Desde el siglo XVI, en menor o mayor medida, todo es ineluctablemente Occidente. Paz decía que somos un occidente “excéntrico” por nuestro pasado mesoamericano, latente y vivo todavía, pero al final de cuentas, nada nos quita el derecho de reconocernos parte de esa gran civilización occidental, sin obviar, por supuesto, a la civilización mesoamericana.
Yucatán y sus 3 siglos de colonia con sus iglesias de pueblo y sus catecismos y su economía de despojo y su inclusión-exclusión bilingüe de la población nativa y su mestizaje y su siglo liberal decimonónico y su proceso integracionista en el siglo XX, ¡por supuesto que es parte de occidente! Los que no reconocen esto, está de más decirlo, son los fundamentalistas enamorados de un pasado “enigmático”, “místico”, por no decir desconocido para ellos, a pesar de que hablen a la perfección el maya.
Mañana, señalan esos fundamentalistas, comienza otro “bactun”, etc., y yo me pregunto, ¿quién lo dice? No lo dice el campesino que va a su milpa y escucha el aire recorriendo los árboles, ni lo dice el que está en la obra de sol a sol: lo dicen, además de la propaganda racista de la clase política y económica preparada para hacer su viernes de feria con sus turistas obesos; lo dicen los ideólogos indigenistas, los intelectuales orgánicos enamorados de un pasado idealizado, y muy poco conocido. Porque de sobra es sabido: la pereza intelectual de estos indigenistas y “mayas profesionales” es abismalmente insoportable. Este mote de “mayas profesionales”, habría que explicarlo. Borges una vez dijo esto de Federico García Lorca:
Jamás me gustó Lorca. Vi “Yerma” y lo encontré tan estúpida que me marché del teatro…Charlé con él en Buenos Aires. Me pareció un hombre que actuaba, que representaba un papel. Yo he vivido en Andalucía y los andaluces no son así. Tal vez pensó que en Buenos Aires debía mantener ese personaje. Bueno, pues cuando yo conocí a Lorca, él era un andaluz profesional. Quería deslumbrarnos.
Considero a los fundamentalistas étnicos peores que los newageanos: los primeros, al contrario de la sinceridad vacuna de los segundos, son insinceros, representan un papel, y descreen de las verdades evidentes. Y la occidentalización de la Península de Yucatán es una de esas verdades, por no decir la verdad incontrastable. A propósito de los bactunes y de las fiebres del “despertar” a la nueva vida (discurso edénico de los fundamentalistas indigenistas), o de la debacle mundial (discurso de ciertos newageanos estólidos, como la tribu de italianos que hoy o mañana se inmolan en sus bunkers, allá en los montes de Xul), López Austin ha señalado claramente la supina ignorancia tanto de tirios (los fundamentalistas) como de troyanos (los newageanos): las concepciones del México antiguo, explica el historiador del pasado indígena, “pudieron ser verdaderamente admirables, pero eran las suyas, las correspondientes a la cosmovisión por ellos creada y usada. Tratar de adoptarlas en nuestros días, buenas o malas, es algo anacrónico, ilusorio e inútil”.
Algo peor que el anacronismo, es romper con una tradición de pensamiento incoada desde los albores mismos de la colonización: somos, mal que les pese a los viciosos del “pensamiento mágico”, escolásticos algunos, descarteanos otros: no hay fines y comienzos cíclicos, hay una sola oportunidad para todo, y el renacer será, lo dijo el hombre del madero, en el polvo.
López Austin ha criticado esa vieja tradición de las élites mexicanas: la idealización del “indio muerto”, excluyendo al indio vivo: “el fin del mundo” será una jalada mercantilista, una tomadura de pelo creada para troquelar billete para los restauranteros, abultar la cartera de los hoteleros, una excursión “mística” del turismo que quiere ver si en verdad el perro mundo se acaba. Mientras tanto, la exclusión tumultuaria de los que no son fundamentalistas, de los que no son “mayas profesionales”, tiene proporciones giganteas.
