"En un isla, situada entre el Cabo Catoche y la Siberia, pero de cuyo nombre no queremos acordarnos, existía una república de monos, cuya historia, insípida al principio, hízose con el tiempo muy curiosa, principalmente desde que los tales monos de nuestra alma se privilegiaron de un modo bien extraño". Así comienza D
. Bullebulle. Periódico burlesco y de extravagancias redactado por una sociedad de bulliciosos y de genios meridanos en el terrible año de 1847.
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Los grabados de Gahona, mejor conocido por su nombre de guerra, Picheta, sobre la Guerra de Castas, significarían con el tiempo, para el que tuviera un mínimo barniz sobre 1847 y sus años subsecuentes, una síntesis iconográfica de la rebelión indígena del siglo XIX. Burlesco y extravagante, pero podríamos adjetivarlo también como erasmista haciendo el elogio de la desfachatez y la viveza del pensamiento en momentos mismos en que la
"isla de los monos" peninsulares situado entre el Cabo Catoche y la Siberia, iba siendo amagada, sitiada y casi devastada por las huestes campesinas rebeldes.
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Erasmista pero, desde luego, contradictorio cuando casi todos los periódicos de la época rezumaban tristeza y aflicción por el empantanamiento y la crecida sostenida del “machete indígena” amagando a la patria de los monos todavía coloniales en sus estructuras mentales. Y el Bullebulle, estaba plagado de sardónica crítica a los chanchullos políticos de los monos desunidos en banderías de partido irreconciliables (barbachanistas y mendistas), y trataba a la guerra indígena con seriedad, pero no con tragedia que amilane el espíritu festivo y lúcido de los seudónimos escritores. En el prólogo de mi ejemplar facsimilar del Bullebulle que tengo a mi disposición (edición de septiembre de 2007 publicado por el Gobierno del Estado, el desparecido ICY y el ayuntamiento de Mérida del trienio 2004-2007), escrito por Roldán Peniche Barrera (un espíritu diametralmente opuesto a los redactores del Bullebulle), habla exacto sobre esa paradójica aparición de este hebdomadario que no tendría herederos en la prensa yucateca (ni
La caricatura se le asemejará, pero habría que consultar con el historiador Felipe Escalante Tío sobre esta hipótesis que planteo), pues “faltarían apenas 105 días antes para el comienzo de la hecatombe de la Guerra de Castas cuando sale a la luz la primera entrega de D. Bullebulle, el más singular, festivo y crítico de los periódicos del siglo XIX, el 15 de abril de 1847”. Paradójico por el hecho de que, en medio de los estragos de la guerra –guerra que nunca tocó a Mérida ni a Campeche, ni al comienzo ni al final, y tal vez el Bullebulle pudiera darnos indicios de esa sociedad meridana que vivía la guerra por medio de la prensa y de los hombres que volvían del campo de batalla, de oídas y de leídas, pero nunca como lo vivieron la sociedad yucateca de los partidos como Peto, Tekax, Sotuta, Valladolid, etc.-, el periódico de los redactores seudónimos hacían guerra del humor, humor de la guerra, y con la burla del burlador profesional, mofábanse “de un conflicto que por poco y borra de la faz de la tierra a la Península de Yucatán”, a aquella Isla –que no Península- encontrada entre el Cabo Catoche y la Siberia.
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He señalado que los que rubricaban los poemas, los cuentos, los relatos, las epístolas que antecederían en más de un siglo a la narrativa monterroseana, los diálogos, fueron escritos por sardónicos seudónimos. Peniche Barrera menciona que no se sabe con exactitud el número de redactores, pero, citando a Antochiw, indica que existió un núcleo pequeño formado por José Antonio Cisneros, Pedro I. Pérez Ferrer, José María O’Horán, José Guadalupe Morales, Fabián Carrillo Suaste y el genial grabador Gabriel Vicente Gahona, Picheta (nacido el 5 de abril de 1828), nuestro Goya peninsular y, ¡por qué no!, ¡también nacional! (me refiero al Goya de los “Caprichos”).
