jueves, 23 de mayo de 2013

CARTA ABIERTA A LOS HISTORIADORES YUCATECOS: ¡AL RESCATE DEL AGEY!

En un reciente artículo, Dulce María Sauri Riancho señaló a la opinión pública el cambio en la dirección del Archivo General del Estado de Yucatán (AGEY) (Cfr. Diario de Yucatán, 22 de mayo de 2013). Piedad Peniche, su directora desde el lejano año de 1991, se retira a finales de este mes. Las ideas de la ex gobernadora Sauri Riancho son puntuales y sirven de gran ayuda para discutir sobre esta venerable institución dueña de la memoria –y, desde luego, del olvido- de los yucatecos. El rescate de la historia regional, cuyo venero principal son las fuentes, el cúmulo de documentos y legajos que guarda el AGEY, considero, no puede ni siquiera intentarse sin tener como telón de fondo la documentación del AGEY. En este sentido, el AGEY es el archivo que vertebra a los otros repositorios existentes en el estado: pienso en la hoy cerrada, por restauración, biblioteca Carlos R. Menéndez; y, por supuesto, pienso en la magnífica Biblioteca Yucatanense (BY).

Hablando en mi experiencia propia –en mi parca pero rica experiencia en archivos, lo que no me resta entusiasmo a la hora de estar inmerso en la soledad trabada entre el documento y mi vista-, puedo decir que aprendí a historiar en el AGEY, aprendí a descifrar letras decimonónicas en el AGEY, aprendí a amar esta nueva vocación de indagación al pasado en el AGEY y, por supuesto, aprendí a respetar y a querer al “puñado de investigadores, empleados y restauradores” del AGEY; pero, también, aprendí a inconformarme por cosas que líneas adelante señalo.

En su artículo, Sauri Riancho establece la insoslayable necesidad de la historia a la hora de hablar de democracia: “Para perfeccionar la democracia –indica Sauri- como una forma de vida, es necesario combatir el olvido y dar paso a la memoria. En cierta forma, la Historia es la disciplina que la cuida, que se encarga de estudiarla y perpetuarla, por medio de las instituciones responsabilizadas de esta colosal e indispensable tarea”. Estas instituciones son las distintas facultades universitarias con sus bibliotecas, los museos, las bibliotecas públicas y privadas, los centros de investigación, las casas de la crónica, y, como primer elemento, los archivos como el AGEY.

Sauri señaló que en el sexenio pasado hubo una gran omisión entre la política cultural del gobierno, respecto al AGEY: el AGEY fue olvidado, casi ninguneado o borrado, y esto generó comentarios diversos, cuando se veía cómo la balanza presupuestal se inclinaba a un sólo punto, mediante la creación de la Biblioteca Yucatanense (donde se conjuntan diversas salas investigativas como el Fondo Reservado, la Hemeroteca Pino Suárez, la Biblioteca Crescencio Carrillo y Ancona, y el Fondo Audiovisual con fotografías del extinto Diario del Sureste cuyas antiguas instalaciones dan cabida a la BY). La Biblioteca Yucatanense es el ejemplo prístino para el rescate del AGEY, el punto a seguir, el horizonte infranqueable, una biblioteca que tiene, además, documentos en línea mediante la Biblioteca Virtual.

Dije líneas atrás que en el AGEY tuve la oportunidad de sacar mi inconformidad a la hora de pasar de la documentación clasificada (la colonia y casi todo el siglo XIX), a las cajas sin clasificar que van de fines del siglo XIX en adelante. Me parece que esta omisión no es gratuita. ¿Cuál es el motivo principal de que unos periodos de la historia yucateca se realcen, se enfoquen, y otros ni siquiera se clasifiquen, y sí, por el contrario, se oscurezcan? Ojalá que sea solamente la falta de presupuesto y recursos humanos para llevar a buen término dicha clasificación de los voluminosos legajos del periodo henequenero –o Porfiriato, ya que no se puede seguir hablando del periodo henequenero si tomamos en cuenta otras subregiones como sería el sur de Yucatán-, de la revolución y postrevolución. Sin embargo, esto no es óbice para sustanciar la clasificación de las cajas.

Mauricio Tenorio Trillo ha señalado la forma como el poder –llámese como quiera a dicho poder- ha puesto orden al pasado. Su ejemplo es el Archivo General de la Nación: una cárcel inmensa, un panóptico donde el poder ha encarcelado al pasado (desde los pasados indígenas, el pasado novohispano y el periodo independiente desembocando en el presidencialismo del Fondo Presidentes), lo ha clasificado y lo ha maniatado. El AGEY, por el contrario, para el poder regional no ocupa una antigua cárcel (el pasado no está encarcelado), sino una morgue, un antiguo depósito de cadáveres: es un pasado, como todo pasado, muerto, y ahí acuden los médiums profesionales y líricos, los hijos y los bastardos y hasta los entenados y malqueridos de Clío. Un hijo bien nacido de Clío no puede ver, sin que se le encabriten los ánimos, cómo las inmensas cajas y cajas de cajas de legajos sin clasificar del AGEY, se queden un momento más de esta forma: los documentos, debido a su amontonamiento en carpetas, sufren el daño de la manipulación, y aunque uno haga todo lo posible por respetar su frágil osatura, siempre habrá esquirlas de papel viejo en la mesa de consulta.