Hace días señalé mi seriedad a la hora de hablar de ciencia y universo maya. Decía que hacía mis pininos estos días de asueto leyendo sin cuartel puros textos de arqueología e historia mayista, desde Landa, pasando por Thompson y doña Linda Schele; y que los absurdos del bactun no los trato ni en mis conversaciones privadas, y que me dan pena esas gentes que hasta se atreven a pensar socarronamente el tema de que ¡se acaba el mundo, se acaba!, y ni se me ocurre seguir el chistecito mercantilista.
Sin embargo, observé que el fin no se dará por medio de una roca de varias leguas de longitud que anda errante en el éter, sino por las nuevas condiciones económicas actuales de los mayas “no profesionales”. Como dijo el doctor Lizama en la presentación de un libro de folklor, el fin de los mayas llegó hace varios años con las políticas neoliberales y con la desregulación del campo mexicano. Hace una semana apenas, mi amigo Pascual Vera Palomo me decía que con el Procede (Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación Ejidales) y el PROCECOM (lo mismo, pero para tierras comunales), varios campesinos de San Francisco, comisaría de Peto, vendieron sus "lotes", y ahora, mal picando el poco dinero que les queda de esa venta, sobreviven de la "tricitaxiada" en las calles de Peto (de ahí los miles de tricitaxis en la Villa), o en su defecto, viven de las entregas de dinero que les otorgan sus hijos descampesinados y, eso sí, convertidos en obreros de la construcción que hacen la riqueza arquitectónica de la Mérida blanca o del turismo de tierras del oriente de la península. El fin del mundo maya es ese, tiene que ver con la muerte –y no hablo de metáforas- de la milpa, con la descampesinización galopante que ha durado más de una generación.
López Austin, como todo historiador seminal, no cree en “idealizaciones”, en ingenuidades del mundo salvaje, y está convencido de que:
[…] muchos de nuestros errores actuales descansan en nuestra ignorancia de la historia, la cual no es una máquina para fabricar héroes y traidores, sino un medio inapreciable para crear conciencia social. El saber de nuestra historia debe ser profundo, sin idealizaciones ni ingenuidades. O somos conscientes o simplemente nos dejamos llevar por la corriente. O conducimos nuestro destino o nos transformamos en dóciles navegantes, obedientes a voluntades ajenas.
El mundo prehispánico hizo sus teorías del universo, sus escatologías propias, sus visiones del tiempo, formó sus normas y reguló la vida de sus gentes. Pero del mundo clásico prehispánico al mundo colonial, pasando al mundo actual, hay un hiato insalvable que dudo que reconozcan los fundamentalistas y los “mayas profesionales”. Pero del hiato histórico a que me refiero, no se dio con la “conquista” europea, sino mucho antes, cuando se rompió el equilibrio social entre las élites mayas y el pueblo macehual.
La idealización no se circunscribe a los ingenuos. Thompson y Morley pecaron de esa tara, idealizando el periodo clásico como de paz y amor. En Reflexiones de un intruso, Octavio Paz sintetizó las ideas del libro de Linda Schele y Mary Ellen Miller, The Blood of Kings, Dinasty and Ritual in Maya Art (1986, hay traducción al castellano), de la siguiente manera: con el desciframiento paulatino de la escritura maya, la vieja hipótesis del “paz y amor” suscrita por Thompson y el gran Morley, fue hecha pedazos. Las “teocracias pacíficas” del periodo clásico fue una interpretación errónea propia de los comienzos de la arqueología maya, y en su lugar, “aparece un mundo de ciudades-Estados en perpetua guerra unas contra otras y regidas por reyes que se proclaman de sangre divina. Las guerras no tenían por objeto la anexión de territorios sino la imposición de tributos y la captura de prisioneros. La guerra era el deber y el privilegio de los reyes y de la nobleza militar. Los prisioneros pertenecían a esta clase y su destino final era el sacrificio, ya en lo alto de la pirámide o en el juego de pelota”. El libro de Schele y Miller invertía la anterior visión hegemónica cincelada tanto por Morley como por Thompson:
Su pintura del mundo maya es –dice Paz-, a ratos, una imagen invertida de la que tenían Thompson y Morley. Para aquellos, la verdadera historia maya era la del cielo; aquí abajo, bajo el dominio de las ‘pacíficas teocracias’, no pasaba nada. Para la nueva concepción, la historia desciende del cielo y regresa a la Tierra: aquí abajo pasan muchas cosas. Lo malo es que siempre son las mismas cosas: reyes que ascienden al trono, combaten, triunfan o son vencidos, mueren.
