano, ¿sigues con el trauma ese de hace más de 500 años? Nosotros, la gente sin trauma, vivimos en Yucatán, tenemos un gobierno mestizo que nos representa, tenemos una religión pero podríamos tener varias y a la maquinaria política uno le confronta otra política. En Yucatán no existe ni conquistadores, ni conquistados. Existen yucatecos, algunos blancos, otros chocolates, otros cobrizos y varios trigueños como el que esto escribe.
Después del acto ritual del “h-men” tatich de Xaya, ahora sí comenzaron a venir las estolideces al por mayor. Yuri Balam –y tal vez porque en su casa paterna sólo había obras rusas y chinas maoístas-, un desconocedor rotundo de la historia, basó sus dichos de muerte (que no eran 2 ni 3, sino 20 millones de muertos) en plagios brutales de Eduardo Galeano. El otro, Iván Vallado, dijo que el espíritu de conchudez, de perdonavidas de los yucatecos –es decir, de los meridanos, porque no todos los yucatecos somos unos dejados perdonavidas- tiene sus raíces en la brutal conquista. Dijo este “hombre de razón” meridano: "Le tenemos una reverencia enorme a los que tienen el poder... y nosotros no podemos responder como se debería porque estamos castrados". Yo, señor Vallado, no me siento capado –y ahora mismo me palpo los cojones-, y la “reverencia” perruna que el yucateco le tiene a quien tiene poder, no se debe, señor Vallado, a eso que usted dice, sino a que no hemos sido un pueblo –como todo México- que de primacía y respeto al individuo, y el espíritu de castración del yucateco, tuvo sus orígenes en el periodo henequenero (periodo que no abarcó a todo Yucatán), y que fue agudizado en los largos años del autoritarismo del siglo XX. ¿O me dirá usted que don Cecilio Chi era un hombre castrado?
Al final, la sentimental Alejandra García Quintanilla dijo la frase más inteligente que reniega de los sumos pontífices de la mayanidad de gabinete: "No nomás hay que vivir de los mayas, hay que estar con los mayas". Pero eso de “estar”, doña Alejandra, ¿cómo es? ¿Estar significa comer la misma cosa, vivir en igualdad de circunstancias? Es fácil hablar desde su SNI sobre eso del “estar”.
Para terminar mi comentario a lo que se comentó en aquella mesa que hablaba del genocidio, diré algunos argumentos ad hóminem, como siempre me gusta decirlos.
En estos tres personajes que hablaron el sábado pasado frente a las estatuas de los fundadores de Yucatán (siguiendo a Duverger, quien señala que el fundador de México es el gran don Nandito Cortés, considero que Panchito Montejo es el fundador de Yucatán), Iván Vallado, Yuri Balam y Alejandra García Quintanilla, algo los emparienta: no son para nada miembros de la sociedad maya. Y si miramos bien las fotos que presenta en su artículo el buen Pepe Repetto Menéndez, los asistentes a esa discusión estéril y bizantina, muchos eran europeítas o sudaquitas o gringuitas o blanquitas izquierdosas de Mérida que son progres de vez en vez pero para nada conocen -ni en sus "observaciones participantes" podrían conocerlo- en verdad la chinga de cómo vive la sociedad maya actual.
Estos eruditos que hablan de los desastres del siglo XVI producido a la sociedad maya por el contacto indoerupeo, pero que estoy seguro que en su casa la chacha, la sirvienta o el albañil que le compone el empedrado, o el jardinero que le poda el zacate, o el "viene viene" de los "mall" de Mérida a los que les dan 5 pesitos, o que hablan sobre desindianidades parapetados en sus "no-lugares" de cubículos (los más sin identidad son ellos), o que se conduelen de "los pobres indios" pero que verían con malos ojos si la hija o el hijo trayera a la casa a una morenita bella, etc, etc; en fin, para qué alargarla, sólo decir que en estos tres personajes que desgranaron sus teorías históricas inexactas y llenas de rabiosa o sentimentaloide bilis de "hombres de razón", hablaron desde su posición dominante. Y aunque Yuri Balam tenga apellido maya, ninguno propiamente es maya. Son "dzules" que hablan de los indios jodidos, etc., etc., etc. (me gusta repetir las etcéteras), se rasgan las vestiduras, pero al igual que como esas europeítas que abundan en facultades de la UADY y fornican con los más autóctonos para sentirse las redentoras de la raza, los veo como unos farsantes, sin duda alguna...¿No es acaso esto, ya motivo para sospechar de sus filípicas contra el buen Montejo? La conquista no fue eso, sino una modificación y una readaptación creadora: una conquista que no fue. Y ya con esta sí me despido, para decir que ¡Ya está bueno de tanto discurso victimista! En la década de 1980 y en 1992 se toleraba ese discurso victimista, pero ahora eso suena hasta racismo de "ayy, mis pobres indios, ayy mis pobres indios”. Tanto dramón produce aburrimiento.
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