La creencia de la gente de la región que se extiende entre Peto y José María Morelos, Quintana Roo, es que allá, en esas aguas gredosas de la laguna
Chichankanab, o
Chan Kanab, se encuentra, en lo más profundo, una serpiente prehistórica. Tal vez esta conseja sea una variante más del mito de la serpiente Tsukan, cosa ya dicha y redicha por los mitólogos orales y los mitólogos de facultades; o puede ser que la serpiente de Chichankanab sea prima de la serpiente enorme con cara de caballo y voladora del cenote de Yaxcabá, que de vez en vez llama telepáticamente a los de ese pueblo para ahogarlos,
relato ya escrito por el historiador Joed Peña.
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Mi serpiente de
Chichankanab todavía no tiene mitólogo, es una solitaria que anda en busca de su mitólogo personal. Y tal vez puede ser éste que escribe estas aproximaciones primeras a las escamas milenarias de este ofidio acuoso, el que arme el mito con las oralidades que vaya recogiendo entre los pueblerinos que viven en las cercanías de esas esas aguas cuyas dimensiones rondan los 30 kilómetros a lo mucho.
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La serpiente de
Chichankanab, cuentan varios lugareños de Peto, es una serpiente gigante, de los tiempos antediluvianos, con siete jorobas que la engalanan, y cuerpo del triple de grosor de la ceiba más gorda de la selva; es la que mueve y oxigena a esa laguna viva. Hablemos brevemente de esa laguna, a la que los pueblerinos del sur de Yucatán frecuentan para tiempos de estío, para épocas cuaresmales, o cuando simplemente el calor se hace insoportable. Con el riesgo de que un lingüista me corrija la plana, refiramos la idea de que tal vez su nombre, Chichankanab, sea una deformación de las palabras mayas
“Chi’kaan Ka’anab”, y entonces, traducido al español, sería la laguna de la boca de la serpiente, o laguna de la serpiente, o en su más poética traducción, el mar de la boca de la serpiente. Porque el nombre actual de esa laguna, “Chichankanab”, no se correlaciona con los largos 30 kilómetros de la laguna:
chichan,
chichan, es decir, pequeña, pequeña, no es. En la
Estadística de Yucatán, escrita por Regil y Peón en 1853, se describe las características de esta laguna:
[…] dicha laguna, que por el rumbo S.E de Mérida dista de Peto ocho leguas, fue reconocida en el año de 1837, por el Dr. D. Juan Hübbe, alemán naturalizado, cuya prematura muerte lloran aún las ciencias y la agricultura, y por su reconocimiento sabemos, que sus aguas aunque cristalinas, son amargas, y en el fondo se forman cristalizaciones parecidas á la de la sal de Inglaterra ó de Epson, y cuando con ellas se riegan algunas plantas, en la mañana siguiente sus troncos aparecen cubiertos de agujas cristalizadas; son purgantes para el hombre á punto de tomarse intencionalmente con este objeto y para provocar también el vómito; pero para las bestias es potable. Se cría en ellas alguna pesca de pequeños bagres e icoteas, ó tortugas pequeñas. Caracterizaremos, en fin, el terreno que circuye el lago, diciendo que es gredoso y cubierto de una ligera capa vegetal, que no llega á un palmo de profundidad y que lo hace sumamente fértil. Unos bajíos dividen la laguna en cuatro partes, y la mayor y más septentrional de 4 ó 5 leguas de largo, media de ancho y hasta 18 brazas de profundidad: la total longitud no excede de 7 leguas, no la mayor latitud de 1. Su estrecho playaje está cubierto de arena finísima que forma lodazal blanco: es bajo el occidental y alto el oriental, y por eso pareció al referido explorador ser el pié de un poco elevada serranía que se adelanta desde el Sur, pero la mas detenida observación demuestra, que es mero descenso del terreno sin declinación alguna á las espaldas ni por los lados.
Estas descripciones corográficas de la laguna Chichankanab, sirven para tener una idea de los lugares gredosos y acuosos por donde se mueve nuestro personaje principal de este relato: la milenaria serpiente Siete Jorobas. Pero antes de hablar de nuestra enigmática serpiente, terminemos algunas características, acaso la mejor característica, de la laguna Chichankanab. Esta idea me la ha dicho uno de aquellos que recuerdan, un cuentista de esos tiempos en que había cuentistas que recreaban otros mundos alrededor del fuego al caer la noche. El hombre me dijo que todos los cuerpos de aguas de la Península –los cenotes, las aguadas, las pocas lagunas y hasta las humildes sartenejas- tienen sexo, y que Chichankanab tiene el púber de una mujer de barro, una perfecta hembra que sólo acepta en sus lechos de líquenes y agua caliente a hombres jóvenes, a viejos escasamente. Y yo me pregunto, ¿es Chichankanab la mujer, o acaso es la misma serpiente Siete Jorobas la vampiresa de este relato?
