El Zamarripazo (nombre de
un periodo de la historia de la revolución en Yucatán, bautizado así por su
figura principal, el pirómano coronel carranclán, Isaías Zamarripa) no es, ni
por mucho, un periodo de violencia en Yucatán. Concedo a la idea de que hubo
mucho humo en el Zamarripazo, por esta nota siguiente:
…entre densas columnas de humo, los soldados de la Federación se ocupaban en sacar del edificio incendiado, estantes, mesas, máquinas de escribir, bancos, escritorios, sillas, etc., que amontonaban, ardiendo algunos de estos, en la calle…[1]
Concedo,
también, de que hubo algunos enfrentamientos, y como dice la nota precitada, se
quemaron las instalaciones meridanas de los socialistas en ese malhadado diciembre de 1919, y hubo algunas perseguideras y varios enfrentamientos de
poca monta y poca polvareda entre liberales y socialistas. En Peto, Villa
del sur yucateco, el Zamarripazo pasó desapercibido, porque en el pueblo los
socialistas eran minoría.
No obstante, podríamos
decir que el Zamarripazo fue una bofetada de dama fina y achacosa contra la
cara regordeta del Dragón Rojo de Motul y sus lame-alpargatas de indistinta
ralea.
La
verdadera violencia, sin duda, fue la que sucedió una vez que en Tlaxcalantongo
le sacaran el mondongo a Carranza; y los sonorenses -el triunvirato De la
Huerta, Calles, Obregón- tomaran, como niñas malcriadas y “chiqueadas”, la
Silla hechizada que dejara vacante don Porfis al partir en el Ypiranga.
Porque a partir de la segunda mitad de 1920, el Dragón Rojo, el motuleño, con furia incontrolada, arengaría y atronaría el cielo límpido y plano de Yucatán llamando a levantar cabeza a sus pobres pisa alpargatas (neologismo que en mi léxico particular significa huarachudos); e innumerables socialistas, jaurías rojas viniendo desde el fondo de los siglos de la injusticia y el consabido racismo de los dzules yucatecos, se pasearían por los pueblos, sedientos de furia, tirando dentelladas y haciendo una que otra verracada.
Los hagiógrafos de don Felipe -pienso en el iraní noventón, en el colombiano pendejón y en otros tantos infumables de la prensa diaria y la mafia tinterilla meridana- no dicen casi nada de esa violencia que se desató en menos de un mes, del mes de noviembre de 1920 en Yucatán: tal pareciera que todo estaba planeado desde Mérida, que desde Mérida la “violencia” motuleña habría de aplastar cabezas, quemar pueblos, convertir a la nueva fe “socialera” a los que no querían otra cosa que vivir su vida como Dios o el cura mandara.
Porque a partir de la segunda mitad de 1920, el Dragón Rojo, el motuleño, con furia incontrolada, arengaría y atronaría el cielo límpido y plano de Yucatán llamando a levantar cabeza a sus pobres pisa alpargatas (neologismo que en mi léxico particular significa huarachudos); e innumerables socialistas, jaurías rojas viniendo desde el fondo de los siglos de la injusticia y el consabido racismo de los dzules yucatecos, se pasearían por los pueblos, sedientos de furia, tirando dentelladas y haciendo una que otra verracada.
Los hagiógrafos de don Felipe -pienso en el iraní noventón, en el colombiano pendejón y en otros tantos infumables de la prensa diaria y la mafia tinterilla meridana- no dicen casi nada de esa violencia que se desató en menos de un mes, del mes de noviembre de 1920 en Yucatán: tal pareciera que todo estaba planeado desde Mérida, que desde Mérida la “violencia” motuleña habría de aplastar cabezas, quemar pueblos, convertir a la nueva fe “socialera” a los que no querían otra cosa que vivir su vida como Dios o el cura mandara.
[1] La Revista de Yucatán, 23
de diciembre de 1919. “Las oficinas del Partido Socialista, incendiadas.”
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