A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, el partido de Peto, como hemos dicho en anteriores entregas en este blog, fue objeto de innumerables ataques, excursiones y escaramuzas de los rebeldes de Chan Santa Cruz. Estos ataques a la frontera de la “civilización”, con el final del siglo cesaron en su acritud, pero dejaron una impronta entre la población sureña en los años subsecuentes que se ahondaría en el “época del chicle”: la violencia rural pueblerina por un lado; y por el otro, la fuerte presencia étnica y de resistencia maya en la región, el cual se hace prístino en los expedientes agrarios de los pueblos comarcanos a Peto que voy analizando.
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Chan Santa Cruz fue como un referente para la vida cotidiana de los pueblerinos petuleños, de los cuales, muchos pasaron por voluntad propia a vivir fuera del dominio yucateco, y otros fueron “capturados” para acrecentar la demografía rebelde. Un ejemplo de esto, es el caso del comandante Sóstenes Mendoza, que fue raptado de niño en una incursión de los rebeldes a Peto, y que cuando el “Torquemada de Quintana Roo”, en los estertores del Porfiriato, el viejísimo general Ignacio Bravo (tenía 70 años, y en verdad era un Torquemada despiadado) comenzó la “pacificación” de los rebeldes de Chan Santa Cruz a mediados de 1899, Sóstenes Mendoza, junto con su cuadrilla de aguerridos rebeldes hijos de la Cruz Parlante, se batieron en armas, haciéndole frente a un enemigo mayor equipado. Sobre su captura, Mendoza le había contado a Menéndez, en 1935, la forma como entró a engrosar las filas de la sociedad rebelde:
[…] desde muy niño caí en poder de los que hoy son mis hermanos, y esto fue en una ocasión, hace setenta y cinco años, poco más o menos, en que mis hermanos atacaron la plaza de Peto. Yo iba, en aquella ocasión, acompañado de mi padre, a una milpa cercana a aquella población. El ataque nos sorprendió en pleno monte, habiendo sido aprehendido mi padre y yo conducido por otro grupo a un lugar que después supe se llamaba Xpichil, a tres días de camino de Peto. De ese sitio me llevaron a Nohcá, pequeña población de la tribu que existía antes de que el actual camino entre Santa Cruz Chico fuese abierto. Como el idioma maya era y es el mío, desde entonces pude darme cuenta de que mis hermanos no trataban de matarme, aunque sí acordaron cambiarme de nombre, pues el mío propio no es el de Sóstenes Mendoza, sino el de Hipólito Vázquez.
En el trayecto irreversible de Peto a Chan Santa Cruz, Bravo tenía a su mando cuatro batallones federales y varias compañías de guardias nacionales. La consigna era acabar con 50 años de sociedad maya en resistencia, primero; y después, a partir de 1902, facilitar las concesiones de tierras para los proyectos expansionistas de la rica oligarquía yucateca. Bravo y sus “mexicanos” (llegaría el tiempo que los “mexicanos” serían más odiados por los hijos de la Cruz, sustituyendo el viejo odio que estos últimos sentían hacia los “yucatecos”) tenían, además, la superioridad tecnológica en armamento, que aunado con las epidemias de sarampión que habían diezmado las filas de los mayas rebeldes, así como las relaciones diplomáticas conseguidas entre el Estado cada vez más centralizado de Don Porfirio y la reina Victoria, fue de vital importancia a la hora de mover el fiel de la balanza de la guerra.
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En 1900 las condiciones militares estaban muy cambiadas con relación a las que existían cuando los rebeldes y los yucatecos habían trabado batalla por vez primera (Dumond, 2005: 609). En la medianía del siglo XIX, los ejércitos yucatecos –los comandados por Eulogio Rosado, José María Novelo, Cetina, etc.-, como los ejércitos rebeldes de Chi, Pat, Barrera, o el genio militar del combativo Crescencio Poot, “habían peleado con fusiles de chispa, los cuales se silenciaban por completo durante las lluvias, y las muertes quedaban para las bayonetas y los machetes”. Bernardino Cen, caudillo militar maya, todavía era recordado hace años en el centro de Quintana Roo mediante la imagen de su machete ensangrentado y pegado a su mano derecha con la misma sangre de las víctimas que degollaba. Los caballos bien servían de poco en la espesa manigua del oriente de la Península, pues los espinosos arbustos no permitían el rápido tránsito de las cabalgaduras. Pero al finalizar el siglo XIX, y aunque los mayas rebeldes del oriente habían hecho todo por modernizar su armamento inglés, sus armas de avancarga habían sido desbancadas por las armas de retrocarga (los remington), de mayor sofisticación, y fue este tipo de armamento que utilizaron los batallones de Bravo.
