En un informe al gobernador del 14 de octubre de 1879, el jefe político del partido de Peto, Nazario Novelo, se refirió a las ya no tan famosas
“bombas de aviso”, las cuales eran mecanismos de vigilancia de las poblaciones del partido de Peto -y de todos los partidos fronterizos de la segunda mitad del siglo XIX, como Tekax, Sotuta, Valladolid y Tizimín; y desde luego, las bombas de aviso tachonaban los alrededores de los pueblos de los
cruzoob, que se prevenían contra una posible incursión yucateca- y se ponían
“en los caminos peligrosos” . La seguridad pública también contaba con otros proyectiles que servían de bombas de aviso
“cuidados en varios establecimientos de campo, por intereses de los propietarios de estos” . Las bombas de aviso eran cuidadas generalmente por los indígenas, que prestaban el servicio de guardias de bombas por riguroso turno,
“y no se les emplea en el servicio revistado de armas” . Las bombas de aviso eran un mecanismo importantísimo de defensa. Charnay, el explorador francés, dio una descripción de estas líneas de bombas en 1886. Estas eran, según Charnay:
Un sistema de señales tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra; a algunas leguas de los pueblos y de las ciudades, en los puntos de tránsito más probables, estaba escalonada una serie de bombas en los bosques cuidada cada una de ellas por un hombre. Este permanecía oculto en la maleza, de día y de noche, y al menor ruido, al menor indicio de la llegada de los salvajes, daba fuego a su mecha y huía. Al estallido de la bomba respondía enseguida el de una segunda y después el de una tercera y las poblaciones avisadas se preparaban al ataque. El ruido de esta primera bomba indicaba, pues, la aproximación de los bárbaros .
Una descripción de la forma en que cómo funcionaban en los pueblos de la frontera las bombas de aviso, lo dio el jefe político de Peto, Sabino Piña, el 14 de agosto de 1877, en un informe al gobernador de Yucatán. Piña decía que las líneas de bombas fueron un producto directo de los años posteriores inmediatos a la guerra de castas:
Hace el espacio de veinte y cinco años poco más que menos, se estableció la costumbre, por estos puntos fronterizos al campo de los rebeldes, de vigilar los caminos que este enemigo puede traer para invadir nuestras poblaciones. Esta vigilancia que hace difícil sea sorprendida por los bárbaros una población nuestra consiste en haber establecido bombas á cierta distancia de nuestros pueblos, cuyas bombas se ponen al cuidado de dos indígenas de los que entre nosotros viven y participan de los beneficios de la paz y el orden de la sociedad .
Piña refería que este servicio de bombas
“ha pesado y pesa sobre los indios” por la consideración de que los
“vecinos” (o los blancos y mestizos de los pueblos) eran los únicos que
“tienen la obligación de hacer el servicio de armas por turnos como revistados y también sin esta última circunstancia siempre que ha habido necesidad”. Recordemos que posterior a la guerra de castas, uno de los puntos de la Ley Constitucional para el gobierno interior de los pueblos del 7 de octubre de 1850, era el hecho de que a los indígenas se les dejaría de enrolar al servicio de las armas.
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Piña explicaba también que el servicio de bombas se hacía por turnos de dos en dos individuos para cada bomba, y el turno duraba cada veinte y cuatro horas, repitiéndose el turno para cada par de indígenas cada quince días
“ó dos veces al mes poco menos que más en lo general”.
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La importancia de las líneas de bombas estribaba en el hecho de que
“resguarda nuestras poblaciones miserablemente guarnecidas, y que hace tiempo ha salvado muchos pueblos de la ferocidad de los indios porque á la detonación de la bomba que indica la presencia del enemigo se ha logrado evitar así la sorpresa, y defendido donde hay aunque sea pequeñas guarniciones los derechos de la civilización atacada por las hordas rebeldes”.
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Y las bombas servían no solamente en los lugares donde se encontraban guarniciones de soldados, sino incluso en los lugares “en que no hay, ó no ha habido” guarniciones, pues al detonar, daban aviso a las familias cuyos pueblos o pequeñas rancherías se encontraban desguarnecidas La amenaza rebelde sería una constante que se presentaría incluso en motines pueblerinos como el de 1892 y el de 1915 (los alzados pasarían por rebeldes del oriente o el pueblo los confundiría como tal). En 1890,
La Razón Católica señalaba que en el partido de Peto:
Los bomberos están siempre sobre aviso en los extremos de la población, esperando la aproximación de los indios bárbaros para dar la señal de alarma…estos indios se limitan a atacar de vez en cuando algunas poblaciones o factorías que consideran indefensas. Con este motivo los pueblos y fincas del litoral expuestos a las depredaciones de los bárbaros han puesto en práctica un servicio de precaución que consiste en apostar un individuo a cierta distancia en el bosque para que cuando sienta la aproximación del enemigo dé fuego a un gran petardo que bomba hecho [sic] con varias libras de pólvora, y huya la población. El estruendo es la señal de alarma hasta para otras poblaciones que cuando escuchan la lejana detonación, se preparan también a la defensa o acaso al socorro de sus hermanos.
