martes, 29 de octubre de 2013

"Yo vi al Hombre Mosca trepar a la Iglesia como si ésta fuera una mata de cocos": Recordando a un funámbulo que recorrió los pueblos de la Península

Los registros orales de la Villa de Peto refieren que, al igual como le sucedió al mítico pueblo de Dzitbalché, en el Peto chiclero de mediados de la década de 1920 y 1930 hicieron su aparición por las calles polvorientas de la villa personajes extravagantes, peregrinos y enigmáticos, como el siempre recordado Profeta Enoc, y el casi olvidado Hombre Mosca. Junto con los recurrentes gitanos (estos dejaron de llegar a finales de la década de 1980), los circos de mala o buena muerte que recalaban de vez en vez, los vendedores de baratijas, las ferias anuales, los tuxpeños y los aviones del chicle que pasaban en medio de las dos torres de la iglesia asustando a los comeostias y sacándoles más de dos carcajadas a los descreídos, Enoc y el Hombre Mosca son, sin duda, los dos recuerdos que he recogido de la tradición oral que más me han llamado la atención. Estos dos hombres, como ha referido el cronista de Dzitbalché, Jorge Jesús Tun Chuc, “cada uno, en su más particular estilo, causó asombro y dejó perennes recuerdos en la gente”.
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De “Lauriano” Ojeda, Enoc, ya tenía referencias tanto bibliográficas como orales, pero del Hombre Mosca, supe de él leyendo un artículo de Tun Chuc donde le hacía alusión (“Seres extraordinarios de otros tiempos. Dzitbalché, una mirada al pasado”, en línea). Pensé que era un recuerdo local del pueblo del maestro Tun Chuc, pero para finales de septiembre pasado (26 de septiembre), en la entrevista que le hice a un casi nonagenario chiclero, don Tello Pech, la memoria del Hombre Mosca se presentaría íntegra.
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No voy a narrar ahora las muchas referencias que he obtenido del Profeta Enoc, sino transcribir la entrevista a don Tello Pech, donde éste cuenta el día en que hiciera su aparición en la Villa el portentoso Hombre Mosca (no le busco otro adjetivo para semejante acróbata que desafiaba a la muerte), salido no de una fábula aracateña, sino del recuerdo de los que vieron en ese lejano día de la década de 1930, a aquel funámbulo temerario haciendo piruetas, agachadillas, prácticas de tiro, fumando un cigarrillo liado por él mismo, bailando polca rusa y haciendo el paso del Niágara con los ojos tapados con un paliacate. Y todo esto, en la mínima superficie que le daba una soga amarrada en medio de torre a torre de la Iglesia del pueblo, a más de 50 metros sobre la tierra, con la mirada expectante y las bocas abiertas del pueblo que palpitaba con taquicardia viendo con detenimiento de entomólogo a ese Hombre Mosca salido de la nada (aquí la metáfora del entomólogo es valedera, ya que se trataba, efectivamente, de un Hombre Mosca).
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Don Tello Pech no es el único que recuerda al Hombre Mosca, porque también don Raúl Cob, visitado esa misma noche después de la entrevista a don Tello, y solamente para comprobar lo que el primero me dijo, habló también del Hombre Mosca:
“Tenía yo –contaba don Raúl- como 9 años en esa época. Me acuerdo muy bien cuando vino. Lo fui a ver. Iba mucha gente a verlo también. Escalando nomás, llegó hasta la punta, llegó allá, arriba. Guindaron una soga de torre a torrre, y se subió a la soga haciendo maromas. Mucha gente lo fue a ver”.
Corrían los años de la década de 1930 -1934 o 1935-, y en el Peto chiclero de aquella época arribaban, o recalaban, o se refugiaban las criaturas más extrañas de todos los rumbos de la rosa de los vientos, cuando hizo su aparición el Hombre Mosca. ¿Quién diablos era el Hombre Mosca, que recorrió todos los pueblos de la Península? Escudriñando en eso, di con un antecedente, o un personaje que se le asemejó, pero diez años antes: el gran irlandés, Babe White. En 1922, Babe White, apodado precisamente el Hombre Mosca, se paseó como en su alcoba, por las dos torres de la catedral de Puebla caminando en una soga. White hizo lo impensable, como nos los indican los registros fotográficos capturados de tan memorable suceso: con reconcentración sin duda granítica, White efectuó el Paso del Niágara, pero sin cataratas, a puro aire frío del cielo poblano caminó la cuerda suicida equilibrado con una garrocha, una suerte que requiere pericia matemática. ¿Fue este mismo Babe White, o un discípulo del funámbulo irlandés, el que más de una década después recorrería todos los pueblos de la Península trepándose “al tanteo” en sus iglesias, y pasando de torre a torre a lo largo de una cuerda? No sabemos. Lo que sí sabemos es que diez años después de la proeza de White en la catedral poblana, un hombre, oscuro ya en la memoria de los pueblos de la Península, que no aparece en los anales de la historia yucateca –como sí aparece Enoc-, demostraría a más de uno que no había nacido con vértigo, y que las alturas eran su elemento idóneo.
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Don Tello Pech, de 89 años, tuvo la suerte de ver al Hombre Mosca: “Yo he visto que suba el Hombre Mosca aquí, en Peto”, me dijo. Estábamos platicando de otra cosa más mundana, del chicle, y cuando dijo esa frase, cuando me aventó el gancho verbal, yo, como siempre hago cuando me emociono, trastabillé, es decir, tartamudeé. “¿Cómo es eso del Hombre Mosca?”, le dije, incrédulo y a la vez intrigado. “Yo vi al Hombre Mosca trepar a la Iglesia como si ésta fuera una mata de cocos”, volvió a decir. Entonces le dije a don Tello que me contara aquello, y me dijo que estaba chamacón cuando pasó por aquí el legendario Hombre Mosca. Don Tello ha de haber tenido entre 9 u 8 años, cuando como en el año 1934 0 1935 el Hombre Mosca hizo acto de presencia. Este es la transcripción de la entrevista:
Oyes que viene, que está viniendo el Hombre Mosca, y no me quedé en mi casa y fui a verlo. En ese entonces era chico el pueblo en aquella época. Todo el pueblo se congregó en el atrio, cuando comenzó a subirse el Hombre Mosca en ese lado derecho de la puerta de la iglesia. Cuando ya estaba mero subiendo, no agarraba las cosas, no se sostenía de nada, ni de una cuerda. Solamente tanteaba la roca nomás, y ahí estaba, subiendo y subiendo. Tanteando, sólo tanteando. Su primer descanso fue donde está la virgencita, por el balcón. Ahí se sentó un ratito. Mucha gente, abajo, ni siquiera parpadeaba, no se perdía un instante de lo que hacía el Hombre Mosca. Porque cuando se supo que venía el Hombre Mosca, creo que fue todo el pueblo a verlo. No sé cómo se enteraron, pero se supo que viene, que venía el Hombre Mosca. Descansó allá en el balcón, y después llegó donde están las torres, donde comienzan las torres. Se sentó ahí, al borde del techo, y comenzó a observar a la gente reunida. Todo el atrio y la plaza rebosando de gente, era un mar de señoras, de viejos, de hombres, de chiquitos mirando fijamente al Hombre Mosca. En las torres ya habían tendido, guindado una soga a la mitad de ellas. Cuando el Hombre Mosca recuperó sus fuerzas, comenzó a subir a las torres, nuevamente tanteando nomás. Llegó donde está la soga y comenzó a cruzar, ora caminando en ella, ora agarrado a ella. De torre a torre cruzó e hizo sus suertes: que bailó polca rusa, que fumó un cigarro mirando el horizonte, o que luego hacía ejercicios de calentamientos. De una torre sacó una garrocha, vimos que se amarrara luego un paleacate rojo en sus ojos, y así, ciego, pasó de torre a torre. Nadie aplaudía, nadie gritaba, nadie hablaba porque nos prohibieron hacer ruido porque el silencio ayudaba al Hombre Mosca a reconcentrarse. No fue un ratito que estuvo ahí, encaramado, tardó en hacer sus maromas y cabriolas. Eso lo vi, era un chamacón cuando lo vi. Después bajó, el pueblo lo paseo en hombros por todos los lugares, hubieorn voladores cuando el Hombre Mosca ya estaba en tierra, y todos gritaban, todos le aplaudían. No sé si bajó al tanteo o por las escaleras de caracol. Yo no me olvido de eso. Pero después, cuando comencé a averiguar por el Hombre Mosca, quién sabe en qué lugar murió, en qué lugar no tanteó bien y se mató.

sábado, 26 de octubre de 2013

OTRA HISTORIA PENDIENTE: LA DE LOS FERROCARRILEROS DE LOS PUEBLOS DE YUCATÁN DONDE EL TREN LLEGÓ


El día de ayer 25 de octubre, leí en el Diario de Yucatán una nota en apariencia curiosa, titulada de este modo: “Usan su ingenio y maña para rescatar un tren en la plancha” (Diario de Yucatán, 25 de octubre de 2013). La nota traía una foto de unos obreros ferrocarrileros denominados “linieros”, originarios del etnografiado pueblo de Dzitás, al oriente de Mérida. Dzitás, recordemos, es un pueblo donde el tren vino a “civilizarlo”, según el esquema evolucionista del continuum folk-urbano, de Robert Redfield (cfr. Yucatán. Una cultura en transición, México, Fondo de Cultura Económica, 1944).


Desde principios del siglo XX, las locomotoras, que por todos los campos de Yucatán echaron a andar y sahumar con sus fumarolas la oligarquía del henequén, ya habían conectado a las distintas subregiones del estado, como el oriente y el sur lejano. El tren de Peto fue una de estas vías importantes de comunicación, precisamente por ser el sur una región de frontera. Este tren sería nombrado como el tren de la “pacificación”. Su llegada a Peto ocurrió el 1 de septiembre de 1900, 8 meses antes de la entrada de Ignacio Bravo a Chan Santa Cruz comandando a sus huestes mexicanas y yucatecas. De estas últimas huestes, un libro de la época apuntaba que “de Peto han salido buenos exploradores y gente aguerrida para la lucha contra los rebeldes y ha sido de las comarcas más perjudicadas en la campaña (El Yucatán auténtico, pp. 108-109).

