jueves, 21 de noviembre de 2013

UNA REGIÓN DE FRONTERA: PONENCIA DE AVANCE DE TESIS

El borrador de la tesis doctoral que presento hoy, titulado de manera tentativa como Avatares de una región de frontera. Peto 1840-1940, comenzó su investigación después del primer coloquio de 2011. A partir del segundo semestre de ese año, inicié con el periodo de obtención de datos, de búsqueda afiebrada para dar con documentos de una región que puedo decir que conozco geográficamente a la perfección porque se trata de mi “matria” que hoy se ha convertido en mi objeto y sujeto de estudio.
***
El análisis en que se enmarca la documentación y la bibliografía consultada, lo expongo en la introducción de esta tesis, y aquí quisiera obviar el apartado metodológico para no ser redundante en lo que he expuesto en el cuerpo de las páginas que han leído mi directo de tesis y mis lectores. Sin embargo, quisiera señalar el objetivo que he intentado realizar en estos más de dos años de brega con los documentos: a saber, analizar los “avatares”, las mudas, remudas, los saltos y contracciones, los cambios y continuidades, de una región sureña de la Península. Entre el estudio de la cuestión agraria de un sur pocas veces, por no decir, ninguneadas veces estudiado, al principio no tenía bien claro que lo que comencé a hacer cuando decidí analizar esta esquina de la Península, concordaba con propuestas de yucatecólogos como Gilbert Joseph, quien en su ensayo bibliográfico De Guerra de Castas a lucha de clases: la historiografía del Yucatán moderno, se preguntaba cómo habían sorteado la segunda mitad del terrible siglo XIX yucateco, los pueblos que se encontraban más allá de la región donde el henequén impuso su dominio avasallante. Joseph citaba algunos trabajos pioneros de Carlos Bojórquez, pero la cosa –salvo trabajos del siglo XX de Margarita Rosales sobre Oxkutzcab, entre algunos dos más- quedaba ahí, en el aire. Esto no lo sabía al momento de comenzar mi investigación, al momento mismo en que elegí como tema de estudio la región de Peto con sus pueblos comarcanos.
***
Después, con la documentación que fui encontrando en los diversos repositorios locales y nacionales, con señalizaciones tangenciales de la bibliografía secundaria, el rostro de una región rasgada por la guerra se me fue apareciendo a base de los indicios que se engarzaban, entretejían y cruzaban, y en un momento determinado del análisis de los datos, visualicé a esta región apartada de Mérida como un espacio de violencia manifiesta en la segunda mitad del siglo XIX, pero al mismo tiempo como una sociedad precaria cuyos pueblerinos sortearon de un modo distinto el proceso individualizador que se gestaría a partir de la segunda mitad del siglo XIX en los pueblos del noroeste henequenero. Pretendí descentrar la mirada y discurrir el trabajo a una subregión distinta a la que la historiografía yucateca del siglo XIX y XX había apacentado a sus rebaños de historiadores de la ciudad letrada. Si el sur fue partícipe del primer proceso capitalista mediante el cultivo intensivo de la caña de azúcar en lo que Howard Cline denominó como el periodo azucarero de la primera mitad del siglo XIX, y si el sur fue uno de los escenarios donde se dieron los procesos individualizadores de la tierra más agudos, y si fue en el sur donde la guerra venida de los montes de Tepich había crecido de forma expansiva, me preguntaba ¿qué había pasado después de la “quema de los cañaverales” en la región de Peto? Situando la problemática investigaba en los contornos de una villa, cabecera de un partido cuyos pueblos sufrirían la violencia de la guerra de castas, inquirí sobre el proceso social, demográfico, económico y político de esta región iniciando el análisis años previos al año axial de 1847 hasta terminar en el año de 1940 en que Cárdenas había llegado a la Villa de Peto: ¿qué hubo en ese periodo, en ese intervalo de tiempo? El análisis de los datos me llevó a establecer estos procesos por los cuales la villa de Peto y sus pueblos comarcanos recorrieron, y los cuales trabajo a lo largo de la tesis:
a) La brecha individualizadora abierta por los denuncios de tierra en una de las regiones de la Península más ricas, más fértiles para el cultivo de la caña (1820-1850) y otros productos forestales. La región sureña convertida en un frente pionero.
b) La irrupción campesina de 1847 en el tiempo en que los cañaverales serían casi eliminados por la tea de los campesinos levantados en armas.
c) La creación, mediante la resistencia, incursiones periódicas, amenazas y presencias ubicuas de los de Chan Santa Cruz en la región, de Peto y su región como un partido de frontera, como un partido del miedo donde sus habitantes se foguearían en el arte de la guerra, similar a otras regiones de frontera al norte del país como Janos y Namiquipa.
d) El status quo agrario de esta región en el que el poco capital local, hasta 1890, posibilitó una forma de convivencia “agraria” con los hombres encargados de cuidar este “dique de la civilización yucateca”.
e) A partir de 1890, se dio en la región una recapitalización producida por el “Declive de la Montaña rebelde”; esto es, por el poco peligro que comenzaron a representar a los pueblos de frontera los de Chan Santa Cruz.
f) De 1892 a 1924, la región daría ejemplos de una resistencia agraria y política de los campesinos defendiendo lo que ellos consideraban lo justo. Se dieron unos brotes de levantamientos, motines y rebeliones de los pueblerinos contra políticas agrarias, exacciones caciquiles, y pugnas con opositores del “antiguo régimen”.
g) Sin embargo, de 1930 en adelante, los viejos “notables del pueblo” que en el siglo XIX habían copado las estructuras de poder, poco a poco se fueron insertando en las nuevas estructuras de poder creadas por el periodo postrevolucionario.
h) Un último proceso que analizo, es la forma como llegaron los pueblos al reparto agrario, y en este punto indico que varios pueblos de la región llegaron con sus antiguos ejidos.
i) Y si la región no pasó por las horas del henequén, la resina del chicozapote convertiría a los pueblos de la región de Peto en pueblos chicleros.
En el proceso de trabajo de esta tesis, el cual hoy presento una introducción, tres capítulos y un tercio del capítulo cuarto, faltándome por redactar el capítulo último donde estudiaré el reparto de tierras y todo lo que desencadenó la “reforma agraria”, así como analizaré el periodo o “la época del chicle”, trabajé varios archivos. En la ciudad de México trabajé en el AGN el fondo Presidentes para las primeras décadas del siglo XX, y visité la Mapoteca Orozco y Berra para el mapeo de la región. En Mérida, a lo largo del año 2012 pasé de 8 de la mañana a 2 de la tarde expurgando el rico fondo Poder Ejecutivo para la segunda mitad del siglo XIX, así como otros fondos de esa institución; y en la avenida Cupules pasé largas horas fichando y tomando fotos a los documentos agrarios de los pueblos, en el RAN, Mérida. La rica colección hemerográfica y bibliográfica de la biblioteca Carlos R. Menéndez me dieron nuevos datos para tener una visión del siglo XIX yucateco, y a finales del 2012 comencé casi hasta vivir de 9 de la mañana a 8 de la noche, en la Biblioteca Yucatanense. Sin embargo, a pesar de que la bibliografía y la documentación consultada comenzaba a abultarse, pensaba que algo hacía falta, y era el que no podía dejar a un lado la memoria de los “subalternos”. Y así, para finales de 2012 y casi todo este 2013, en visitas periódicas a los pueblos de la región comencé por hacerme de material oral entrevistando a personas mayores de la región. Grata sorpresa fue observar que, en algunos casos, lo que me decían los documentos, estaban impregnados todavía en las palabras de aquellos abuelos como los chicleros don Raúl Cob, don Francisco Poot Aké, o el ex comisario del pueblo de Chacsinkín, don Vicente Cab Ek . Sin duda, uno de los elementos metodológicos por los cuales preferí entrevistar a segmentos de la población maya de la región y no al segmento mestizo, se debió a que la memoria oral está más presente en estos estratos. Y para no dejar cabos sueltos, a la par que hacía mis entrevistas, fichaba documentos y subrayaba libros, quise conocer más de cerca los lugares que los documentos me hablaban: esto es, pueblos, ranchos, haciendas. Recorrí entonces esta región para tomarle fotos a la herencia material dejada por los procesos históricos por los cuales esta región pasó de 1840 a 1940.
***
Para acabar este pequeño boceto de la presentación del trabajo investigativo que hoy se comentará, sólo me resta decirles, a los presentes, muchas gracias por su atención.

