Chacuaco de la antigua finca Catmís
Después del encuentro
sostenido entre las tropas yucatecas de la oligarquía henequenera dirigidos por
los mismos hijos del dueño de la finca Catmís (dos morirían, y uno, un
violador, se salvaría de morir) contra los revolucionarios petuleños reforzados
por los irredentos parias, los yaquis de Sonora; la dura derrota de las tropas “leales”
a los esclavistas meridanos significó la destrucción total de la “bella finca
Catmís”, convertida en un erial donde resonaba la venganza de los hijos de Peto
contra esta hacienda azucarera que devoraba cañaverales y devoraba hombres.
La desolación en que se convirtió
Catmís, se puede apreciar en unas palabras aparecidas en un diario de la época,
donde la acción combativa de los petuleños
fue parangonada con la “barbarie” de los mayas rebeldes que más de 60 años
atrás, y en la misma región, mediante la “guerra relámpago” de sus batabes, llevaron a cabo la “quema de
los cañaverales en los montes del sur y del oriente yucateco; una quema de los cañaverales de “proporciones
bíblicas”, según un guerracastólogo. En 1911, esta quema de los cañaverales se
presentaría nuevamente en la misma región donde la tea del oriente prendiera de
forma más explosiva en 1847.
En todo 1911, las
rebeliones y las demostraciones de rebeldía de los campesinos yucatecos se describirían
trayendo a cuento los fantasmas de la guerra de castas; y en Peto, días después del ataque del 3 de marzo de 1911 al cuartel militar de la Villa, por el pueblo
corrieron, en varias ocasiones, aquellos fantasmas de la guerra de Castas,
aquellos terrores generacionales de la llegada de los “bárbaros”: el bombeo de
unos pozos de un tal Antonio Espinosa Fajardo, significó alarma entre el populacho,
pues pensaban que los “indios rebeldes” habían pasado las “bombas de aviso” y
se dirigían a Peto; o del miedo cerval de seis mujeres, que decidieron
pernoctar el 4 de marzo en unas cuevas donde habían dispuesto todo para su
comodidad.
Mientras tanto, Catmís, la
soberbia hacienda azucarera que no le pedía nada a las haciendas de los barones
del azúcar del Morelos porfiriano, ardía en el amanecer de los tiempos de la
violencia justiciera en la comarca sureña, tiempos a los que he denominado como
Los años de Elías Rivero. En la nota
de marras, se decía del asalto y quema de Catmís, lo siguiente:
Allá están los que ayer fueron soberbios plantíos convertidos en
páramos cubiertos de ceniza y en los que se destacan aún de trecho en trecho
las llamaradas postreras. Allá, rodado por los suelos, fragmentos mil de las
potentes máquinas y en fin, todos los restos de un prodigio realizado por largos
años de trabajo constante y que hoy pregonan el paso de ese alzamiento, que
entre sus primeras proezas ha contado asesinatos y como segunda hazaña la
devastación de Catmís, triste obra de saña y de barbarie digna de los que en el
Sur y el Oriente de nuestro Estado dejó la mano de los sublevados mayas de
1847.
No hay comentarios:
Publicar un comentario