Hombres que conocieron los vericuetos de la selva y de la guerra como la palma de su mano, años después, muchos de ellos se convertirían en chicleros; y otros muchos, con el correr de las décadas del siglo, verían al tren como un organismo vivo que les imbuía el aliento necesario para sus economías solariegas de la región. Muchos de esos petuleños de los primeros años del siglo XX, como los padres o abuelos de los linieros de Dzitás, se convertirían en obreros del ferrocarril, y otros muchos ferrocarrileros como de la villa de Sotuta (don Pepe Vázquez, un hombrón de más de 1.80 metros, era nativo de Sotuta y casado con la única hermana de mi abuelo), de Tekax u otros pueblos ferrocarrileros lejanos, se avecindarían en esta Villa.

Sin duda, el tren de Mérida a Peto, fue el puente comunicacional que sirvió para que los pueblerinos llevaran sus productos (cerdos, guajolotes, sacos de maíz, frijol, sandías y hasta venado al Lucas de Gálvez, cuando la cacería del venado no estaba penada) a vender a Mérida. Los pueblerinos de Xoy me han contado que al capataz del tren le vendían leña que pepenaban en los montes de su ejido, y eso mismo me han señalado varios expedientes agrarios: la venta de leña, carbón y maderas para durmientes, salieron de los ejidos de los pueblos de la región. También los de Xoy recuerdan que, cuando se paraba “el tren de Peto” en la pequeña estación de techos de asbesto (que todavía existe) de Xoy, los xoyenses sacaban sus palanganas para vender antojitos que saciaban el hambre de los glotones viajeros. Así sucedía en Peto. Existe una imagen subida a una página de Facebook (créditos abajo) donde se observa claramente a varias venteras con el huipil y la palangana de plástico sostenida en “kuch”, en la estación de salida de Peto, recorriendo las ventanillas afanosamente mientras algunos viajantes sacan la cabeza o la mano para comprar un “salbut” o un panucho y un arroz con leche, antes de emprender el viaje.



El tren creó a un tipo de obrero, el ferrocarrilero, muy poco estudiado por la historiografía yucateca. Salvo el libro de Pedro Echeverría “Nos llevó el tren!: los ferrocarrileros de Yucatán” (UADY, 1999) existe poca, o nula información sobre la vida de los ferrocarrileros. El ferrocarril no se puede comprender sin la vida de sus hombres, y los libros de Miguel Vidal Rivero y de Manuel de Irabien Rosado pecan de esto: se analizan procesos económicos, políticos, sindicales, jurídicos y tecnológicos en torno a las vías del ferrocarril yucateco, pero no se analizan las vidas que marcó esa máquina decimonónica. No se analizan y estudian las vidas cotidianas de los obreros, o de los pueblos ferrocarrileros mismos como Dzitás, Sotuta o Peto. Y no necesitamos ser una novelista fabulosa como Elena Poniatowska, que con su novela El tren pasa primero, recreó esa historia fascinante del movimiento ferrocarrilero. Basta tener paciencia, una libreta, un bolígrafo y una reportera, e ir en busca de los antiguos hombres que impulsaban la vida del tren.

En noticias del Peto de la década de 1920 y 1930, se logra apreciar las nuevas costumbres de las personas engendradas, de algún modo, por el tren. Esas notas de hace más de 80 años, hacían relación de una peligrosa costumbre de jóvenes e infantes descarriados, que frecuentaban subirse al tren cuando éste, para estacionarse después de su llegada a la villa, daba sus famosos “cambios” de vía. Esto fue una práctica que murió con el siglo pasado. La jerga de los ferrocarrileros permeó hasta en el habla misma de la gente y le otorgó una experiencia ferrocarrilera hoy difícil de saber. Conozco a la perfección qué es una plataforma, qué es un armón, qué es un clavo que pesa un kilo, cómo huele una resma de durmientes, y sé distinguir entre los pitidos de llegada y los pitidos de salida de la locomotora; y en un tiempo lejano, puse mi oreja en la vía del tren de la estación de Peto a las cinco de la tarde (el tren llegaba a las 8 pm), y por los ruidos y ondulaciones que imaginaba captar, sin sombra de duda sabía exactamente en dónde se encontraba el tren. Decía, con voz de experto matemático, que:
En estos momentos el tren de Peto está cruzando una mata podrida de ciricote frente a la penúltima casa de Ticul, ya está en camino y viene rumiando con tranquilidad su alegría.
Digo “el tren de Peto”, debido a que era impensable –y más que impensable, era casi una blasfemia- decir que el tren que se quitaba de Mérida y llegaba a Peto, era el tren de Mérida, el tren de Ticul, el tren de Tekax o el tren de Tzucacab, porque aunque pasaba por esas ciudades y pueblos, al final lo que contaba era el lugar de llegada. Como los hombres y mujeres del pueblo, el tren de Peto no era de donde venía sino de donde llegaba.
En la nota que apareció ayer en el diario, se señalaba esta pericia de los linieros de Dzitás. A estos les demoró 24 horas para enrutar un tren carguero:
Los trabajadores enrutaron el tren carguero en poco más de 24 horas. Cambiaron un tramo de 40 metros de rieles y 20 durmientes que estaban podridos debajo de la tierra. Armados con soplete, cuatro pinzas especiales, picos y palas, y mucho ingenio, los trabajadores pudieron enrutar nuevamente el tren carguero.
Y a cada enganche que hacían, los linieros de Dzitás, gritaban ¡listo!, pero la simple palabra “ingenio” dice poco de unos trabajadores con harta experiencia de generaciones afanándose en el tren. A este respecto, existe una imagen que da la Memoria del ferrocarril de Mérida a Peto (año de 1899), donde se observa un trabajo demoledor que hacían las cuadrillas de obreros ferrocarrileros comandados por el sobrestante Adalberto Pacheco y el capataz de clavadores Valentín Solís, que en las fiestas de inauguración del ferrocarril de Mérida a Peto de septiembre de 1900, fueron condecorados en la villa de Peto por su tenacidad de más de 10 años para abrir el camino de hierro ganado a la pura laja y a la pura selva que comenzaba desde Ticul (“Una ceremonia significativa. La Revista de Mérida, 20 de septiembre de 1900). El tramo de la foto de aquella Memoria del ferrocarril que sería expuesta en la exposición internacional de París, fue tomado en 1899 en el “tajo” del kilómetro 148, a escasos metros de su llegada final en la parte norte de la villa de Peto. Pero la llegada de la locomotora inundando el ambiente de aquella “lejana villa” se puede indagar por los fastos que se llevaron a cabo para la clausura de los trabajos del ferrocarril de Mérida a Peto, y los comienzos del tramo que se pensaba serían los ferrocarriles Sud-Orientales, que cruzarían todo el territorio de los rebeldes de Chan Santa Cruz. Existen, además, unos telegramas de la llega del tren a Peto, girados entre la jefatura política de Peto al gobernador de Yucatán Francisco Cantón, telegrama de éste a don Porfis, y telegrama del emprendedor hombre de negocios concesionario final del tren Mérida a Peto, Rodulfo G. Cantón. El 2 de septiembre de 1990, el gobernador Pancho Cantón mandaba a Don Porfis este siguiente telegrama:


La llegada del tren a Peto, para la oligarquía yucateca en guerra contra el “bárbaro” de Chan Santa Cruz, significaba el silencio de la “gritería del salvaje”. Era el tren de la pacificación. El día de la inauguración de esa importante vía de comunicación, se dijeron muchas cosas, y Peto fue abarrotado por el inmenso gentío de personas que tuvieron pase gratis subido al flamante tren de la “paz y del progreso”, para los festejos de inauguración del 15 y 16 de septiembre de 1900.


El 16 de septiembre de 1900, La Revista de Mérida, en una editorial titulada “Las fiestas de la paz y del progreso” (“paz” para los de Chan Santa Cruz, encajonada esta “paz” por medio de los cañones; y “Progreso” solamente para los apetitos capitalistas y descuartizamiento del rico botín forestal de los “reyezuelos del henequén”), en referencia a esas fiestas, apuntaba estas perlas de la moralidad que permeaba esos días en los círculos de poder de Mérida:
Estas fiestas son, sin duda, de altísima significación para el engrandecimiento y prosperidad de nuestro Estado. El ferrocarril que ha llegado ya á su estación terminal, influirá de manera poderosa para el adelanto de Peto y demás pueblos del Sur casi abandonados desde que la tea del rebelde maya convirtió en pavesas aquellas poblaciones en que de hoy más resonará constante el himno del trabajo que entonen los que laboran en pro del progreso de la patria, sin que los inquiete el grito del salvaje que antes de la era de la paz porque atravesamos, resonaba con tanta frecuencia en aquellas apartadas regiones.
Y respecto a los ferrocarriles Sud Orientales que se pensaban construir y nunca se hicieron, la nota decía que:
Terminada la guerra de pacificación que hoy se lleva á cabo con tacto y discreción, pues no se trata de una guerra de exterminio, muy pronto el pito de la locomotora, heraldo del progreso, sustituirá á la ruda gritería del salvaje, y el bienestar aumentará con la riqueza de la península, pues los terrenos del sur y del oriente, hoy en poder del maya, son sin duda los más fértiles de todos los del Estado.
Don Porfis vendría a modificar los planes de una parte de la oligarquía yucateca, pero sin duda, del tren de Peto saldrían, años después de estas fiestas que comentamos, las marquetas de chicle y otros productos que sacaban los laboriosos hombres de la región. De algún modo, el tren de la pacificación fue, sin duda, el tren del progreso.

