El 24 de diciembre de 1855,[1] el
cambio en el fiel de la balanza de la guerra que los rebeldes sostendrían con
los yucatecos –o mejor dicho, con los pueblos yucatecos de la frontera que
corría desde los Chenes, pasando por Tekax, Peto, los bordes de Sotuta, los
pueblos de Kanxoc, Tixualahtun, hasta llegar en el lejano partido de Tizimín-
comenzaría a sentirse en la villa de Peto mediante estas premonitorias palabras
de Ramón Serrano y Carlos M. Quijano, vecinos del pueblo, dirigidas a su
ayuntamiento:
El
inminente peligro en que se halla esta infortunada población de perder de un
momento a otro su existencia, y de desaparecer bajo del hacha brutal y tea
incendiaria del indio feroz del oriente que ha engrosado sus filas con una
parte numerosa de los antes pacificados del sur, pone en el duro y lamentable
caso a todos sus habitantes de recurrir frente a usted como órgano inmediato de
su representación, y a ustedes escribiendo su voz al gobierno del Estado[2].
Serrano y Quijano externaban, además, que las
recientes arremetidas contra el pueblo y su región sureña, se trataban de otra clase de guerra “la que actualmente hacen los indios, y estos no son los que la
comenzaron, son otros”[3].
En efecto, en septiembre de 1854, luego de varios años de no entrar por la
región, los de Santa Cruz, comandados por los generales Crescencio Poot y
Zacarías May, se habían presentado en Peto con la intención de tomarlo pero sin
lograrlo, pues junto con la escasa tropa acantonada en la villa, la gente del
pueblo se batió en armas con los rebeldes. El día 8 de septiembre, el coronel
José María Novelo, “el digno compañero del coronel D. Eulogio Rosado”,
informaba del ataque repentino, señalando que a los indios se les rechazó
después del primer ataque, llegando hasta las bocacalles de la plaza principal
de Peto; y en un segundo ataque con mayor intensidad, se tuvo que hacer un gran esfuerzo para
animar a una tropa –y seguramente a un pueblo- ya cansado. La ayuda de los
cosacos fue de gran importancia para el rechazo definitivo, pues poniéndose a
la vanguardia, y a pesar de la obstinada resistencia de los rebeldes, se les
puso en fuga persiguiéndolos hasta la distancia de media legua de la villa,
haciéndoles 15 muertos y algunos heridos, entre los que se encontraban los
mismos generales Crescencio Poot y Zacarías May, que fueron llevados por los
suyos en kochees gravemente heridos[4].
No obstante, para el 9 de septiembre, este grueso grupo de rebeldes –ochocientos
hombres, armados con fusiles 40 de ellos, y el resto con palos, hachas y
machetes- se presentaría en el pueblo cercano de Tiholop y pasarían por Yaxcabá
tomándolos a ambos y saqueándolos, para después tomar rumbo por el pueblo de
Kancabdzonot[5].
Una nota de prensa del periódico oficial del estado
decía, que “Los bárbaros habían formado un gran plan para nuestra ruina y
que hubieran llevado á cabo sin su derrota en Peto, por lo que los heroicos
defensores de esta villa se han hecho dignos del general y profundo
reconocimiento de sus conciudadanos”. Repelidos los rebeldes en Peto, estos se echaron sobre otros pueblos
“para no perder del todo el golpe preparado”, devastando a Yaxcabá y
prendiendo fuego a Tiholop; y cargados de botín, habían vuelto a sus selvas
orientales[6].
