domingo, 30 de junio de 2013

UNA CUENTA PENDIENTE, LA HISTORIA ORAL DE LA GUERRA DE CASTAS: PROPUESTAS Y RECUERDOS DE CUANDO SE RODÓ EL DOCUMENTAL "LA DIGNIDAD MAYA"



De la Guerra de Castas de Yucatán (1847-1901) se ha escrito infinidad de cosas, y aunque pienso que las sumas historiográficas escritas por Don Dumond y Terry Rugeley son soberbias arquitecturas de esa rebelión de ahora y para siempre; pienso también, desde luego, que el tema no se ha acabado, y que los guerracastólogos pueden respirar tranquilos: la Guerra de Castas todavía tiene varias cosas que contarnos, y hay todavía varios cabos sueltos que faltan por atar. Doy un ejemplo: de la historia oral de esa guerra que, en palabras de Paul Sullivan, fue especialmente trágica por su larga duración, se ha indagado poco, o casi nada. Precisamente Sullivan, en su libro cardinal Conversaciones inconclusas. Mayas y extranjeros entre dos guerras, tocó el tema de la memoria oral entre los descendientes de los mayas que en la medianía del siglo XIX prendieron la tea de la rebelión en el oriente, y como una gran manga de langosta, a un paso estuvieron de tirar al mar al señor gobernador, al señor Obispo y “a todo blanco enemigo”. ¡Y así nos vamos! Varios antropólogos, como Ueli hostettler, en sus investigaciones en los años 90, hicieron historia oral en el centro de Quintana Roo. Se me viene a la mente un joven bachiller, Jesús Lizama, revisitando Tusik. Incluso Lorena Careaga, en Hierofanía combatiente, intentó hacer un poco de historia oral, siguiendo tal vez el ejemplo revolucionario que Nelson Reed hiciera en 1959 en Quintana Roo.

Sin embargo, y siguiendo las indicaciones de la "memoria colectiva" apuntadas por Rafael Pérez-Taylor, puedo afirmar, y sostener, que la historia oral de la guerra de castas se encuentra en pañales; en momentos difíciles en que los más viejos de las distintas tribus pueblerinas, los nacidos entre 1920 y 1940 (y que tendrían 93, 73 años actualmente), y que son herederos de la memoria oral de sus padres y abuelos nacidos a finales del XIX, biológicamente ya no les queda tanto tiempo para contar, para relatar. La historia oral de la guerra de castas -y más en el contexto actual de rupturas, hiatos lingüísticos, monolingüismos castellanos- se hace inevitablemente difícil.

En un intento de indagar la memoria oral de los más viejos de la tribu, tuve la suerte de hallar oro molido de 24 kilates, de la memoria oral de don Raúl Cob, ex chiclero de 89 años (es el que aparece en la foto de arriba), que trae entre sus parietales la memoria oral de sus abuelos. Él me habló de cómo las bombas de aviso que tachonaban los pueblos de la frontera yucateca a todo lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, reventaban cuando “los del oriente bajaban”:
Decía mi papá, que aquí en Tixhualatún, sobre dos leguas de Peto, son los últimos pueblos donde entraron los del oriente cuando la guerra. Entonces, dice, la comunicación que hay solamente es así: se preparan unas bombas así, ¡grandes!; apenas entran, apenas ven que ya va a entrar la gente, que viene el enemigo, se prende la bomba. Cuando estalla la bomba y se escucha hasta sobre diez, cinco leguas, esa es la gran comunicación; entonces la bomba estalla y se escucha. Se forma gente que hay acá en Peto, se reúne la gente para que vaya a la guerra, a defender a esas pobres personas de Tixhualatún. Pero dice mi papá: Tienen que caminar dos leguas, por lo menos dos horas para que lleguen, y a los que tiene que matar, pues ya los mataron…Claro que se van, apenan escuchan eso [la bomba], se ponen en camino pero como no hay facilidad para nada, van caminando…Las bombas son para defender a la gente si entran los de allá".
El discurso sobre la memorial oral de la guerra de castas en los partidos de frontera, como este fragmento que he transcrito del largo discurso de don Raúl Cob, engarzan a la perfección con lo que me van contando los documentos: ese clima de zozobra latente, por el cual transcurrió la vida de los pueblerinos petuleños de la segunda mitad del XIX. El rescate de las memorias orales de la Guerra de Castas es, además de éticamente valedero, su justificación va más allá de un simple trámite investigativo, pues la memoria, como ha recordado Pérez Taylor, es el sedimento de la identidad de los pueblos: recordamos porque no queremos dejar de ser nosotros mismos, persistiendo en el ser como diría Spinoza recordado por un Borges memorioso. Sin embargo, vuelvo a externar mi preocupación sobre esa memoria que hoy día, mientras escribo esto, se está acabando, se está yendo.

