“La época del chicle” en Yucatán,
es uno de los periodos poco estudiados por la actual histrioriografía yucateca,
reacia al siglo XX y a los “temas” que no sean del agrado de sus académicos apoltronados.
Podríamos decir que con torpeza etnocéntrica se ha dejado esa parte de la
historia peninsular, a trabajos salidos de Quintana Roo o de Campeche,
rezagándose Yucatán: arguyo que a los meridanos –hegemónicos de un discurso fácil de la
historiografía yucateca que no salga de su regionalización política- les cuesta
mucho salir de sus fronteras imaginarias.
En Quintana Roo existen trabajos
pioneros desde principios de siglo XX (desde las distintas expediciones
científicas al ex “Territorio de Quintana Roo”); y los trabajos de Herman W. Konrad y los estudios
de Luis G. Jiménez son imprescindibles para entender esa industria de la resina; el estudio antropológico de Martha Patricia Ponce Jiménez para
Campeche, y el trabajo histórico de Claudio Vadillo para la Laguna de Términos, es de ayuda invaluable para los interesados en el tema. En Quintana Roo propiamente, los trabajos sistematizadores de Lorena Careaga, Antonio Higuera Bonfil, Teresa Ramayo Lanz, Juventino Poot y
los estudios recientes de Gabriel Macías y Martha Villalobos González,
sin contar con nuevas tesis salidas del CIESAS Peninsular[1]), son de necesaria obligación revisar;
y en Campeche, contrario al Archivo General del Estado de Yucatán, el AGEY - es legendaria la dejadez de este último, al no clasificar como se debe el siglo XX-, se encuentra un “Fondo Chiclero” en su archivo estatal, además de
que se han efectuado historias de vida de chicleros trota montes como el
célebre Rubentino Ávila Chi.[2] En
mis propios trabajos de historias orales con los ex chicleros petuleños Raúl
Cob, Francisco Poot Aké, Ceferino Briseño Solís, et al, sus “archivos de la palabra” que se encuentran en mi poder,
dan para abultar las biografías de estos “gambusinos de la selva”, nombre con el
que se refirió atinadamente de los chicleros, Ramón Beteta en su clásico libro Tierra del chicle.
En Yucatán, la historiografía
yucateca destilada hasta ahora desde su unicéntrica universidad –la UADY-, ha
obviado, como dama encopetada, ese rico periodo nuestro, a pesar de que pueblos
del sur y oriente de Yucatán (pienso en Peto y Valladolid, así como sus pueblos
comarcanos de ambos) fueron chicleros durante poco más de la segunda mitad del
siglo XX, y toda la vida económica de estos pueblos –incluso hasta la vida
cultural- giró en torno a la fiebre traída por “la hojarasca chiclera”.
A pesar de ello, trabajos que
toman en serio a las escalas micro regionales, apuntarán a un hecho sin duda
importante: ¿cuál fue el significado del periodo chiclero en la zona sur y
oriente del actual estado de Yucatán? Podríamos argüir, que las subidas y
bajadas de “la Montaña chiclera” significaron alegrías, a veces penas,
nostalgias y reguero de movimiento –de gente, de dinero, de broncas de cantina
y machetazos callejeros- a los pueblos antes fronterizos del sur y oriente de
Yucatán.
En la recopilación de datos para
un pueblo de frontera convertido en un pueblo chiclero en la primera mitad del
siglo XX, me encontré textos curiosos respecto al chicle. Desde poemas a los
chicleros:
¡Oh
qué raras figuras
las
de estos hombres pálidos!
van
llegando, llegando lentamente,
bajo
el sureño sol auricandente
que
quizás los envuelva
por
la postrera vez…Huelen a selva;
tienen
la faz huraña
y
son hoscos y agrestes como la Montaña...
Hasta quejas, alabanzas, preocupaciones
y meditaciones sobre las temporadas anuales de la “chicleada”. Uno de estos
textos, es un poema escrito por dos niños: Marcos y Arturo Solís Enseñat, de 8
años apenas. Tal vez, Marcos y Arturo eran gemelos que vendían “El Chicle Maya”
al menudeo en el centro de Mérida, en el año de 1923, año en el que los socialistas
comandados por don Felipe Carrillo Puerto estaban en el poder. El poema de
venta, además de que da un guiño a ese importante periodo chiclero para toda la
Península, es interesante porque en sus sencillos aunque ripiosos versos, da
una nomenclatura étnica de Yucatán (chinos, mestizos y catrines masticando vacunamente
el chicle), así como pone en su justo término a figuras tan dispares como “don
Felipe Carrillo”, el reaccionario don Carlos Menéndez y el poeta Luis Rosado
Vega: a todos les gustaba mascar el chicle, pues esta goma salida de los
zapotales de La Montaña Chiclera,
ayuda al buen dormir si se le masca con sabiduría. Sin más nota introductoria,
transcribo el poema precitado (aparecido en La
Revista de Yucatán, domingo 23 de marzo de 1923).
EL REY DEL CHICLE
A los Sres. Espinosa Alcalá Hnos.
Yo que vendo chicle Maya
y lo vendo al menudeo,
me admiro de lo que veo
de la vida en la batalla.
Chicle Maya es superior
a todo el que se ha vendido,
pues sólo entra en su labor
un material escogido.
Lo compra un chino amarillo
y no se crean que miento,
lo compra el Ayuntamiento
y don Felipe Carrillo
Me compraron los turistas
los mestizos, los catrines
y me compran los artistas
los fifís y figurines
Si en la Catedral yo vendo
me compran los padrecitos
y me compra el Reverendo
y hasta los sacristancitos.
Si vendo en el “Principal”,
no se crean que es juguete,
lo compra el Municipal
y el coronel Barriguete.
Y sin hacerme sus dengues
y con muchísimo agrado
compra don Carlos Menéndez
y también don Luis Rosado,
Y si la venta se entona,
Y el compañero se punza,
Compra el Jefe de la Zona,
y también Manuel Berzunza.
Debajo de un aguacero
Juventino Villacís
le dijo a don “Financiero”
allá va Marcos Solís,
Y los dos chicle compraron
y a su casita se fueron,
y dicen que bien durmieron,
por el chicle que mascaron.
Marcos y Arturo Solís Enseñat. (Niños
de 8 años)
[1] Actualmente, está en proceso de redacción la tesis de maestría en Historia
de Eunice Pinto, tocando el tema del chicle para Quintana Roo.
[2] Cfr. Rubentino Ávila Chi (José Antonio Hernández
Trujeque, Leticia de los Ángeles Ceballos Mass y William J. Folan editores),
2009, Andando bajo el monte, picando chicle, cazando lagartos, tumbando palos y
haciendo milpa. Una autobiografía, México, CONACULTA.