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La Guerra de Castas bien la pudo sintetizar Picheta en dos grabados bastante conmovedores: en un primer grabado, se ve un soldado acurrucado y con miedo, otro corriendo despavorido de los indios que no aparecen en el cuadro, pero el contorno de las albarradas pueblerinas, los pequeños lomos de la Sierrita Puuc en lontananza, y los sucios despojos de la batalla, indican la gritería de sus acciones.
El texto que engalana este grabado no da motivos de duda:
“En qué época, sino en la nuestra, ha sucedido, que al mismo tiempo de hallarse amagado un país por el riesgo de su destrucción existiese en él ciudadanos tan malos, que por satisfacer sus propias miras y hacer diabluras, poco se les da de apresurar ellos mismos la ruina y hundimiento del edificio social, sacrificando así, no su ambición en las aras de la patria, sino la patria en las aras de su ambición? ¿Qué hay más que esperar?” Nini Moulín escribía esas palabras, y Picheta le seguía en el grabado.
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En un segundo grabado, una dama acabada, con los belfos apretando la lengua, las caídas tetas al aire de la desolación, camina en medio de los estragos de la guerra de castas, y apenas tiene fuerzas para rasgar un arpa infernal. Camina pisando muertos, y los muros de los edificios caídos la contemplan: es la dama discordia, la perra maldita que envolvió al Yucatán de las élites de mediados del siglo XIX.
El poema, intitulado
“Canción de la discordia, a imitación de la del pirata”, fue escrita por “Querubín”. Transcribo unos versos:
En el pueblo infeliz que está situado/
Entre el Cabo Catoche y la Siberia, /
Donde todos los monos han tocado /
El pálido esqueleto de miseria: /
Una noche sin luna, triste, oscura, /
Cual de pobre empleado negro ensueño, /
Miraba una mujer con torvo ceño /
Los monos que inmolaba a su locura. /
Y con paso de triunfo y de victoria /
Montones de cadáveres pisaba: /
Cual tirano infernal, con loca gloria /
De los muertos un trono se formaba…
Colocada, cual reina, en aquel trono, /
Después de preludiar un corto instante, /
Entonó su canción al pueblo mono /
Con acento infernal, pero triunfante. /
Escuchadme monos míos, /
Con horror: /
Vuestros cadáveres fríos /
Despojos son de mi gloria, /
Que han de brillar en la historia, /
Amenguando vuestro honor. /
Este semanario jocoso, es importante, además, porque hace del honor yucateco ante la acometida del "bárbaro" una simple cosa de bajo vientre. En un diálogo entre Picheta y Nini Moulín, estos, sentados en taburetillos frente a la ventana de la casa donde seguramente escribían sus no del todo disparatadas disertaciones, hablaron a sus anchas de la
res pública. Nini Moulín le pregunta a Picheta: “¿Qué hay pues? ¿Qué noticias me das del interior?” Picheta le contesta:
“En los corrillos no se habla más que del alzamiento de los indios, y nadie hay de los nuestros que no arda en vivos deseos de que se les castigue ejemplarmente”.
Moulín, apremiado por el sabio consejo de la bragueta, responde:
“Ni es de esperar otra cosa, ¡pues no es mala gracia la de los tales salvajes querernos matar a todos los hombres, reservándose como parte del botín al bello sexo, como quien no dice nada!”
Picheta, no menos acuitado, replica:
“¡Malditos! De todo su plan, trazado sin duda por el mismo Satanás, ésa es la parte que más me espanta y la que más debe hacer que hierva la sangre aún en las venas de los menos abundantes."
El diálogo terminaba en las invocaciones a la unión de los bandos políticos, un
Leitmotiv aparecido en distintos periódicos de finales de 1847. Dejo aquí estos pequeños comentarios sobre el periódico D. Bullebulle, porque ahora, siguiendo el consejo de don Genovevo Palasuya, otro bullicioso, diré que
“Como yo obro siempre por antojo, y como por antojo he escrito estos antojos, quiero por antojo dejar la pluma”.
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