Chicleros en el campo. Fotografía de Macduff Everton.
Algo
que no podía faltar en los hatos chicleros, era la presencia de un personaje
similar o mayor en importancia que el chiclero más diestro: la cocinera, la
cual, a veces, solía servir para otra cosa a esos hombres que estaban siete y
hasta ocho meses sin mujer. Hernán Lara y Lara describió de esta forma a las cocineras
que trabajaban en los hatos chicleros:
“Era el de nuestra acción
el único hayo que se permitía la audacia de tener cocinera. Ordinariamente, son
los chicleros mismos quienes preparan sus alimentos y lavan sus ropas. Pero una
poderosa razón para excluir a las mujeres, en cuanto es posible, de aquellos lugares.
Nada más peligroso que ellas en la soledad de la Montaña, no importa cómo sean:
feas o bonitas, jóvenes o viejas, su feminidad triunfa plenamente, terriblemente
podríamos decir, entre aquellos hombres constreñidos durante más de medio año dentro
de la vida estrecha y ruda de los hatos…¿Qué importaba la edad? ¿Qué la belleza?
¿Qué la pulcritud? Estos son accidentes propios de los grandes centros. En el campo,
en la Montaña lejana y sola, no son precisos tales refinamientos; refinamientos
que, al fin y al cabo, no llenan, por sí mismos, ninguna necesidad.[1]
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