Siempre que voy al pueblo de Tahdziu (a dos leguas de Peto), para saludar a mis amigos de allá, es irremediable que mis pasos se dirijan a la capilla de San Bernardino para saludar a “don Dino”, el patrono de ese pueblo que hace llover después que la fiesta de mayo en su honor se haya terminado; y cada vez que me encuentro en la capilla saludando a don Dino y al Cristo yaciente, no puedo omitir preguntarle al custodio de la capillita que cuánto me vendería el tunkul que tienen ahí, tirado en el suelo. La respuesta siempre es un ¡NO! dicho en un maya casi enfadado, porque mí propuesta de comprador de antigüedades, resuena en la oreja del custodio como un sacrilegio terrible si me llegara a vender el tunkul.
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Ese tunkul que se encuentra en la capillita de Tahdziu, es una reminiscencia de la forma como se congregaba al pueblo. Stephens, Waldeck y otros, cuentan que “en las fiestas de los pueblos del interior se escuchaban los sones de los instrumentos mayas que daban singularidad a esas romerías” (Irigoyen, 1976:44). ¿Y qué otro instrumento no es más maya, más mesoamericano que el tunkul para los mayas, y
teponaztli para los náhuatls? Semejante a un corcho de abejas con tres incisiones horizontales en el vientre semejando a una H larga, el tunkul, hecho con las maderas más recias y duras como el zapote o el jabín, golpeado con una madera especial, puede resonar a varias leguas a la redonda, y en medio de esas soledades pueblerinas de las aldeas que circundan a Peto, su sonido trae reminiscencias de las lecturas de Chamberlain hablando del primer siglo del contacto indoeuropeo. Una vez, hace varios años, con Faustino, un amigo del pueblo de Tahdziu, sacamos el tunkul de la capillita de San Bernardino al pequeño atrio. Eran como las 10 de la mañana, los tahdziuleños se habían ido a sus milpas, y el ruido era mínimo en el caserío. Yo tomé el madero, Faustino estaba a la expectativa, esperando el golpe que diera. Golpeé entonces ese viejo instrumento de más de 200 años: su sonido hizo estallar la mañana con un zumbido como de ola que crecía lento para capturar hasta la duermevela de los chanchos de los solares de los tahdziuleños. Golpeé otra vez, y una vez más, y cinco más, y las mujeres del vecindario, comenzaron a salir de sus casas, extrañadas. El tunkul había vuelto a sonar aquella mañana.
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Es un hecho que el tunkul era un instrumento también guerrero, un instrumento para hacer bullir la sangre de las huestes mayas combatiendo contra los españoles en el siglo XVI. Ese tunkul, pasado el tiempo, serviría en las fiestas de los pueblos hasta la primera mitad del siglo XIX. Después de la guerra de castas, cuando los partidos como Peto o Valladolid se convirtieron en partidos del miedo a merced de las incursiones de los de Chan Santa Cruz, los tunkules fueron prohibidos y dejaron de sonarse debido a que su ruido fuerte podía confundirse con las bombas de aviso que señalaban la llegada de los rebeldes de Chan Santa Cruz, espantando con esto a la poca población propensa al miedo. Sin embargo, como constancia de aquellos tiempos cuando el tunkul sonaba, ahí tenemos al tunkul de la capillita de San Bernardino.
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