viernes, 15 de febrero de 2013

CARTA ABIERTA CONTRA EL REGALO DE FLORES


Yo soy de esos amantes a la antigua/ Que suelen todavía mandar flores/ De aquellos que en el pecho aún abrigan/ Recuerdos de románticos amores” Roberto Carlos.
Voy a escribir unos pareceres contra la costumbre malsana de regalar flores. Pienso que eso de entregar flores o rosas a una mujer, es un símbolo machista impuesto por una sociedad patriarcal. Lo digo convencido, y eso que no soy feminista. Dije un símbolo machista porque, todos lo saben, se señala con dicho ramo de flores que Ella, la “flor del jardín”, la vana orquídea, la margarita evanescente, la azucena trágica o la violeta ardiente (hay tantos nombres botánicos de mujer, pero ninguno de hombre), la que recibe el regalo de rosas, la bien amada, la eglogada, la soñada y suspirada, debe ser DES-FLORADA, es decir, DES-VIRGADA, o en su defecto y para acabarla de una buena vez, chingada o pene-trada. Las flores -flores pendejas entregadas por pendejos y recibidas por doblemente pendejas- indican eso:

“Recibe este cumplido de rosas de este tu amante a la antigua, como trueque simbólico para que me entregues el capullito de carne”.
El otro día, ayer para ser preciso, salí del archivo y, como siempre, pasé por el centro de Mérida. Vi que todo el mundo quería desflorar hasta a sus madres, y las parejas se olían hasta el polen de sus absurdidades. Sentí un leve asco, y mejor apuré el paso. Considero que es un desequilibrio cerebral la obsesión de dar y regalar flores, y considero, por supuesto, que algo de etapas olvidadas, de rescoldos neolíticos, de falta de evolución del todo hay en eso de entregar y recibir ramos de flores.

Está de más escribir, aquí, que detrás de una en apariencia inocua flor, hay toda una industria de la explotación humana sembrando y cosechando flores antropófagas para que una ridícula florecilla humana huela un día el romanticismo barato de su galán telenovelero (ver aquí para el caso colombiano). No necesito escribir, también, que yo no soy de esos amantes a la antigua, no regalo flores, y mucho menos abrigo recuerdos de caníbales amores.

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