Cecilio Sánchez fue un subcontratista del chicle. En 1937, cuando llegó un ingeniero de apellido Villaseñor, representante del Departamento Agrario, en el pueblo para medir el ejido de la primera dotación de Peto, Cecilio Sánchez, que además era el Comisario ejidal de la villa -su secretario era Pedro Muñoz Ávila, otro que se dedicaba al chicle-, dijo que no estaban los ejidatarios, que todos estaban en los hatos chicleros, y que no se podía hacer la mensura del ejido; cosa falsa, pues el agrimensor llegó tambaleándose con su pesado teodolito apenas el 2 mayo de 1937, y la temporada del chicle ni aun comenzaba. La fuerza del Cardenismo –que en ese año repartiría los henequenales- fue, de este modo, toreada en el pueblo de Peto por los notables pueblerinos, y dando al traste con el espíritu agrario del campesinado del pueblo.
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No todos en Peto se dedicaron a la chiclería, pero para Cecilio Sánchez, para Pedro Muñoz Ávila, para Rafael Calderón, testaferros infames de los verdaderos capitalistas del pueblo como Antonio Baduy, las posibles bajas de los “brazos” chicleros acarrearían molestias para la industria chiclera en el pueblo, industria que con el correr de los tiempos dejaría sólo recuerdos y nada de concretizaciones materiales para la población. Pues bien, en 1945, Cecilio Sánchez todavía era presidente del Comisariado ejidal de un ejido que no se sabía bien a bien donde quedaban las mensuras (las mensuras se comenzarían a trazar a mediados de 1960, por un grupo de campesinos petuleños que no tenía ninguna relación con estos elementos reaccionarios que parasitaron la comisaría ejidal de un ejido de “membrete” para Peto, viendo únicamente sus fines personales), y, a su vez, fungía como secretario del presidente municipal, Pedro Muñoz Ávila, su viejo camarada de "luchas" personales, por no decir personalísimas.
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En el largo pleito por la finca Suná sostenida por un viejo decimonónico, Máximo Sabido Ávila, que mentalmente vivía todavía en una época acostumbrada a la servidumbre agraria, frente a los derechos agrarios de
“aquellos ocho indios” de Xcanteil (esa frase,
“aquellos ocho indios”, la acuñó Sabido Ávila), Cecilio Sánchez y Muñoz Ávila tomaron partido por uno de los suyos. En una queja que llevaron hasta Mérida los pueblerinos de Xcanteil (más de 24 cabezas de familias, no 8 como falazmente estableció Sabido Ávila), los de Xcanteil externaron que el secretario del Ayuntamiento, Cecilio Sanchez, les había amenazado con
“castigos severos en el caso de que continuasen algunas dificultades" que se le habían presentado como encargado de la finca Suná. Muñoz Ávila, a su vez, intervino, y señaló a los de Xcanteil como “intrigadores” que obran “de mala fe” contra el pan de Dios de Sabido. Lo cierto es que esta historia de infamias es un ejemplo exacto de la idea que he sostenido siempre: la idea de que las élites pueblerinas, si de defender sus intereses se trata, van unidas siempre.
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