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A marchas forzadas, los federales intentaban abrir “un camino de Peto a Chan Santa Cruz, por donde se pudiese extender una vía férrea hasta este último lugar”. Tras de sí, al mismo tiempo que abrían la brecha y los “aproches” requeridos, iban sembrando el telégrafo con el cual el 4 de mayo de 1901, Bravo daría la noticia a Mérida con su lacónico telegrama: “Hoy a las siete am., he ocupado esta histórica plaza, capital de los rebeldes” (Revista de Mérida, 5 de mayo de 1901). En su marcha, los federales no hacían prisioneros, al indio que agarraban inmediatamente se le fusilaba. Mendoza contaba que Bravo los “asesinaba sin piedad”.
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Sobre dicha marcha, iniciada a mediados de 1899, una nota de El Eco del Comercio del 12 de mayo de 1901 señalaba que “ha ofrecido serias dificultades para el avance, pues el primer obstáculo que se presentó fue lo cerrado del bosque, entre cuyos robustos y añejos troncos fue necesario abrir brechas y sostener combates”; y el paludismo, endémico en las selvas orientales de la Península, fue “en sus diversas manifestaciones, otro enemigo voraz e invencible” que se cebó contra los mexicanos. Los batallones de Bravo avanzaban cerca de 2 kilómetros diarios:
[…] y haciéndolo en tramos estudiados desde sus regulares trincheras, a la cabeza del avance iba una patrulla de perros entrenados para olfatear los matorrales y alertar sobre la presencia de humanos. Estos eran seguidos por patrullas regulares de avance, después por líneas de tropas especializadas en escaramuzas, trabajadores para abrir brecha y finalmente por el cuerpo principal de tropas y la batería de artillería en formación (Dumond, p. 612).
2200 rebeldes macehuales hacían frente a unas más pertrechadas, avitualladas y disciplinadas tropas mexicanas que casi les triplicaban en número a los rebeldes. Demasiados años de paz, sentenciaba Dumond, habían hecho estragos en el pulso combativo de la sociedad rebelde.
El Eco del Comercio, en marzo de 1901, refería nuevamente sobre el tópico de la marcha inexorable:
La marcha como es lógico, ha tenido que ser relativamente lenta, pues los bosques en aquella región son casi impenetrables, y en el avance era necesario dejar bien despejados los flancos, a fin de evitar cualquier sorpresa del enemigo…No obstante se han ido ocupando y guarneciendo los puntos siguientes: Balché, Uaixmax, Sabán, El Pozo, Okop, Dzoyolá, Chuncab, Santa María, Hobompich y Tabi hasta llegar a Nohpop, último punto de la línea de aproche, que tan solo dista dieciséis o diecisiete kilómetros de Chan Santa Cruz. Para el establecimiento de la base y línea de operaciones, se han librado varios combates en los que el enemigo ha sido desalojado siempre de sus posiciones, después de hacer una resistencia de mayor o menor duración…Por lo demás, y en honor a la verdad, justo es decir que en los referidos encuentros, el enemigo se ha defendido con intrepidez, especialmente en el asalto al fuerte de Okop, que lo intentó varias veces con brío, sufriendo la consiguiente derrota que llevó la desmoralización al campo rebelde (El Eco del Comercio, jueves 28 de marzo de 1901).
En Okop, como hemos dicho, el comandante Sóstenes Mendoza hizo lo imposible por defender las posiciones rebeldes. A Mendoza, que para 1899 tenía como 40 ó 45 años (esto lo calculo por la entrevista que Gabriel Menéndez le hiciera para su Álbum monográfico de Quintana Roo), se le había ordenado que hiciese resistencia a las fuerzas del Gobierno en ese punto. Okop estaba a veinticinco leguas de Chan Santa Cruz:
Apenas el general Bravo acababa de salir de Peto, hallándose a 17 leguas al Sureste, con intenciones de dirigirse a Chan Santa Cruz. Más de doce semanas (cuatro meses de veinte y ocho días) detuvimos la marcha del general Bravo, habiendo sabido que se trataba de este militar porque logramos rescatar a algunos hermanos nuestros que fueron hechos prisioneros por aquél.
