domingo, 25 de diciembre de 2011

De eso que llaman "literatura indígena"




A finales del siglo XIX, la lengua "franca" en Yucatán dejó de ser el maya, para dar paso al particular y sonoro español yucateco, nuestra lengua originaria más representativa aquí y en China. El proceso de castellanización iniciado desde mediados de la Colonia en Yucatán, y que sólo pudo llevar a cabo su designio homogeneizador bien entrado el siglo XX a través del conducto cultural representado por la escuela postrevolucionaria, ha hecho de la Península un lugar donde todo es comprensible mediante el español, incluso el cada vez más reducido ámbito rural maya. Por tal motivo, a pesar del ponderado y desaparecido “informante” Carlos Montemayor (me refiero a sus trabajos de revitalización de las lenguas indígenas en Oaxaca y en el mismo Yucatán), mis reservas con la "literatura indígena" son de orden histórico, literario y de sentido común. 

En el primer punto, habría que decir que no podemos obviar que los famosos 500 años de encuentros y desencuentros entre las otredades mesoamericanas y occidentales desestructuraron, reinventándolos, tanto el español hablado en México, y sin que decir del uayeísmo yucateco trufado de voces, palabras, astratos y substratos mayas. 

En el segundo punto, sin medias tintas porque prefiero la polémica de frente, inquiero a los “intelectuales mayas”, a que me señalen una cumbre literaria “étnica” similar, o casi igual, a la cumbre literaria que representa un Cervantes en nuestra lengua; o un Shakespeare o Faulkner en la lengua inglesa. No hay tal. 

Contrario al muy frecuentado discurso de la visceralidad indígena, no afirmo ninguna superioridad lingüística del español, pero no estaría de acuerdo con el provincianismo ahistórico de execrar la lengua española, apelando a la “visión de los vencidos”. Una visión, no necesito decirlo, bastante maniquea. Domínguez Michael, cuyo artículo ¿Lengua nonata o lengua muerta?, me sirve para poner en orden estas ideas que traigo sobre el tema, ironizaba sobre esta actitud de traer a cuenta la historia, ajusticiando la lengua del “imperio”, algo en que incurrió no sólo Montemayor sino que incurren aún muchos intelectuales indígenas: “De esa inocencia epifánica, Montemayor desglosa una actitud ante el español indigna de un hombre de cultura. Acepta, como cualquier bachiller radical, que nuestra lengua es esencialmente ‘la lengua del conquistador’, una realidad lingüística impuesta por el genocidio y un lazo superficial que la nueva evangelización desterrará en un par de generaciones…" 

 En el tercer punto, podría decir, a grandes rasgos, que la literatura indígena es otra herramienta -menos burda, pero al final de cuentas, herramienta- del clásico indigenismo mexicano: los actuales “intelectuales indígenas” tienen sus raíces pegadas al tronco de las viejas políticas públicas paternalistas del extinto INI (y actualmente, la CDI), y la efervescencia cultural que se destila en esos grupos cerrados (premios, certámenes, seminarios) ronda o depende en exclusiva del Estado, objeción menor esta última, pero si verificamos quiénes son los que en verdad se interesan, los que en verdad leen a los premios Netzahualcóyotl, comprobaremos que sus lectores no salen del espacio enclaustrado de la endogamia académica, o de las cofradías de la intelectualidad indígena: los leen lingüistas y conservadores de las lenguas mesoamericanas, exóticos de toda laya, y fervorosos de las identidades étnicas que fingen hipócritas fijezas. 

Porque, en México –escribía hace más de una década Christopher Domínguez Michael-, “país oficialmente alfabetizado, no se lee. En México se lee poca literatura, buena o mala. En las regiones indígenas, quién no lo sabe, las tasas de analfabetismo son abrumadoras. Si los indios no leen en español, no es predecible que entiendan las complejas transliteraciones al maya, náhuatl, otomí, chinanteco, tzeltal y tzotzil que apasionan a Montemayor –y antes que a él, al Instituto Lingüístico de Verano”. El boom de las literaturas indígenas, como todo el multiculturalismo actual ahíto de sus emblemas de batalla –derechos indígenas, lingüísticos, radicalismos culturales de un pasado que se mitifica apenas conociéndolo, y sin descartar bastante new age de por medio-, comenzó en la década de los ochenta del siglo pasado.