lunes, 18 de noviembre de 2013

¿QUÉ VAMOS A APRENDER DE TI, EGÓLATRA?

Perdónenme las malas palabras (y si no me lo perdonan, me vale verga), pero esto que transcribiré es una reverenda mamada de un mamador compulsivo que no quiere salir a su realidad, a su triste y pútrida realidad de uno más del montón, de alguien que podemos dudar hasta de su inteligencia (¡sí, dudo de vuestra inteligencia, soberano camaján!), pero de que no podemos dudar de que es, de que se trata de un soberano pendejo, ¡y que digo pendejo!, de un rependejote sin podar (recordemos que la palabra pendejo significa pelos púbicos, y los rependejotes, etc, etc). El infumable, el imbebible (y si fuera mujer, hasta incogible), dijo esta soberana pendejez de ególatra masturbatorio:
"Estoy de regreso en face, pero ahora he hecho una selección de personas serias y responsables en utilizar esta red social. Lo siento por los que han quedado excluidos. Cuando aprendan los incluiré".
Y uno se pregunta, ¿qué vamos a aprender de ti?, ¿qué se puede aprender de un ególatra, de un ombliguista, de un indigerible?, ¿qué enseñanzas podemos sacar de un arrogante barato que no pone en práctica la humildad cristiana que se jacta? No recuerdo en qué punto del averno el Dante puso a los ególatras, pero estoy seguro que ha de ser cerca, cerquita del culo del mero Satanás…¡Vade retro, ijueputa!

miércoles, 13 de noviembre de 2013

MASONES EN EL PUEBLO

***
En 1930, en la villa de Peto habían llegado algunos "iniciados" de la masonería a formar una sucursal (¿así se dice?) para el avance de la "razón" en medio de tanta selva, de tanta superstición y de tantos "malos vientos". El 7 de noviembre de 1930, el Diario de Yucatán decía que:
"En la semana pasada se inició en la Logia Estrella del Sur de esta villa el señor Mariano Castillo C. Después del ritual ofreció a los masones una espléndida cena".
Podría decirse, que los masones eran y siguen siendo, un elemento extraño, decimonónico (me refiero para el país solamente), anacrónico y conservador, frente a los nuevos vientos que desde fines del siglo XIX las enseñanzas de Marx, de Bakunin, et al, habían implantado. En 1930, ser masón era un sinónimo de anacronismo.