Sin embargo, el pueblo en resistencia de la Cruz Parlante estaba, para esos momentos, sumamente diezmado tanto por las epidemias de sarampión, el poco y desfasado armamento, el hambre que se cebaba sobre las tropas y, en efecto, la tiranía de sus nuevos caudillos. Para marzo de 1901, La Revista de Mérida hacía palpable esta desmoralización, con las declaraciones de un sargento rebelde aprehendido. Este, de nombre Anastacio Puc, sargento 2º de los rebeldes, declaró que:
[…] hacía 3 días que habían comido desde que salieron á combatir: que pelean obligados contra su voluntad y obligados por los generales (León) Pat, (Prudencio) May y Ek; que sólo cuentan con unas 30 armas (?) y que ellos son como 800 á la más; que entre ellos mismos se proveen de municiones de boca y guerra; pues que con nadie comercian en este sentido…El fusil que le recogieron es de percusión y parece más bien una escopeta”.
El 20 de marzo de 1901, a días de la entrada pacífica de Bravo a Chan Santa Cruz, una carta de tres yucatecos escrita desde Corozal, referían la huida de “algunos indios rebeldes” del mismo Chan Santa Cruz:
Desde el sábado 16 del corriente empezaron á llegar á Pahchakán, perteneciente á esta colonia, algunos indios rebeldes. Hasta el momento en que escribimos estas líneas han arribado á dicho punto treinta indígenas sublevados con sus respectivas familias. Traen algunas piezas de ganado vacuno para vender. Han referido que son obligados por medio de crueles castigos, por los titulados Generales May, Cob y Pat, á tomar parte en la guerra contra las fuerzas del Supremo Gobierno. Que á ellos no les conviene la guerra porque tienen la convicción de que son impotentes para oponerse al empuje de nuestros soldados, y que por ese motivo procuraron y consiguieron huir de Chan Santa Cruz. En su marcha pasaron por Bacalar, pues sabían que en dicho lugar no había soldados porque á todos se les había llevado al cuartel general, en donde se están reuniendo las fuerzas para combatir contra el señor General Bravo…Agregan que en la capital maya no hay ahora familias, pues todas se han ido al campo en donde se procuran el sustento. La carencia de maíz es casi absoluta entre los rebeldes. Cuando los jefes los mandan citar, ya reunidos les interrogan si están por la guerra, “como están juramentados”, ó por la paz. Y ¡ay! de aquel que opte por lo último, pues inmediatamente es asesinado de manera cruelísima.
Mendoza, en la entrevista que Gabriel Menéndez le hizo en los años 30 del siglo pasado, daba la razón de por qué dejaron pasar tranquilamente a Bravo hasta Chan Santa Cruz. Al principio, la resistencia fue tenaz, porque sabían los rebeldes que Bravo y sus fuerzas “querían acabar con nosotros”. Seis meses después, en Xpecmachó (Sarteneja Verde), los ataques cesaron “debido a la epidemia de sarampión que comenzó a diezmar nuestras fuerzas. Entonces el general Bravo avanzó con las suyas, sin ser molestado por nadie, hasta un sitio denominado Nohpop, en donde permaneció algunos días, observando”. Chan Santa Cruz, para ese entonces, era un erial sin sombra de personas.
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Las magras fuerzas rebeldes en resistencia, “se replegaron hacia las rancherías de la montaña, acosadas por el sarampión”. Mendoza señala cómo fue por equívoco “la entrada triunfal” a un Chan Santa Cruz desértico:
Por esos días, una de las bestias de carga de las fuerzas del general Bravo escapó, y uno de los arrieros, siguiendo las huellas del animal, llegó hasta Chan Santa Cruz, encontrando en la plaza de la población, que estaba totalmente abandonada por nosotros, a su mula, pastando. Inmediatamente regresó el arriero a su campamento informando al general Bravo de esa novedad. Y al día siguiente, sin resistencia de ninguna clase, las fuerzas del general Bravo tomaban posesión de nuestra plaza. No se disparó, según recuerdo, un solo tiro en esa ocasión.
