En Xtohil quedaba el paraje donde el hombre les daba tierras a los campesinos del pueblo para que las labrasen, y él mismo labraba su pedazo de tierra, al más puro estilo comunal. Comía con ellos su pozol, soportaba el candente sol sureño. Recordaba con ellos, platicaba y descansaba con ellos. Una vez Octaviano, el padre de don Gras Tamayo, lo vio llorar con gotas que apenas escurrían y luego luego se evaporaban. Lloraba porque al hombre se le venían los años de cuando empuñaba las armas para defenderlos. Dijo:
¿Te acuerdas, Octaviano, cuando lo de Catmís? ¡Qué bien combatiste ese día! Parece que te estoy viendo cruzar como si nada por el cañaveral en llamas sin soltar tu escopeta, parecías un conejo brincando y tirando bala. Tú y el Marcos Ku fueron de los que más mostraron huevos, Octaviano. ¿Y te acuerdas de cuando mataron a Carrillo Puerto? Nomás supe la mala noticia, me subí al caballo y me fui por todos los pueblos, por Xoy, por Chacsinkín, por Tahdziu y Peto juntando a la gente. Fuimos de los pocos que nos levantamos en armas, allá en el 24, Octaviano, ¿verdad? Y ustedes, frente al palacio, atrincherados hasta en las bocacalles y en los laureles de la plaza, tiraban a matar gritando vivas por Carrillo Puerto y por su general, por este viejo que ya no vale ni para una chingada, Octaviano. ¿Te acuerdas, Octaviano?
Octaviano sólo escuchaba el soliloquio del viejo. Después, al regresar de Xtohil, y mientras estaba en su hamaca refrescándose, le dijo al niño Gras:
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-Mare, ese señor no va a tardar y se va a morir.
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-¿Y por qué?, preguntó Gras.
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-Porque esta clase de hombres, cuando lloran, no lloran de tristeza sino de despedida.
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Y así fue. Al año siguiente murió Rivero.
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