Frente a las arremetidas homogeneizadoras de un Estado autoritario e integrador, los intelectuales indígenas, así como ciertas figuras del México mestizo –Bonfil Batalla, el subcomandante Marcos y su ejército de encapuchados, y en la vena del tlacuilo mayor, el inmarcesible Carlos Montemayor- apelaron a contradiscursos que planteaban no sólo la visión diversa de la sociedad mexicana, sino que fijó posturas políticas trasminadas por radicalismos culturales, hizo la crítica del desfasado indigenismo y, ayudado de trabajos pioneros del padre Garibay, conjuntó un esquema herderiano –si existe la lengua, debe existir la nación y, de la mano de normativas internaciones, los derechos por ser alteridad- para inficcionar el esqueleto monolítico de la literatura mexicana: la literatura indígena, aunque con temas campiranos o mitológicos que francamente me hacen bostezar, en un primer momento, cuando su existencia era “autónoma y beligerante” (cosa que ya no es), fue “una buena noticia para el resto de los intelectuales, criollos o mestizos, que ya no tendrían que ocuparse de ‘darle voz a los que no la tienen”. 

Dije que la actual literatura indígena, una vez pasado su momento de gloria –hubo un tiempo en que lo étnico estaba de moda-, dejó esa lozana autonomía y saludable beligerancia, para encontrar techo presupuestal en un neoindenismo mexicano, que sigue la consigna multicultural de descafeinar, amansándolos, radicalismos activos del cada vez más desperdigado movimiento indígena. Fraguados por esa difícil dialéctica con el Estado indigenista y neoindigenista del XX y XXI, los actuales intelectuales indígenas han humedecido la pólvora de sus visiones utópicas, y con un pragmatismo digno de lástima, han adocenado su pluma y su persona a los pareceres del “ogro filantrópico”. El premio Netzahualcóyotl lo dice todo. 

 No obstante esta traición al primer adagio revolucionario que tuvo en sus comienzos las literaturas indígenas, cabría señalar la duda de si en verdad existen literaturas “indígenas” por el sólo hecho de escribir en maya, en náhuatl o en alguna otra lengua. Sin purismos lingüísticos, la historia nos recuerda que la lengua española en México “debe a los indígenas parte de su esplendor, como se lo debe el barroco a los anónimos constructores indios”. Alva Ixtlixóchitl, Alvarado Tezozomoc o el Inca Guaman Poma, fueron creadores del español y, a un tiempo, recreadores de su honda tradición indígena. No sé si peco de visión valetudinaria, pero esta rica tradición indígena no logro ver en los textos de los actuales intelectuales indios. 

Para finalizar, reconociendo que la actual literatura indígena es una literatura sin lectores, no muerta sino apenas neonata, la forma de que los textos de los intelectuales indígenas salgan de las sarmentosas garras de los lectores de campus universitarios, estribaría únicamente cuando “las naciones indias se integren política y educativamente a una sociedad democrática…Mientras tanto, los letrados indios –como todos los escritores- seguirán su lucha por ganar lectores, ya sea en maya o en español”, porque, no necesito decirlo, la literatura indígena actual “es un galimatías que entusiasma por la grandeza de su utopía”, pero un galimatías desértico. 

2 comentarios:

Ignacio Silva C. dijo...

Es un mal refrito del artículo de Domínguez Michael; lo cita sin decirlo, lo cual es una deshonestidad intelectual, quiérase o no. Incurre en lugares comunes y no aporta absolutamente nada a la polémica, aunque dice que le gusta de frente.
Parece no haber reflexionado en tremas de verdad trascendentes para la ignorancia en que incurre: la historia misma de la literatura. De aburrida lectura, no lo recomiendo. Gracias.

Unknown dijo...

¿Deshonestidad intelectual? Pues yo no vengo de la UAM Iztapaluca o de la UNAM, y señalo en este textito que lo realicé de una sentada -cosa de 5 minutos, sin meterle el bisturí-, lo siguiente: "Domínguez Michael, cuyo artículo ¿Lengua nonata o lengua muerta?, me sirve para poner en orden estas ideas que traigo sobre el tema". Yo no soy su alumno para que pontifique sus estolideces...

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