Meses después, para el 11
de febrero de 1855, los de Santa Cruz se volverían a presentar a los pueblos
del partido, atacando Peto de forma nuevamente infructuosa, y al ser
rechazados, tomaron camino para el rumbo de Yaxcopil, pueblo al sur de la
villa, donde pasaron a machete a siete personas de ambos sexos, y con sus teas
le prendieron fuego al inerme Yaxcopil. En el rancho San Francisco, el Batallón
Activo de Mérida (100 hombres), a las órdenes de Vicente Ruiz, sostuvo armas
con los rebeldes a las siete de la noche, y logrando que se desbandaran, les
tomaron 6 fusiles, una escopeta, un machetón, bastimentos y bestias de su
botín. En Xpechil, el Batallón Activo de
Mérida no encontró más que rastros de sangre de los soldados heridos de Santa
Cruz. Ya para la madrugada del 12, en los ranchos Xbulukax (o Bulukax), San
Pablo, Pol-Uinquil y San Pedro, con un radio de seis leguas de Peto, los de
Santa Cruz habían dejado toda la caballada sustraída, así como un número
macabro de 52 cadáveres de los ranchos, “entre criaturas y grandes de ambos
sexos”. Esos ranchos habían sido destruidos en su totalidad. El parte oficial,
jactancioso, decía que los de Santa Cruz habían tomado rumbo hacia la laguna
Chancanab, e “iban a toda prisa por el escarmiento que había recibido”. 45
caballos, entre bestias mulares y rocines, así como armas y efectos, se habían
recuperado del cuantioso botín[7].
El parte oficial era
claro al respecto: la guerra no había terminado con los tratados de paz de 1853
entre los yucatecos con los “mayas pacíficos” –éstos, para 1867 se fraccionarían, y un grupo
volvería a tomar las armas engrosando las filas de los de Santa Cruz, así como
surgirían nuevos grupos rebeldes en la década candente de 1870, que al parecer
eran sirvientes prófugos de las pocas haciendas del partido[8]-; y menos entre los primeros con los de Chan Santa Cruz, que no habían pedido tregua, aunque con el
correr de los años habría intentos infructuosos entre éstos y los yucatecos. La
guerra continuaría, con intermitencias, en los partidos fronterizos, y la última
acción bélica registrada se daría en 1886, tal vez como consecuencia de las terribles
plagas de langosta de los años anteriores, que según rumores llegados a la
jefatura política de Peto en febrero de 1885, el acridio había barrido
completamente las milpas de los de Santa Cruz, que hizo que los mecanismos de
sobrevivencia de la sociedad rebelde, como la cacería y la pesca, se
acrecentara[9].
El 16 de febrero de 1855,
después de los 2 ataques que Peto y sus pueblos habían sufrido en menos de seis
meses, un artículo de la redacción del diario oficial, hacía eco de ese clima
difícil producido por las estelas de muertes dejadas por los dos ataques de los
de Santa Cruz. El artículo comenzaba con el clásico antes y después de 1847:
La villa de Peto, antes de la guerra de castas, era
uno de los pueblos más grandes y florecientes de la península porque entonces
esta villa, lo mismo que Tekax y Maxcanú, era uno de los recipientes que al pie
de la Sierra Alta reunían toda la riqueza industrial de Yucatán al sur de este país[10].
La guerra y los
subsecuentes ataques de los rebeldes a los ranchos y haciendas de la región,
habían reducido esa riqueza de los cañaverales a casi cenizas. Sin embargo, una
vez activada la contraofensiva yucateca a partir de 1849, recuperado poco a
poco el espacio perdido entre 1847 y 1848, y “arrinconado a los indios en sus
bosques á punta de bayonetas y a costa de mucha sangre”, Ticul, Tekax, Peto y
hasta Tihosuco comenzaron un poco a levantarse del marasmo producido por la
guerra relámpago maya, obteniendo una repoblación e importancia industrial muy
distante de la que tenían antes de 1847, ya que esa riqueza del periodo
azucarero, se había vuelto inaccesible “después de haber sido estos pueblos los
teatros de luchas y desgracias inauditas”[11].
La villa de Peto fue, al parecer, el lugar en donde más interés se tuvo por
parte de los propietarios de “aquellos infelices rumbos” para su recuperación.