viernes, 8 de noviembre de 2013

¡NINGÚN PLUMÍFERO SE SALVARÁ!: ALGUNAS DIATRIBAS A LOS PLUMÍFEROS DE MÉRIDA

Paz decía, en uno de sus más celebrados poemas, que al ser hombre su duración era poca, casi nada frente a la noche inmensa: “Soy hombre: duro poco/ y es enorme la noche”. Pero el poeta, al reconocerse como escritura –el “árbol de palabras” fue una de sus metáforas más utilizadas-, se reconocía en alguien que en ese mismo instante –todos los instantes son eternos- lo deletreaba, o lo deletrearía como ahora nosotros hacemos.
***
En un cuento de la “Antología de la literatura fantástica”, antologado por Borges, Bioy Casares y Ocampo, un cuento describe la historia de un bueno para nada plumífero que tenía las ansias de eternidad y a la escritura la veía como su tabla de salvación contra la enorme noche después de la muerte. El plumífero pacta con el diablo para que pueda ir de viaje al futuro y observar si la posteridad le reconocería su valía como escritor. El plumífero –que en vida era una grisitud- descubrirá que la posteridad lo había completamente olvidado, relegándolo al baúl de los escritores menores, es decir, de la nada.
***
Borges, a quien seguramente le debemos más de un cuento de esa Antología de la literatura fantástica, con una humildad de escritor atemporal, se ostentaba como un simple aprendiz de lector. Borges decía que el acto más intelectual era el acto de leer. La escritura era un complemento, una digresión fastidiosa hacia nuevas lecturas, hacia nuevos horizontes. Pitol, en El arte de la fuga, hablaba de eso, del enriquecimiento del yo escritural por medio de las vivencias (y estas vivencias eran más lecturales que factuales). Yo creo demasiado en eso, de ahí que me pregunte cómo es posible que varios “poetas”, “escritores” y hasta “doctores” y uno que otro periodista (es decir, casi todos los plumíferos de Yucatán) se atrevan a escribir sin antes tener la mínima decencia de haber leído una biblioteca entera de pueblo. Y no lo digo por mí, que no frecuento el círculo de los plumíferos aunque me he leído una biblioteca entera de pueblo, sino por la biblioteca entera de pueblo que cada plumífero debería llevar en sus alforjas.
***
Con esa humildad que tenía Borges, el inmortal, observemos la soberbia tarúpida y la arrogancia de congal de varios infumables, de varios indigestos plumíferos actuales de Mérida, la “ciudad letrada”. Esa escritura con olor a plumas, con olor a estiércol de gallinero, lábil entre todas, no podrá contra la noche, no podrá contra la tarde. Olvido somos y al olvido regresaremos, y ningún plumífero que no crea en la noche se salvará.
***
Mira lo que los muertos han dejado, plumífero de los tiempos jodidos que corren, y ten presente su eterna nadería, su eterna sombra que de vez en vez es alumbrada por un salteador de tumbas de archivo, por un médium del recuerdo llamado historiador. ¿Quién se acuerda de los Menéndez de la Peña, quién se acuerda del intelectual del molinismo y poeta amariconado de José Inés Novelo, o quién se acuerda de Ricardo Mimenza Castillo, el sulfúrico soviético indigenista nacido en el llano yucateco? ¿Qué te dice tanto bardo que escribía en los periódicos del XIX y XX yucateco?, Salvo para el ombliguista historiador del pasado peninsular, ¡nada dicen para nadie!
***
Pero Sierra O'Reilly dice todo el siglo XIX porque Sierra O’Reilly no fue un plumífero sino un escritor de pelo en pecho. Pero Médiz Bolio y Abreu Gómez dicen, codo con codo, todo el siglo XX porque estos dos escritores no fueron plumíferos sino machos que escribían con cojones.