Sin embargo, la nueva generalización guerrera propuesta por Schele y Miller, tendría que ser matizada, ya que en una sociedad, en cualquier sociedad humana, no existe un solo elemento dinamizador que mueva la maquinaria social: existen diversos dinamizadores: el comercio, el arte, la literatura, la filosofía del tiempo y, por supuesto, la guerra. Thompson se sorprendía del poco espíritu práctico de los escrutadores del cielo, interpretando los datos de una forma unilateral:
La civilización de este grupo humano no sólo dio genios al mundo, sino que los dio dentro de una atmósfera que nos parece increíble. Cuando se estudia este pueblo, uno no puede elaborar sus razonamientos sobre la base de lo que cree que es obvio y lo que no lo es, pues se da cuenta de que llegó a alturas insospechadas en lo abstracto y en cambio alcanzó casi sólo magros resultados en lo práctico. ¿Qué extraños fenómenos mentales, por ejemplo (desde el punto de vista nuestro), llevaron a las clases ilustradas a escrutar los cielos, pero no a concebir el principio de la rueda…?
Sencillamente porque en América no había animales de tiro, sencillamente porque el pueblo maya se adaptó a la perfección a la lujuriosa selva del Petén como ningún otro pueblo –salvo los kmer del sudeste asiático-, concibiendo tecnologías hidráulicas, rutas comerciales, y materias diversas para la rauda florescencia de la civilización maya. Sin animales de tiro, con pocas rutas al interior terrestre navegable, los mayas fueron demasiados prácticos como para crear en seis siglos una civilización admirable. Además, ¿qué cosa no es la más práctica que la invención de la escritura para un pueblo obsesionado por el paso del tiempo?
Hemos dicho que el hiato histórico entre la civilización clásica se dio mucho antes que los europeos vinieran a crear su sociedad mezclada con la sociedad mesoamericana. Recientemente, el arqueólogo e historiador Julio Cesar Hoil Gutiérrez, señaló que las visiones catastrofistas de las élites opresoras que crearon los variados centros ceremoniales del periodo clásico, con la disrupción producida por el campesinado maya a finales del periodo de "grandeza" (sigo la terminología del ameno Thompson), fueron completamente olvidadas, incluso señaladas como elementos arquitectónicos o ideológicos opresores. Entre el universo clásico del siglo III al siglo IX de la era cristiana, Thompson ve en el enmudecimiento sistemático de las ciudades mayas en todo lo largo del siglo IX (las estelas dejaron de esculpirse), una gigantesca revuelta campesina contra las élites, la cual se asemejaría mucho, muy mucho, a la gran rebelión maya de mediados del siglo XIX (Si estamos de acuerdo con el pensamiento cíclico, cada mil años hay grandes revueltas en la Península). Con esta aseveración, Thompson, aunque sustentó la tesis de las “teocracias pacíficas”, le da la razón a la visión sangrienta de la selva de reyes descritas por Schele y Miller. Los mayas del siglo IX, como sus descendientes de mediados del siglo XIX, se cansaron de las fuertes tributaciones (de sangre, unos; de brazos, tierras y obvenciones, los otros) que cada vez se cernían sobre ellos, y comenzaron una revuelta que duró más de un siglo (la Guerra de Castas duró medio siglo, y por lo visto, las Grandes Rebeliones campesinas mayas son de larga, larguísima duración). Dice Thompson al respecto:
No es ilógico tampoco pensar que hubo una serie de rebeliones de la gente del campo contra la minoría teocrática de los oficiantes, los “squarson”…y los nobles. Este levantamiento puede haberse originado en las incesantes y cada vez mayores demandas de servicio para trabajos de construcción y para la consecución de alimentos destinados a un número también creciente de personas que no se dedicaban a la producción.