viernes, 25 de octubre de 2013

DE CRISIS CHICLERA Y HECHOS CURIOSOS: NOTICIAS DEL SUR DE YUCATÁN (TZUCACAB Y PETO) DEL AÑO DE 1930

En 1930, los efectos del crack mundial de 1929 se comenzaban a sentir en el sur de Yucatán. Ese año dio comienzo a la explotación del chicle por medio de cooperativas, quedando constituida la Compañía Mexicana de productores del chicle que regularía la explotación de la resina en los tres estados de la Península (Diario de Yucatán, 3 de agosto de 1930), modificando la antigua forma del trabajo casi individual de los productores chicleros. Pero para julio de ese año, la temporada del chicle no había comenzado todavía, y si eran peras o manzanas, si se otorgaban o no las concesiones, al parecer ese año no hubo la “subida” de los chicleros de Tzucacab y de Peto a la Montaña chiclera, generando cierto malestar social entre esas poblaciones, cuya economía dependía en exclusiva del “oro blanco”, en el tiempo de "la época del chicle”, como se refieren de esos años los pueblerinos petuleños. En las siguientes notas que transcribo -un saqueo que unos chicleros hicieron a un campamento, la manifestación de 500 chicleros de Tzucacab sin trabajo-, dan prueba de ese clima de inestabilidad que pasó la región debido a la “crisis”. Igual transcribo una nota petuleña nombrada precisamente como “La Crisis”. Como no todo era crisis, inserto dos “notas curiosas” de la vida de los pueblerinos del sur, a escasos kilómetros donde comenzaba la lujuriosa selva de la Montaña chiclera, así como la fuerza que el chicle había causado hasta en la vida cotidiana de los pueblerinos.
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Nota 1.- Diario de Yucatán, 11 de julio de 1930. Tzucacab.
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Robo en una estación chiclera (10 de julio). Se nos informa que en la estación chiclera del señor Alberto Duarte Esquivel, situada a unas 35 leguas de Catmís se sublevaron varios chicleros encabezados por un individuo apodado el “Beliceño”, y se llevaron todas las mercancías, carabinas y algunas bestias.
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Nota 2.- Diario de Yucatán, 12 de julio de 1930. Tzucacab.
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Protesta de chicleros (10 de julio).
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Hoy a la llegada del tren de pasaje, un numeroso grupo de trabajadores esperaba en la estación ferrocarrilera al señor Pedro Silveira G., Gerente de la Compañía “Silveira Carillo”, para preguntarle si dicha compañía trabajaría este año. El señor Silveira les manifestó que en virtud de que la Secretaría de Agricultura y Fomento, se niega a dar más permisos para la explotación del chicle, la empresa que administra no podía seguir trabajando, por lo que quedaban en libertad de buscar ocupación. Los chicleros acordaron organizar una manifestación de protesta y dirigir un memorial al Señor Gobernador y otro al Señor Presidente de la República, gestionando que se conceda dicho permiso, pues en esta localidad hay actualmente más de 500 obreros sin trabajo, ya que los Ingenios “Catmís” y Kakalná” han suspendido definitivamente sus actividades.
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Nota 3.- Diario de Yucatán, 13 de julio de 1930. La Crisis en Peto
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El malestar económico en esta región, se acentúa cada día más. La explotación de chicle, de la que se sustentan centenares de familias, todavía no comienza, debido a que la Secretaría de Agricultura y Fomento no ha expedido los permisos, con el consiguiente perjuicio para la clase trabajadora. No nos explicamos por qué dicha Secretaría ha estado demorando la expedición de tales permisos y entendemos que es porque ignora los perjuicios que causa; y nos permitimos hacer el caso del conocimiento del Señor Gobernador del Estado, quien últimamente ha estado procurando conjurar la difícil situación económica; a fin de que gestione la pronta expedición de los permisos, para evitar la miseria de centenares de familias. Sabemos que el comercio de aquí se dirigirá al señor Presidente de la República pidiendo la inmediata solución de este asunto que puede traer fatales consecuencias.
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LAS DOS NOTAS CURIOSAS. Nota 1.- Diario de Yucatán, 30 de julio de 1930.
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El mal tirador pero buen trepador
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Tzucacab, 28 de julio de 1930. Ayer, como a las siete de la mañana, cuando el profesor señor Jafet Osorio terminó sus labores en el pueblo de Ekbalam, y se dirigía a esta localidad, fue sorprendido por un enorme tigre. El profesor en referencia, según nos informó, se defendió y disparó sobre dicho animal los seis tiros de su pistola. Como el animal lo seguía persiguiendo tuvo que subir a un árbol para defenderse. El citado profesor resultó con algunas heridas que aunque no son de gravedad sí requieren algún cuidado.
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Nota 2.- Diario de Yucatán, 6 de agosto de 1930
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Pelota caliente en Tzucacab: “El Chiclero” de Tzucacab sufre dolorosa derrota de manos de la novena del Ingenio Kakalná.
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En el diamante de la plaza principal [de Tzucacab] se efectuó un reñido match entre las novenas “Kakalná” y “El Chiclero”. El juego resultó reñidísimo, saliendo triunfante el club visitante con el marcador siguiente: “Kakalná”: 330 000 001. Total: 7 carreras. “Chiclero”: 000 003 010. Total: 4 carreras.

miércoles, 23 de octubre de 2013

¿Yaquis en la pacificación de los de Chan Santa Cruz? Dos notas aparecidas en septiembre de 1900 en La Revista de Mérida

Transcribo dos notas que me encontré hoy en la biblioteca Carlos R. Menéndez donde, al parecer, un regimiento de yaquis fue mandado en septiembre de 1900 a Yucatán para que, en calidad de prisioneros de guerra, los aguerridos yaquis combatieran a los aguerridos héroes numantinos mayas rebeldes defensores de la territorialidad de Chan Santa Cruz. Que yo sepa, es la primera vez que me topo con esta noticia de los yaquis combatiendo a los rebeldes de Santa Cruz.
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Nota primera.- La Revista de Mérida, 11 de septiembre de 1900.
Soldados yaquis para Yucatán
Un colega metropolitano “El Correo Español” da la noticia de que la mayor parte de los indios yaquis que han sido capturados en Sonora, serán enviados á Yucatán al servicio de los batallones federales que aquí operan contra los mayas rebeldes. Ignoramos que fundamento pueda tener la noticia anterior.
Nota segunda.- La Revista de Mérida, 19 de septiembre de 1900.
Consignados yaquis.
Dice “El tiempo de México”, de 8 del actual: La semana anterior, y debidamente consignados, llegaron á esta capital, procedentes de Torín y del campamento de Bácum, Sonora, varios indios yaquis, hechos prisioneros en las últimas funciones federales, y consignados por el Jefe de la Zona Militar, General D. Luis E. Torres.
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Los indios yaquis de que hablamos, según informes, son hábiles tiradores de robusta complexión y casi todos poseen perfectamente el idioma inglés.
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La autoridad militar ha distribuido á unos entre los Batallones y Regimientos de guarnición en esta capital, y á otros los ha enviado á las 12ª Zona de Yucatán.

martes, 22 de octubre de 2013

CONTRA LOS DISCURSOS DE LOS HOMO INTELECTUALOIDES MAYENSIS Y LOS HOMO ACADEMICUS NEANDERTHALENSIS: ¡YA ESTÁ BUENO DE TANTO DISCURSO VICTIMISTA!


Comentando el artículo de Pepe Reppeto, se me ocurrieron estas reflexiones:

El 19 de octubre pasado, frente al remate del paseo de Montejo, abajito de las estatuas de los fundadores de la yucateneidad, los dos Montejos, se llevó a cabo un acto sin duda arcaico. Tres ponentes (Yuri Balam, antropólogo; Iván Vallado, antropólogo, y Alejandra García Quintanilla, historiadora) fueron a “manifestar su indignación” contra el uso de la cultura maya que hace el gobierno de Yucatán al realizar el Festival Internacional de la Cultura Maya porque –y esto lo dicen los que se alzan como portavoces del pueblo maya, aunque son una minoría de intelectuales mayas y no mayas que discuten y analizan y hacen otros chécheres invocando al pueblo maya que dicen representar- "excluye a los verdaderos mayas".

Antes de las filípicas condenatorias contra el fundador de la yucateneidad (me refiero al buen don Francisco de Montejo), un sumo pontífice de la mayanidad, el tatich de Xaya, Feliciano Sánchez Chan (una genuina especie de homo intelectualoide mayensi), dijo, a modo sin duda más que violento, lo siguiente: "Inventaron el cuento de que nuestra cultura se había colapsado poco antes de su llegada", y sin duda tenía razón Sánchez Chan, la cultura maya no fue derrotada aquella vez, aunque la mesa donde dirían sus estolideces los Balam, Vallado et al, tuviera el nombre de genocidio, lo que sin duda no fue así. Así como Juan Peón y Ancona, el tatich dzul de Mérida, dice que él es el dueño legítimo por derecho de conquista, el tatich de Xaya aseguró, ceciliachiescamente (es decir, como un Cecilio Chi redivivo) que “los mayas eran los dueños legítimos de la región”, y criticaba a los “hijos de los conquistadores, sus seguidores, gobierno, religión y maquinaria política".

A ver, Feliciano, ¿sigues con el trauma ese de hace más de 500 años? Nosotros, la gente sin trauma, vivimos en Yucatán, tenemos un gobierno mestizo que nos representa, tenemos una religión pero podríamos tener varias y a la maquinaria política uno le confronta otra política. En Yucatán no existe ni conquistadores, ni conquistados. Existen yucatecos, algunos blancos, otros chocolates, otros cobrizos y varios trigueños como el que esto escribe.