lunes, 4 de noviembre de 2013

RECUERDOS DE HILDA O CRÓNICA DE UN HURACÁN SUREÑO

En Peto sucede como en Chetumal con Janet: muy pocas mujeres se llaman Hilda
En un libro memorable sobre los mexicas y sus descendientes, Eric R. Wolf los llamó como “Sons of the Shaking Earth”. Su traducción sería como los hijos de la tierra que tiembla. En el Valle Central de México, es cierto: la tierra humea, la tierra tiembla, la tierra se mueve y los terremotos han moldeado su silueta y han definido los temores profundos de las sociedades que han habitado esa extraña geografía, desde las sociedades prehispánicas hasta las modernas –y no tan modernas- sociedades actuales. En un trabajo reciente, Brígida von Mentz acotó que:
Todos los seres humanos tenemos temores profundos, pero ellos se visualizan en el imaginario de cada cultura de manera distinta. Si en el altiplano mexicano pensamos con angustia en un terremoto, en otras latitudes causan pavor los huracanes, provocan sobresalto los ataques de ciertas plagas a los cultivos o la crueldad de un invierno, entre muchos fenómenos” (Mentz, 2012: 97).
En la Península de Yucatán, zona asísmica, uno de los temores profundos son, es cierto, los huracanes. Antes, en sociedades de “Antiguo Régimen” (es decir, me refiero a las sociedades agrarias que dependían en exclusiva de las cosechas de maíz; situación rota hasta bien entrado el siglo XX), así como la presencia de los huracanes, los peligros a los que hacía frente el estrato agrario de la Península radicaba en las recurrentes sequías, las presencias de langostas y enfermedades de todo tipo. Hoy esos peligros hacen poca mella, pero el huracán persiste. Podemos definir a los habitantes de estos rumbos, y siguiendo a Wolff, como los hijos de la tierra de los vientos.
***
Desde los orígenes míticos mesoamericanos, el huracán (aparecido en el Popol Vuh guatemalteco, algunos estudiosos lo identifican con el dios K’awil) era el corazón del cielo que dio vida a los cuatro balames que sostenían el mundo de los hombres; y esta fuerza superior, genésica y divina, ha recorrido, trillado y rastrillado innumerables veces a la Península. La historia peninsular, arguyo, comienza con ese enorme Huracán que Landa registró en su Relación de las cosas de Yucatán, porque con ese inmenso huracán la era del declive maya se había acentuado hasta la llegada de los castellanos.
***
Antes, los huracanes no tenían nombres. Seres innombrados, pero no innombrables, eran fuerzas terribles que no suscitaban ni apodo alguno para los antiguos pobladores de estas tierras. Fue sólo a partir del siglo XX en que el espíritu de empresa de los gringos, esos seres visionarios y enamorados del Progreso, puso de moda el bautizarlos. El 13 de septiembre de 1955, el Diario de Yucatán (DY), publicó el pequeño articulito “Pepe, el ciclón”, de un madrileño espantado porque “desde algún tiempo, ya no se habla del ciclón de las Antillas o el tifón de las Filipinas, porque estos devastadores fenómenos han comenzado a tener nombre propio” gracias a los infelices meteorólogos de Miami. El madrileño preguntaba cuál era la inspiración de los meteorólogos para nombrar a estas calamidades, ¿sus esposas, sus hijos, la enamorada en turno?
Los primeros aletazos de Hilda: devastación en Felipe Carrillo Puerto y Vigía Chico
El caso es que para esas fechas de septiembre de 1955, un huracán, el octavo de esa temporada candente de 1955, Hilda, un nombre femenino de origen germánico que significaba la heroína que lucha, o aquella que combate en la batalla, había destrozado la provincia oriental de Cuba, azotando con fuerza durante toda la noche del día 12 de septiembre esa región, y ocasionando 4 muertos, numerosos heridos y daños valuados en 5 millones de dólares en los cafetales y las plantaciones de cacao al oriente cubano. Un boletín del Observatorio Meteorológico de Miami, del 14 de septiembre, decía que Hilda se presentaría en la Península “con lluvias intensísimas, marejadas, turbonadas y vientos huracanados”. Hilda había hecho aparición en la historia sureña, y este huracán femenino sería recordado por luengos tiempos por los pueblerinos sureños. La tarde del día 14, Hilda se encontraba a 900 kilómetros al este Sureste de Cozumel. Un reporte de la United Press de ese mismo día, decía que después que Hilda azotó a Cuba, el huracán había recuperado “velocidad y violencia”, y escoraba ahora su proa destructora directo a la Península. Todo indicaba que Hilda tocaría tierras yucatecas el jueves 15 de septiembre por la noche. Hilda, mujer voluble al fin y al cabo, cambió el pronóstico, retrasó su llegada de Minerva tronitonante, y arribó a Yucatán el viernes 16 de septiembre entrando en la costa oriente de la Península, entre los paralelos 19º 10’ y 20º 10’ de Latitud Norte a las primeras horas del día 16 de septiembre de 1955, por el rumbo del pequeño puerto de Vigía Chico, lugar donde sabríamos que se dio el casi total de muertos en la península (11 se contarían).
***
Ese mismo día 16 de septiembre, el DY, mientras el ciclón ya se hacía escuchar desde la mañana con sus tronidos en varios pueblos sureños como Peto, Tzucacab o Teabo, a ocho columnas informaba a sus lectores encerrados a piedra y lodo en sus casas, que “Hoy entrará en la Península de Yucatán el Huracán Hilda”. Los reportes de Miami establecían que la trayectoria comenzaría en un punto de la costa oriental entre el camino de Cozumel y Chetumal, e Hilda estaría dando el primer guantazo eólico entre las 5 y 7 de la mañana. Hilda, mujer combativa, era un huracán diurno, matutino. Sus vientos, para las 11 de la noche del día 15, ya rebasaban los 175 km/h. En esas rachas violentas, sin duda estábamos ante la presencia de un huracán ya desbridado, ya encarrilado.
***
En Corozal, ciudad hermana de Chetumal, Hilda había clausurado antes de tiempo las fiestas de Independencia, pues a lo largo de las costas de Belice se habían colocado señales de alerta. Frente a esa respuesta rápida de los beliceños ante el peligro, la irresponsabilidad de las autoridades de Felipe Carrillo Puerto de ese entonces se hace patente, prístino, y uno no puede sino admirarse de la ética anglicana de los negros de Belice, frente a la ética católica y de francachelas de los habitantes de suelo mexicano. Momentos antes de que Hilda pegara a Felipe Carrillo Puerto, las autoridades de esa capital mestiza de la zona maya, mexicanas e indígenas, la noche del 15 celebraron como si nada un aniversario más de la Independencia de México en el parque Zaragoza de ese lugar, engalanado con lámparas alimentadas de gasolina. Las autoridades de ese punto de la geografía peninsular hicieron una tramoya nacionalista real maravillosa mientras los vientos al oriente comenzaban a rugir:
