Ciprés con cielo estrellado. Vincent Van Gogh
Don Salim
Memeri, como casi todos los turcos, llegó a la Península con una mano adelante
y otra atrás, tapándose sus pobrezas de exiliado de una tierra de donde son originarios
los cipreses: el Monte Líbano, en Turquía asiática. Al principio, en el pueblo
a los “turcos” los conocían como los “otomanos”, pero luego, fuera sirio o
libanés, todos serían bautizados con la homegeinizante nacionalidad de “turcos.”
Casi todos de mi generación conocieron a don Salim, a ese patriarca de noventa
años de caminar pausado, devoto católico de la Virgen de la Estrella, patrona
del pueblo, y vendedor de telas que bautizó a su establecimiento de lencería
con el enigmático nombre de Almacenes
Nadjle.
De La Habana a
Progreso, Salim Memeri pisó por primera vez tierras de la Península, allá por
los años de la década de 1930. Como la mayoría de los turcos que arribaron a
Yucatán, Salim llegó, con su padre y su hermano, sin mujer; y al instante,
entre la platicadera con la ya abultada colonia sirio libanesa asentada en
Progreso y Mérida, estos recién arribados del Monte Líbano preguntaron que en
dónde estaba la bonanza económica en Yucatán, y como les dijeron que en Peto el
dinero de una cosa llamada “chicle” era defecado hasta por los zopilotes;
Salim, su hermano y su padre empacaron como endemoniados, compraron telas,
baratijas pendejas, tónicos curalotodo, machetes, lienzos de manta cruda,
espejuelos, clavos y alambres, pantalones de mezclilla, píldoras de quinina y
más baratijas pendejas; y en un mapa arrugado de una equívoca Península manchado
con lamparones de café, el dedo cordial del padre de don Salim mostró a sus
hijos un camino al pie de la Sierrita que cruzaba Muna, acariciaba Ticul,
pasaba por Oxkutzcab, seguía en Tekax, lamía Tzucacab y llegaba hasta el final,
donde la Sierrita era comida por una “Montaña” feraz de zapotáceas y cedrales:
-Hasta aquí
caminaremos.
-Queda en el
culo de Yucatán.
- Venimos de
uno más alejado, esto lo hacemos en menos de una semana vendiendo de pueblo en
pueblo las baratijas pendejas al triple de su precio.
Y vendiendo de
pueblo en pueblo, los Memeri llegaron al Peto chiclero donde el dinero era
arrancado a la selva del oriente de la Península, y defecado hasta por los
zopilotes explotadores de los gringos. Aquel Peto de 1930 que presenció don
Salim, “donde los chicleros reinaban,” y donde había hasta extravagantes matones de
todas las selvas desde Veracruz hasta Guatemala, como Barba Roja, un chiclero
de Tuxpan dueño de una barba hirsuta y bañada de arrebol, que al tomar los
tragos de guaro “le rajaba la madre” a cualquier, incluyendo a él cuando
perdía.
II
La siguiente anécdota
puede ser cierta o un embuste fraguado por el cronista Arturo Rodríguez Sabido.
Una vez, el cronista me refirió que en Maní, hace muchos ayeres, cuando su
abuelo don “Maco” Sabido vivía, el cronista se topó con “un escritor soviético
que indagaba sobre la vida de Elías Rivero”. La anécdota sucedió “hace como 20
años”, cuando la URSS no se había desintegrado y el muro de Berlín estaba
intacto. “Un profesor Roque lo trajo” de no sabemos donde, al eslavo.
De inmediato,
el joven Rodríguez Sabido fue a ver a su abuelo, don Maco Sabido, diciéndole
que querían entrevistarlo sobre la vida de Elías Rivero. Apenas oír el nombre
de Rivero, don Maco se encabritó, soltó unas maldiciones con retazos de
mentadas de madre y, tronitonante el tunante, dijo que no quería saber nada de
la entrevista. Luego, Arturo llevó al soviético a ver a Tránsito Calderón, y Calderón
“se deshizo en halagos sobre Rivero.” La pregunta que este historiador
forzosamente se hace, es la siguiente: ¿de casualidad Rodríguez Sabido habrá
confundido al iraní don Manuel Sarkisyanz, biógrafo de Felipe Carrillo Puerto,
con un escritor del otro lado de la cortina de acero?
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