Se puede exculpar al
gobierno municipal de Yaxcabá, presidido por la panista Melba Gamboa Ávila, de
ser responsable del homenaje que se le hizo al inefable y racista doctor Sierra
O'Reilly, el lunes 22 de septiembre pasado.[1] Y
es que Sierra, el leproso, no fue modelo de superación para ningún chiquito de
Yaxcabá o de Tixcacaltuyub: era blanco, hijo de cura (de un cura que ya mero lo
linchan los indios de su parroquia, el ramplón y chicanero cura, José María
Domínguez, abarraganado con María Sierra O´Reilly, madre de Justo) y esas dos
cosas, para el Yucatán decimonónico, era todo el capital social y cultural que
un chiquito yucateco necesitaba para ser alguien, o mínimo, para poder andar a caballo y que le digan “Don” y aborrecer a la indiada.
Pero Sierra
tenía, además, genialidad, eso se sabe, pues para ser un Plutarco cabezón, un
patriarca barrigón, un padre cabrón y un rey déspota de la literatura yucateca
del siglo XIX, el talento y la genialidad hacían falta. La genialidad de un gran
escritor, aunado a una voluntad y una ambición desmedida, lo llevó a
emparentarse con la cabeza principal de una de las dos banderías políticas de
ese entonces: Santiago Méndez. Pero seamos realistas: Si el doctor Sierra O’Reilly hubiera sido maya, e hijo de hambriento milpero de Tixcacaltuyub, no
habría doctor Sierra O’Reilly, ni habría Los
indios de Yucatán, ni menos sus aburridas novelas folletinescas, etc, o el
primer Código Civil mexicano salido de su mollera.
En ese tenor,
los indios de Tixcacaltuyub no tienen nada que festejar, u homenajear, a un
hombre que no recordó nada de ese pueblo del centro de Yucatán. El doctor
Sierra no es, ni puede ser, un ejemplo para los niños maya hablantes, milperos
casi todos, de Tixcacaltuyub; no puede ser un ejemplo “de superación y de esfuerzo personal,”, al salir “de
ésta pequeña comunidad y luchó por conseguir una preparación, en su tiempo,
algo difícil por los momentos históricos, cruciales que estaban viviendo
Yucatán y México.” Estas son las palabras vacías de contenido histórico, de la
presidente municipal de Yaxcabá (Tixcacaltuyub es comisaría de Yaxcabá). Como
sabemos, Sierra O’Reilly salió de Tixcacaltuyub a la temprana edad de 3 años.
Uno de sus biógrafos no tan reciente, el licenciado Ferrel de Mendiolea, en un
trabajo aparecido en el tomo VII de la Enciclopedia Yucatanense, era claro al
respecto: “poco ha de haber sido la influencia que de su pueblo natal debió
recibir, puesto que con la ayuda del cura Pbro. Don Antonio Fajardo Montilla”,
el niño Sierra O’Reilly, de 3 años, dejaría para siempre Tixcacaltuyub, y nunca
más volvería. Sierra no tendría ningún recuerdo vivo de ese pueblo, un pueblo
más en la geografía literaria del doctor Sierra.[2]
Pero si no me
sorprende la ignorancia descomunal del ayuntamiento de Yaxcabá como para
homenajear al doctor Sierra, tampoco me sorprende que la Facultad de
Antropología de la UADY, y menos la priísta Sede-inculta, con sus poetas gordos
como fue el gordo Sierra, etc., y mucho menos me sorprende que el cacaseno que
regentea el AGEY, hagan este tipo de homenajes a un hombre que llegó a tener el
predominio de las letras en la primera mitad del siglo XIX yucateco, pero que
construyó un modelo, o idea de nacionalidad yucateca, donde no habría cabida
para el indio maya, donde a pesar de su vena literaria y sus retratos de la
"bondad" del indio (claro, esto de la bondad fue antes de 1847 para
el doctor Sierra), Sierra O'Reilly creyó, y creó, una idea no integradora de los otros
segmentos del Yucatán decimonónico. Su Museo
y su Registro, acotemos aquí, era
un museo y un registro de las hazañas de los de “Castilla” y sus descendientes en Yucatán, y una
evocación romantizada e idealizada del indio, sí, pero no de los indios
yucatecos actuales, repletos de supercherías, de creencias irracionales y otras
fantasmagorías de su imaginación afiebrada, que Sierra y su grupo esculcaron
como perfectos entomólogos asqueados.