Después del acto ritual del “h-men” tatich de Xaya, ahora sí comenzaron a venir las estolideces al por mayor. Yuri Balam –y tal vez porque en su casa paterna sólo había obras rusas y chinas maoístas-, un desconocedor rotundo de la historia, basó sus dichos de muerte (que no eran 2 ni 3, sino 20 millones de muertos) en plagios brutales de Eduardo Galeano. El otro, Iván Vallado, dijo que el espíritu de conchudez, de perdonavidas de los yucatecos –es decir, de los meridanos, porque no todos los yucatecos somos unos dejados perdonavidas- tiene sus raíces en la brutal conquista. Dijo este “hombre de razón” meridano: "Le tenemos una reverencia enorme a los que tienen el poder... y nosotros no podemos responder como se debería porque estamos castrados". Yo, señor Vallado, no me siento capado –y ahora mismo me palpo los cojones-, y la “reverencia” perruna que el yucateco le tiene a quien tiene poder, no se debe, señor Vallado, a eso que usted dice, sino a que no hemos sido un pueblo –como todo México- que de primacía y respeto al individuo, y el espíritu de castración del yucateco, tuvo sus orígenes en el periodo henequenero (periodo que no abarcó a todo Yucatán), y que fue agudizado en los largos años del autoritarismo del siglo XX. ¿O me dirá usted que don Cecilio Chi era un hombre castrado?

Al final, la sentimental Alejandra García Quintanilla dijo la frase más inteligente que reniega de los sumos pontífices de la mayanidad de gabinete: "No nomás hay que vivir de los mayas, hay que estar con los mayas". Pero eso de “estar”, doña Alejandra, ¿cómo es? ¿Estar significa comer la misma cosa, vivir en igualdad de circunstancias? Es fácil hablar desde su SNI sobre eso del “estar”.

Para terminar mi comentario a lo que se comentó en aquella mesa que hablaba del genocidio, diré algunos argumentos ad hóminem, como siempre me gusta decirlos. En estos tres personajes que hablaron el sábado pasado frente a las estatuas de los fundadores de Yucatán (siguiendo a Duverger, quien señala que el fundador de México es el gran don Nandito Cortés, considero que Panchito Montejo es el fundador de Yucatán), Iván Vallado, Yuri Balam y Alejandra García Quintanilla, algo los emparienta: no son para nada miembros de la sociedad maya. Y si miramos bien las fotos que presenta en su artículo el buen Pepe Repetto Menéndez, los asistentes a esa discusión estéril y bizantina, muchos eran europeítas o sudaquitas o gringuitas o blanquitas izquierdosas de Mérida que son progres de vez en vez pero para nada conocen -ni en sus "observaciones participantes" podrían conocerlo- en verdad la chinga de cómo vive la sociedad maya actual.

Estos eruditos que hablan de los desastres del siglo XVI producido a la sociedad maya por el contacto indoerupeo, pero que estoy seguro que en su casa la chacha, la sirvienta o el albañil que le compone el empedrado, o el jardinero que le poda el zacate, o el "viene viene" de los "mall" de Mérida a los que les dan 5 pesitos, o que hablan sobre desindianidades parapetados en sus "no-lugares" de cubículos (los más sin identidad son ellos), o que se conduelen de "los pobres indios" pero que verían con malos ojos si la hija o el hijo trayera a la casa a una morenita bella, etc, etc; en fin, para qué alargarla, sólo decir que en estos tres personajes que desgranaron sus teorías históricas inexactas y llenas de rabiosa o sentimentaloide bilis de "hombres de razón", hablaron desde su posición dominante. Y aunque Yuri Balam tenga apellido maya, ninguno propiamente es maya. Son "dzules" que hablan de los indios jodidos, etc., etc., etc. (me gusta repetir las etcéteras), se rasgan las vestiduras, pero al igual que como esas europeítas que abundan en facultades de la UADY y fornican con los más autóctonos para sentirse las redentoras de la raza, los veo como unos farsantes, sin duda alguna...¿No es acaso esto, ya motivo para sospechar de sus filípicas contra el buen Montejo? La conquista no fue eso, sino una modificación y una readaptación creadora: una conquista que no fue. Y ya con esta sí me despido, para decir que ¡Ya está bueno de tanto discurso victimista! En la década de 1980 y en 1992 se toleraba ese discurso victimista, pero ahora eso suena hasta racismo de "ayy, mis pobres indios, ayy mis pobres indios”. Tanto dramón produce aburrimiento.

lunes, 21 de octubre de 2013

DEL HISTORIADOR TRANQUILO


Don Luis González y González dijo, lo recuerdo muy bien; dijo en su célebre libro El oficio de historiar, que la pareja (hombre, mujer o cosa) de un historiador que se precie de serlo (y por lo que supongo, todos los historiadores se precian de serlo, aunque no hayan escrito la obra definitiva porque el historiador tranquilo no piensa en obras definitivas) no debe saber ni idiomas, ni interesarle la política, ni hablar con profundidades insulsas, ni otras cosas raras que abundan actualmente entre el gremio en que se mueve el historiador tranquilo: cada hippie rara que hay por esos andurriales de facultades de filosofía, historia, antropología y anexas.

El historiador es un ser tranquilo –él es el historiador tranquilo- calmadito, podría decirse que hasta tibio, que no le gustan los cócteles; y las vampiresas y poseídas por un alma putezca que creen que con tetas y culo lo domeñarán, francamente le dan flojera. El historiador prefiere la lectura de un libro y pasarse horas enfrascado en sus lecturas, olvidado del mundanal mundo. Podría ser hasta casto si lo desea. 
El historiador tranquilo y silencioso -porque uno pide como único requisito el silencio- sólo quiere un pan como se debe, un café como se debe, una comida como se debe, y a las 10 de la noche apaga la lap, se acuesta en la cama o en la hamaca, toma un libro (lee ahora El Gran Océano, de Rafael Bernal), y espera solamente a que Morfeo venga a calmarle la mirada. Pienso que don Luis González y González tal vez se haya equivocado, porque a veces el historiador tranquilo solo quiere estar solo, sin una voz que lo importune, sin una mirada que lo liquide. El historiador tranquilo escribe estas palabras tranquilas desde una biblioteca vacía...y tranquila.

domingo, 20 de octubre de 2013

A LA PENÍNSULA DE YUCATÁN TODOS LE HICIERON FUCHIS, MENOS MONTEJO...

Sólo Montejo no le hizo el desaire a esta fea Península, que hasta le decían que era "ínsula" porque ni conocerla querían a esa pobre, fea y solitaria Península; sólo Montejo se enamoró de ella, sólo Montejo supo que detrás de esa costra de fealdad se encontraría un gran pueblo al paso de los siglos. Me pregunto, ¿qué es lo que habrá visto de bonito el Conquistador a estas tierras repletas de 16 cacicazgos de indios bravos que se comían entre ellos?, ¿qué es lo que vio de "bonito" Montejo a esta tierra llena de cardos y de laja -pura laja, dijo Landa-, vil y sucia laja?, ¿qué es lo que vio Montejo en estas tierras donde el pobre español se moría de sed -no hay ríos- y de calor, el pinche, tremendo y empalagoso calor? Ya quiero ver a los que echan pestes contra Montejo, el fundador de Yucatán, si hubieran sido capaces de esa cosa tremenda que hizo, él y sus huestes, de esa gesta de plantarse aquí, dar pelea 20 años, y decidir quedarse y formar un pueblo, que es el pueblo peninsular actual...
***
Yo no veo con malos ojos que se hayan erigido esas estatuas (¡me da igual!), y no lo digo desconociendo que lo que hubo en el siglo XVI fue un sacudimiento, pero no tanto: la otra parte, la gran cultura maya, persistió a pesar de todo. Pero lo hecho, hecho está, y aunque se rasguen las vestiduras los fundamentalistas de distinta ralea, somos los descendientes de aquel primer momento de hace 500 años. Al final, Yucatán nació de ahí, y es cosa de admirarse la tenacidad que tuvo Montejo para conquistar estas tierras y decidir quedarse...Yucatán no tenía nada de bueno (ni minas, ni otras cosas que atrajeran a los "invasores"), pero Montejo dio la hombrada y decidió fundar un pueblo, que a la larga sería esto que somos, una bola de grillos traumados por la historia.

sábado, 19 de octubre de 2013

"Persiguen a nuestras reses, las amarran hasta dos días, y las sueltan con latas viejas en las colas y hasta en los testículos": El arte de la resistencia de los campesinos del pueblo de Peto

