En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura….Augusto Monterroso.
Thomas Benjamin, en su libro sobre la memoria, el mito y la historia en la Revolución Mexicana, escribe sobre ese regusto de los gobiernos de la “revolución hecha gobierno” por crear a su “mártires”: valiéndose de sus grandes muertos hizo de la Revolución, o las distintas revoluciones acaecidas en el periodo armado de 1910-1920, simples monumentos y estatuas que homogenizan las tremendas contradicciones de sus figuras “míticas”, transformadas a puro mito y retórica de licenciados del Partido. Antes de las estatuas hagiográficas (no podemos escribir historiográficas) de Carrillo Puerto escritas por historiadores oficiales como Bustillos Carrillo (1959), Sarkisyanz (1995) y Sandoval y Mantilla (1994), las estatuas-estatuas dieron la pauta broncística a seguir para los encoñados de Clío. Sobre el ícono de la Revolución en Yucatán, Carrillo Puerto, Benjamin escribió que:
“Carrillo Puerto fue, tal vez, el revolucionario al que se le dedicaron más monumentos en la década de los años veinte. El primero, un busto sobre un pedestal elevado fue erigido en Tacuba (Distrito Federal) en 1925 y se convirtió en el punto de reunión simbólico para los manifestantes de los radicales durante la nueva administración callista. Obregón inauguró un monumento en Mérida, Yucatán, durante su campaña presidencial en la primavera de 1928, ‘un templo y monumento para unir por siempre al pueblo de la Península para defender el precioso legado que [Carrillo Puerto nos] transmitió con su sangre’. En 1932 el gobierno de Yucatán hizo la propuesta de construir, en anticipación del décimo aniversario del asesinato, uno de los monumentos más grandes de toda América Latina. ‘[El monumento] proclamará, por muchos años, que la obra de la Revolución y el esfuerzo de sus mártires no pasará inadvertido para las generaciones venideras. Por esta razón, el monumento que construiremos es de grandes dimensiones’. Un monumento de dimensiones considerablemente menores fue finalmente erigido” (Benjamin, 2009: 169-170).
El himno a Felipe Carrillo Puerto es un elemento broncístico, pero no historiográfico, y ni “cronístico” con el que los gobiernos postrevolucionarios educaron a varias generaciones de yucatecos, y con el que le rindieron o le siguen rindiendo homenaje a un prócer que no sólo repartió tierras y creó leyes laborales y estuvo en sintonía con la defensa de los mayas de Yucatán, sino que también tuvo sus momentos de claroscuro, obsedido por la peste autoritaria:
“Fue tu bandera la unión,
Tu escudo, la virtud.
Por eso el indio con fe,
Te tiene gratitud”
Y la letrilla de marras no dejaba apología sin cabeza, no escatimaba metáforas para el gran “líder socialista”:
“Felipe Carrillo, tu nombre es inmortal”,
Y repite, por si a alguien le queda la duda sobre su condición olímpica:
“Es inmortal”.
¿Y quién asegura la inmortalidad del “Dragón Rojo con ojos de Jade” de Motul? Nada menos que las aves canoras y…
“Las florecillas del Rosal…”
Ex agrimensor zapatista allá en la región morelense, su lema, según el himno, era de
“¡Tierra, tierra y libertad!”
Y esas dos ciudades que hoy son todo menos ciudades prehispánicas a causa del turismo, su
“ausencia llorarán”.
Un resumen de su gobierno puede hacer mención, a grandes rasgos, del reparto de tierras, la creación de la Universidad del Sureste en 1922, la regulación laboral campesina (Carrillo Puerto no estuvo en buenos términos con el elemento obrero de Progreso o Mérida, y eso que era socialista, pero de la tendencia maoísta cuando el maoísmo estaba en pañales), fijó salarios mínimos, le dio “orgullo étnico” a los campesinos, hizo leyes como la de Inquilinato o la ley de Divorcio. Todo eso estuvo bien, estoy convencido de que Felipe Carrillo Puerto hizo varias cosas insuperables todavía, pero no olvidemos un defecto importante de ese motuleño: no era demócrata, ejerció el poder con mano dura (todos los escorpiones son así), y según Gilbert Joseph, torturó y persiguió a sus rivales políticos. Además, era un nepotista de lo peor, a sus 13 hermanos les repartió su poder mediante cargos públicos. Elvia Carrillo Puerto, esa feminista de armas y belleza tomar, llegó a diputada y creadora de la liga feminista Rita Cetina Gutiérrez gracias a la venia de su hermano...