Un año después, los rebeldes, repuestos de nuevo, reiniciaron la defensiva contra el general Bravo, defensiva que perseguía “la defensa de nuestros derechos”; y que en la perspectiva que nos da la historia, tiene mucho de actualidad si somos capaces de observar la claudicación brutal de los derechos de los mayas rebeldes:
Hasta pasado un año, que logramos reponernos, reiniciamos la ofensiva contra el general Bravo, quien ya había iniciado la apertura del actual camino de hierro de Santa Cruz a Vigía Chico. La explosión de las bombas de dinamita nos hicieron saber, recordar, mejor dicho, que nuestros enemigos nos habían despojado de todo lo que nos pertenecía. Así se reinició la defensa de nuestros derechos, defensa en la que perecieron miles de hermanos nuestros.
Felipe Pérez Alcalá, el autor de los Ensayos biográficos, cuadros históricos, hojas dispersas (1914), al saber la noticia de la “caída” de Chan Santa Cruz, escribía un poco profético, lo siguiente:
Es la ocupación, la posesión, no transitoria, sino permanente, de Chan Santa Cruz; es la recuperación, después de más de medio siglo, de la región más exuberante y fértil del territorio yucateco, que en breve tiempo será invadida por un ejército de obreros armados con los instrumentos del trabajo y surcada por cintas de acero, sobre las que rodará la rápida locomotora, haciendo surgir a su mágico roce la vida, el movimiento y la prosperidad, y nuevas poblaciones y nuevas industrias; es el desenlace, el último acto de esa epopeya, de esa gran tragedia social que comenzó el 30 de Julio de 1847…es la reconquista y completa consolidación de la tranquilidad, confianza y seguridad de las fronteras, cuyos sufridos, valientes y laboriosos habitantes ya podrán arrimar sus fusiles y reposar y trabajar serenos y contentos, sin temor a ver reducidas en un instante a escombros y cenizas sus haciendas, frutos de constante y penosa faena; es la reconciliación y reincorporación a la patria común, a la sociedad culta, de esos nuestros desgraciados hermanos, desheredados de la luz y del adelanto, que hace cincuenta y cuatro años que se rebelaron y nos consideran y tratan como a inexorables y sanguinarios enmigos…es, en fin, la victoria definitiva, la apoteosis del hermoso estandarte del trabajo, de la civilización y del progreso, que flota yá sobre Chan Santa Cruz y Bacalar…
El discurso de Pérez Alcalá suena a campanas de la Iglesia Catedral meridana dadas a rebato: triunfalista, positivista, etnocéntrico, lo que el yucateco hablaba como “civilización”, Kenneth Turner y otros –en los cuales me suscribo, a pesar de las reinterpretaciones de los revisionistas como los Savarino, et al- lo vieron como barbarie, como esclavismo, como degradación y servidumbre de la sociedad maya en las haciendas de la Casta Divina, o como brutales asimetrías sociales entre los distintos estratos étnicos de la sociedad yucateca de ese entonces, que hoy todavía subsisten y persisten. Eso, y no el discurso triunfalista de los ideólogos de la “ciudad letrada”, es lo que cuenta. Sóstenes Mendoza, petuleño de origen pero adoptado desde niño por sus “hermanos” rebeldes, preveía más claro que el letrado Pérez Alcalá, la situación que se les avecinaba a los de Chan Santa Cruz. En esa plática sostenida con Gabriel Menéndez la noche del lunes 18 de febrero de 1935, frente al tufillo de humo de leña verde de las hogueras de la ciudad de “Santa Cruz de Bravo” (Menéndez era, al fin y al cabo, meridano con los mismos prejuicios de Pérez Alcalá, de ahí que se refiera a Chan Santa Cruz como Santa Cruz de Bravo), Menéndez apuntó que:
Varios eran los jefes reunidos que asentían constantemente con la cabeza, demostrando que las palabras del comandante Mendoza decían la verdad y sólo la verdad. Y para cerrar nuestra plática les preguntamos qué esperaban del actual Gobierno del Territorio, habiendo respondido que esperan garantías y seguridad para sus intereses, confiando que sus bosques –los considerados como montes comunales- no serán invadidos por aventureros y explotadores que sólo van a restarles medios de vida y a expoliarlos y engañarlos sin consideración.
Hoy, Quintana Roo no sólo es invadido en sus montes. Es invadido de distintas maneras: desde la invasión más inicua, la política manejada por el turismo; hasta la invasión más tenue, esa que se cocina entre los grupos de poder y las academias adocenadas fraguando una historia de finales felices…De hecho, los aventureros y explotadores todavía siguen ahí, restando medios de vida, expoliando y engañando sin consideración a la sociedad maya peninsular.
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