domingo, 31 de mayo de 2015

Ninguna muerte de un bárbaro es digna de un epitafio

The Servants Drive a Herd of Yahoos into the Field by Louis John Rhead, Metropolitan Museum of Art

La muerte de esta gente, al fin y al cabo, es una solución.
Porque los barbaros están entre nosotros,
ellos se alimentan de nuestros miedos
y de nuestras costumbres
cercadas por las costumbres ignaras de los bárbaros.
Noticias venidas de las lejanías,
allá en nuestras fronteras del pueblo
surcadas por el ululante grito de esas bestias,
dicen que los bárbaros se están matando,
cada vez a nuestros guardianes
le son más difíciles de controlar la ira neolítica de los bárbaros,
su sed de extinguirse para siempre es crepuscularia,
no dejar rastrojos de sus lenguas de perros fenecientes.
Celebro la violencia fratricida de los bárbaros,
celebro el declive de esa raza maldita y su cultura de albarrada.
Ninguna muerte de un bárbaro es digna de un epitafio.
La muerte de los bárbaros significa paz,
sueño simple y tranquilidad para nosotros los portadores de la civilización.
¡Que ningún bárbaro sobreviva nuestros días!
Dejen que esos perros se maten entre ellos,
pero si un bárbaro y su cultura de idólatras
tocara a uno solo de nosotros,
bajemos de la panoplia nuestras antiguas armas oxidadas
y no descansemos hasta acabarlos a todos.
Ninguna muerte de un bárbaro es digna de un epitafio.

martes, 26 de mayo de 2015

LAS COCINERAS

Chicleros en el campo. Fotografía de Macduff Everton.

Algo que no podía faltar en los hatos chicleros, era la presencia de un personaje similar o mayor en importancia que el chiclero más diestro: la cocinera, la cual, a veces, solía servir para otra cosa a esos hombres que estaban siete y hasta ocho meses sin mujer. Hernán Lara y Lara describió de esta forma a las cocineras que trabajaban en los hatos chicleros:

“Era el de nuestra acción el único hayo que se permitía la audacia de tener cocinera. Ordinariamente, son los chicleros mismos quienes preparan sus alimentos y lavan sus ropas. Pero una poderosa razón para excluir a las mujeres, en cuanto es posible, de aquellos lugares. Nada más peligroso que ellas en la soledad de la Montaña, no importa cómo sean: feas o bonitas, jóvenes o viejas, su feminidad triunfa plenamente, terriblemente podríamos decir, entre aquellos hombres constreñidos durante más de medio año dentro de la vida estrecha y ruda de los hatos…¿Qué importaba la edad? ¿Qué la belleza? ¿Qué la pulcritud? Estos son accidentes propios de los grandes centros. En el campo, en la Montaña lejana y sola, no son precisos tales refinamientos; refinamientos que, al fin y al cabo, no llenan, por sí mismos, ninguna necesidad.[1]




[1] “Pancha la chiclera”, por Humberto Lara y Lara, Diario del Sureste, 22 de noviembre de 1931.

lunes, 25 de mayo de 2015

CARTAS CREDENCIALES

El autor de estas cartas credenciales, según el lápiz de su amigo historiador Roberto Canto

Yo, señores, sé decir que no hay grandeza en mi albarrada, se confesar que soy de un cacofónico pueblo de Yucatán de cuyo nombre no quiero ni deseo acordarme.[1] Un pueblo que de tan bonito nos lo hicieron feíto unos cuantos pendejitos. Yo soy el sexto hijo de unos padres que se reprodujeron en siete ocasiones. Como ustedes ven, o verán, o han visto o tal vez vean, no soy un hijo de buena familia, y Avileces y Taxes disputan en mi alma como perros y gatos su antigua querencia de comecuras y creyentes. Soy de una rama impura de los Avileces (buhoneros y arreadores de mulas, sastres sin tijeras, hojalateros callados, antiguos porfirianos venidos en desgracia con “la revolución”); y por línea materna ha habido guerrilleros (no es cierto pero suena chévere ponerlo aquí), poetas y telegrafistas (más que cierto), médicos, periodistas, comunistas del 68 (tampoco es cierto), marineros que se fueron a la mar a olvidar su Península, abogados del diablo que no han creído en las leyes.
Nací con partera, con padre descreído de que iba a ser varón después de cuatro niñas seguidas, y madre acongojada por la desmañanada, un 29 de agosto del 83, justo cuando un gallo paraba el pico a las cinco de la mañana, en ese instante la comadrona oyó mi primer recital de poesía proferido entre babas, mocos y placenta.
Fui acólito, monaguillo o come ostias de niño, algo que mi condición actual de ateo se apena con los avemarías que me impuso la tradición escolástica pueblerina. A los 13 quise ser poeta, no sé cómo pero yo, me decía, emularía al gran Abreu Gómez, sin haber leído ni una puta línea del maestro.
Un amor que traía desde la secundaria medio muerto, me forzó a exorcizar mis cuitas amorosas leyendo con impudicia toda la biblioteca municipal de mi solar paterno. Comencé, entonces, mi etapa de lector en las bibliotecas, públicas o privadas, en los tres estados de la Península azufrosa.
A los 19, me acuerdo, compré mi primer libro (la Obra Poética de Octavio Paz), y de esa fecha a esta parte, me jacto y vanaglorio de tener la más completa biblioteca privada al sur de Yucatán: sus casi 10,000 volúmenes con libros de literatura, historia, filosofía, derecho, antropología, etc, hablan mejor por mí.
Soy zurdo, de la mano y del corazón, y estudié derecho 5 años atroces porque mi padre quería un émulo de Efraín Calderón Lara en la familia, y la voluntad de mi padre era el sermón de la Montaña para mí. En ese tiempo de estudiante silencioso y retraído de derecho, mi cuota de lecturas en las bibliotecas peninsulares al fin rindieron sus frutos merecidos: le compuse un poemita a una chilanga maloliente de cuyo nombre no quiero acordarme, y fui feliz y desgraciado dos largos años de mi vidita de bohemio y merolico. Puedo decir que fui frecuentador del taller literario del poeta Javier España Novelo, mi maestro, pero nunca comprendí la exquisitez demoniaca de su poesía, aunque acuné unos versos en un Cartapacio de la UQROO que hoy, a Dios gracias, nadie recuerda ya:

En el jardín sin muro,
lenta la tarde se desviste de su color insano
Dicta la memoria leves nombres,
fechas muertas, tiempos vacíos:
Soledades encapsuladas como abismos de silencios
y tardes enfermizas al presagio taciturno de la noche.
El verde horizonte ennegrece
cuando los árboles se pierden.

La abdicación exacta de la memoria
albea al fin rescoldos silábicos.
Profecía de ocasos quebradizos tu nombre,
doliente insistencia, ansia dispersa
como el oleaje rompiendo bahías.
El rasgo de la noche germina en tus ojos.
Bebida por estos labios, náufrago soy de tu nombre
                                                                                   Proserpina.


