Mientras
estaba escribiendo el capítulo III de una investigación de larga duración sobre
la región de Peto, leí con suma delectación El
arte de la guerra y el libro De la
guerra, de Sun Tzu y de Clausewitz. He analizado, desde octubre de 2012, a
conciencia las grandes batallas de la segunda guerra mundial, me interesa la
vida de Huerta como estratega militar, así como la de Villa por el instinto de
guerrero salvaje que tuvo. No me jacto cuando digo que recorrí los Ocho mil kilómetros en campaña, del
manco de Celaya, nomás para buscar sus estrategias militares y conocer un poco
más de la vida del único general invicto que dejó tras de sí la revolufia. Me
he pasado horas analizando las batallas, las escaramuzas y los partes militares
de la Guerra de Castas: considero a Crescencio Poot como el mejor mariscal de
campo de los cruzoob, por encima del sanguinario Bernardino Cen.
Por
esas cosas y más (no quiero decir que en mis años de estudiante de derecho,
leí Guerra de guerrillas, de un excrementicio cubano-argentino), analizando el
asalto al cuartel de Peto de marzo de 1911, no puedo dejar de señalar que
Rivero, en algo se equivocó aquella noche memorable: ¿Cómo fue posible que se presentara
para asaltar a los elementos de la oligarquía local sin dividir previamente a
sus 20 hombres del principio? Con sus 20 hombres, creo yo que don Elías Rivero
hubiese optado por dividirlos en grupos de 10, para hacer dos ataques
simultáneos: presentarse como rayo en el cuartel militar custodiado por menos
de 5 hombres dormitantes; y rodear al mismo tiempo la casa del execrable hijo
de puta, Casimiro Montalvo Solís.
Pero
eso no fue así: los hombres se fueron directo contra el cuartel, dándole tiempo
a Montalvo Solís para ser apercibido por un soldado que se fugó del cuartel por
la parte de atrás, y así huir cobardemente de Peto en una mula, para
parapetarse en Tzucacab. Y por si fuera poco, la falta de inexperiencia de Rivero,
de Tránsito Solís, de Antonio Tuyub, de Santos Encalada, etc., se deja ver
notoriamente cuando, una vez eliminados a Marcos Acosta (hijo bastardo de
Montalvo Solís) y al teniente Sixto Quintero, “elevaron dos cohetes voladores
en señal de alegría por su triunfo.” Esos voladores, si no despertaron a medio
pueblo, al menos al tuerto Casimiro Montalvo Solís le significó su
salvoconducto para seguir viviendo unos años más. Sin embargo, no le restamos
ningún mérito a Rivero y a los primeros hombres que lo acompañarían, porque “cojones”
se necesitaba a esa hora en que casi todo Yucatán dormía la siesta henequenera.
Definitivamente ALGUIEN le falló a Rivero, lo que no logro entender es que habiendo puesto sobre aviso a los pobladores de Peto y siendo este muy apreciado por ellos, por qué diablos no salieron al oír los cohetones, mínimo hubiesen podido detener a Solís en las afueras de la Villa. Al parecer no bastó disfrazarse y aventarse junto con Tránsito los xtoles en carnaval.
ResponderEliminarNo en vano sus restos mortales están cerca del Dragonito Querido <3.