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De una lap desportillada, encontré un texto que escribí hace un madrero de ayeres:
En primera, debemos de ser disciplinados, estudiosos, insomnes. Ni tan ecuánimes ni tan apasionados, pero sí defender con valentía, inteligencia y honestidad lo que creemos o dejamos de creer, lo que amamos o dejamos de amar. En segunda, no temer a la angustia del desierto de la escritura, esos pozos estériles y repletos de piedras, de víboras y ranas que no cantann; pero sí huir como a la peste, a la intolerancia de tus prejuicios, que habría que destilarlos en la crítica irónica del “nada es para tanto”. Nada es para tanto, mi vida. Recuerda que la gorda de tu dama no es Beatriz (y tú menos el dante), o Mónica Belluci o etcétera, etcétera, etcétera. ¿Y a quién le interesan tus devaneos eróticos para prostituirlos en la hoja en blanco de la escritura? Los poemas no se hacen con ternura ni se hacen con cadáveres. No escribamos, no escribamos, no escribamos nunca más.
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