Me considero un simple aprendiz de lector, y en un año de nicotina, cafeína y amoríos con una joven mulata del Hondo, allá en esa ciudad mítica de los Curvatos, tuve el trabajo más putañero pero agradable que uno pueda tener: corrector de estilo en un diario del sistema donde los “periodistas” escribían con el culo los mamarrachos de sus boletines de prensa. En Junio 21 de 2008 comencé a bloguear en Desde la Península…y las inmediaciones de mi hamaca, en agosto entré a una maestría para volverme "sabio y docto" (sic y recontra sic), y años después me doctoré, no en leyes como la corrección manda, sino en historia, creando un mamotreto de 703 páginas sobre una historia universal del pueblo de marras de cuyo nombre no deseo acordarme. Sigo escribiendo, sigo investigando, el mundo gira y uno tiene que hacer algo con el breve tiempo que tenemos.





[1] Nota del Autor: revisando en las carpetas de mi computadora antigua, di con este viejo escrito de mayo de 2010, donde intenté escribir una sucinta exposición biográfica para un libro de poemas de jóvenes escritores quintanarroenses, o que escribían desde Quintana Roo, que nunca salió a luz. Todo lo que se dice aquí tiene algo de cierto, aunque sufre los achaques del prurito literario.

sábado, 23 de mayo de 2015

RAÚL CÁCERES CARENZO, EL NUESTRO


TAN CERCA QUE TENGO A CÁCERES CARENZO, que algún día tomaré el autobús para Toluca, donde reside desde 1970 el poeta oriundo de Halachó, y le diré: “maestro, déjeme darle las gracias, porque con su obra poética aprendí la cadencia del español peninsular y aprendí amar a mí tierra, nuestra tierra”, una obra que me parece de la más rica que haya dado el siglo XX y XXI de la literatura yucateca. Yucahuach, como se les dice a los yucatecos residentes fuera de la Península, Cáceres Carenzo es un poeta del exilio peninsular o del exilio meridano, como sus discípulos Javier España y Jorge Pech Casanova, que escriben desde Chetumal y la bella Oaxaca. Toda la poesía y teatro de Cáceres Carenzo, arguyo, es un puente de palabras con que recrea su mundo peninsular visto en la vasta lejanía, entre los cerros del Valle de Toluca y el neblumo de su ciudad adoptiva. Es el que más ha sentido la yucateneidad, y el que más la ha poetizado con el metro exacto y la rima precisa. Sin duda, sabemos, por Cáceres Carenzo, que poesía es un “rayo de voz”, una “flama en el agua de los tiempos”. Y, sin duda, comprendemos nuestra doble mirada, nuestra mirada mestiza en estos versos del poeta:

“Ya otros ríos me nombran en las venas
y en mis ojos se asoman dos abuelos
que están plantando olivos y maizales.
Una alondra mestiza sueña y canta
en la trunca pirámide.
Ahí mi corazón sacrificado
ritualiza sus nupcias
con la hermosura en fuga de los pájaros
y las hondas caricias de la muerte.
Y sin embargo soy,
sigo siendo el que escribe este poema.
Y estoy aquí, en la noche,
en la nutricia noche
que surcan las candelas de mi nombre
(Jesucristo embriagado con balché,
Balam que escribe con símbolos latinos
lo que ha soñado en maya)”.

Poeta que reconoce sus dos veneros literarios (el mundo indígena de Yucatán, poetizado a lo largo de su obra, y el otro, traído con los barcos y sembrado en los versos escritos con “símbolos latinos” por el poeta), me extraña una nota que leí recientemente sobre Cáceres Carenzo[1], y me explico por qué.
Yo conocí al maestro don Raúl Cáceres Carenzo  cuando impartió un curso de literatura en Chetumal, es un poeta yucateco nacido en 1938, y aunque la mayor parte de su obra -reconocida a nivel nacional hasta el grado de recibir los respetos poéticos de José Emilio Pacheco- lo haya realizado fuera de la Península, en Toluca para ser precisos, descreo que Cáceres Carenzo se sirva de "temas de la cultura para hacer lo suyo, se aprovecha de las habilidades de los mayahablantes para su puesta en escena y luego los deshecha como si nada", como se señala en el artículo referido que, al parecer, son palabras de Feliciano Sánchez Chan, poeta maya que cree que la mayanidad sólo pasa por sus pies. Como todo yucateco nacido en un "pueblo grande", Cáceres Carenzo, si no domina el idioma maya hasta el punto de escribirlo, su savia poética está enraizada profundamente en el espíritu de la tierra nuestra. De todas formas hay que señalar que el maestro Cáceres Carenzo reconoció esa "grave omisión" que se le señala en el artículo referido (no darle créditos necesarios a las voces de reparto de la obra escrita por él, llamada "Canek: caudillo maya", que se puso en escena en el teatro Peón Contreras hace casi 30 años).
¡Pero vamos!, estamos hablando de 1988, un lejano año donde el contexto nacional, entrampado todavía en un indigenismo desindianizador, silenciador y homogeneizador de la diversidad cultural en México, apenas daba los primeros pasos para la fuerte presencia de las distintas gamas del movimiento indígena y de los movimientos de revitalización cultural, que vendrían luego. Descreo que el poeta Cáceres Carenzo, el cual tiene un cercano parecido físico con el poeta Wildernain Villegas Carrillo, y quien también fue maestro de este último, tenga una veta de colonizador. ¡Al contrario!, ha dado mucho para los nuevos veneros poéticos del Yaxché peninsular: Javier España, Pech Casanova, Villegas Carrillo, Raciel Manríquez y, como discípulo hereje de Javier España, yo mismo me reconozco deudor de la enseñanza del bardo de Halachó.



[1] Cfr. el artículo “Artistas mayas excluidos de créditos de Canek”, en http://elchilambalam.com/2015/05/artistas-mayas-excluidos-de-creditos-de-canek/  