La animación [en el parque Zaragoza] era general, pero la inclemencia del tiempo hizo que la concurrencia se trasladara a los salones de la Delegación de Gobierno, donde continuó la fiesta, y a hora oportuna el Secretario de la Delegación de Gobierno, Tiburcio May Uh, previos honores a la bandera, con su escolta de honor, formada por elementos de la Cía Fija al mando del Sargento Primero Valentín Terrazas, leyó el Acta de Independencia y en manos del representante del gobierno del Territorio, Juan de la C. Centeno C. flameó nuestra enseña patria, mientras vitoreaba a México, a los acordes del Himno Nacional por las bandas de guerra y la orquesta dirigida por el maestro David Amaya M. El baile se prolongó hasta cerca de las 3 de la madrugada. Este fue el único día de fiesta, pues el tiempo deslució la del 16, día que marcó una era de desolación y miseria a causa del furioso ciclón que azotó esta zona de las 6 a las 12 horas.
¿No era una crasa irresponsabilidad de las autoridades y personeros de la dictadura de Margarito Ramírez en el Territorio de Quintana Roo, el llevar a cabo actos cívicos en medio del peligro y permitir bailes horas antes de que Hilda cimbrara a los lugareños con sus vientos?
***
El domingo 18 de septiembre, el DY enmarcaría su primera plana con la siguiente leyenda:
***
***
Hilda tocó tierra el día 16 ensañándose contra los bailadores nacionalistas de Felipe Carrillo Puerto y descocando los cocotales por la región de Vigía Chico. Seis horas haría sentir sus rachas de viento en Felipe Carrillo Puerto. En esa ciudad, el ciclón destruyó casas, hizo volar techos de zinc y guano, y los frondosos laureles sembrados 17 años antes (si no es que más) frente a la iglesia de los antiguos rebeldes de Chan Santa Cruz, fueron arrancados como tiernas mazorcas por Hilda. “Una lluvia pertinaz” comenzó a regar las calles polvosas de Carrillo, y en el transcurso de la mañana sería un continuo arremolinar de vientos desatados. Los macehuales del lugar, algunos todavía congestionados por el guaro y la charanga, fueron arriados como vacas sin cencerro por el sargento Terrazas y su soldadesca, poniéndolos a cubierto en la iglesia de la Santa Cruz, en el Cuartel Federal, en la Delegación del gobierno y en las casas más seguras de los blancos del pueblo. Todas las milpas se perdieron, y los viejos del pueblo manifestaron que no habían visto tanta desgracia en muchos años, que no se había “dado un caso como el de ahora que deja en la miseria a muchas familias”.
***
En Vigía Chico, el pequeño puerto perdido entre la manigua feraz del oriente de la Península, la cosa fue más terrible, pues mientras en Carrillo Puerto fue un susto desaforado, aquí hubo pérdidas de vidas. Vigía Chico no tendría ninguna casa en pie, un día después de que Hilda lo pulverizara. Solamente se podría apreciar los cimientos de la bodega de la Federación de Cooperativas chicleras: era como un cuerpo descarnado. A lo largo de las playas se veían la caída de casi todos los cocotales. El día 17 de septiembre, un lacónico telegrama (la naturaleza de los telegramas es su laconismo) de Chetumal decía que “En esta ciudad no causó estrago alguno el ciclón. Durante el día de ayer estuvo nublado y hubo lluvia constante”. Días después, los telegramas no dirían lo mismo cuando otro huracán femenino entrara a hachazos a la ciudad de los Curvatos.
***
El día 21 de septiembre, el DY noticiaba que los choceríos de pescadores ubicados en la bahía de la Ascención y Punta Herrero, fueron barridos por el viento. Cocales ubicados en Hualastock y Río Temporal en el mismo territorio de Quintana Roo, también fueron arrasados. En Punta Pájaro, los despojos de las casas fueron comidos por el mar embravecido, y lo mismo pasó en Punta Estrella y en Santa Rosa. La situación de los cocales del oriente de la Península eran terribles, y no habían ni víveres ni en donde refugiarse. El 20 de septiembre se comunicaba que Carrillo Puerto había quedado aislado del Servicio Postal aéreo desde el día 14 de septiembre.
Hilda en la villa de Peto
Hilda tocó tierra el día 16 de septiembre de 1955. Desde Peto, el corresponsal del DY haría una de las crónicas más detalladas del paso del huracán por los pueblos de la Península. Junto con Muna, Yaxcabá, y Tzucacab, Peto sería uno de los lugares más afectados. Reproduzco in extenso el reporte del corresponsal en la villa de Peto:
Ayer [16 de septiembre de 1955] amaneció aquí con una llovizna muy fina, pero conforme fue transcurriendo el día el mal tiempo se fue acrecentando, al grado de que a las 13 horas ya nadie podía permanecer en las calles porque el viento huracanado era insoportable. A las 4 de la tarde, cuando escampó el temporal unos 15 minutos, pudimos apreciar los destrozos que ya había ocasionado. En la plaza principal fueron derribados la mayor parte de los árboles de ornato y el mercado público quedó totalmente destrozado; también sufrieron graves averías el garaje de la Dirección Nacional de caminos, el Cinema Libertad y la casa de mampostería de Librado Mugártegui Cámara; la cual fue horadada por los impactos del techo del cine. La veleta de la estación ferroviaria fue destrozada y la estación misma en parte. Al reanudar su empuje el huracán Hilda, cometió nuevos daños, hasta las 3 de la madrugada, en que amainó.