Las familias, inmediatamente,
“al oír el aviso se han huido y ocultado de la saña de los indios rebeldes”. El servicio de bombas era tan importante en los pueblos del partido de Peto, señalaba Piña, que
“á todos los habitantes del partido aprovechan”, y el servicio se hacía hasta con anuencia de los propietarios de la región, para que estos se priven dos veces al mes de sus sirvientes indígenas que por turnos se convierten en cuidadores de bombas de aviso.
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El literato Felipe Pérez Alcalá, dedicó un apartado de sus
Cuadros históricos, haciendo la descripción de
“el bombero” (Pérez Alcalá sitúa su descripción en el año de 1857):
A doce kilómetros próximamente de Tixcacalcupul y como á 30 kilómetros del estrecho y lóbrego sendero que conduce al abandonado y yermo pueblo de Tihosuco, ocultábase en la espesura del bosque una pequeña barraca de palmas, á cuya entrada estaba de pié un hombre con el fusil apoyado en el suelo, la mano acariciando el cañón y el machete al cinto…con la mirada vivaz y alerta, clavada en el vecino sendero y el oído pendiente del más leve ruido, esperaba la vuelta de su compañero que había ido a proveerse de agua potable en el cenote cercano. Al alcance de su mano estaba una enorme bomba lista á estallar en el momento preciso; dos leños ardían lentamente entre la ceniza del fogón, y no lejos de allí, colgaba un morral con tortas gruesas y enmohecidas de pan de maíz, que le servían de frugal y rústico sustento en aquella soledad…Sublime y abnegada misión de esos hombres, indígenas casi siempre, destinados en las fronteras, sin ninguna remuneración, al servicio de las llamadas bombas de aviso! Por regla general se turnaban semanalmente. Sin más alimento que el duro pan de maíz, al sol, al agua y al sereno, por único lecho el suelo, y sintiendo cernirse sobre ellos constantemente la muerte, se alternaban en las velas nocturnas esos héroes ignorados, esos valientes que tienen en sus manos la vida de las poblaciones, de millares de personas por cuya existencia se sacrifican. ¡Ay de esas poblaciones si por un descuido, por una inevitable sorpresa, no pueden, con la explosión de la bomba, prevenir la aproximación del enemigo, que nunca ataca con franqueza, sino que arrastrándose entre las tinieblas de la noche y entre las escabrosidades de la selva, salta sobre su presa con la rabia y alevosía del tigre! ¡Cuántas veces, después de prender fuego á la bomba, no tienen tiempo de huir y son asesinados sin piedad!
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Una descripción de memoria oral de esta importante función en los pueblos de frontera, de las bombas de aviso con sus bomberos parapetados en sus
“trincheras” –y al contrario de Pérez Alcalá, la memoria oral no habla de las casas de palma, pero seguramente la había para resguardarse del sol-, fue recogida en entrevistas de campo en el pueblo de Tahdziu:
En las entradas del pueblo, a una legua de la población, los bomberos tienen preparadas sus trincheras donde se guardan cuando observan que por el camino vienen los enemigos, y ahí en la trinchera se guardan los bomberos y hacen la guardia. En las trincheras pegan las balas y no les pega a uno. Sí, en cada entrada de los pueblos hay trincheras con bomberos, y todavía existen algunas trincheras. Hay una por el camino a Pondzonot. La de Peto todavía estaba cuando era niño, pero la desbarataron cuando se hizo la carretera. Cuando íbamos a trabajar a Pondzonot, a hacer milpa, siempre veía las trincheras, están como a una legua de aquí, eran como albarradas, como un montón de piedras en forma de mul, de un cerrito . La trinchera está preparada especialmente para la bomba y la defensa, tiene sus huecos donde meten sus escopetas los señores, pero se ponen muchas piedras para que no pasen las balas, y ahí estaba el bombero, y ahí reventaba la bomba, y cada vez que escuche el pueblo que ya reventaron la bomba, ¡jalale!, todos se van a esconder donde se pueda, en el monte, en cuevas, donde se puedan guardar ahí están yendo. Así me lo contaba mi abuelo.
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Fuente :Tesis doctoral mía sobre la región de Peto (1840-1940), en proceso de redacción. La foto es la procesión de un gremio en una de las calles de la villa de Peto.
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