miércoles, 13 de mayo de 2015

EL KOTZ KAAL PATO: UNA HERENCIA SANGUINARIA ESPAÑOLA EN CITILCUM

El Kotz Kaal Pato en Citilcum, Yucatán

Recientemente, el Movimiento Ambientalista de Yucatán A. C, mediante la plataforma change.org formuló una petición al gobernador del Estado de Yucatán (pínchese aquí), donde exige un “Alto a los actos de crueldad extrema en contra de animales que se realizan en Yucatán”. Esta petición surge como respuesta directa a lo que en días pasados conocimos por medio del internet,[1] referente a una práctica abominable y difícil de tomarla a la ligera justificándola mediante valoraciones antropológicas radicales, que ocurre en la comisaría izamaleña de Citilcum, el “Kotz Kaal Pato [2] (la grafía igual puede ser “jots kaal pato”), expuesto “ante los ojos del mundo” por el artículo de internet señalado, así como en otros medios electrónicos nacionales. El Movimiento Ambientalista, además, está en contra de la corrida de toros y de los torneos de lazo. He señalado en anteriores artículos mi molestia ante el hecho de que los defensores a ultranza de los animales, emparienten la corrida de toros con los torneos de lazo, y no es necesario volver a tocar ese tema, aunque apunto que el pensamiento abarcativo indígena yucateco mayanizó el ritual taurino español al día siguiente de la conquista.[3]
El Movimiento Ambientalista, expresando su molestia contra el Kotz Kaal Pato, apunta que “Como Yucatecos, nos negamos a ser identificados en otras partes de la nación y del mundo por participar y permitir este tipo de conductas sanguinarias y violentas, que nos remontan a la época de las cavernas”. Y descreedor de las culturas cerradas y estancadas en la inamovilidad, los ambientalistas yucatecos siguen un paradigma antropológico difícil de superar: “toda sociedad cambia, evoluciona, se replantea sus costumbres y deja de ver a los animales como objetos de los cuales podemos abusar para nuestro beneficio cómodamente o por simple entretenimiento”.
            Cuando me llegó la petición de firmar (soy simpatizador de dicho movimiento, defensor de los tlacuaches en Yucatán, enemigo de los torneos de lazo pero no de las corridas de toros, por lo tanto, no puedo decir que entro al canon de lo políticamente correcto debido a mi entusiasmo por la lidia), leí el texto del Movimiento Ambientalista que he ejemplificado con algunos extractos entrecomillados, puedo decir que estoy de acuerdo en casi todos sus términos (hacer respetar la ley estatal de protección a la fauna en Yucatán, llevar a cabo políticas públicas de concientización y respeto a los animales, y que el gobernador[4] emita un comunicado para el cese inmediato de ese espectáculo en Citilcum), pero al momento de firmar, escribí la cláusula siguiente: “Estoy firmando porque esto no tiene nada que ver con la cultura maya y porque es, sin duda alguna, un acto de bestialidad y crueldad con los animales y con la cultura civilizada del pueblo yucateco”. Me explico en las siguientes líneas.
            El revuelo mediático surgió, como hemos dicho, a raíz de la publicación de, más que artículo, una serie de fotografías del Kotz Kaal Pato con pies de fotos,[5] donde el autor no aporta datos de cuando en realidad se realiza esta “tradición”, seguramente que para principios de mayo de cada año, por la fecha de publicación del artículo. En este “ritual de sangre y muerte” en Citilcum, antes de la reventadera de garganta a los patos, se lleva a cabo la rompedera de piñatas, llenas, no de dulces, sino de “alimañas” capturadas la noche anterior, es decir,  repletas de inofensivas iguanas, aunque los animales que más aprecian para matar los de Citilcum, son las zarigüeyas, es decir, los mal llamados "zorros", que son muertos a  palos desde las piñatas.  Al terminar de romper las piñatas, los tlacuaches e iguanas son perseguidos por la comunidad para terminar de matarlos a palos, regándose sangre y vísceras por doquier.
Este acto de salvajismo es similar a lo que pasa en los pueblos de Kopomá y Tipikal, pero mientras que en Tipikal, pueblo alejado de lo que fuera la zona henequenera yucateca,[6] el ritual conocido en maya yucateco como pa puul (rompiendo vasijas, realizado anualmente el 24 de junio) las iguanas no se matan y cazan sangrientamente,[7] en Kopomá y Citilcum sí, ningún animalillo se salva. Uno podría pensar que esto que sucede en estos dos últimos pueblos es el colmo de lo inaceptable, pero en Cititlcum sucede algo peor. Después de que haya muerto el último “zorro” (los cuales son aventados al aire para que mueran al caer de un lugar a otro de una explanada de cemento donde hay una especie de patíbulo de cemento construido expresamente para las piñatas llenas de iguanas y tlacuaches, y para lo que vendrá luego), la gente de Citilcum se prepara para algo más macabro: la reventadera de garganta a los patos. Apunto in extenso el texto de Tomás Martínez:

Cuando termina el festejo de las piñatas y las zarigüeyas han muerto, hacen su aparición los patos, animal que da origen al nombre de esta celebración. El ave es amarrada por las patas a una estructura hecha de madera y quienes son considerados concursantes, tienen brincar para tomar el pato por la cabeza. Una vez que logran agarrarle la cabeza, el "afortunado" debe de arrancarla con sus manos, ya que quien lo logre se llevará el cuerpo del pato a su casa. El pato muere en el momento en que se le rompe el pescuezo, pero pueden pasar más de tres minutos antes de que la cabeza del pato se desprenda del cuerpo. Durante ese lapso cae una auténtica lluvia de sangre que baña tanto al que jala de la cabeza, como a los que observan el sacrificio. La gente reunida observa. Familias enteras aplauden y ríen. Es un momento que les da una identidad comunitaria, pero nadie, absolutamente nadie sabe explicar el por qué de la celebración y ni siquiera los más ancianos conocen sus orígenes y razones. "No sabemos el origen de la tradición. Yo lo aprendí de mis padres y mis padres de sus padres. Antes se hacía en un gran árbol de ceibo que estaba aquí cerca, pero en el año 2002, cuando el huracán Isidoro pegó a Yucatán, el árbol se cayó", narra don Idelfonso Tec, un anciano que nació y creció en Citilcum. Desde entonces el festejo se realiza en un parque contiguo a la zona del comisariado municipal. Freddy Poot Sosa, reconocido investigador de la cultura maya, quien ha realizado varios documentales de la vida y cultura de las comunidades indígenas de la región peninsular, se muestra igual de extrañado. "No sabía que existía un festejo de ese tipo, supongo que es un festejo muy local y exclusivo de Citilcum", comentó. Aunque nadie sabe el origen del festejo, el por qué de los sacrificios animales o la finalidad de esta celebración, lo que es seguro es que el Kots kaal pato seguirá existiendo en Citilcum cada año.[8]