Y esta omisión garrafal –de la no clasificación de casi todo el Porfiriato, la Revolución y Postrevolución- no sólo genera daños al material, daños al documento, sino, desde luego, vuelve lenta la consulta de los investigadores: en mi caso, me he pasado mañanas enteras revisando un legajo de 3 cuartas de grosor, y sólo al final he podido hallar la perla documental perdida en tanta arena archivística. Conozco, y no porque así lo he deseado, bastante del periodo clasificado (siglo XIX), pero apenas voy pergeñando la cosa en el periodo sin clasificar (en este sentido, otros repositorios, como los periódicos de la época, han sido de ayuda invaluable).

La organización del AGEY viene de la época de Ernesto Novelo Torres (1942-1946), su primer director fue Juan D. Pérez Galaz, iniciando una tarea titánica de acopio y clasificación de la memoria de los yucatecos (véase el volumen III de la Enciclopedia Yucatanense). En Yucatán –salvo contadas excepciones- no tenemos archivos municipales, y en mi caso, hacer la microhistoria de una región cuyos pueblos no cuentan con archivos, ha hecho que dependa en exclusiva de los repositorios de la ciudad letrada, de los archivos de Mérida. El AGEY, en este sentido, considero que es el baluarte de la historia desperdigada de todos los pueblos de Yucatán y, sin duda, de buena parte de la historia de otros rumbos de la Península.
PROPUESTAS DE UN USUARIO PARA LA NUEVA DIRECTIVA DEL AGEY
Atareado en escribir este artículo sobre el AGEY, creo yo que quedaría romo este texto si no apunto algunas propuestas que podrían ayudar –sin necesidad de hartos presupuestos- a la nueva directiva del AGEY:
a).- La mayor crítica que se le ha hecho a esta venerable institución, son las cajas sin clasificar. En mis conversaciones cotidianas con otros colegas, he señalado mi extrañamiento de por qué ningún académico de Mérida – o de otro estado cercano- ha tenido la idea de mandar a tesistas a clasificar por documentos los legajos de las innumerables cajas.

b).- O si no existen tesistas dispuestos a aventarse esa labor, con un convenio entra la nueva directiva del AGEY con universidades como la UADY, podría salvarse esta cuestión. Dicho convenio sería de ayuda mutua: los académicos (de la Facultad de Antropología, o de otra facultad) canalizarían a tesistas, o a jóvenes que deseen hacer su servicio social, a efectuarlo en el AGEY, ayudados en su trabajo por un investigador de dicha institución. Lo que harían sería leer los legajos, tematizarlos, o seleccionarlos por pueblos, como actualmente están los documentos ya clasificados.

c).- Los historiadores o estudiosos de la historia, han señalado su molestia por la demora en las transcripciones. Los del gremio prefieren la comodidad del hogar para trabajar, y piensan con tesón en las fotografías. En el AGEY es imposible fotografiar por lo excesivo de los precios, y esto cuando tanto en la Biblioteca Yucatanense, como en la Carlos R. Menéndez o en el AGN, no se cobra nada a las fotografías del documento: el AGEY, considero, está fuera de lugar, fuera de los tiempos de transparencia democrática -¡y más en archivos muertos!-, cuando establece cantidades a las fotografías. Además, la fotografía de documentos ayuda no solo a la rapidez de la investigación, sino, desde luego, al documento.

d).- Sin duda, como ha señalado Sauri Riancho, la antigua morgue que actualmente es el edificio que alberga la más importante documentación de la historia de Yucatán, está desfasada. La nueva directiva debe, y tiene la obligación, de gestionar otro edificio más acorde con la venerable institución. Siendo un estado con una rica tradición de historiadores que se remonta hasta Landa –pasando por Cogolludo, Lorenzo de Zavala, Sierra O’Reilly, Serapio Baqueiro, Eligio Ancona, Molina Solís, Silvio Zavala, Rubio Mañé, Sergio Quezada, Bracamonte y Sosa, et al- los yucatecos no podemos dejar pasar la oportunidad que nos da este nuevo cambio en la directiva del AGEY, para exigir que el AGEY no siga más en la desidia, en el olvido, en esa soledad en que se encuentra.

Es hora de que el gremio de historiadores –y, sobre todo, me refiero a los nuevos historiadores yucatecos- deje a un lado la historia y se meta en el presente evanescente, para exigir capacidad no sólo a la nueva directiva que se avecina para el AGEY sino, desde luego, a la administración...No es posible seguir viendo más al AGEY como una institución burocrática para burócratas: el nuevo director, o directora, debe ser un historiador, o historiadora, comprometido con la historia de Yucatán, un(a) historiador(a) que reconozca que en el AGEY se guarda la memoria y el patrimonio del pasado de los yucatecos, ¡y esto exige el defenderlo!

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