El corresponsal establecía que numerosos vecinos llegarían a esa corresponsalía a decir que habían quedado sin sus casas (de guano y bajareque en su mayoría). Casi todas las sementeras de la región de Peto fueron arrasadas. En la finca Aranjuez, propiedad de Ramiro Sánchez Espinosa, Hilda arrancó de cuajo docenas de árboles y pulverizó sementeras. Los viveros y la veleta de Aranjuez, Hilda los hizo volar por los aires. Como había señalado el Diario de Yucatán, el Diario del Sureste apuntó la caída del techo del mercado municipal (construcción que databa de la década de 1920), y que al caer el maderamen, éste destrozó todas las mesas, inclusive las de granito donde vendían los matarifes. Los apicultores de Peto habían perdido todos sus apiarios, y en la villa se vieron algunas colonias [cajas de madera donde se encuentran los colmenares] de abejas flotando en las aguas que corrían a torrentes por todas las calles de la población. El corresponsal del DY en la villa de Peto, sumamente compungido, no se le vino a sus mentes otras palabras, que decir que con el paso de Hilda por la villa de Peto destrozando el bello mercado con techos de madera, “Peto retrocedió 35 años, pues hoy como antes, los vendedores de carnes y legumbres se instalaron sobre la calle 30”, y calculaba las pérdidas en más de un millón de pesos, y clamaba por una ayuda efectiva para abrir los caminos vecinales que quedaron intransitables por los árboles que cayeron. De estos árboles que Hilda hizo sucumbir en la villa de Peto, don Raúl Cob recuerda a los 3 arrogantes y centenarios cipreses que adornaban la entrada a la nueva colonia de los “Cifres”, al norte de la villa. En Santa Rosa, todas las casas de los trabajadores no aguantaron los vientos, y los residentes tuvieron que refugiarse en la casa principal de esa hacienda.
Hilda en otros pueblos de Yucatán
En Muna, los heraldos de Hilda, como en Peto, habían llegado desde temprana hora con ligeros vientos y chubascos frecuentes, pero a las 8 de la noche de aquel viernes 16 de septiembre, “se desató fortísimo viento huracanado que duró más de tres horas, causando estragos de tal magnitud de que no se tiene memoria”. Las milpas de Muna, todas, fueron fulminadas por los vientos. Los hombres y mujeres “vivieron horas de verdadera angustia y no obstante la oscuridad reinante muchas familias con sus pequeños hijos abandonaban sus hogares que amenazaban derrumbarse”. Las casitas de paja “trepidaban como si estuvieran bajo los efectos de un temblor de tierra”.
***
Al día siguiente, Muna sería escenario para otro Guernica, pues los árboles arrancados por Hilda cubrían casi todas las calles de ese pueblo crecido bajo la Sierra del Puuc. Las albarradas fueron votadas, las matas de ramón inundaban con sus frondas caídas la tierra, y los rozagantes almendros de la plaza principal fueron defenestrados por los vientos intensos. El corresponsal de DY rememoraría que las matas de almendros que embellecían el pueblo, y que “simbolizaban la Independencia Nacional, fueron sembradas el 15 de septiembre de 1910 (hace exactamente 45 años) con motivo de las fiestas del Centenario. Los vecinos de Muna no perdieron el tiempo en lamer sus heridas como gatos pusilánimes, y al día siguiente de que Hilda pasara con su sombra de tragedia sobre el pueblo, se dedicaron afanosos en limpiar el pueblo.
***
Una de las múltiples anécdotas que se contarían del paso de Hilda en Muna, fue la de una casa de paja que estaba en la gotera Noroeste del pueblo. Ahí, la familia que la habitaba vio cómo la furia de Hilda la dividía de un tajo certero, y presa de espanto, el padre abrazó a su hijo pequeño y salió corriendo. En su desesperación, el hombre tropezó con una pila y el niño se fue al agua, pero su padre lo logró rescatar en seguida. Los árboles que caían se fueron contra un sinnúmero de casas y aplastaron animales domésticos y de corral. Innumerables veletas del pueblo rodaron con los vientos, y las pérdidas de las milpas significaron una grave pérdida para una zona exclusivamente maicera. La escasez de grano ya oteaban los agricultores. Pero en Muna, como en Peto, no hubo ningún muerto.
***
Las noticias que llegarían de los pueblos en el transcurso de los días después de que Hilda ya impactaba las costas de Tampico –en ese estado golfeano, Hilda fue más fúnebre, causando 12 muertos, 350 heridos y con el 90% de los edificios dañados-, indicaban que en Teabo, Hilda dejó 2 muertos y 35 casas derribadas. A una anciana y a su hija ciega se les cayó la casa, matándolas al instante. El reloj público de Teabo voló en mil pedazos por los aires, dejando sin tiempo a ese pueblo.
***
En Mérida, Hilda fue más benévola, pero el viernes 16 paralizó el comercio de la capital yucateca. El primer aviso llegó a las 3 de la mañana, cuando los nocturnos de toda laya comenzaban a abandonar los clubes, y cuando todavía se escuchaban las notas de las orquestas que animaron los bailes que los meridanos hicieron “por el cumpleaños de la independencia nacional”. A esa hora, “un violento chaparrón anunció la presencia de Hilda”. Toda la mañana del viernes 16, lluvias encaramadas sobre lluvias bañaron la ciudad que se encerraba a cal y canto. A las 8 de la tarde los vientos agarraron su mayor grosor y se volcaron contra una ciudad que no tuvo mayores problemas con Hilda. Entre la una y dos de la mañana del día 17, Hilda abandonó la Península y se internó al Golfo, planeando a 100 km/h. El desfile del 16, los meridanos lo realizarían el domingo 17.
***
En Ticul, todas las casas fueron machucadas por los árboles que caían, y al caer uno de estos en el techo de las oficinas del Registro Civil y de la Agencia de Hacienda, gran parte de los libros del archivo se mojaron. En Umán, en Acanceh, en Tecoh, en Maxcanú, en Hoctún, en Tixkokob, en Tekit y en Hunucmá, noticias de caídas de árboles y destechamientos de casas de paja fueron la tónica del día.
***
En los pueblos cheneros de Campeche, Hilda pasaría arrastrando con el monte. En Calkiní, Hilda nuevamente cosecharía antes de tiempo todas las milpas de la región. De 8 a 10 de la noche del 16, y de 1 a 3 de la mañana del día 17, Hilda se pasearía por Calkiní, retumbando y llenando de espanto a sus habitantes. En Hopelchén, el pluviógrafo o pluviómetro midió 49.0 mm de agua durante el paso de Hilda, y las primeras noticias vaticinaban los destrozos de cientos de hectáreas de maíz próximas a sazonar.
Hilda en la región de Peto
Tzucacab y sus contornos como el pueblito de Ek Balam, Dzi, y los ingenios Catmís y Kakalná, desde las 12 del día fue azotado. Hilda derribó muchas casas en Tzucacab, como la del corresponsal Alejo Sosa Rodríguez. Los cines Abimerih y Regis, funcionando desde principios de siglo en aquel pueblo ex chiclero, fueron rapados de láminas. La pequeña parroquia del pueblo, donde en la guerra de castas dio misa el cura Vela antes de las firmas de los famosos y malogrados tratados de Tzucacab, sufrió daños de consideración. En Kakalná, “no solamente destruyó el local de maquinaria”, sino que Hilda causó la muerte de un fulano llamado Luis Garma. Cuando Hilda se ensañaba lo más tupidamente posible contra Tzucacab y sus contornos, el malogrado Garma “salió al patio de su domicilio, a soltar un cerdo de su propiedad, con tan mala suerte que le cayó encima un árbol, ocasionándole una muerte instantánea”. Todas las milpas de los agricultores del pueblo quedaron completamente destruidas.