Si en Citilcum, con lo del Pa Puu, y en Dzitás, pueblo al oriente de Mérida donde se lleva a cabo la danza del Kotz-Cal-Tzó,[9] existen pervivencias prehispánicas de los antiguos rituales, y las tradiciones que buscaron resquicios, sincretismos y acomodaciones durante la colonia y el periodo independiente[10] han llegado a esos dos pueblos de una forma, en lo que cabe, modificados pero conservando una estructura cultural representados por los mitos del monte, de la milpa y por su reciedumbre autonómica,[11] la pregunta es, ¿por qué en pueblos como Kopomá y Citilcum, la tradición del Pa Puu y el Kotz-Cal-Tzó han sido modificadas, por no decir, deformadas culturalmente? La respuesta a esta pregunta sería apelar a la historia del proceso colonizador en Yucatán. En 300 años de colonia, el dominio meridano sobre los pueblos que se encontraban a su alrededor (el noroeste de Yucatán actual, es decir, lo que fuera el radio de acción de los límites del henequén), aunque no mellaron acremente las estructuras culturales del pueblo maya, sentaron las bases para la miscegenación. Y a partir del siglo XIX, y agudizado sobre todo en el periodo henequenero, los antiguos espacios de autonomía que fueron cuestionados desde años previos a la Guerra de Castas,[12] en el noroeste yucateco fueron totalmente barridos. Se llegó a un proceso desindianizador[13] donde el hombre del maíz desapareció para dar paso al hombre del henequenal, maniatado por la servidumbre agraria y disminuido en su sobrevivencia cultural.[14] El periodo henequenero, sin duda, para los pueblos mayas alrededor de Mérida representó una especie de culturicidio. Tal vez en este marco histórico podríamos entender, entonces, las diferencias subsistentes entre Kopomá y Citilcum por un lado, y por el otro Dzitás y Tipikal (pueblos estos últimos, fuera del rango de acción desindianizador meridano).
Anteriormente, ya había apuntado que el periodo henequenero - y no lo digo por decir- fue un momento triste en la historia del pueblo maya del noroeste yucateco. Ahí desapareció el milpero, las tradiciones mayas se degradaron, envilecidas por la etapa esclava que vivieron los pueblos a las inmediaciones de Mérida cuando el henequén. Kopomá y Citilcum están dentro de esa zona. En otras partes de la Península, donde la garra asesina del henequén no llegó (el sur y oriente yucateco, como Tipikal, pero más que nada, Dzitás, pueblo fronterizo en la segunda mitad del siglo XIX y buena parte del siglo XX), las tradiciones indígenas (lengua, cultura, literatura oral misma, hasta la tierra) pasaron ese negro periodo (1870-1937) de un modo completamente distinto, menos duro, y llegaron con una fuerza cultural incuestionable y ejemplificada en diversas etnografías (Redfield, Villa Rojas y tantos otros que vinieron después). Ni el periodo chiclero desestructuró la "trama de significados" de la cultura maya de pueblos del sur y del oriente, porque los chicleros yucatecos llevaron a la selva sus mitos, leyendas y tradiciones mayas. No es por nada que la cultura maya está más fuerte en pueblos del sur y del oriente, que en la segunda mitad del siglo XIX, como producto de su cercanía a la territorialida de Chan Santa Cruz y su lejanía de Mérida, lograron subsistir al embate del henequén, contrario a los  pueblos donde la cercanía de Mérida es completa, avasallante.[15] El sur lejano y profundo, y el oriente yucateco, es la otra cara de la barbarie de Cititlcum. Una cara civilizada, de civilización que tiene más de 3,000 años de existencia.
Si bien no existe relativismo cultural que salve a los de Citilcum y a los de Kopomá, podemos decir que este proceso de misceganación (o mestizaje) que se dio en Yucatán al día siguiente de la Conquista, en Citilcum se dio con todas las de la ley. Si como dice el poeta Lázaro Kan Ek, de que entre la cultura maya los animales, todos, incluido los tlacuaches, son sagrados,[16] podemos decir que esta fiesta sangrienta del Kotz Kaal Pato de Citilcum, como sucedió exacto con la sui generis corrida de toros de los pueblos del “Yucatán profudo”, en realidad se trata de una herencia española implantada en la colonia. Y es que, como sucede en Citilcum, en una comunidad vasca cercana a Bilbao llamada Lequeitio o Lekeito, se celebra una fiesta patronal del uno al ocho de septiembre en honor al patrón de esa villa, San Antolín. Lo más llamativo de esa fiesta, sucede el día 5 de septiembre, y se llama el día de los Gansos, que antiguamente se realizaba en tierra, pero generalmente se hace en el agua. Apunto una descripción de esta horrenda tradición vasca:

Este acto se suele realizar el día 5 y consiste en mantenerse el máximo tiempo posible agarrado a un ganso que cuelga de una cuerda que cruza el puerto de un muelle a otro. La cuerda tiene un extremo fijo y en el otro hay un grupo de hombres que tiran de ella para levantarla y aflojan para bajarla. En la mitad de la misma se cuelga un ganso embadurnado de grasa (antiguamente el ave estaba viva). hay varios equipos participantes, todos ellos tiene que acercarse al lugar donde esta el ganso y un miembro del equipo agarra al ave por el cuello lo más fuerte que puede. La barca abandona el lugar y el grupo de tierra, que tienen el extremo de la cuerda, tira con fuerza haciendo subir al participante agarrado al cuello del ganso. Una vez arriba sueltan la cuerda y el participante cae al agua, seguidamente, de nuevo, se vuelve a tirar de la cuerda haciendo subir al ganso y al participante. Así hasta que el participante caiga al soltar el ave o el cuello de esta se rompa. Aquel que más alzadas aguante es el que gana.[17]


La fiesta de Lekeito, en lo que respecta a los gansos, es muy similar a lo que sucede en Citilcum, salvo que en este pueblo yucateco se rompe el cuello no de un ganso sino de un pato, y se hace en tierra. Tal vez esta idea nos pueda servir para contradecir las visiones fundamentalistas de algunos antropólogos, que piensan que toda imbecilidad que se destila en los pueblos, es "costumbre" y hay que respetarla. Con este conocimiento de que en la región vasca se lleva a cabo barbaries como esta, refrendo mi hipótesis de que las fiestas sangrientas en Citilcum donde se mata a los patos arrancándole el cuello, fue traído en los barcos españoles, aunque luego se mezclaron con algunos ritos de sacrificio prehispánico (la ceiba presidía la bárbara celebración en Citilcum), del mismo modo a como sucedió con la corrida de toros en Yucatán. Apuntemos, por último, que lo cabezón de algunos yucatecos, no se debe solamente a la braquicefalia de los mayas, sino a los genes que llegaron con los barcos. ¿Y de donde venían muchos de los españoles que llegaron a Yucatán? Nada más y nada menos que del País Vasco, como aseguran los colonialistas. En estos pueblos cercanos a Mérida, la mixtura se dio, pero también las pervivencias salvajes de los vascos llegaron al siglo XXI con los boxitos de Citilcum y Dzitás. La pregunta final que uno se haría es, ¿por qué esta fiesta sanguinaria de Citilcum no se dio en otros pueblos yucatecos que sí adoptaron y adaptaron prácticas culturales de los españoles como la corrida de toros? Tal vez la idea del poeta Lázaro Kan Ek sea la respuesta: en los pueblos yucatecos alejados de Mérida, las pervivencias culturales de respeto a la vida (la Kuxan Suun), fueron más fuertes que las intromisiones coloniales. En Citilcum y Kopomá, no…

El día del Ganso en Lekeito, País Vasco, España.