La autonomía de los pueblos del sur se puede comprobar, incluso, haciendo referencia a un patrón que se dio en casi todas las zonas del país donde se daba la existencia de los peones de campo. Al contrario de lo que harían los peones acasillados y los vecinos de los pueblos cercanos a las haciendas henequeneras que se opusieron al reparto agrario porque la hacienda les proveía de recursos y era fuente de empleo para ellos , los antiguos peones de campo de Peto, partido en cuya región el peonaje apenas se agudizaría en 1900 como hemos señalado líneas atrás, los campesinos estaban más dispuestos para hacerse de los montes que abundaban en la región. En el contexto de uno de los pleitos por la tierra en el sur de Yucatán que llevaría muchos años para solucionarse por la resistencia tenaz de un viejo escribano de pueblo y ex jefe político, Máximo Sabido, dado entre éste y los pobladores ó repobladores de Xcanteil, los de Xcanteil apelarían no sólo al discurso público y al arte de la petición ante las instancias agrarias para defender su ejido, sino que llevarían a la práctica estrategias subalternas de defensa colectiva. El 27 de junio de 1939, la Asociación Ganadera del pueblo de Peto, cuyo secretario era Máximo Sabido, mandaba una carta al gobernador de Yucatán donde se puede observar este “arte de la resistencia” de los de los pueblerinos de Yaxcopil, Xcanteil, Xpechil y Progresito Nohcacab:
Los que suscribimos, todos perteneciente a la Asociación Ganadera de esta localidad, ante Ud., con todo respeto exponemos: Que se nos hace imposible soportar las impertinencias de los llamados Ejidatarios de las Rancherías de esta región, quienes no quieren cerrar sus sementeras, alegando que son dueños del terreno en que trabajan por habérselo asegurado así el señor Humberto Centeno cuando era Jefe del Banco de Crédito Ejidal. Los vecinos de Yaxcopil, Xcanteil, Xpechil y Progresito, persiguen a nuestras reses y las amarran hasta dos días y cuando las sueltan les amarran latas viejas en las colas y hasta en los testículos. A pesar de que el C. Presidente municipal de esta localidad les notifica que por disposición de ese Superior Gobierno a su digno cargo, procedan a cerrar sus milpas, ninguno obedece y nuestro ganado por tanto no tiene ningún inconveniente para entrar en ellas, motivando éste las continuas quejas de estos individuos contra nosotros. El Departamento Agrario acoge de estos individuos y pretende que radicalmente se invite, sin en cuenta que los que se quejan no se ajustan a las Leyes y disposiciones que sobre este particular se han expedido. Por tanto a Ud. C. Gobernador ocurrimos respetuosamente, suplicando se digne reiterar sus disposiciones para que sean conminados los vecinos de las Rancherías citadas, a fin de que se ajusten a la Ley, obedeciendo las circulares expedidas por ese Gobierno. Es justicia que pedimos protestando lo necesario

viernes, 18 de octubre de 2013

LOS BANDEIRANTES DE LA MONTAÑA CHICLERA


Hace un tiempo, platicando con una especialista en el chicle en la Península, la doctora Teresa Ramayo Lanz, al tocar el tema de la "monteada", es decir, de cómo los capataces chicleros iban a la Montaña chiclera en busca de los zapotales de los concesionarios chicleros con los cuales trabajaban, agenciándose un pedazo enorme de terreno para que se trabaje en la época de lluvias, surgió una referencia literaria que se asemeja mucho a la forma como actuaban los concesionarios del chicle. Y la referencia literaria era, no había otra, los bandeirantes. Tanto la doctora Ramayo Lanz como yo, no señalamos ninguna referencia histórica de los bandeirantes portugueses y brasileños que se volverían señores feudales, sino de una novela célebre que tiene más de un anclaje con el realismo mágico: "Tocaia grande", la gran novela del brasileño Jorge Amado.

Tocaia Grande, cuenta su demiurgo Jorge Amado, comenzó como un pueblo donde toda la escoria dejada por el caucho asentó sus reales: era un pueblo de putas de buen ver, de macheteros de mal morir, de generales sin ejércitos, de turcos vendiendo sus baratijas pendejas, y de otras alimañas como los bandeirantes, los que comían la tierra de los indios pegando banderitas que señalaban su propiedad (banderitas que al día siguiente se corrían 100 metros, y al día siguiente, 200). 

Así contemplábamos y nos imaginábamos, la especialista en el chicle y yo, la figura de los concesionarios chicleros de los años 1920-1940: como unos nuevos bandeirantes que mandaban a sus monteros en tiempos de seca para ir en busca de los mejores zapotales y agenciárselos. Y esto no sucedió en Brasil, no, no; sucedió al oriente de la Península, en el "Territorio de Quintana Roo", y un pueblo triste y olvidado como el Peto anterior a la fiebre del chicle, llegó a parecerse mucho al literario Tocaia Grande, ya que en el Peto chiclero había putas de buen ver, macheteros de mal morir (los chicleros de Tuxpan y de otros lares, incluido la Península), turcos vendiendo sus baratijas pendejas, y toda la escoria de los pueblos que llegaría ahí, atraído por la "hojarasca" chiclera.

miércoles, 16 de octubre de 2013

UNA COMUNIDAD QUE SE REPLIEGA: LA SEPARACIÓN DE TAHDZIU DEL PUEBLO DE PETO. HIPÓTESIS A TRABAJAR

El pueblo de Tahdziu llegó a ser municipio el 17 de enero de 1918. Tahdziu siempre fue, hasta esa fecha, un pueblo sujeto a la jurisdicción de Peto. Como dos veces estuvo a punto de despoblarse debido a las arremetidas rebeldes, pero el pueblo pasó la prueba de la segunda mitad del siglo XIX. Respecto a su separación de Peto, no dudo que la insistencia de los tahdziuleños, instigados tal vez por el socialismo dirigido por Elías Rivero en la región, haya hecho que los tahdziuleños opten por la separación del municipio de Peto por razones políticas, incluso como confrontación con la élite rural petuleña (blancos, mestizos y turcos) en los años del chicle. El repliegue, o la separación de Tahdziu, se puede indagar en los años fundamentales del reposicionamiento campesino instigado por Carrillo Puerto a nivel regional, y Rivero a nivel local. Las fuentes que dispongo son escasas hasta ahora (la próxima semana regresaré de lleno al AGEY), y no me dicen mucho, sólo me hacen conjeturar. Pero los indicios son claros, y me hacen preguntar lo siguiente: ¿Fue la separación de Tahdziu una táctica étnica de una comunidad preponderantemente indígena -aunque, cierto, habían mestizos y "dzules" en ese pueblo- que se repliega? Tal vez sí.

DIATRIBAS ANTIFUTBOLERAS

Borges estaba convencido que el fútbol era popular porque la estupidez es popular.
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¿Cúal es la diferencia entre los que "gustan" a la señorita Laura y los que ven fútbol los domingos oyendo al Perro Bermudez?
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Al igual que los costarricenses, deseo con fervor patrio que la selección del duopolio televisivo no vaya a Brasil. Ojalá que los de Nueva Zelanda hagan la hombrada, y que no se dejen comprar por los millones de la mafia de la Femexfut y la FIFA...En fin, esto es pedir lo imposible, el fútbol es de mafias (los Xolos de Hank Rhon, los leones de Carlos Ahumada, las chivas del vendedor de menjurjes chivacolezcos). ¿Qué se puede esperar de un paisito como México, que llora por su selección duopolística, pero al mismo tiempo dice "no güey, yo no veo Laura en América, güey". ¿Cúal es la diferencia entre los que "gustan" a la señorita Laura y los que ven fútbol los domingos oyendo al Perro Bermudez? Nadita, ni tantico...
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Porque estoy convencido de que este país sería mejor si fuera más taurófilo que mierdelero, ¡digo! futbolero.
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Cuando escucho la palabra futbolero saco el revólver...
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Se ha dicho que la mujer es la dueña de la "puerta del ser" (Octavio Paz dixit). Se han dicho demasiadas sandeces de ella, hasta se le ha poetizado y atrofiado. Sin embargo, hay algo que siempre me ha dado a pensar, de que la mujer, o ciertas mujeres en especial, al final de cuentas, son una especie de imitadoras de las verracalidades del hombre. Me refiero, por supuesto, a aquellas mujeres que en algún momento de su vida practicaron el fútbol. ¿Nadie ha dicho que ver a una mujer corriendo tras una pelota, es lo más antiestético que se pueda ver, lo más ridículo? Preferiría que mi futura hija fuera puta -pero una puta culta, etc, etc- en vez de mojigata y descerebrada futbolera.

martes, 15 de octubre de 2013

TRES MITOS DE LA CUBANERA: SUS LEZAMAS DE POCA PONTA, SUS RACISMOS NEGROIDES Y SUS YERBERITOS DEL CARAJO

Siempre he dicho que la dictadura más antigua, más rancia y más sucia de la historia de América Latina en sus dos siglos de independencia, que es la dictadura cubana, ha creado sus mitos geniales.
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El primer mito que escuchaba entre algunos verraquitos de Chetumal, es que "la Revolución cubana" (y me pregunto, ¿por qué le dicen "Revolución" a algo petrificado hace siglos? Nombremos al pan pan, y al vino vino. Es una vil y execrable dictadura, y el que le diga "revolución cubana" a esa enfermedad tropical, demuestra su deturpada imbecilidad) puede tener todas las carencias del mundo, pero tiene "cultura", que está plagada de Lezamas Limas, Carpentieres, etc, etc. ¡Falso!, esos "Lezamas Limas" y "Carpentieres" se dan en todas las sociedades donde existan élites culturales. ¿Han tenido un premio Nobel? ¡Ninguno!
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El segundo mito de esos botafumeiros de la dictadura, estriba en que, siendo Cuba una "sociedad comunista", es lógico que ahí todos son iguales. ¡Falso de toda falsedad!, la dictadura de Fidelia y el beodo de Raulita, además de ser dictaduras de clase (la nomenclatura de ahí tiene privilegios que más de un primermundista envidiaría), es muy racista: en Cuba los negros, chinos y mestizos siguen siendo los desechos de una sociedad altamente racista con pintas todavía de esclavista en varios sentidos.
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El tercer mito genial señalado por la cubanera, estriba en la idea de que en la dictadura cubana se da una medicina de exportación mundial, y que sus médicos están por encima de varios médicos de otros países democráticos de América Latina. Otra vez, la execrable basura cubana miente de lo lindo. No me extenderé demasiado en mi objeción, sólo quiero preguntar lo siguiente: si la medicina cubana es modelo para todas las universidades de medicina del mundo, pregunto, ¿por qué se les murió a los médicos cubanos Hugo Chávez Frías, por qué no pudieron contra el cáncer de Chávez? Esto lo digo porque esos yerberitos medicastros de Castro, hasta dicen que curan, si les dan chance, quesque el SIDA (y con tanto sidoso que hay, ni Dios lo quiera, mejor que se mueran todos). Y una pregunta más: Si Fidelia siempre decía en sus discursos maratónicos, que la “Revolución” había dado a los mejores médicos del mundo, pregunto, ¿por qué el propio sátrapa tropical, cuando se estaba muriendo, cuando su caca de sátrapa ya casi le llegaba hasta los sesos de viejo chocho, de viejo ijueputa, por qué recurrió a un médico español para que le quitare lo malito, mandando a la mierda, o a su mierda empozada, a los medicastros? Por eso mismo, porque eran medicastros los conchudos del carajo.