***
***
En Chacsinkín, pueblo de la región de Peto, Hilda sembró el pánico y causó graves destrozos. La cola de Hilda había rozado a Chacsinkín desde las 5 de la mañana en forma de una “pertinaz lluvia”, pero a las 9 de la mañana “rugieron los primeros vientos y de las y de las 12 a las 4 de la tarde las lluvias y los vientos” ya eran huracanados. A partir de las 4, una calma chicha que sobrevino en el pueblo –señal de que el ojo se encontraba encima del caserío – fue aprovechada por el presidente y secretario del ayuntamiento para inspeccionar los daños causados. Dos horas después, los vientos comenzaron a rugir de nuevo, y a las 9 de la noche el pánico se desbordó entre los pueblerinos. Centenares de árboles fueron arrancados de cuajo. El maderamen del techo de la iglesia, al ceder, hizo que volaran las láminas, se rompieran los vidrios de los santos, y quedaran destruidos cinco cuadros del vía crucis. El molino de viento que servía desde años atrás como ornato a la plaza del pueblo fue doblado como como plastilina y los caballetes del palacio municipal salieron disparados con los vientos crepitantes. Corpulentos árboles destruyeron varias casas de mampostería, chozas, sembradíos de plátanos y elotes a punto de jilotear. Un jumento fue aplastado por un árbol y sus tripas ensuciaron las aguas traídas por Hilda.
***
En el ingenio Catmís, el meteoro comenzó a barrenar la maquinaria del azúcar a partir de las 11 de la mañana. Hilda, una mecánica volante, desmanteló los taches, los filtros y la parte que cubría la caldera del alambique. Las pérdidas en Catmís se calcularon en más de $ 30,000 mil pesos. El viento huracanado voló el techo de láminas de la bodega de Antonio Palomeque, destruyó algunas casas antiguas que bordeaban al ingenio y sacó de raíz corpulentos árboles. Hilda avanzó no solamente contra los plantíos de caña, sino que se ensañó contra los maizales que habían resistido la canícula de agosto y en menos de 24 horas, puso el pluviómetro a 85 milímetros de agua registrada.
***
En el pueblo de Sabán, el paso destructor de Hilda podó árboles, derrumbó los pocos edificios que no habían sido quemados por “la tea del bárbaro” cuando la guerra de castas, e incomunicó el pueblo cerrando con lodo y ramas todos los caminos. El hambre y la miseria se habían cernido contra esos repobladores, que desesperados pedían al presidente y al gobernador del Territorio de Quintana Roo [Margarito Ramírez] la creación de fuentes de trabajo, porque sin esos auxilios se verían forzados a emigrar a otros lugares. 5,822 mecates de milpa (233 hectáreas) con un valor promedio de $ 174,750 pesos, fue el saldo negro dejado por la furia de Hilda.
Hilda en Yaxcabá: como si de un bombardeo se tratara.
El 19 de septiembre, el DY informaría a sus lectores malas noticias, malísimas noticias venidas del pueblo de Yaxcabá. Yaxcabá, o el centro de Yaxcabá, fue casi arrasado por Hilda. El domingo 18, el corresponsal del DY en ese pueblo describía una situación pavorosa en ese punto de la geografía peninsular:
El ciclón arrasó casi por completo esta población, destruyendo en su gran mayoría todos los árboles, albarradas y casas. En la noche del viernes, al llegar a su apogeo el período de 24 horas de vientos furiosos y continuas lluvias, la gente ya no hallaba donde alojarse y el viento zarandeaba peligrosamente a las personas que se aventuraban a las calles en busca de otros refugios. Se vino abajo casi toda la arquería de los que fueron corredores del palacio municipal y las calles quedaron totalmente obstruidas por la gran cantidad de muros, albarradas y árboles caídos. La desesperanza y la amargura se reflejan en los semblantes de los campesinos que retornaban de sus milpas, pues la tormenta las destruyó por completo.
Sin duda, las imágenes de Yaxcabá aparecidas en el Diario de Yucatán decían más que las palabras del corresponsal. El centro de Yaxcabá amaneció después de Hilda como si hubiera salido de un bombardeo.
***
Saldos de un huracán sureño
El día 21 de septiembre, el Diario de Yucatán, que todavía ni había terminado de hacer la relación de la tragedia dejada por Hilda en buena parte del sur del estado y el centro del Territorio de Quintana Roo, en una pequeña nota, insignificante casi porque fue puesta en la parte izquierda, abajo, de la primera plana, informaba que había surgido el décimo huracán de esa movida temporada de huracanes del año de 1955. Lo habían bautizado como Janet, que al contrario de Hilda, era un nombre de origen hebreo que significaba “Dios es propicio, o Dios se ha apiadado”. Con el paso de los días, Janet no sería para nada propicia, pues con su violencia atlántica intentaría arrancar de cuajo de la historia de los hombres, al Chetumal de las casitas. Janet, o la tragedia de Chetumal como la bautizaría el ilustre etnógrafo y periodista yucateco Santiago Pacheco Cruz, calentaba motores a 350 millas al suroeste de la isla de la Martinica, en las Indias Occidentales francesas. El día 22 de septiembre, el DY apuntaba que la Agencia General de la Secretaría de Agricultura y Ganadería en Mérida, estimaba las pérdidas agrícolas en un 41% de la superficie sembrada en Yucatán. El Diario del Sureste lo mismo informaba ese día, el cual insertaba un mapa para apreciar mejor los daños causados por el huracán Hilda, que sin duda podemos denominar como sureño.
***
***
Los cultivos de maíz, frijol, y caña dulce fueron los más afectados. Hilda corrió por toda la parte central de la Península, y la parte más castigada –sin contar a Vigía Chico, donde se registró la casi totalidad de muertos, 11 de 15- fue la zona de los municipios sureños de Tzucacab, Teabo y Peto, y el malogrado Yaxcabá. En Yaxcabá, Cantamayec, Tzucacab, Teabo y Peto, el 95 % de la superficie sembrada (maíz, frijol) fue aniquilada; y en Tahdziu, Chacsinkín, Sotuta y Tixmeuac, el daño a los cultivos llegó al 90%. Hilda, hemos dicho, fue un huracán sureño, pues casi no tocó la parte norte y oriental del estado como Tizimín, Panabá, Sucilá, Espita, Valladolid y Chemax.
Fuentes:
Diario de Yucatán y Diario del Sureste de septiembre de 1955. Y la foto del mercado municipal de Peto, pertenece al Archivo Fotográfico del cronista de Peto, Arturo Rodríguez Sabido.