[1] Véase  “Kots kaal pato, un ritual de sangre y muerte en Yucatán”, texto de Tomás Martínez con fotos de Hugo Borges, 10 de mayo de 2015, en http://www.vice.com/es_mx/read/kots-kaal-pato-un-ritual-de-sangre-y-muerte-que-nadie-sabe-ni-quiere-explicar?utm_source=vicetwittermx
[2] La traducción “antropológica” y “etnohistórica” justificativo de esa barbarie, sería “la danza o ceremonia de sacrificio del pato”. La traducción real y sin eufemismos, sería la de arrancarle la cabeza a la fuerza al pato.
[3] Cfr. mi texto “La corrida de toros de los pueblos del Yucatán profundo y los indianistas etnocidas: apuntes para una polémica”, 3 de agosto de 2014, en Desde la Península y las inmediaciones de mi hamaca...Igual véase Andrés Medina Hernández y Francisco Rivas Cetina, “Las corridas de toros en los pueblos mayas orientales. Una aproximación etnográfica”, en Estudios de Cultura Maya, Volumen XXXV, 2010, pp. 131-162; del mismo modo a Ella Fanny Quintal Avilés, Fiestas y gremios en el oriente de Yucatán. Mérida, Gobierno de Estado de Yucatán/ CONACULTA/ INAH/ Patronato de las Unidades de Servicios culturales y Turísticos del Estado de Yucatán, 1993.
[4] Mismo que ha sido reticente y poco claro con la prohibición completa de los execrables “Torneos de Lazo”, que son el oprobio y la metáfora de la estupidez en las fiestas de los pueblos yucatecos.
[5] Cfr. “Kots kaal pato, un ritual de sangre y muerte en Yucatán”.
[6] Contrario a Citilcum y Kopomá, pueblos ubicados dentro de lo que fuera una parte neurálgica del noroeste henequenero, Tipikal se encuentra al sur de Mérida, en las cercanías de Maní y alejado de la influencia “ladina”.
[7] La ceremonia del pa puul es para pedir lluvias, tiene reminiscencias prehispánicas (Códice Dresde), y las iguanas están asociadas con el agua. El sonido de las vasijas al romper, para los lugareños de Tipikal, trae ecos de los truenos que hacen retumbar el cielo al momento de que se aproxima una tormenta. Cfr. el vídeo “Ceremonia de Pa Puul”, de la National Museum of the American Indian, 12 de junio de 2012, en https://www.youtube.com/watch?v=D1PrnrGixj8
[8] “Kots kaal pato, un ritual de sangre y muerte en Yucatán”.
[9] Sobre el Kotz-Cal-Tzó, cfr. Francisco Rivas Cetina, Danza y relaciones en una comunidad maya en el oriente de Yucatán: el caso de Dzitás. Tesis de licenciatura en antropología, Mérida, Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY, 2007.
[10] En una conversación con el Doctor en Historia Juan Carrillo González, experto en el ritual y el sacrificio humano en el mundo maya colonial, este me hizo saber que: “El sacrificio humano se albergó en el núcleo de la cosmovisión maya, y pasó a formar parte de representaciones y aspectos míticos. Lo fáctico desapareció por ser perseguido, mientras otras prácticas se sintetizaron. Otras prácticas que no conformaban la antítesis directa del cristianismo (y la antítesis principal era el sacrificio humano) se artícularon a otras ceremonias, ya sean católicas, resignificándolas, o bien, persistió en la ritualidad familiar, en las ceremonias agrícolas de la milpa”. Comunicación personal con el doctor Juan Carrillo González, 8 de mayo de 2015.
[11] Y aquí, no necesito decir que sigo las ideas establecidas por Bartolomé en la pervivencia milpera-autonómica en los pueblos yucatecos. Cfr. Miguel Alberto Bartolomé, La dinámica social de los mayas de Yucatán: pasado y presente de la situación colonial, México, INI-CONACULTA, 1988.
[12] Recordemos que el grueso de los pueblos yucatecos levantados en armas en 1847 fueron los del oriente y sur de Yucatán (región de Valladolid y Peto), contrario a la inactividad bélica de los pueblos mayas alrededor de Mérida, maniatados por las estructuras coercitivas ladinas (desde la iglesia, la hacienda y la cultura popular).
[13] En un trabajo pionero sobre esta idea de la difuminación de la sociedad maya del noroeste henequenero, Pintado Cervera ya había hablado de la “pérdida de la indianidad” durante el proceso henequenero, así como de la pulverización de la comunidad indígena en esa zona. Cfr. Óscar M. Pintado Cervera, Estructura productiva y pérdida de la indianidad en Yucatán en el proceso henequenero: dos ensayos, México, CIESAS, Cuadernos de la Casa Chata, 1982.
[14] Cfr. Inés Ortiz Yam, De milperos a henequeneros en Yucatán. 1870-1937, México, El Colegio de México, 2013.
[15] Cfr. mi tesis doctoral Paisajes rurales de los hombres de las fronteras: Peto (1840-1940), CIESAS, México, 2015.
[16] Kan Ek apunta: “Lo que mis abuelos me han contado sobre la cultura maya es que los animales son nuestros nahuales o wáay o pixan. El concepto in walak' ba'alche', significa lo que yo era antes de ser lo que hoy soy, había un gran respeto por los animales, eran hermanos, no recursos humanos; así me lo enseñaron mis abuelos y así lo creo hasta hoy, por eso no soy partidario de los torneos de lazo ni de las corridas de toros, pero es sólo un punto de vista, preferencia y creencia personal; no tiene que ser la verdad y menos la única”.
[17] “Lequeitio”, artículo de Wikipedia, visto el 13 de mayo de 2015, en http://es.wikipedia.org/wiki/Lequeitio Agradezco a Leticia Sansores el haberme hecho saber esta tradición macabra de los vascos. 

miércoles, 6 de mayo de 2015

Un Chilam Balam de los tiempos modernos: José Natividad Ic Xec

El maestro José Natividad Ic Xec en su rincón de trabajo.