lunes, 14 de octubre de 2013

EL TUNKUL DE LA CAPILLA DE SAN BERNARDINO DEL PUEBLO DE TAHDZIU

Siempre que voy al pueblo de Tahdziu (a dos leguas de Peto), para saludar a mis amigos de allá, es irremediable que mis pasos se dirijan a la capilla de San Bernardino para saludar a “don Dino”, el patrono de ese pueblo que hace llover después que la fiesta de mayo en su honor se haya terminado; y cada vez que me encuentro en la capilla saludando a don Dino y al Cristo yaciente, no puedo omitir preguntarle al custodio de la capillita que cuánto me vendería el tunkul que tienen ahí, tirado en el suelo. La respuesta siempre es un ¡NO! dicho en un maya casi enfadado, porque mí propuesta de comprador de antigüedades, resuena en la oreja del custodio como un sacrilegio terrible si me llegara a vender el tunkul.
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Ese tunkul que se encuentra en la capillita de Tahdziu, es una reminiscencia de la forma como se congregaba al pueblo. Stephens, Waldeck y otros, cuentan que “en las fiestas de los pueblos del interior se escuchaban los sones de los instrumentos mayas que daban singularidad a esas romerías” (Irigoyen, 1976:44). ¿Y qué otro instrumento no es más maya, más mesoamericano que el tunkul para los mayas, y teponaztli para los náhuatls? Semejante a un corcho de abejas con tres incisiones horizontales en el vientre semejando a una H larga, el tunkul, hecho con las maderas más recias y duras como el zapote o el jabín, golpeado con una madera especial, puede resonar a varias leguas a la redonda, y en medio de esas soledades pueblerinas de las aldeas que circundan a Peto, su sonido trae reminiscencias de las lecturas de Chamberlain hablando del primer siglo del contacto indoeuropeo. Una vez, hace varios años, con Faustino, un amigo del pueblo de Tahdziu, sacamos el tunkul de la capillita de San Bernardino al pequeño atrio. Eran como las 10 de la mañana, los tahdziuleños se habían ido a sus milpas, y el ruido era mínimo en el caserío. Yo tomé el madero, Faustino estaba a la expectativa, esperando el golpe que diera. Golpeé entonces ese viejo instrumento de más de 200 años: su sonido hizo estallar la mañana con un zumbido como de ola que crecía lento para capturar hasta la duermevela de los chanchos de los solares de los tahdziuleños. Golpeé otra vez, y una vez más, y cinco más, y las mujeres del vecindario, comenzaron a salir de sus casas, extrañadas. El tunkul había vuelto a sonar aquella mañana.
***
Es un hecho que el tunkul era un instrumento también guerrero, un instrumento para hacer bullir la sangre de las huestes mayas combatiendo contra los españoles en el siglo XVI. Ese tunkul, pasado el tiempo, serviría en las fiestas de los pueblos hasta la primera mitad del siglo XIX. Después de la guerra de castas, cuando los partidos como Peto o Valladolid se convirtieron en partidos del miedo a merced de las incursiones de los de Chan Santa Cruz, los tunkules fueron prohibidos y dejaron de sonarse debido a que su ruido fuerte podía confundirse con las bombas de aviso que señalaban la llegada de los rebeldes de Chan Santa Cruz, espantando con esto a la poca población propensa al miedo. Sin embargo, como constancia de aquellos tiempos cuando el tunkul sonaba, ahí tenemos al tunkul de la capillita de San Bernardino.

sábado, 12 de octubre de 2013

IMITACIÓN DEL CHILAM BALAM: EN SU DERROTA ESTARÁ SU VICTORIA


Hace 521 años, para esta fecha exacta, llegaron a estas tierras de soledad americana. En una isla antillana bajaron del batel y después se santiguaron: los adoradores del oro, los que se prosternaban ante una cruz de palo, los hombres barbados, los demacrados de tierras allende los mares, los comedores de hostias y los que traían sus mastines con el que conoceríamos la palabra aperreamiento. 

Eran los que traían sus arcabuces y sus oprobiosos requerimientos antes de entrar a saco a nuestros pueblos y violentar a los viejos y violar a nuestras mujeres. Eran los castilanes, los que traían como ropas aceros graníticos y en un tiempo pensamos que eran monstruos algunos de ellos que andaban a cuatro patas (luego sabríamos que se sentaban en tzimines y que la carne de estos, adobada en chiles y sales, sabían a gloria en nuestros festines de victoria contra ellos).

El Chilam ya lo había dicho, recordaba mi padre, que el once ahau katún, en el tiempo de la Flor de Mayo, cuando esta espigara sus aromas, sería el principio de la cuenta del katún de la desolación, del tiempo de la tristeza, porque del oriente habrían de venir cuando llegaran a estas tierras los barbudos, los mensajeros de la señal de la divinidad, los extranjeros de la tierra, los hombres rubicundos. Los cobardes blancos vendrían a hacerla de termita en la Colmena de mi padre y del padre de mi padre. Su palo envenenado bajaría del cielo, ese madero con el que nos crucificarían los amontonadores de piedras. Su Dios, era un dios cruel, un dios distinto a los dioses de nuestros padres, pero ahora esa sabandija divina el dios de nuestros tristes hijitos sería: 

“Este Dios Verdadero que viene del cielo sólo de pecado hablará, sólo de pecado será su enseñanza. Inhumanos serán sus soldados, crueles sus mastines bravos”

Y el tributo, la despiadada zanganería de los rubicundos, destrozará la espalda de nuestros hermanos menores. Nunca más esta tierra será libre de los malos vientos hasta que no se prenda la tea. Malos vientos la cercarán hasta el final de todos los katunes. Sólo entonces comenzará la guerra. Tres hijos de esta tierra la fraguaran cuando vean que el tributo se engrose y el monte se acorte. Uno de ellos morirá antes del alba, los otros dos dirigirán ejércitos inmensos de la tierra como mangas infinitas de langosta reduciendo a los castilanes a sus ciudades construidas con el látigo esclavista. En su derrota estará su victoria, decía mi padre recordando al Chilam. En su derrota estará su victoria.

viernes, 11 de octubre de 2013

La firma del tatarabuelo

En el motín de la Villa de Peto ocurrido la noche del 21 de agosto de 1892, en las declaraciones que se recogieron del caso, salió el nombre de Tirso Avilez, "personero" o "mayordomo" de la finca Suná del comerciante Nicolás Borges (o en la grafía de la época, Borges), uno de los hombres más emprendedores de la segunda mitad del siglo XIX en el partido de Peto. A Tirso, tres campesinos lo acusaron de obstruirles el paso a los montes aledaños a Suná, de amenazarlos con molerlos a palos si lo intentaran. Esta fue la declaración de Tirso del caso, y arriba inserto la firma de Tirso:
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El veinte y seis del mismo mes y año [agosto de 1892], compareció ante el C. Juez de este conocimiento el C. Tirso Avilez, á quien se recibió la promesa de decir verdad, é interrogado sobre la cita que de él hace el Coronel C. Nazario Novelo, dijo: que como personero del C. Nicolás Borjes, en el rancho Suná, dijo a Trinfón Ramón y Alejandro Itzá, pues tal es su nombre y no Guillermo como se lee en el acta, que no rosasen unos montes correspondientes á los efectos de esta Villa, por la razón de que los tenía denunciados el referido C. Borjes y medidos, mientras avisaba a este; pero que no lo ha amenazado de ninguna manera.
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Preguntado. Si sabe ó tiene noticia ó sospecha de los que sean responsables de los desórdenes cometidos en esta villa la noche del veinte y uno del actual, dijo: que no sabe, ni lo sospecha. Que es cuanto tiene que declarar en que se afirma y ratifica, que es natural y vecino de esta Villa, casado, agricultor y de treinta y un años de edad. Firmando con la autoridad y yo el secretario que ratifica.

MEMORIAS DE MIS TRISTES HAMBURGUESAS Y MIS PUTAS TORTAS DE MILANESA

Todavía la extraño, todavía no he podido deshacer el recuerdo de aquella hamburguesa chetumaleña con otra sustituta meridana: en Mérida las hamburguesas apestan, saben a llanta de traíler (aunque no sé cómo sabe una llanta de tráiler, arguyo que el parecido con las hamburguesas de Mérida, es casi lo mismo). Es que era tan bella y comestible, y lo más bello de ella era cuando yo eructaba sus recuerdos después de comérmela. La vendían por la Casa de la Mujer, en el cruce de la prolongación de avenida Carranza con Buganvilias, a una esquina del "mercadito" Andrés Quintana Roo. Yo comía hasta 5 a la semana, y cuando ya no vivía por ahí, tomaba un taxi saliendo de la UQROO y me iba exclusivamente a comérmela nuevamente. Esto era como si tuviera una cama con una mulata esperándome intranquila a 100 leguas de donde estaba: no hubiera dudado un instante en tomar el camión para ir a platicar con ella.
***
Y no deseo recordar, aquí, a la mejor torta de milanesa que alimentó mis soledades de lectura en la biblioteca Javier Rojo Gómez de Chetumal, durante mis cinco años de una mala educación de licenciatura en derecho. Yo salía todos los días a las 11 de la mañana, después de haber tomado mis cuatro horas de clase -derecho romano, penal o civil, etc, etc-, pasaba por la biblioteca Pacheco Cruz de la UQRO, iba por libros o para platicar con la que se dejara platicar, y después me largaba a aquel recinto que fue mi verdadera universidad: la biblioteca Javier Rojo Gómez hecha para mí sólo, ya que nadie la visitaba, salvo alguno que otro despistado. Más de 60,000 libros estaban a mí disposición, y me daban en préstamo 5 a la semana. De 11:30 am hasta las 8 y media de la noche, salía de ahí con los ojos acuosos sólo para ir a comer la torta de milanesa en un puesto cercano. A un lado había una central de camiones que pasaban por todos los pueblos del Hondo, y por ahí pasaban espigadas mulatas de culos zumbones, madres con hijos taciturnos adheridos a la teta, y hombres mal encarados que rumiaban al calor de las tres de la tarde. Comía la torta, a veces dos, y un refresco, y volvía a la biblioteca a seguir con la lectura incisiva. Eran días de Gloria, y a veces días de Esperanza. Pero siempre eran días para la mulata Soledad.

