Adolfo Gilly es y seguirá siendo uno de mis historiadores de cabecera para entender y explicar la Revolución mexicana y la lucha de los "dominados", de los "subalternos", de los que no entran a la furgoneta de la historia, o entran por la puerta de atrás: los olvidados y los ofendidos. Pero no puedo dejar de resaltar cómo la memoria es selectiva cuando se trata de poner en primer término las necesidades de purezas ideológicas, o estar bien con su amor fidelista y no llamar a las cosas como se debe. En una carta a otro revolucionario académico (González Casanova), respecto a lo de la "crisis de los misiles" acaecido hace 50 años en la Cuba "socialista" de los Castro, Gilly, en un artículo de opinión publicado hoy en
La Jornada, señala:
"Se cumplen cincuenta años –¡medio siglo ya!– de la Crisis de Octubre, cuando la locura bélica del Pentágono y de su doctrina militar, combinada con la irresponsabilidad de la casta gobernante en la Unión Soviética, pusieron al mundo al borde mismo de la guerra nuclear y el cataclismo cósmico y al pueblo cubano de su desaparición de la faz de la tierra...."
Acto seguido, Gilly afirma que NO "quiere discutir el tema", de que los principales instigadores de la crisis de los misiles, los que le dijeron a Nikita Kruschev:
"Nikita, Nikita mariquita lo que se da no se quita", eran Castro y su nomenclatura de revolucionarios numantinos, que con tal de llevar hasta las últimas consecuencias la luz de su "revolución" oscurecida por actos del Imperio desde Playa Girón, no les tentataba la razón de hacer de su "pueblo" una carnicería, movilizándolo. Pero para Gilly, esto es una prueba, no de la locura de los dirigentes de la satrapía antillana que se iniciaba, sino de actos heroicos y nacionalistas del pueblo cubano:
"Dicen que la prudencia y la sabiduría de los gobernantes de ambas potencias de entonces, Estados Unidos y la Unión Soviética, evitaron la catástrofe. Dicen también que la dirección cubana, Fidel Castro y el Che Guevara, entre ellos, nunca debió haber aceptado jugarse el todo por el todo recibiendo en su territorio las armas nucleares. No pretendo aquí discutir el tema, ahora que quién sabe cuántos estados, grandes y menos grandes, disponen de esas armas y pueden desencadenar el fin del mundo una noche de estas. Quiero recordar cómo reaccionó el pueblo cubano en esos días frescos y ardientes de su revolución, que desde Playa Girón vivía cada día bajo la amenaza del desembarco y la provocación permanente de un barco de guerra de Estados Unidos, cuya silueta podía verse a toda hora desde el malecón, vigilando las entradas y salidas del puerto de La Habana...."
En efecto, Gilly no discute que la irresponsabilidad mayor fue la de Castro: primero por permitir la introducción de misiles, y luego por querer utilizarlos...Castro, desde La Habana, manoteaba, gimoteaba, le decía "comemierda" a Nikita por no permitir que de una buena vez por todas, él mismo, el megalómano de Fidel, pusiera en órbita hacia Washington u otra ciudad gringa, los proyectiles soviéticos instalados en un campo militar cubano. Porque para Gilly lo que cuenta son las pruebas de hombría y "sacrificio revolucionario" de eso que llama "pueblo cubano" para salvar a su "revolución" (en proceso ésta de convertirse en una "revolución petrificada", estancada en el tiempo, vuelta la más burda, abyecta y autoritaria satrapía hermanística):
Trescientos mil hombres y mujeres armados movilizó el gobierno en el ejército, las milicias, los centros de trabajo y de estudio, los barrios y las calles de las ciudades: el pueblo en armas. Hoy, Pablo, vuelvo a decir que esta reacción inmediata de la joven revolución amenazada le salvó la existencia y –quiero pensar hoy todavía– puso un alto a la política de desembarcos estadunidenses en América Latina, aunque las intervenciones nunca cesaran y las amenazas tampoco.....Se trataba en cambio para los cubanos de la supervivencia de su revolución, y eso hacía la diferencia; y de la preservación de la autonomía de sus decisiones en la confrontación entre las dos grandes potencias que disputaban entre sí por sus propios intereses, no por los de Cuba o de Turquía, países a quienes pensaban como peones intercambiables en un ajedrez nuclear donde sólo ellos movían las piezas. Fueron aquellos los días luminosos y tristes de la crisis de octubre, como los llamó el Che Guevara en su carta de despedida.
No me cabe la menor duda de que lo que ha escrito Gilly no tiene el más sentido ético, e histórico, si se trata de defender a un cadáver de "revolución socialista".
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