“El conjunto de la gente está más ignorante por dos motivos: primero, porque hay infinitamente más cosas por saber que antes, lo que plantea un desafío imposible. Y, en segundo lugar, porque los sistemas de enseñanza tuvieron que entrar por la fuerza en la masificación y no se prepararon para el cambio. La gente sale de la universidad sin saber. Entonces, por un lado, hay una minoría que controla el conocimiento y controla todo, y por el otro, la ignorancia se expande masivamente como también la pobreza y la miseria”. José Saramago.
EL epígrafe que precede este breve artículo que pretende el arte del dicterio, es un extracto de una larga conversación sostenida entre el fallecido novelista portugués, José Saramago, y el escritor Jorge Halperín. El libro se llama Soy un comunista hormonal: conversaciones con José Saramago, y apareció bajo el sello de Oveja Negra, no me acuerdo en qué fecha exacta (extravié el libro), pero ha de ser de principios de la primera década porque el libro lo compré en Chetumal con unos dineros que junté haciendo ensayos de derecho, de “problemas regionales”, seminarios de tesis y otras fruslerías de poca monta, que una miríada de alumnos ágrafos de derecho y de antropología me pedían por encargo en la UQROO.
Era y sigo siendo un convencido de todas las tesis de Saramago, y esta idea de la masificación de la educación superior me llamó demasiado la atención por el hecho de quién lo decía: un comunista, aunque hormonal, un escritor que defendía por todo el mundo las causas que uno, con 22 o 23 años, consideraba y sigue considerando nobles y dignas de defenderse: el zapatismo, la defensa de Palestina, la crítica a la “caverna” totalitaria del consumismo, la invocación al principio esperanza, la solidaridad con los pueblos que no corren en la furgoneta del Progreso. Además, me llamó la atención porque Saramago nunca fue a una universidad porque venía de los estratos más pobres –nieto de un porquero de una aldea perdida al sur de Portugal cuyo universo lingüístico no pasaba de 300 palabras- y desde temprana edad tuvo que trabajar para vivir. Todo el universo literario que forjó el novelista iconoclasta, ateo y fervorosamente izquierdista que fue Saramago, fue un universo literario escrito por un autodidacta cuya primera biblioteca fue la biblioteca nacional de Lisboa, y cuyo primer libro lo compró a los 19 años.
Entonces, ¿por qué el fastidio contra la masificación de la enseñanza?, me decía, y acto seguido recordé a los ágrafos de la UQROO –profesores incluido-, que cada fin de unidad me buscaban furiosos para que les cotice un ensayo de 10 hojas con el tema tal y tal. Si esas personas iban a ser los futuros defensores, litigantes o maestros de derecho; si esas personas iban a ser los nuevos estudiosos de la cultura que escribirían sus tesis y que enseñarían a otra generación de estudiosos de la cultura, me preguntaba ¿cómo era posible eso si no podían ni redactar unas sumarísimas ideas en dos o 5 cuartillas? Aparte, me pedían 10 hojas, “para que se alucine el maistro”. Don José tenía razón: había un problema, y grave en la UQROO, de masificación desbordada, de saturación educativa en áreas como el derecho, antropología o Relaciones Internacionales. ¿Quién no hacía su trabajo?, ¿solamente los alumnos, o este problema atañía por igual a los maestros de esa universidad y se extendía a los flacos o laxos mecanismos de regulación o selección en dicha universidad? Después tuve oportunidad de leer los trabajos de algunos de estos profesores, así como de platicar con varios de ellos. Me llamó muchísima la atención que estos “guachinangos unamistas” (muchos eran chilangos salidos de la UNAM) no se diferenciaran, en términos hasta lexicales –eran pedestres al momento de platicar-, de los alumnos a los que enseñaban, y me llamó más la atención su constreñimiento lectural a su “tema de estudio”: los guachinangos unamistas, axioma que no necesita comprobación empírica, tenían demasiadas deficiencias lecturales, no comprendían otros textos, se acalambraban al momento de redactar, chapuceaban como guachinangos faltos de agua.
Todo esto lo recordé hoy leyendo un artículo de Carlos Elizondo Mayer ("Educar para la mediocridad", Excélsior, 27 de febrero de 2014) que llama la atención sobre la mediocridad educativa, producto directo de la masificación desmedida de la educación universitaria, que ha provocado una baja calidad en la enseñanza por falta de rigor y selección en el proceso de ingreso a las universidades del país. Dice Elizondo Mayer:
“A pesar del lamentable nivel de nuestra educación básica, la ausencia de criterios académicos sólidos para normar el ingreso a la educación superior ha llevado a una expansión de la matrícula universitaria. México tenía un millón 258 mil 725 estudiantes en educación superior en el año 1990. En 2011 llegamos a dos millones 981 mil 313. Más no es igual a mejor. Muchos de estos estudiantes están en universidades mediocres, ya sean privadas, cuyo único objetivo es enriquecer a los accionistas, o en públicas, donde no hay rigor en la selección de estudiantes”.
Otro dato que subrayé de este pequeño artículo, esclarece mi torpor que sentía y siento por el espíritu pedestre de los guachinangos unamistas de la UQROO. Dice Mayer que en la UNAM -dizque "la máxima casa de estudios" del país- entran por pase automático 61% de los estudiantes de preparatorias y CCH de dicha universidad. Y uno se pregunta, ¿y cómo está eso?
Al parecer, creo que en la UADY, con propias preparatorias al igual que la UNAM, los alumnos se pelean para entrar en medicina y en otras facultades a pesar de que vengan de preparatorias de la UADY. No tienen, como los preparatorianos de la UNAM, canonjías ni favoritismos institucionales: presentan exámenes como cualquier hijo de vecino, aunque habría que ver la calidad de los exámenes relacionados con la calidad del deficiente sistema educativo que corre desde primaria hasta las universidades.
Esto del pase directo de los alumnos de la UNAM, toca directo a los guachinangos unamistas de mi ex alma mater, la UQROO (¡O tempora, o mores!). No cabe duda que la UQROO está plagada de chilangos que hicieron su licenciatura o postgrado en la UNAM. Se les tiene como lo más granado de esa universidad entre el estudiantado autóctono de esas selvas del sur quintanarroense, etc., aunque en mis conversaciones con varios de esos doctores y profesores, ya lo dije, uno no necesita tener ojo avizor para comprobar los deficientes conocimientos en varias áreas de dicho profesorado.
Y digo, con maledicencia en el decir, si así están los que enseñan, ¿cómo estarán los enseñados? El recuerdo de los ágrafos de derecho y antropología me inunda. Y cuestiono, ¿cuántos de esos guachinangos unamistas con cubículo en la UQROO pasaron directo a estudiar licenciatura sin el rigorismo necesario de la selección? En ese punto, yo sí creo mucho en Darwin, pero también creo que las distintas mafias quesque académicas que envenenan a la UQROO con sus juegos absurdos de puntos para su SNI, creen más en su hermandad guachinanga.