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Una vez supe que un leñador de Dziuché se topó con ella. El hombre iba bordeando la laguna, y de vez en cuando miraba hacia sus aguas débiles para dar con un ave o un lagarto, sacar su escopeta, apuntar y disparar; cuando de pronto el camino se terminó: frente al hombre había un enorme tronco de más de metro y medio de ancho, entre verdoso y negruzco, pero perlado de gotas que lentamente se evaporaban debido al soporífero calor de las doce del día. El hombre se extrañó, porque haría más de un mes que no había cruzado en toda la región ni una nube de agua. En el justo momento en que tomaba impulso para brincar el tronco que le obstruía el camino, la tierra a un costado de la laguna comenzó a vibrar como si de un terremoto se tratara, y el tronco dejó de ser tronco cuando el hombre se percató que tenía escamas aquella ceiba milenaria. Pensó:
“es la Siete Jorobas”. A duras penas el leñador dejó su carga, aventó hasta la escopeta, y rápidamente fue a esconderse detrás de un montoncillo de piedras cercano. Con valentía suicida, ahí observó cómo la Siete Jorobas tenía atrapada entre sus grandes mandíbulas, a una vaca completa que iba digiriendo viva aun, seguramente robada de alguno de los pequeños ranchitos que rodean la laguna. Sólo veía la cabeza triste de la vaca mugir calladamente con entonaciones fúnebres de vaca. Al momento de devorar el último mugido, la
Siete Jorobas, con sus más de cincuenta metros, comenzó a mover su cuerpo inaudito, aniquilando árboles, descuajando lodo, pudriendo la floresta para poder dar una perfecta vuelta en u y volver de nuevo a la laguna. El hombre, en el breve instante que la
Siete Jorobas detuvo su paso demoledor para empezar su zambullida eterna, vio la cabeza de ese animal del tiempo cuando los hombres no habían bajado de los árboles:
“Tenía la mirada más triste que he visto en toda mi vida”, me contó en una cantina de Peto, y yo le creí sobre eso de sus ojos tristes, porque tal vez
Siete Jorobas sea el último de su especie, y ser el último de una especie extinta hace milenios, no es como para ponerse contento.
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Otros han visto a
Siete Jorobas planear el cielo de Chichankanab. Alguien me contó que la serpiente, cada determinado tiempo salía a tierra a comer o a calentarse; y que volaba con la mirada triste hacia arriba, y que no veía a los hombres porque, si volteaba, podía bajar y comerlos. Esta idea de que Siete Jorobas mirara hacia arriba, tal vez se deba a que no quería, no quiere, que nadie se dé cuenta de su milenaria soledad, de su heridora tristeza.
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El abuelo de mi amigo Wilbert de la Cruz Uc, Miguel Uc Caamal, le contó el siguiente relato a su nieto, que ahora mismo inserto. El relato comienza con la dura situación que dejó la langosta a los pueblos de Yucatán por los años de 1940, y debido a eso, mucha gente de los pueblos del sur y del oriente migraron hacia zonas más propicias, como la selva quintanarroense. En su trayecto hacia la selva, los campesinos de la región se toparían con la soledad de Siete Jorobas:
Mi abuelo era de Kinil, pueblo de Tekax. Pues te cuento, dice mi abuelo que hubo un tiempo en que la situación de vida en Kinil era muy difícil, había mucha pobreza, y que no se tenía nada que comer, sólo se comían raíces de árboles y se tomaba agua de sartenejas. Así vivieron muchos años, pero mi abuelo se cansó y decidió migrar hacia la selva, pasar la sierrita e internarse más lejos. La ruta de paso más rápido estaba cerca de Chichankanab, pero que al principio mi abuelo y los que lo seguían tenían miedo de pasar esa laguna, precisamente por la serpiente. Sin embargo, luego buscaron una ruta alterna, por Candelaria. El agua de Chichankanab, dicen, viene de un corrental, que es como un pozo, que está en La Esmeralda, una entrada a la laguna.
Podemos acabar estos apuntes primeros sobre Siete Jorobas, la serpiente apocalíptica pero triste de la laguna de Chichankanab, diciendo que, mito o no, todos hablan de ella, pero muy pocos la han visto.