El 12 de diciembre de 2012, en la sede del CIESAS Peninsular del rumbo de la Mejorada, del centro de Mérida, tuve la suerte de conocer a uno de los últimos de los Chilames, a un profeta que cambió sus vaticinios por la redacción de cuentos y leyendas mayas, nacido en el sur de Yucatán, en la Villa de Peto para ser precisos: José Natividad Ic Xec. Ese día fue la presentación de su libro, La mujer sin cabeza y otras historias mayas, editado bajo el sello del CIESAS, y cuya edición estuvo bajo el cuidado del doctor Jesús Lizama Quijano, quien le ofreció, felizmente para los interesados en las “consejas” mayas,[1] la oportunidad de publicarlos. Para el mes de noviembre de ese año, los textos que anteriormente habían aparecido en el Diario de Yucatán (el autor laboró como redactor durante 16 años), bajo el título de “Leyendas y tradiciones mayas”, y otros en el portal de internet de Ic Xec, elchilambalam.com; se concretaron en el libro de marras, con un tiraje que llegó al millar. Posteriormente, en el 2013, el libro sería traducido en Francia por la amiga de Ic Xec, Nicole Genaille, bajo el título de La femme sans tête et autres histoires mayas. El texto en español se engalana con unas bellas ilustraciones de Diana Itzel Montes Gómez, y en la traducción francesa están insertas varias fotografías del autor, de personas que dieron su tiempo para narrar los cuentos y leyendas, y de las veredas y paisajes de la tierra nuestra, la Península y sus pueblos.
La pregunta que alguien que no siga las publicaciones de elchilambalam, y que seguramente se formularía al terminar de leer La mujer sin cabeza, es tratar de saber quién es este escritor que, con un libro de poco más de 100 páginas, nos ha hecho recordar, y volver a creer, en el mundo encantado del Mayab, en el que muchos pueblos del Yucatán profundo, todavía guardan “arroyos límpidos de cultura maya”, a la cual se accede cuando visitamos a los verdaderos depositarios, los abuelos y abuelas mayas, y convivimos con ellos y aprendemos de su sabiduría y somos partícipes de la tradición oral, compartida de generación en generación: “Hablar con un abuelo maya –apunta Ic Xec- es tener contacto con un pozo de sabiduría; un abuelo es una máquina del tiempo que conduce a las profundidades del pasado”.
Nacido el 7 de septiembre de 1963 en la Villa de Peto, Ic Xec pasó por dos años de filosofía y uno de teología en el Seminario de Mérida. Iba para sacerdote (no me lo imagino en un púlpito), pero tal vez su espíritu díscolo e indagador lo llevaron fuera de los claustros, a matricularse en la Facultad de Educación de la Universidad Autónoma de Yucatán, y, posteriormente, a laborar en una sala de redacción del Diario de Yucatán, a tener una bonita familia y a leer con fruición. En la enorme biblioteca del seminario, en sus tres años que estuvo ahí, abrevó de la filosofía escolástica, de la patrística, de la biblia y de las literaturas occidentales. Encandilado por tanto saber a su disposición, Ic Xec indica que esto le impidió “mirar la riqueza cultural que había heredado, comenzando con mi lengua materna”, sin embargo, pienso que el conocimiento universal con que nutrió sus años en el seminario, posibilitó, tiempo después, laborando ya en el Diario de Yucatán, que con sus lecturas de las narrativas universales de un escritor o periodista en formación, recreara aquellas inolvidables consejas, leyendas y cuentos, oídas en sus años de infante, en voz de su abuela Tiburcia.
Ic Xec se declara filósofo y teólogo, es decir, lector de filosofía y teología, pero también “amante de lo nuevo  y de lo antiguo”, indigenista y divulgador de la cultura maya yucateca, incluido el idioma. Desde su portal elchilambalam.com, ayudado grandemente por el informático Lorenzo Itzá, quien da mantenimiento a las redes sociales y a la web creada en enero de 2012 con ocasión del llamado fin del 13 Baktún,[2] ha dado cabida a poetas e intelectuales mayas, como Lázaro Kan Ek, seudónimo del intelectual y educador maya, Pedro Uc Be; a defensores de la cultura actual, como su compatriota, Bernardo Caamal Itzá, el Arux; a hacernos conocer los trabajos de los maestros del idioma maya como Feliciano Sánchez Chan y Fidencio Briceño Chel, y darnos noticias de nuevas propuestas culturales de revitalización de la cultura maya, como el movido hip-hop de Pat Boy, los trabajos en espeleología de la digna heredera de don José Tec Poot, Fátima Tec Pool, y el Grupo Espeleológico Ajau que dirige el maestro Carlos Evia; así como los nuevos veneros poéticos en lengua maya de los poetas Wildernain Villegas Carrillo, Isaac Carrillo Can y la narradora Sol Ceh Moo, todos peninsulares y todos ganadores del premio Netzahualcóyotl de literatura en lenguas mexicanas. Pero casi todos, si no es que todos los textos que tiene colgado en elchilambalam desde enero de 2012, han salido de la diáfana escritura de este poeta y escritor que, aunque prefiere escribir en español yucateco sus textos, y aunque no desconozca su rico idioma materno, el maya, no por eso se le puede restar ningún mérito a la fuerte vitalidad cultural y las resonancias singulares de los pueblos de Yucatán reflejados en su escritura y en sus artículos y crónicas, escritos en correcto y castizo español yucateco. Se pueden escribir futilidades y soñarreras en lengua maya (y se escribe bastante de ello), pero eso no indica que lo que se escribe es literatura maya, y a veces ni a literatura llega. Ahora bien, se puede escribir literatura en español con temas y motivos mayas, y si se escribe con la transparencia y el trabajo literario que podemos leer en La mujer sin cabeza, esta literatura es obvio que se sobrepone al accidente de escribir o no en la lengua nativa, y aglutina tanto la cadencia de la psicología y cultura maya, así como las incontrastables verdades universales que tocan a todos los pueblos por igual.
Desde el primer momento, Ic Xec fue asiduo promotor y defensor del Festival Maya Independiente, Cha’anil Kaaj, y en su portal de internet nos hemos enterado de las noticias del Mayab, hemos ido con su escritura y la lente de su cámara fotográfica, siguiendo sus pasos de caminante tenaz por los rumbos del Mayab mediante sus crónicas de viaje, y estamos aprendiendo el idioma maya y lo escuchamos en radio y lo leemos en las redes sociales. Sin empacho, podemos asentir que tal vez elchilambalam.com es, actualmente, la web más consultada sobre cultura maya. Frente a los mayistas cargados de letras y sapiencia inextricable y que mal escriben su conocimiento, la escritura clara y fina de Ic Xec transparenta la riqueza de la cultura antigua y moderna del Mayab. Es un divulgador y, a un tiempo, un defensor de la cultura maya, aquel waayólogo nacido en el sur de Yucatán. Si sabemos que de su portal elchilambalam han salido muchos relatos que hoy forman parte del libro La mujer sin cabeza, le pregunté al maestro Ic Xec qué lo impulsó para crear un portal que toca temas exclusivos del pueblo maya, de los muchos pueblos mayas que llenan de fulgor, anécdotas e historias la geografía de la Península. No fue ni el dinero (no gana “ni un chingado peso con el blog”), pero sí el deseo de contar, de “hablar sobre su cultura”, nuestra cultura, de darnos a conocer los sucesos y las muchas historias y leyendas que pueblan Yucatán:

La idea original de elchilambalam es mía (aunque hay muchas ideas) porque es de fácil pronunciación, fácil de escribir y sobre todo que abarca el espíritu de los antepasados y de los presentes mayas. Sobre la creación de la web, me impulsó la evidencia de que no hay lugares confiables para leer noticias sobre los pueblos mayas y sobre lo que ocurre ahí. Los diarios comerciales se enfocan en otros temas (más vendibles y de moda). Pensé entonces que era conveniente hacer algo así como lo que hacemos actualmente en elchilambalam que toque temas de la cultura nuestra, y aunque es cierto que hay lugares interesantes de donde abrevar (académicos, por ejemplo), elchilambalam lo contaría simple y llanamente, y su objetivo era y es ser accesible para todos, niños y grandes, y en [elchilambalam] no se disfraza ni se interpreta nada: sólo se cuenta cómo son las cosas. Y pues ahí sigue, de pronto veo en revistas las notas tomadas de ahí, algunos tienen la cortesía de mencionar el lugar, otros no, pero así es esto del internet.[3]

