La izquierda mexicana -ese ente paleolítico, no político, enamorado de los vicios del nacionalismo revolucionario como son el paternalismo, el patrimonialismo, el indigenismo que deja mocho a las culturas, la nimia fastuosidad de la simbología de lo popular y el mito obtuso de la "revolución"- es, en estos lares yucatecos, una izquierda fascista pringada con espiritualidad caciquil, y poca epidermis y barriga para recibir críticas "desde el café" proferidas en una biblioteca para cerebritos que no "conocen el terreno", o que no son "personas que se han adentrado a conocer los procesos sociales que ahí se desenvuelven". El que esto escribe, confiesa, es un opinador externo, pero no un idiota que desconoce el misérrimo terreno. Esto lo digo porque me parece fascinante que alguien que se dice de izquierda, salga con los estropicios de frases siguientes, lo cual demuestra el poco respeto, o nulo conocimiento, de los valores genuinos de la verdadera izquierda, como son el culto a la educación y a la cultura. En un pueblo más olvidado de donde proviene mi bolígrafo, se dejan oir estas frases preporfirianas del cacique perredista del ayuntamiento amarillo de ese pueblo con una cultura política distinta a la cultura política liberal, que da primacía al individuo:"Salen sobrando opiniones dadas desde el aire acondicionado", decía el cacique, "donde están sentandos los letrados que junto a su cafe y cigarro opinan cosas extraterrestres para ellos.." Y demostrando su vena fascista y populista, terminaba por decir: "He encontrado opiniones y lagrimas cuando reciben un apoyo en sus casas que muchos por anios no han recibido, totalmente diferentes al que se vierte por los doctores en letras y lecturas...amigos, mientras pudren sus cabezas de letras y opiniones efimeras, eres responsable como yo!".
Las enseñanzas leídas en estas sentencias propias de un Eclesiastés primitivo, son claras: ¡Alabanzas sí, críticas no!, lo cual demuestra el largo desnivel de cultura política que se tiene en los "muchos Méxicos" nuestros, pues no se puede pedir peras al olmo, ni cultura política moderna y liberal a un pueblo con tintes coloniales y dueño de una cultura política caciquil y preporfiriana donde los sentimientos de la tribu dichas por una sola voz autoritaria, priman por sobre las distintas voces de disidencia.
Sobre esta noción de cultura política, Roger Bartra, en un ensayo titulado Sonata etnográfica en no bemol, hacía la crítica a la antropología mexicana del siglo XX, debido a que ésta "se había convertido en el símbolo de una sociedad nacionalista y revolucionaria que recibía a la cultura indígena por la puerta principal (el museo), pero hacía pasar a los indios reales por la puerta de servicio para ser engullidos por la modernidad". La antropología mexicana del siglo XX, elemento instrumentalizador que sirvió como fuelle para la forja de la patria homogénea del Estado revolucionario, se basaba en la tesis de que "el Estado necesita del cadáver cultural del indio para alimentar el mito de la unidad nacional, y describía a las instituciones indigenistas oficiales como las agencias permanentes de las pompas fúnebres del indígena, velas perpétuas del cadáver del indio". Crítico acerbo de los derechos indígenas, Bartra afirmaba que, en plena inauguración de la democracia en el año 2000, un fantasma recorría, no latinoamérica, sino esa endeble democracia ayudado por los cerebros indigenistas de una izquierda premoderna mexicana: era el fantasma del indigenismo. Aunque Bartra, un tanto ingenuo, sostenía que después del triunfo de un partido de derecha en el 2000, había llegado la época de lo disímbolo, de la convivencia democrática, de la diversidad mexicana (lo cual no es así), también nos prevenía de una nueva mutación de la izquierda autoritaria mexicana posterior del fin de la época de la "Revolución" con mayusculas, y del desgastado discurso del nacionalismo revolucionario: la izquierda de los noventa, y la actual, que desconocía en los sesenta la presencia étnica, a partir de los setenta y ochenta comenzó a ver la fuerza motriz de las seculares demandas étnicas. Frente a los cambios democratizadores ocurridos en Occidente los últimos treinta años, en México, y en Yucatán sin duda, "amplios sectores de la izquierda no han digerido la nueva situación", decía Bartra, "y están auspiciando una restauración del viejo populismo mediante fuertes dosis de ideología indigenista". En el caso que comento, del pueblo del sur de Yucatán, se ha pasado de indigenismo autoritario, a caciquismo preporfiriano con fuertes dosis de fascismo oscurantista. En México, y en Yucatán sin duda, se da "el crecimiento de una izquierda reaccionaria y conservadora armada de una ideología indigenista populista". Y la clave de este proceso, indicaba Bartra, "se encuentra en la rehabilitación de un indigenismo acorazado de una cultura de la sangre que exalta las identidades, las patrias y la guerra revolucionaria". El indigenismo mexicano, piénsese en el que practican los indigenistas blancos, mestizos o propiamente indígenas, es un zombi, un cadáver viviente, una vieja cultura política del antiguo régimen que se niega a desaparecer, y se concretiza en acciones paternalistas, caciquiles, hacia los pueblos e individuos indígenas, como tal es el caso del pueblo con ayuntamiento perredista del sur de Yucatán. El indigenismo, o el nuevo neoindigenismo practicado tanto en instituciones académicas de corte "intercultural", o en un pueblos con estructuras de poder caciquil, o en la ideología fundamentalista de los voceros de las virtudes de la etnia,en realidad, "más que una alternativa" frente a la orfandad ideológica del fin de la etapa socialista y la entrada a la globalidad, "se trata", dice Bartra, "de un punto de vista que se ubica en el pasado tradicional y que legitima una reacción conservadora. En nombre de los usos, costumbres y valores de un pasado mítico se rechazan la amenazas globales de la modernidad occidental. El indigenismo suele evitar todo intento por buscar dentro de la globalización las posibles alternativas y prefiere reivindicar la conservación de costumbres supuestamente prehispánicas que en realidad son, casi todas, de origen colonial". Pero no todo es de origen colonial, no. Y lo más prehispánico que pueda haber, no es la lengua materna, no, sino la forma de ejercer el poder. Me refiero a la forma caciquil. Recordemos que la colonia se sustentó en el dominio indirecto de los españoles, efectuados a través de los caciques y curacas indios, que existían antes de la llegada de los barbudos, y que siguen existiendo actualmente en pueblos con culturas políticas premodernas y autoritarias, como es el caso del pueblo que refiero sin siquiera nombrarlo...Y me pregunto, ¿gobiernan de forma indirecta los catrines de Mérida en ese municipio perredista del sur profundo yucateco, como antiguamente en la colonia?
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