Thompson asegura que, aunado a los incesantes servicios personales, las nuevas ideas venusinas traídas por itzalanos invasores (culto a Kukulkán, influencia “mexicana” con sus ritualidades fálicas) hizo pensar a los labriegos que la élite ya no realizaba “su función más genuina, o sea la de propiciar a los dioses del suelo, únicos en los que aquella gente humilde creía de todo corazón”. Sin embargo, podría señalar la hipótesis, en base a las ideas de Schele y Miller, que el tributo de sangre se fue acrecentando, y esto desencadenó una tremenda revuelta campesina contra los opresores que discurrieron sus ideas del “fin del mundo”, que pusieron los planos de los centros ceremoniales que cobraban vidas de la sociedad campesina; preocupada esta última, en exclusiva, de su vida cotidiana de subsistencia, y que no le preocupaba entender esas quimeras matemáticas de los katunes, baktunes y otras nomenclaturas que degustan con fruición los “mayas profesionales” actuales.
Podría decir, para terminar este artículo, que las ideas del nuevo renacer, o del inminente fenecer, son ideas extrañas para la sociedad maya actual que no lee literatura “indígena” de los mayas profesionales, que no fabrica conjeturas newageanas, que vive su vida como lo comenzaron a vivir los “labriegos revolucionarios” del siglo IX que demostraron su odio contra la élite esclavista de ese siglo haciendo varias tomas de la Bastilla en cada centro ceremonial que caía ante su ira subalterna. La idea actual que los mayas no profesionales tienen de esos centros ceremoniales, hecha mucha luz, bastante tea ardiente, sobre ese desprecio milenario contra esas ciudades y templos de la antigua casta dirigente del siglo IX:
“Los mayas modernos –dice Thompson- creen que las estelas, los quemadores de incienso, adornados con caras y otras reliquias por el estilo albergan espíritus malignos que cobran vida por las noches y causan enfermedades y aun la muerte”.
Al contrario de Thompson, me niego a creer que estas ideas que el pueblo maya (no aludo a los “mayas profesionales”) tienen de los “mules” y otras piedras amontonadas, no estriban en la “superstición y el miedo”. Por el contrario, creo que estas ideas de los labriegos del siglo XX y XXI sobre las ciudades prehispánicas, dice mucho de esa fuerte tradición oral impregnada en las estructuras mentales de los herederos de los campesinos mayas que se levantaron en armas contra sus opresores de la élite. Al fin y al cabo, Walter Benjamin habló de que no existe documento de cultura que no sea documento de barbarie. Los mayas del siglo IX, al devastar estelas, lo supieron. Los mayas de mediados del siglo XIX, al destechar iglesias y prender pueblos, ciudades y haciendas de los dzules, no lo olvidaron.
Fuentes
Mateos-Vega, Mónica, “La idea del fin del mundo, ajena a los mayas. Ignorancia de la historia causa interpretaciones equivocadas: Alfredo López Austin”, Periódico La Jornada, Jueves 20 de diciembre de 2012, p. a40, consultado en:
http://www.jornada.unam.mx/2012/12/20/cultura/a40n1cul
Paz, Octavio (1987), “Reflexiones de un intruso. Post-Scriptum”, en Octavio Paz, Los privilegios de la vista. Arte de México, México, Fondo de Cultura Económica, pp. 126-144.
Thompson, J. Eric S. (1959), Grandeza y decadencia de los mayas, México, Fondo de Cultura Económica.
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