“Los hombres somos en gran parte lo que fuimos en la niñez” es una frase que no remite a un cliché sobre la idealización de la infancia, sino que posibilita entender los trabajos actuales del maestro Ix Xec, y que en el 2012 dio a la imprenta 27 relatos de ellos en La mujer sin cabeza. Suerte que nació en un pueblo grande como Peto, suerte que en su familia estuvo su abuela Tiburcia Noh, una mujer de Tixcacaltuyub y que vivió los últimos años de la Guerra de Castas y que traía tantas historias que contar a sus nietos:

Ella era una gran narradora y tuvo gran influencia sobre nosotros sus nietos. Recuerdo el ritual de todas las noches cuando mamá se iba a la lonchería de mi abuelo donde trabajaba hasta horas de la madrugada: trepados a los brazos de nuestras hamacas rodeábamos a la abuela Tiburcia, quien comenzaba a hablar y nos transportaba a extrañas tierras de brujos, a atmósferas maléficas, a montes regados de sangre. Siempre nos habló en maya…De la boca de la abuela Tiburcia oímos las historias más insólitas sobre apariciones, brujos, maleficios, malos aires. De su boca escuchamos por primera vez, mis hermanos y yo, los nombres de las poblaciones de Yucatán que hoy visito todavía con arrobamiento, esperando que en algún lugar aparezca un indicio de aquellos tiempos antiguos.[4]

Por medio de las enseñanzas de la abuela Tiburcia, Ic Xec entra a esa tradición encantada del Mayab, y su historia literaria es muy similar a la que vivieron, en sus primeros años, maestros del idioma como Gabriel García Márquez, a quien su abuela, Tranquilina Iguarán Cotes, pobló la infancia del futuro fabulador salido de Aracataca, con historias de aparecidos y otras muchas realmaravillosidades.
La mujer sin cabeza y otras historias mayas es un libro que se puede leer sentado o a pie, en el baño o en la biblioteca, que lo degustan tanto eruditos cargados de letras como simples lectores primerizos; pero encima de estas consideraciones, es un libro que se lee con gusto porque se nota que fue escrito con lo mismo y con la destreza de un escritor a veces borgeano, en otras ermileano (lector del Canek), aunque siempre con un estilo inconfundible, alejado de florituras y barroquismos. Consta de 27 relatos breves, y en ellos hay cabezas humanas que se pasean en la noche cuando el pueblo duerme; hay una misteriosa mujer que recorre los caminos del Mayab profiriendo augurios y sanando a los enfermos. Otra mujer, que por unas santas monedas daba su cuerpo a los hambrientos de deseo en un famoso prostíbulo de Peto, estaba marcada con la muerte y su pesada mirada podía matar a los niños sin querer.
Sabemos por la lectura del libro, que la Xtáabay existe y es una hermosa mujer que se convierte en serpiente si se le repele con una xanab k´éewel (sandalia con plantilla de piel y soga de hilo de henequén para sujetarlo al pie y al tobillo), y que siempre está sentada en una albarrada y peinándose con el fruto de la enredadera llamada xáache’ xtáabay, el peine de la Xtáabay. Ic Xec puede asentir, con Mediz Bolio, que la Xtáabay es “la mujer que deseas en todas las mujeres y la que no has encontrado en ninguna todavía”.[5]
En el libro, los malos vientos del Mayab cruzan sus páginas convirtiéndose de inocuas tortolitas a zopilotes, y de estos a toros enormes que persiguen a los incautos. En el monte, en las encrucijadas de caminos donde se reúnen para confabular, pasando los rieles de las antiguas vías de tren de los pueblos del sur, los malos vientos, los k’aak’as íik’o’ob, salen de sus escondites al mediodía y a la medianoche “y se pasean por las calles levantando el polvo rojo y las hojas secas” y pueden fulminar, o bien paralizar el cuerpo del cristiano de por vida. Para contrarrestarlos, el campesino ha creado el ritual inmemorial: masca tabaco silvestre y se unta la plasta en tobillos y manos, o fuma igual sus cigarrillos para alejar a las víboras, y le ofrenda saka’ (atole de maíz blanco endulzado con miel) en jicaritas a Yuum K’áax, el señor del monte; y pide permiso a los alux k’at cuando va a tumbar una selva virgen, un nukuch k’aax, porque los montes intocados son los hogares sagrados de los aluxes y es por esto la razón de las ofrendas pertinentes.[6]
Si podemos decir que pueblos de la región de Peto aparecen en las páginas de La mujer sin cabeza, podríamos decir también, que el pueblo de Tabí y la región donde comienza el oriente de Yucatán, es uno de los lugares favoritos de Ic Xec: con la leyenda de El toro negro de Tabí y los famosos cascos de un caballo horadando la laja viva, así con la más que metafórica crítica del saqueo neocolonial en el relato llamado, precisamente, el Saqueo de la iglesia de Tabí, Ic Xec rinde tributo a uno de esos espacios pueblerinos “cada vez más escasos en donde uno puede mirar el cielo estrellado sin las interferencias de la electrificación, y respirar el sereno puro del anochecer sin el humo de los automotores”.
Igualmente, Ic Xec siente una fascinación por las víboras, pues estamos tratando con un escritor que entiende el significado de la serpiente en la cosmovisión maya, antigua y moderna (no por nada es lector primero de José Díaz Bolio y de otros mayistas). Fascinación científica, el herpetólogo también es el mitólogo de las serpientes y víboras que abundan en las creencias de los pueblos yucatecos. Ha bautizado a la Xtáabay como la hermosa mujer serpiente, y nos indica que el alimento de las víboras, esos frutos con granos que sólo un yucateco de los pueblos reconoce y teme, le sirvió para destrabar su lengua a los seis años. Nos indica, en El misterio de las víboras,  que las embarazadas debilitan a las serpientes; y que beber sangre de víbora de cascabel, como hacían algunos montaraces petuleños en tiempos del chicle, o tomar sus cápsulas, además de la idea de que combate cualquier tipo de cáncer, alarga la vida y da un vigor sexual desaforado con mejores y prolongadas erecciones. Nos cuenta la historia fatal de Dzulo, un campesino de Tiholop sobreviviente en Mérida a cuatro mordeduras de cascabel. A la cuarta, un jmeen experimentado le advirtió: “La víbora ya te conoce, te ha olido, y te está buscando para concluir su tarea. Mejor vete de aquí si quieres vivir”. Dzulo dejó su pueblo y comenzó su éxodo que aún no termina. En La mayor curandera del sur, María Eugenia Rosado, vecina de Tzucacab que ha combatido a más de un veneno de todas las víboras más fieras de la Península, le hace saber a Ic Xec que tiene evidencias de que la cascabel “se aparea con la cuatro narices y una u otra se aparea con la coralillo”.
Otras historias se pueden leer en este libro, como la de los aluxes (le dedica tres relatos), pero lo que más llama la atención son los textos donde toca el tema de los wáayes, esa especie de naguales, más poderosos que los jmeenes y los yerbateros, y que tienen la capacidad de transformarse en animal: gatos, perros, cochinos, chivos y pájaros, son algunas de sus mutaciones. Ic Xec es un waayólogo cuyo padre, sobreviviente a la terrible picadura de la nauyaca en los zapotales de Quintana Roo en tiempos del chicle, por azares del destino, no pudo heredar el arte de convertirse en wáay pues el viejo que le iba a transmitir ese conocimiento prohibido, fue muerto de un disparo certero, una noche antes de la primera lección. Señala que de Maní, de Sotuta, de Mama y Chumayel han salido los wáayes más temibles. A esas tierras, su abuela Tiburcia las nombraba U lu’umil wáayo’ob’ (la tierra de los wáayes). Siguiendo tal vez a los malos vientos, los wáayes prefieren el silencio que arranca en la medianoche para  comenzar la sinfónica de sus correrías nocturnas, para espiar a las hembras más turgentes del pueblo, o para vengarse o burlar a los durmientes. A veces, solamente salen a la plaza principal a tomar el fresco de la madrugada, pero “la llegada de la iluminación los ha obligado a replegarse en sus actividades”. En el relato Los señores de la noche, Ic Xec hace una especie de teoría sobre los wáayes yucatecos. Nos indica que en Yucatán, estrictamente hablando, no existen los brujos. Hay, sí, yerbateros, que son los hombres que en cierto tiempo aprendieron todos los secretos y arcanos de las plantas y raíces para curar los males de la gente pobre; los jmeenes o el jmeen, que al conocimiento de las plantas aúna el conocimiento de ciertas oraciones o invocaciones mágicas que sólo ellos conocen; y el wáay, que está en otro nivel y “escapa de toda definición y es más poderoso que todos los demás”. Si pudiéramos explicar el nivel de poder de estos tres “señores de la noche”, valiéndonos de la gráfica piramidal, diremos que el yerbatero ocupa la base, en medio se encuentra el jmeen, y en la cúspide está el wáay. El wáay peek’ (transformación en perro), el wáay miis (cambio a gato), el wáay chivo, el wáay k’éek’en  (metamorfosis en cerdo) y el wáay ch’íich’ (cambio a pájaro), son los distintos nombres que se les han dado basados en sus evoluciones zoomórficas. Otro wáay más enigmático, es el Wáay Koot, el wáay águila, señor de las alturas peninsulares.[7]
El trabajo de José Natividad Ic Xec no finaliza con el libro La mujer sin cabeza. Una vez aproveché la ocasión para decirle, que no creo que sean todos los cuentos  y relatos de la abuela Tiburcia puestos en su bello libro. Para mayo de 2013, Ic Xec, con el sello editorial de elchilambalam, publicó el libro Flor curativa. El milagro de la medicina de los mayas, pero los relatos para otro libro similar a La mujer sin cabeza se encuentran en la web creada por Ic Xec y seguramente que en escritos que no ha dado a conocer. Relatos como “El gran comedor de víboras de cascabel”, “Un pueblo custodio del maíz y de la religión maya”[8], “El adiós de los venados”, “La poderosa influencia de la serpiente en el Mayab”, “Los mayas son expertos en sobrevivir a las hambrunas”, “El regreso de los wáay”, “En la ruta de los wáay, grandes hechiceros mayas”, son algunos de los muchos textos escritos por Ic Xec, y que piden las prensas yucatecas.