Convertida en cuartel general de la comandancia de la línea del Sureste
presidido por el coronel Eulogio Rosado, Peto llegó a tener mayor importancia
que en el tiempo de los cañaverales: ahora sería el “dique” de las arremetidas
rebeldes[12], y ya no solamente un
inmenso y lozano cañaveral. El causante de este breve estado de gracia para el
partido de Peto durante el tiempo que duró la contraofensiva yucateca -pues a
partir de septiembre de 1854, como hemos dicho, la cosa cambiaría- fue el coronel
que mandara matar a Manuel Antonio Ay en julio de 1847, José Eulogio Rosado:
La reposición –decía el artículo- de todos estos
puntos, el renacimiento de la industria y de la seguridad en ellos se debía a
la actividad incansable, al valor, al heroísmo en fin del malogrado coronel D.
José Eulogio Rosado que siempre alerta y en pié, a pesar de sus enfermedades,
no abandonaba la campaña corriendo, de un punto a otro con la actividad del
rayo, ya para sofocar un motín, ya para derrotar a los bárbaros, donde quiera
que intentaban romper la línea de bayonetas con que los contenía después de
haberlos arrojado á sus bosques[13].
Pero con las pugnas
políticas entre meridanos y campechanos, con las guerras de los indios, sin la
vigilancia de don Eulogio Rosado, que sucumbiría en 1853 a manos, no de los
rebeldes sino de “la peste más
desoladora” que se presentaría en Izamal[14],
el breve renacer del partido más cercano al territorio rebelde, pasaría al
nostálgico recuerdo. Peto no cayó a manos de los rebeldes, en los cinco meses que va de fines de 1854 a principios de 1855, pero la zona de riesgo en que se convertiría como partido fronterizo,
hizo que “una nueva decadencia” volviera “á marcarse en su población e
industria” de la que a duras penas se libraría hasta la llegada a la Villa de los vientos capitalistas traídos por la turbamulta de la hojarasca chiclera. [15],
[1] El
siguiente texto es un apartado del capítulo III de la tesis doctoral mía
llamada Avatares de una región de
frontera. Peto. 1840-1940.
[2]
AGEY, Poder Ejecutivo, sección Gobierno del estado de Yucatán, serie
Ayuntamiento, vecinos de Peto solicitan al ayuntamiento exponga al gobernador
el peligro que corre la población de desaparecer bajo el yugo de los indios, c.
58, vol. 58, exp. 40, cd. 34 (1856).
[3]
Ibid.
[4]Juan
María Novelo al general en jefe de la división Vega. Peto, 8 de septiembre de
1854. El Regenerador, 15 de
septiembre de 1854.
[5] José
Dolores Castro al gobernador del estado. Izamal, 12 de septiembre de 1854. El Regenerador, 15 de septiembre de
1854.
[6] El
Regenerador, 15 y 18 de septiembre de 1854.
[7] El
Regenerador. Periódico oficial, 19 de febrero de 1855.
[8] En
efecto, en un ataque del 26 de julio de 1874 al rancho Balché, de Apolinario
Gorocica, comerciante de Peto, se decía
en el informe del jefe político de Peto, Sabino Piña, que “el número de
invasores sería el de doscientos hombres procedentes no de Santa Cruz sino
probablemente de la horda arranchada en el desolada pueblo de Tituc y
cercanías, que por su cuenta nos hace la guerra brusca”. AGEY, Poder Ejecutivo,
sección Jefatura política del partido de Peto, serie Milicia, Sabino Piña comunica al gobernador la
invasión de los indios sublevados en el rancho Balché a legua y media de la
villa de Peto, c. 311, vol. 261, exp. 42, fojas 2 (1874). Sin embargo, el 1
de agosto, Sabino Piña rectificaría de su dicho, e informaría que por su número
de 200, su armas y las circunstancias del ataque, no eran los de Tituc sino
“los indios Orientales los que habían invadido esa vez, y cuyo error de Piña se
debía a “lo débil de su ataque y su pronta retirada, cebándose tan solo en tres
ranchos de un mismo individuo; lo que más parecía un acto de venganza de alguno
ó algunos criados prófugos que han tomado ese rumbo de Chan Santa Cruz”. Juan
Carbó, Colonias militares del Sur, La
Razón del Pueblo, 5 de agosto de 1874.