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Cuando Gilbert Joseph escribió en su libro
Revolución desde afuera (2010), que Carrillo Puerto torturó e hizo, valido de la policía secreta comandada por su hermano “Wilo” Carrillo Puerto, asesinatos y desapariciones de contrincantes políticos, no sabía que habría un iraní, avecindado todavía en Yucatán, que “desmitificaría” al “desmitificador” de la
Revolución desde afuera. En su libro, Joseph escribe que:
Contra lo que sostiene la mitología popular que presenta a Carrillo como un pacifista por naturaleza, imbuido de las cualidades gentiles propias de un mártir ejecutado en unión de 12 ‘discípulos’, las pruebas documentales revelan a un jefe pragmático que no retrocedía ante el uso de la violencia o el homicidio político para obtener el poder o mantenerse en él…por órdenes de Carrillo Puerro, la pequeña pero eficiente fuerza de policía secreta (Policía Judicial) de su hermano Wilfrido, trabajando en asociación con agentes locales, combatía el disentimiento por toda la región, en forma vioelenta y sistemática, aplastando al rival Partido Liberal Yucateco y su prensa conservadora, desbandando los partidos competidores en Campeche, y estableciendo el Partido Socialista del Sureste como el único partido de la península a fines de 1922. A fin de establecer un monopolio de la fuerza dentro de la región, lo que le permitiría implantar un programa socialista, Carrillo no vaciló en aterrorizar y torturar a sus oponentes (Joseph, 2010:235-236).
Esta señalización exacta y certera de la manera como ejercía el poder Carrillo Puerto, emparienta con la de los otros gobernadores radicales del Golfo de México para esos años, como Garrido Canabal en Tabasco, o Tejeda en Veracruz, y es la tónica de la política matona y balacera de esos años “revolucionarios”. Joseph no decía nada que no se pueda leer en
La sombra del Caudillo: Carrillo Puerto era de esos hombres que no estaban para complacencias con el viejo régimen que se resistía a perecer para dar entrada a un México menos oligárquico pero, al final de cuentas, igual de desigual, capitalista, asimétrico e injusto a pesar de las revolucioncitas; y el contexto histórico de su acción política sería impensable que estuviese encaminado en el carril de la “civilidad” y las “buenas costumbres democráticas”. Para esos años, el México bronco era de los “caminos sin ley” como tal lo vio Graham Greene. Sin embargo, el iraní que en los noventa hizo la más sentimental biografía de Felipe Carrillo Puerto (rebasa en mucho a las biografías de Edmundo Bolio o de Castillo Torre, y tiene barruntos de New Age), mediante un suplemento a su libro Felipe Carrillo Puerto. Actuación y Muerte del apóstol “rojo” de los mayas, publicado por el Congreso de Yucatán en 1995, intentó componer el rumbo hagiográfico devastado por la profunda revisión documental y bibliográfica que Gilbert Joseph hiciera a fines de los 70 del siglo pasado. El suplemento se llamó “Felipe Carrillo Puerto, Mr. Gilbert Joseph, y la Asociación Norteamericana de Historiadores: Una desmitificación de un ‘desmitificador’”, publicado un año después de la biografía sentimental. En dicho suplemento, hay un texto del estalinista polemista profesor Antonio Betancourt Pérez. Sin duda, el folleto dice mucho con esta síntesis de pensamiento homicida que el fenecido Betancourt refiere:
“Detrás de estas afirmaciones –las de Joseph, obviamente-, y de la labor de zapa que puedan realizar autores, investigadores o intelectuales, está el afán de debilitar el orgullo y la unidad de un pueblo, de reducir a sus héroes, de minar sus elementos de unidad e identidad. La vida contemporánea nos da ejemplos clarísimos de la manera tan burda y tan interesada como se fabrican héroes o villanos, de acuerdo a los intereses de la ‘metrópoli imperial’ en todos los rincones del orbe. Baste recordar la atención brindada por el mundo a aquella caricatura africana: Idi Amín Dada. ¿Y qué decir de las patrañas divulgadas en torno a Nicolás Ceacescu? La Plaza Tianamen, el régimen de Fidel Castro, Chechenia y Bosnia, pudieran ser otros ejemplos de escenarios políticos ‘arreglados’ por la manipulación informativa”.