[1] Y obviamente que por “consejas”, no entiendo lo que entiende el monárquico diccionario de la RAE: para mí las consejas no son cuentos y fábulas plagadas por “patrañas ridículas” y de sabor antiguo. Son, por el contrario, cuentos, fábulas e invenciones que hechizan y hacen remover el cimiento del supuesto pensamiento occidental y descarteano de uno, y le hacen abrir el mundo donde el sabor y el saber antiguo de los mayores, es descrito con las palabras del poeta.
[2] Según el sistema calendárico maya de la cuenta larga, el 21 de diciembre de 2012 fue la fecha del fin del 13 Baktún, y el inicio de otra nueva era maya. Diversos medios de comunicación dieron cobertura a este suceso, y mediante los órganos oficiales se llevaron a cabo diversos programas que tenían como fin la captura del turismo. Incluso se dio un hecho curioso en montes ejidales del pueblo de Xul, donde unos italianos crearon una ciudad fortaleza esperando supuestamente el fin del mundo. Ic Xec y muchos otros intelectuales mayas, cuestionaron la forma turística de la conmemoración del fin del 13 Baktún, y como contra réplica, los días 20, 21 y 22 de diciembre de 2012, Ic Xec y su equipo (su familia) de elchilambalam se trasladaron a las comunidades mayas alrededor de Chichén Itzá (en Chichén, los turistas gringos y europeos vivirían de cerca la “experiencia turística” del fin de una era maya) para preguntarles a los lugareños sobre su visión del fin del mundo: “El resultado estaba previsto: la gente no sabía nada de ningún fin del mundo ni sabía qué fecha se estaba celebrando”. Cfr. “Crónica de un ‘fin del mundo’ que no llegó”, en http://elchilambalam.com/2013/06/cronica-de-un-fin-del-mundo-que-no-llego/
[3] Comunicación personal con José Natividad Ic Xec, 6 de mayo de 2015.
[4] José Natividad Ic Xec, La mujer sin cabeza y otras historias mayas, México, CIESAS, 2012, p. 10.
[5] Antonio Mediz Bolio, La tierra del faisán y del venado, México, Ediciones Botas, 1965, p. 154.
[6] A este respecto, apunto una descripción de cómo se elige una milpa, proporcionada por el ex chiclero don Raúl Cob: “Cuando comencé a ir con mi papá a la milpa, para cuadrar un terreno que nos serviría para hacer milpa, antes se tiene que hacer saka’, llevar un poquito de miel para endulzarlo antes de que se comience la brecha de la milpa. Entonces se pone el saka’ al principio de la mensura de la primera brecha, cuando pongo esa bebida significa que todos los animales malos como las víboras, pido que las separen de ese pedazo que ya se pidió, manifestando a Dios ese trabajo que se va a hacer y le ofrezco esta pequeña ofrenda de saka’ para que quite las cosas malas, para que cuando yo trabaje, no me pase nada. Cinco jícaras de saka’ hecho con miel, una vela prendida y oraciones como el padre nuestro pidiendo a Dios que en este cuadro me quiten todos los animales malos para que yo trabaje en paz”. Entrevista de tradición oral con el señor Raúl Cob, 88 años, 24 de enero de 2013, Peto, Yucatán.
[7] Sobre esto, véase mi texto “El Wáay Koot de mi pueblo”.
[8] Este relato versa sobre el pueblo de Xoy, en la región de Peto. Los apuntes de campo de Ic Xec podrían enriquecerse, considero, con la lectura del libro sobre Xoy escrito por Marie-Odile Rivera, Una comunidad maya en Yucatán, México, SEP-Setentas, 1976. 

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