Estoy seguro que más del 90% de la narrativa de la guerra de castas "moderna" -empezando con Reed hasta terminar con el mismísimo Dumond- ha tomado partido antes de escribir siquiera una palabra sobre ese repertorio del horror que fue la guerra de castas de Yucatán: para esta narrativa "postcolonial" -yo me puedo incluir en ella en un trabajo anterior de interpretación histórica que realicé a la "autonomía cruzoob"- los "buenos" y las "víctimas" fueron la sociedad maya del oriente de la península, en lucha frontal con los yucatecos decimonónicos. Sin embargo, es una obviedad decir que en la historia no existen ni buenos ni malos: tantos los "bárbaros" como los "civilizados" practicaron en demasía el horror, la masacre y la desolación; y se dice poco, en esta historiografía romántica, que Chan Santa Cruz se volvió un estado teocrático totalitario...
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Al menos para los documentos que tengo a mano en el territorio intermedio (partido de Peto) entre las dos lógicas distintas que se dieron en la segunda mitad del siglo XIX, los pueblerinos de la frontera sufrieron en varias ocasiones las brutales arremetidas de esta "lucha de liberación anticolonial" pringada con -¿para qué utilizar subterfugios?- barbarie al por mayor.
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Todavía la memoria de los viejos campesinos me dicen que, cuando llegaban los "uiniques" (designación de los rebeldes de Chan Santa Cruz entre los pueblerinos actuales), no había de otra sino que huir al monte al momento de escuchar las bombas de aviso con las cuales se alertaba a la población de la llegada inminente de una gavilla de rebeldes...La historiografía actual ha hablado de sobra de la "gesta liberadora" de los hijos de la cruz parlante, pero crasamente ha desdeñado cómo vivieron los pueblerinos de las fronteras ese periodo despiadado de guerra latente...
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Para apreciar esto que digo, del artículo "La guerra de bárbaros en Yucatán", aparecido en
La Razón del Pueblo el 12 de enero de 1881, transcribo lo siguiente:
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"Dos ideas se desprenden de los párrafos que dejamos transcritos; por una parte se ve que el temor de probables invasiones de los bárbaros preocupa constantemente á la sociedad yucateca (de los partidos de frontera); y por otra se observa un laudable empeño así en el Gobierno local como en el Inspector de las colonias militares, para dictar las medidas convenientes á fin de que si llega por desgracia el momento del peligro, los pueblos se encuentren provistos de los elementos necesarios para rechazar con éxito cualquiera intentona de los bárbaros invasores.
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En cuanto á lo primero, nada puede ser más natural que esa especie de sombría alarma que mantiene á las poblaciones de Yucatán con la mirada fija en la frontera, prestando atento oído al menor rumor que de aquellas soledades se desprende, y que puede interpretarse como el feroz alarido de los bárbaros que por tres siglos y medio han permanecido refractarios á la civilización, á la que parece han jurado una guerra de exterminio. Es tanto lo que aquel Estado ha sufrido bajo el azote de semejante plaga; son tan horribles, tan desgarradores las escenas de que han sido teatro su extenso territorio, que nada puede haber más justificado que esa sorda agitación, bajo cuya influencia se conmueven todos los ánimos, á la menor noticia que circula sobre probabilidades de alguna de tantas invasiones que dejan por huella de su paso un reguero de ruinas y cadáveres".
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