Antes de que
los mayas del sur y del oriente se alzaran contra el racismo blanco, Sierra
O'Reilly ya había negado una relación directa entre los mayas actuales de su tiempo,
con los constructores de las antiguas ciudades de piedra: eso era una charada,
una imbecilidad de Stephens, que míster Sierra O’Reilly combatió (ver mi artículo sobre el negacionismo de Sierra aquí). Y cuando se
dio la Gran Rebelión de 1847, y casi toda la Península ardió en llamas debido a
los ejércitos mayas que crecían como mangas de langosta, el pundonoroso Sierra se
fue a malbaratar a Estados Unidos la independencia del Yucatán de los blancos.
Antes que abdicar a manos de los esclavos de las fincas y los pueblos libres
que se habían levantado en armas, antes que perecer o ser expulsados de Yucatán
por esa “raza degenerada y bárbara,” los blancos de Yucatán, que no querían ser
el segundo oprobio de la colonialidad (el primer oprobio inició en 1791 con el
cónclave de Bois-Cayman, dando inicio con esto el proceso de independencia de
los negros de Haití),
preferían abandonarse mil veces y otras mil más, en manos del Imperialismo; ser colonia yanqui o volver al
seno de su “madre”, o padre qué más da, patria española, que pasar la vergüenza de ser colonia interna de sus indios. Fue tanto el odio que
llegó a tener este “patricio” nacido por accidente en Tixcacaltuyb, contra los
mayas rebeldes (y no sólo rebeldes); este odio azufroso del obeso doctor Sierra
O’Reilly al cual la cultura oficial yucateca homenajea este 2014 en los marcos
de un dizque Festival Maya Internacional, que todavía a muchos, como a mí,
causa estupor recordar su abominable maldición a la raza indómita de los Xiu y
Cocom:
[…] yo siempre he tenido lástima a los pobres indios, me he dolido
de su condición y más de una vez he hecho esfuerzos por mejorarla, porque se
les aliviase de unas cargas que a mí me parecían muy onerosas. Pero ¡los
salvajes! Brutos infames que se están cebando en sangre, en incendios y
destrucción. Yo quisiera hoy que desapareciera esa raza maldita y jamás
volviese a aparecer entre nosotros. Lo que hemos hecho para civilizarla se
ha convertido en nuestro propio daño y es ciertamente muy sensible y muy cruel
tener que arrepentirse hoy de acciones que nos han parecido buenas. ¡Bárbaros!
Yo los maldigo hoy por su ferocidad salvaje, por su odio fanático y por su
innoble afán de exterminio.[3]
Pero esta frase, arguyo, no conoce el gobierno
municipal de Yaxcabá, y a la “inteligencia” oficial yucateca se le hace muy
poca cosa la maldición sierrao’reillyana, a pesar de que existan libros serios
y sesudos, como el de Arturo Taracena,[4]
que habla de la construcción del regionalismo –o digo yo, nacioalismo-
yucateco, representado icónicamente por el Museo Yucateco y el Registro Yucateco
(dos periódicos culturales de Sierra O’Reilly), excluidores, no necesito decirlo,
de los indios de Yucatán.
[1] “Yaxcabá se suma a las actividades por el bicentenario del
nacimiento de Justo Sierra O’Reilly.” Diario
de Yucatán, 27 de agosto de 2014.
[2] Véase el texto de Mendiolea, llamado “Justo Sierra O’Reilly.
(Literato, Jurista, Político, Historiador). 1814-1861, en Enciclopedia Yucatanense, Tomo VII.
[3] Sierra O’Reilly, en Gilberto Avilez Tax, Radiografiando la
autonomía de los herederos de la Cruz Parlante: de la autonomía cruzoob a los
derechos indigenistas”, tesis de maestría en ciencias sociales, UQROO, p. 214.
[4] Cfr. Arturo Taracena, De la nostalgia por la memoria a la memoria
nostálgica: el periodismo literario en la construcción del regionalismo
yucateco, México, UNAM, 2010.
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