viernes, 1 de noviembre de 2013

¿TE ACUERDAS, OCTAVIANO?

En Xtohil quedaba el paraje donde el hombre les daba tierras a los campesinos del pueblo para que las labrasen, y él mismo labraba su pedazo de tierra, al más puro estilo comunal. Comía con ellos su pozol, soportaba el candente sol sureño. Recordaba con ellos, platicaba y descansaba con ellos. Una vez Octaviano, el padre de don Gras Tamayo, lo vio llorar con gotas que apenas escurrían y luego luego se evaporaban. Lloraba porque al hombre se le venían los años de cuando empuñaba las armas para defenderlos. Dijo:
¿Te acuerdas, Octaviano, cuando lo de Catmís? ¡Qué bien combatiste ese día! Parece que te estoy viendo cruzar como si nada por el cañaveral en llamas sin soltar tu escopeta, parecías un conejo brincando y tirando bala. Tú y el Marcos Ku fueron de los que más mostraron huevos, Octaviano. ¿Y te acuerdas de cuando mataron a Carrillo Puerto? Nomás supe la mala noticia, me subí al caballo y me fui por todos los pueblos, por Xoy, por Chacsinkín, por Tahdziu y Peto juntando a la gente. Fuimos de los pocos que nos levantamos en armas, allá en el 24, Octaviano, ¿verdad? Y ustedes, frente al palacio, atrincherados hasta en las bocacalles y en los laureles de la plaza, tiraban a matar gritando vivas por Carrillo Puerto y por su general, por este viejo que ya no vale ni para una chingada, Octaviano. ¿Te acuerdas, Octaviano?
Octaviano sólo escuchaba el soliloquio del viejo. Después, al regresar de Xtohil, y mientras estaba en su hamaca refrescándose, le dijo al niño Gras:
***
-Mare, ese señor no va a tardar y se va a morir.
***
-¿Y por qué?, preguntó Gras.
***
-Porque esta clase de hombres, cuando lloran, no lloran de tristeza sino de despedida.
***
Y así fue. Al año siguiente murió Rivero.

Archivo del blog