[9]El 7
de febrero, el jefe político de Peto, Diego Vázquez, informaba de la presencia
de una pareja de cazadores armados de Santa Cruz vistos por el sirviente de
campo Benito Té en el punto Nohaltun el miércoles 4 de febrero. Benito Té, que
cuidaba las milpas de “su amo”, un tal Vázquez, los reconoció “por los vivos
amarillos que tenían en la pechera de su camisa, como lo usan en aquel punto
rebelde”. Té, seis u ocho años antes, se había escapado de Santa Cruz. Los
hombres le manifestaron a Té que eran cazadores que se habían extraviado, y que
buscaban el camino hacia la laguna Chichankanab, seguramente para pescar
algunos bagres e hicoteas de allá, o para cazar otros animales, y que si Té le
podría dar una gallina. Té se negó, diciendo que no podía venderlas porque las
gallinas eran de su amo y que habían más sirvientes en las milpas cercanas. Los
cazadores, al ver la negativa de Té y el peligro de verse envueltos en un
enfrentamiento, siguieron su camino. El jefe político, reflexionando sobre esto, señaló que “La importancia actual de los establecimientos de caña dulce, y la cosecha
de maíces que ha sido regular, cuando los indios rebeldes, según noticias,
perdieron sus milpas por la langosta, son un aliciente poderoso por el rico botín
que promete á los invasores”. AGEY, Poder
Ejecutivo, sección jefatura política de Peto, serie Milicia, Diego Vázquez
informa de las medidas que ha tomado por una posible
[10]“Peto”,
El Regenerador. Periódico oficial, 16 de febrero de 1855.
[11]Idem.
[12] Las
palabras “diques” o “llaves del país”, eran las metáforas más recurrentes entre
el discurso de los meridanos y de los petuleños para referirse a la Villa y sus pueblos comarcanos.
[13] Peto, El Regenerador.
Periódico oficial, 16 de febrero de 1855.
[14]Un
pequeño apunte biográfico de Eulogio Rosado (¿-1853) se puede leer en el Tomo V
de la enciclopedia Yucatán en el tiempo:
el coronel Eulogio Rosado participó en la guerra de castas desde los primeros
momentos de 1847, combatiendo a los rebeldes sublevados. Fue padre del general
Octavio Rosado, que sería gobernador de Yucatán entre 1882-1886; tuvo otro
hijo, Francisco Rosado, jefe político de Izamal muerto en 1904. Rosado, al
parecer originario de Izamal, murió en esa ciudad víctima de cólera morbus, en
1853. El 30 de junio con otros ocho personajes, su nombre aparecería con letras
de oro en el salón de sesiones de la legislatura yucateca por su intervención y
servicios en la Guerra de Castas. Un decreto del 15 de agosto de 1878 impuso a
los ayuntamientos un “nombre célebre al de cada pueblo de sus respectivas
demarcaciones”, y dicho nombre sería “el de un héroe de la República, especialmente
del Estado, ó ya el de un personaje histórico que hubiese prestado importantes
servicios a la humanidad en cualquier ramo”. Ancona, 1886, T. 5, p. 340. Los
petuleños no olvidarían el servicio que Eulogio Rosado hiciera a su adolorida
humanidad en los primeros momentos de la guerra de castas, y bautizarían a Peto
como Peto de Rosado. La fecha más antigua que tengo en que la villa de Peto se
comenzó a nombrar como Peto de Rosado, es del 5 de octubre de 1878. Cfr. La Razón del Pueblo, 11 de octubre de
1878.
[15]Peto,
El Regenerador. Periódico oficial, 16 de febrero de 1855.
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