jueves, 10 de octubre de 2013

DON VICENTE EK CATZÍN: EL MAESTRO VIOLINISTA DEL MAYA PAX


Lo único que puedo estar seguro, es que la música de la selva, o la “Santa Música” de la selva del centro de Quintana Roo, aquella cuyos instrumentos son la tarola, el bombo y uno o dos violines, se originaron después de aquellos primeros años de la Guerra de Castas. En un momento determinado del tiempo posterior a la blitzkrieg, a la guerra relámpago maya (1847-1849), había caído prisionero, allá por el rumbo de Yoactun, un soldado yucateco que por azares del destino sabía hacer llorar a la corneta, ya que era la corneta de una banda de soldados yucatecos hechos pedazos por los mayas rebeldes. Su nombre había de pasar de boca en boca entre los músicos mayas que habrían de ser herederos de sus enseñanzas: Agustín Sosa. El general Prudencio May le había encomendado a los suyos capturar al músico soldado, y sesenta rebeldes lo trajeron a rastras hasta Santa Cruz. Las maquiavélicas ideas de Prudencio no eran, al principio, nada religiosas, eran bélicas. Una vez, cuando los soldados yucatecos habían puesto un cerco a la tropa de Prudencio, éste recurrió a su nueva arma de viento: mandó al soldado músico Sosa, a que soplara a cuello herido la Retirada con su trompa metálica. Los soldados yucatecos, al oír la orden tan imprevista, no dudaron y dejaron de combatir al enemigo, el cual les tomó sus armas regadas en el camino. Después de esta acción de guerra a favor de los de Santa Cruz, y por sus nuevas enseñanzas musicales que ya había emprendido, a Sosa le entregaron, no una, sino tres jóvenes mancebas mayas para que una por una, o todas a la vez, les calentare las húmedas noches tropicales de aquellos bosques orientales al primer maestro músico de la Cruz Parlante.

Tal vez la fecha exacta de la captura de Agustín Sosa se dio en 1860. En la expedición de pacificación de los de Chan Santa Cruz de 1860 -una de las más vistosas y equipadas: 2,200 soldados, 650 hidalgos del cuerpo de trabajo-, los soldados yucatecos eran guiados hacia el matadero en que se convertiría para ellos Chan Santa Cruz, por Pedro Acereto, hijo de uno de los gobernadores esclavistas del Yucatán decimonónico, Agustín Acereto. El tremendo descalabro de los yucatecos (de los 2,200 soldados y 650 hidalgos, sólo regresarían para el 15 de febrero a Tihosuco, 600 hombres, perdiéndose 2,500 rifles, toda la artillería con el parque, 300 mulas, y una enorme cantidad de pertrechos), fue, por el contrario, de una riqueza artística para los de Chan Santa Cruz, pues la banda militar del ejército de Pedro Acereto había sido capturada intacta junto con sus instrumentos y con los músicos. El Maya Pax había comenzado a existir.

Porque esta Santa Música sería la que oirían los soldados de la Cruz Parlante en dos tiempos importantes de sus vidas: sus acordes los acompañarían en el campo de batalla, caldearía los ánimos a los campesinos guerreros de la Cruz cuando estos entraran a saco a los pueblos de la frontera yucateca, rasgarían los ruidos de los machetes de los indios, y se abrirían paso entre los tronidos de los budbitzones rebeldes. En otro momento de la vida del guerrero, el Maya Pax, la música santa de la selva maya, anunciaría la bajada de la Santísima Cruz, de la voz que dictaría las órdenes de guerra y las órdenes de cosecha, la hierática Cruz que se comunicaría, por carta, de tú a tú con la reina Victoria, y de desprecio inmundo con el gobernador de Yucatán. El Maya Pax también sería el amenizador de las bodas de los macehuales, de los bautizos, del Matan (regalo, participación de las ofrendas a los parientes, vecinos y amigos) y de las fiestas patronales de los pueblos santacruceños. Varios pueblerinos del rumbo de Peto oirían esta música de guerra santa una vez que las bombas de aviso que tachonaban los caminos habían dejado de retumbar, porque el Maya Pax secundaría a las alpargatas de las tropas rebeldes que comandaba el martillo de Yucatán, el célebre general José Crescencio Poot, el que era capaz de comer hasta un cervatillo completo y que era un gigante, según la memoria oral de los tahdziuleños. Cuando el ejército de don Porfirio había iniciado la “pacificación” de los rebeldes, esta música de guerra acompañaría a los “héroes numantinos” que el bravo comandante Sóstenes Mendoza había armado en Okop para enfrentarse con el que sería el Torquemada de Quintana Roo, el general Ignacio Bravo. Los cantores de las melodías que repiqueteaban con la tarola de piel de venado, el bombo, el violín chirriador y la bélica corneta, le daban ánimos a las pocas huestes que Mendoza había atrincherado para defender la capital rebelde:
¡Que viva la Santísima Cruz!...pobrecitos mexicanos, ¡qué viva Noh Cah Balam Nah…ay ay ay aaaayyyy, machete….ay ay aaaayyyy sin balas”.
Y estos son unos fragmentos de una melodía numantina: sin balas, sin parque, con el limpio acero del machete, los últimos defensores de Santa Cruz señalaban eso, encaraban a la muerte con la victoria hasta en la derrota misma de los hijos de la Santa Cruz.
Escribí “la victoria hasta en la derrota misma”, y esto no es una licencia literaria. Al contrario de las ideas que Renán Irigoyen escribiera (este escritor meridano señaló que “Si la Conquista destruyó gran parte del pasado indígena, la Guerra de Castas de Yucatán destruyó bastante de las sobrevivencias que dejó la Conquista”), no hay que ser ducho en estudios antropológicos para comprender que, posterior a 1847, los mayas del sur y del oriente que se levantaron contra el sistema neocolonial yucateco, una vez cohesionados por la Cruz Parlante, instaurado hasta sus escuelas donde se les enseñaba una ética liberadora, y ya no hablo de la territorialidad recuperada en los bosques orientales; la cultura de estos, liberados del dominio neocolonial, se revitalizaría de forma distinta a lo que sucedió con el proceso de des-culturarización que se efectuaría en el pedregal donde el henequén crecería: la guerra de castas no fue una “destructora del folklore”, por el contrario, las danzas siguieron, las consejas siguieron, la lengua se acrisoló, la milpa siguió dando sus elotes, y los de Santa Cruz no pasarían la salvajada del peonaje por la cual pasaron los esclavos mayas de los reyezuelos del henequén. El Maya Pax, la música de guerra de la selva liberada del dominio neocolonial, es un ejemplo de esta revitalización y de este refuncionamiento de la cultura liberada. Y uno de los más grandes exponentes, uno de los herederos directos de aquel viejo músico Agustín Sosa, ha sido y es don Vicente Ek Catzín, maestro violinista del pueblo de Yaxley, que hoy ronda los 90 años. Faltan las palabras para hablar de don Vicente, lo conocí en junio de 2009, en un domingo de Matan en el bastión neurálgico de la indianidad rebelde en Quintana Roo: Tixcacal Guardia. Aquel junio de 2009, y mi encuentro con el maestro violinista Vicente Ek Catzín, quedó asentado en una tesis que escribí sobre este pueblo combatiente que el 30 de julio de 1847, sus abuelos, pusieron el mundo neocolonial yucateco patas arriba. Transcribo unos fragmentos del encuentro con don Vicente. Cuando me dirigía al Santuario de Tixcacal para dar con el paradero del subdelegado municipal, momentos antes había ido por un cigarro:
[…] Y en uno de los cuarteles que rodean al Santuario, una señora mayor asomó a la puerta de una choza. La saludé en maya. Y en eso, un violín desconchado pero lustroso hizo acto de presencia: lo cargaba un abuelo de largos y bien cargados años (86, me diría después), descalzo y vestido con sencilla elegancia. “Quédese al Maya Pax”, dijo, o creí que decía, en maya. “Yo sé qué es maya pax, la música santa de la selva”, musité. Sin pensarlo, me fui con el viejo directo a la Iglesia, dispuesto a ser partícipe de mi primer Matan. Recordando que no se permite entrar con zapatos, me despojé de mis botas. El hombre que me invitaba a escuchar sus piezas para la Santa Cruz, se llama don Vicente Ek Catzín, maestro músico de Yaxleil; y mientras caminábamos en el terregoso sendero de Tixcacal Guardia con su lento andar, me contó haber conocido al legendario capitán Cituk, al teniente Zuluub, a Juan Bautista Vega, a Juan Bautista Poot, antiguos caudillos macehualoob, hoy ya más que mitos colectivos tanto en la historia escrita, como en la historia oral de los pueblos de la Cruz Parlante. Ya dentro de la iglesia macehualoob, descalzo, pedí permiso al general Pech Collí para ser partícipe de la ceremonia del matan. Me dijo que prendiera unas velas al Santo, y tuve que ir por ellas a la tienda, comprarlas, regresar, descalzarme nuevamente en el umbral de la Iglesia, entrar, encenderlas en una mesa frente a los cofres donde supuestamente se encuentra la Santísima Cruz, e irme a sentar a un lado del violinista don Vicente Ek. Yo me sentía a gusto de estar al lado de tan insigne abuelo. Una risa en su rostro, decía mucho de lo que había vivido, visto y escuchado el maestro músico de Yaxleil don Vicente Ek Catzín. En la iglesia entablé conversación con mi primer “informante”, José María May Cituk, también músico de Yaxleil, con su tambora de piel de venado. José María me hizo saber, orgulloso, que era nieto del aguerrido capitán Concepción Cituk. ¿O sería bisnieto? Con los cruzoob no se sabe. Entre intervalos de piezas del Maya Pax salidas del violín del maestro don Vicente, sonidos restallantes de la tarola, y retumbos cuasi bélicos del tambor, mezclados con ruidos, cánticos, plegarias, conversaciones, chistes y murmullos de los herederos de la Cruz Parlante, se desencadenó un nuevo diálogo inconcluso con los herederos de la Cruz Parlante”.
Más de 50 piezas se sabe de memoria este maestro violinista. Aquella vez tuve la suerte de escucharle extasiado las piezas X’Pichito, Pastora, fandango, Kolomté, y otras más que no me acuerdo. Desde aquel momento, yo quedé enamorado del Maya Pax, y puedo decir, que esta es la música que escucho cuando escribo sobre la historia de los de Chan Santa Cruz. En un texto escrito en el blog de Margarito Molina, don Vicente le contó algunas de las creencias que los músicos de Maya Pax deben seguir para no perder el virtuosismo musical: En las fiestas no deben de estar “con una señora”, porque puede que les pegue el “mal aire”, y para la “contra”, aunque no le dijo al bloguero de Chak Kay, tal vez don Vicente utilice una cruz de cera negra que pega bajo el banquillo donde se sienta a tocar, o un pañuelo de tres cruces, o puede ser simplemente, arguyo yo, esa tranquilidad de ánimo, esa mística que se le prende a don Vicente cuando inicia de improviso X’Pichito y los de la tarola, como mi amigo José María May Cituk, y este que escribe, inmediatamente guardamos silencio y seguimos al maestro: José María haciendo repicar a la tarola, y yo con la cara hechizada por los recuerdos que la música del Maya Pax de don Vicente me traía a las mentes. El día de mañana 11 de octubre, en el marco de la Caravana de los Pueblos Mayas, y dando inicio al Festival de la Cultura Maya Independiente, don Vicente Ek Catzín será homenajeado por todos esos largos años de hacer vibrar las cuerdas de su desconchado pero invaluable violín. Que este texto quede como homenaje al maestro.


