De la tesis de maestría de Eugenia Iturriaga (2004), extraigo estas “escenas cotidianas” que encontró el tercer director del Centro Coordinador Indigenista de Peto, el ilustre antropólogo Salomón Nahmad, al llegar a la villa de Peto en 1964 (puedo apuntar, aquí, que varias de estas “estampas pintorescas” que vio Nahmad hace casi 50 años, siguen más que presentes en una villa de Peto extremadamente racista y clasista):
“En la villa de Peto había una clara división entre los indígenas y los catrines [blancos y mestizos estos últimos]. Los primeros asistían a la escuela ‘Francisco Sarabia’, a la salida de Peto, y los catrines asistían a la escuela de monjas, en el centro de la Villa [de Peto]. Cuando Nahmad y su esposa decidieron mandar a su hijo a la ‘Francisco Sarabia’ hubo una fuerte reacción, tanto del personal del INI, ya que el antropólogo Mejía mandaba a su hija con las monjitas, como del resto de la comunidad mestiza [de Peto]”. (Iturriaga, 2004: 94-95).
“En las vaquerías quedaba de manifiesto nuevamente la tensión en las relaciones interétnicas, los blancos se sentaban de un lado y los mayas del otro. Cuando Nahmad acudía con su familia a las corridas, su mujer iba vestida con hipil y se sentaban del lado maya: ‘las señoras de Peto todas catrinas, no más no entendían, pero yo creo que esto ayudó a revalorar a los muchachos mayas, a los promotores [promotores indígenas del INI de Peto trabajando en las comunidades a partir de 1959, nota de GAT] y a tener una imagen positiva de ellos, a confrontarse con la sociedad y bueno eso empezó a darles empoderamiento a las comunidades’”. (Iturriaga, p. 95).
El doctor Nahmad, quien al llegar a Peto en 1964 contaba con escasos 26 años, era un convencido, señala Iturriaga, de que las relaciones de poder en Yucatán eran “muy injustas y luchaba porque los indígenas pudieran participar políticamente y obtener posiciones. Buscaba que los indígenas fueran activos en el cambio político y jurídico” (93). En la tesis doctoral que voy escribiendo sobre Peto (1840-1940), esta situación política que vio Nahmad (me refiero al hecho de que en Yucatán, en los pueblos grandes como Peto, el poder era y sigue siendo “mestizos”) pervivió la debacle del mundo decimonónico salido de la guerra de castas, y en los primeros cuarenta años del siglo XX, las viejas familias decimonónicas volverían por sus fueros, medrarían en la época del chicle, y junto con algunos “turcos”, progresarían y se parapetarían políticamente. Además, serían las encargadas de la educación local, del comercio, y algunos tipos pintorescos tendrían hasta el prurito cultural y participarían estruendosamente en vaquerías, fiestas del pueblo, carnavales, y otras bellaquerías aldeanas. Pero eso sí, como ha apuntado Iturriaga y he apuntado anteriormente, siempre conservando las “formas”, dividiendo el mundo “ladino” del mundo indígena de la región. Y, por supuesto, los lazos de parentesco, los casamientos y otras afinidades, estarían bien marcadas, y esto es un lugar común el señalarlo.
En la próxima feria de Peto de este año, insto al ojo avizor, al ojo curioso, a que trate de ver las diferencias “raciales” que se dan hasta en los “tablados”: así como he señalado que entre los mayas de la región y los “catrines” de Peto, se baila juntos pero no revueltos, podemos decir lo mismo cuando los catrines y los mayas de la región van a “gustar” la corrida: están juntos, pero no revueltos.
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Fuente: Eugenia Iturriaga Acevedo, 2004,
Estrategias indigenistas en el sur de Yucatán: relaciones interétnicas vistas a través del Centro Coordinador Indigenista de Peto, Tesis para obtener el grado de maestro en ciencias antropológicas opción antropología social, Mérida, UADY.
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