Me detengo hasta aquí porque no puedo seguir transcribiendo el pensamiento burdo de este connotado historiador meridano que no salía de sus anteojeras ideológicas… ¿Decir del brutal régimen totalitario de Ceacescu que eran puras “patrañas” de la “metrópoli imperial”, en algo benefició a la desmitificación del desmitificador Gilbert Joseph? La perspectiva histórica nos dice que no, y que Betancourt Pérez murió como vivió: entrampado en esa dialéctica homicida de los dogmáticos.
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Mandó o no Felipe Carrillo Puerto a sus esbirros a torturar, la polémica que se presentó en aquel suplemento al libro de Sarkisyanz, giraba en torno a una fuente “única” de la supuesta tortura, la señalada, según Sarkisyanz, por el libro de Álvaro Gamboa Ricalde,
Yucatán desde 1910. Sin embargo, en la revisión documental que refiere Joseph, y que yo mismo he consultado (sobre todo periodística), los años socialistas están plagados de imputaciones a la forma despiadada con que solventaban sus diferencias políticas tanto tirios como troyanos: socialistas de pueblo van contra los liberales del mismo pueblo, y ambos son enemigos acérrimos y se comen y se reconcomen. Mediante el método indiciario, no puedo señalar el hecho de que Carrillo Puerto no se comportó distinto a lo que Enzensberger había señalado sobre el poder omnímodo, autoritario:
“Entre asesinato y política existe una dependencia antigua, estrecha y oscura. Dicha dependencia se halla en los cimientos de todo poder, hasta ahora: ejerce el poder quien pude dar muerte a los súbditos. El gobernante es el superviviente”.
Carrillo Puerto ejerció el poder valiéndose, dice Joseph, de los caciques locales de los pueblos. No podemos ni siquiera pensar que ese poder fue tenue cuando lo que se necesitaba, era justamente un poder que practicara seguidamente la violencia. Como un no demócrata, en Motul Carrillo Puerto dejó como presidente municipal a otro hermano, le dio cargos hasta a su yerno, etc., hizo que sus poetas y literatos le compusieran versos y ditirambos a su "querida" gringa, la Peregrina. Pero eso no es lo grave, lo grave fue que Carrillo Puerto haya ejercido el poder mediante caciques de pueblos (los Euan de Opichen, los de Muna, incluso Elías Rivero, de Peto) que contribuyeron al terror político en esos malhadados años "socialistas". Claro que no podemos negar que Carrillo Puerto dio tierras a los campesinos, pero como no soy hagiógrafo de los grandes íconos que son parte del cementerio cívico del Priato, no puedo rendir homenaje a este hombre que ni siquiera dijo, al momento de ser fusilado, la frase inventada por Edmundo Bolio (ver De la tumba al paredón) o José Castillo Torre (ver A la luz del relámpago) de "no abandonéis a mis indios" (como ha señalado Faulo Sánchez Novelo, al momento de ser fusilado, Carrillo Puerto no dijo palabra alguna, estaba callado, tal vez iniciando el diálogo eterno con la nada) porque no puedo ser parte alguna, retrospectivamente o en tiempo presente, de un hombre que le dio la policía secreta a su hermano Wilfrido, y que permitió, tácita o explícitamente, el asesinato y la tortura como forma de ejercer el poder...
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Podría decir, para terminar esta polémica con el fantasma del polemista Betancourt c.c.p. Sarkisyanz, que el general Plutarco Elías Calles tomó nota del Partido Socialista de Yucatán, cómo era la estructura de poder de ese partido, y cómo tejía sus redes mediante estructuras caciquiles en los pueblos de Yucatán, para en 1929 crear un superpartido a imagen y semejanza del nada socialista Partido Socialista de Yucatán: el PNR, abuelo del PRI, fue una calca mejorada y des-ideologizada del "partido de los socialistas" del Yucatán turbulento de los años 20 del siglo pasado.
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