martes, 8 de octubre de 2013

NIÑERÍAS DE HOMO ACADÉMICUS: ¿DE QUÉ GENOCIDIO ME HABLAN?

Dos estatuas no hacen el verano en Yucatán. Esto lo digo porque, francamente algunas ideas que están saliendo del Festival Maya independiente no las comparto. Comparto muchas cosas, como el reconocimiento a Domingo Dzul Poot por su obra literaria, y el no olvidarse de grandes músicos que hacen vibrar el corazón con el mayapax como don Vicente Ek. Eso se alaba, así como hacer conocer a las nuevas voces y raíces del viejo árbol del Yaxché milenario.
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Pero de ahí a execrar a unas estatuas con estudios sesudos e indigeribles, y poner en el cartel de invitación una parte del bello retablo de la casa de Montejo como para prender los ánimos de los que siguen entrampados en la dicotomía hispanista-mayista, en el que se ve cómo un conquistador pisa dos cabezas de dos “conquistados” que no eran precisamente mayas sino barbudos (moros, tal vez), es algo que no se comparte. Hay cosas mejores que criticar y discutir, más apremiantes, más importantes.
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La pregunta es, ¿negaremos un pasado que nos pertenece? Y este pasado no solamente estriba en la admiración vacuna por la grandeza eterna de los logros de la sociedad maya, sino, desde luego, en las iglesias de los pueblos, la catedral de Mérida, las fiestas a sus Cristos de las Ampollas y otros patronos, y el retablo de la Casa de Montejo. Este pasado es para el yucateco con miras no estrechas, no entrampadas en la dicotomía hispanista-mayista.
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Cierto, la mesa panel del 19 de octubre, en el que participarán académicos de valía –y otros, no tanto-, versará sobre, o contra, las estatuas de Montejo que remata el paseo de Montejo del mismo nombre. Ya dije antes que esas dos estatuas reciben más y mejores críticas incisivas de los pájaros y palomas todos los días, que en vez de las críticas anuales de los académicos que tienen mucho tiempo de sobra por lo visto, como para discutir frivolidades.
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La mesa panel se llamará “Las estatuas de los Montejo: apología del genocidio”. ¿De qué genocidio me hablan? La frase es más que inexacta. En primera porque lo que se dio en el siglo XVI estuvo acorde con el espíritu de la época (católico, eurocéntrico, lo que quieran), y hasta la palabra misma "genocidio" fue acuñada en 1944 por el internacionalista Raphael Lemkin. Si uno deja de ser demasiado, o férvidamente apasionado, comprobará que, es cierto, en las Antillas se dio la desaparición total de los grupos y bandas prehispánicas, pero al llegar a Tierra firme los “castilanes”, no hubo nada de eso: las más desarrolladas sociedades prehispánicas (la mexica y hasta el pasado maya antes del declive en los años 900 d.c) le pasaban más de dos hombros a los "bárbaros" "castilanes", o castellanos. ¿Podríamos entonces hablar de genocidio si lo que comprobamos al leer la historia, fue la sobrevivencia de la sociedad maya? ¿Me hablan de genocidio académicos como Yuri Balam, García Quintanilla, et al, cuando todos los días comprobamos -y comprobamos más, ahora con el Festival de la Cultura maya independiente- que la sociedad maya sobrevivió a ese terremoto del siglo XVI, y que los conquistadores fueron conquistados en varios aspectos? ¿Nos hablan de genocidio, cuando la mitad de los yucatecos es parte de la sociedad maya, y la otra de la sociedad mestiza? No comprendo la lógica que se destila cuando se hablan obviedades.

domingo, 6 de octubre de 2013

AGRURAS DEL DESAMOR: DIATRIBA CONTRA LA COMIDA YUCATECA


“Venga, venga a comprar, su rico chocolomo con su hueso meduloso”. Frase célebre del pueblo de Peto con el que "el güero" anunciaba la venta de carne de res.

Utilizando un verbo que frecuentan los rústicos de Yucatán, este que escribe, un peninsular que ha pasado la mayor parte de sus días sufriendo algunos guisos yucatecos, puede decir, y lo dice sin empacho (aunque no así sin agruras del desamor), que la comida yucateca a veces “apesta” olorosamente (si algún verbo detesto escuchar en voz de mis compatriotas yucatecos, es el verbo “apestar”).

La comida yucateca es una bomba de tiempo para el diabético, raya en la indecencia calórica, y está repleta de trichinas que producen colesterol en el pensamiento, y sin qué decir de la dispepsia o las agruras que produce el “agrio” de la naranja agria, o el achiote en sus dos tintes mesoamericanos: el rojo y el negro.

En la tierra de la cochinita y el lechón, uno no puede dejar de preguntarse, ¿a qué se debe esa manía estúpida por poner demasiado condimento a la ubicua carne del puerco? Frederick de Waldeck, un viajero gruñón que pasaría la centuria, señaló esa enfermedad del yucateco de principios del siglo XIX: todo su "arte culinario", decía de Waldeck, estribaba –y sigue estribando- en las variaciones del mismo puerco. El puerco es el amo y señor de la creación, que hasta ha entrado en la mitología maya (el uay kekén), en los bailes de la plebe (la cabeza del cochino) y se ha adaptado o aclimatado al tórrido termómetro a través de los “cochinos de país”, o “cochino indio”, de la sociedad maya de la península. Waldeck se sorprendía que el yucateco (refiriéndose tanto a los aristócratas de Campeche y Mérida, como a la simple "plebe) no tuviera la costumbre de comer verduras. ¡Y claro! Era y sigue siendo un masticador profesional de las pezuñas de cerdos, que comer algo más sano francamente le causaría tristeza.

A pesar de que a finales del siglo XVIII y más de 3/4 partes del siglo XIX (previo a la época del henequén, que iniciaría en 1870) las estancias ganaderas se desparramaron por la Península, el yucateco nunca pudo hacer un guiso civilizado con la res. ¿Acaso me van a decir que el chocolomo es un ejemplo de civilización?, ¿o ese "xix" (restos) que frecuentan muchos de los paladares selváticos, es ejemplo de alta cocina? ¡Qué va! El chocolomo (palabra híbrida compuesta por el hibridismo lexical del yucateco común) es una completa barbarie desde el momento mismo en que se destaza al ganado en plena fiesta de pueblo donde se mezcla la taurina de la res con el espíritu neolítico de la plebe fervorosa por el santo patrono (y sin qué decir de las orinadas de caballos y humanos). Pero me desvío un poco del tema. Lo que quiero decir es que la comida yucateca -basada preponderantemente en el cerdo, de ahí los tremendos niveles de colesterol y sobrepeso que hay en las letras yucatecas-, causa muchos problemas al colon, a la buena digestión, y de ahí la mucha mal humorada que uno pueda tener. Me sorprende el nivel de condimentos que se le ponen a platillos como el “chimole” (cosa que detesto), al puchero de tres carnes (que yo sepa, desde que tengo uso de memoria, he hasta llevado a cabo huelgas de hambre cada vez que mi abuela hacía esa “cosa del demonio” de tres carnes), y algo del cual siempre he mostrado mi extrañeza, es cómo le podría gustar a alguien el “macún” (especie de adobo de puerco) donde lo que abunda son los huesos

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