Libros como el de Genaro Pool Jiménez, Historia oral de la Guerra de castas de 1847 según los viejos descendientes mayas, escrito primero en lengua maya y luego traducido por Fidelio Quintal Martín, con edición de la UADY de 1997, es uno de los pocos trabajos que inciden en la memoria oral de los “viejos descendientes mayas”. Sin embargo, el pequeño librito peca de una falta garrafal: los “informantes” de Pool Jiménez fueron personas mayores originarias de antiguos pueblos fronterizos de la segunda mitad del siglo XIX como Peto, Sacalaca y Felipe Carrillo Puerto. La crítica que se le puede hacer a dicho trabajo de Pool Jiménez, es que no discrimina a sus informantes, ya que alguien dentro de la frontera yucateca divergirá en el relato de lo que una persona originaria del centro de Quintana Roo referiría. Es decir, el relato de don Raúl Cob que he transcrito, es imposible que se encuentre entre una persona del centro de Quintana Roo por razones de que unos esperaban a “los del oriente”, y los del oriente eran los que llegaban: son memorias orales que rompen la dialéctica del recuerdo.

Sin embargo, trabajos serios sobre la historia oral de la Guerra de Castas se cuentan con los dedos de la mano. Salvo el de Genero Pool Jiménez, no logro recordar ahora otro trabajo que se aboque expresamente al estudio de la memoria colectiva. Una directriz posible de una posible investigación de la memoria oral de la guerra de castas, tendría que establecer estos criterios epistemológicos:
a).- El investigador o la investigadora (llámese tesista o estudioso por su cuenta) tendrá que tener una memoria de prótesis sobre la guerra de castas. Es decir, leerse varios textos de ella. Nelson Reed es el indicado, y luego puede pasar a lo que guste.
b).- Una vez que tenga esa memoria de prótesis, pasará ahora a fabricar un paisaje de las regiones y subregiones posibilitadas por la guerra de castas del Yucatán de la segunda mitad del siglo XIX. A saber, esas regiones, grosso modo, son el noroeste yucateco, la región campechana, la región sureña de los mayas pacíficos por el rumbo de los Chenes; los partidos fronterizos como Peto, Tekax, Sotuta, Ticul, Valladolid y Tizimín; y la territorialidad de los rebeldes de Chan Santa Cruz y sus subtribus.
c).- Acto seguido, el trabajo de campo. Y aquí entra de lleno la discriminación de los informantes por parte del investigador o la investigadora (o el estudioso o estudiosa por su cuenta) mediante la siguiente pregunta: ¿pretende investigar la memoria oral de los pueblerinos descendientes de los pueblerinos de las regiones de frontera, o pretende saber la memoria oral de los herederos de la Cruz Parlante? Esto es importante, porque los discursos variarían. Yo le recomiendo que haga historias orales multisituadas para acto seguido cotejar datos y armar la historia oral de la guerra de castas mediante los dos discursos a ambos lados de la frontera.
No quiero terminar este boceto de investigación futura, sin antes recordar a una alemana que una vez, para mediados de 2009, estuvo en Peto queriendo hacer algo más o menos como lo que he planteado. Se llama Antje Gunsenheimer. Gunsenheimer tal vez venga de esa escuela alemana de mayistas –el más representativo es Nikolai Grube-, y en un alemán entrecortado, nos platicó tanto a mi amigo Francisco May y al cronista de Peto, Arturo Rodríguez Sabido, lo que quería hacer, o lo que planeaba hacer entre Peto, Valladolid y Felipe Carrillo Puerto, y que estribaba en la siguiente pregunta:
¿Qué recuerdan de la guerra de castas los de Peto?
Sin duda, el hecho de que Gunsenheimer planteara su pregunta, se comprende porque Peto fue uno de los lugares donde más se cebaron los rebeldes que, en gran medida, eran originarios de Peto, y que golpearían fuerte las décadas posteriores a 1847, al capitalismo blanco y mestizo de la recién zona de provisión abierta por los cañaverales. Sus golpes recurrentes harían mermar económica y demográficamente a la zona.

¿Qué recordábamos los de Peto sobre la guerra de castas? Pues arguyo las siguientes hipótesis de qué recordábamos para ese entonces. Arturo recordaba la pequeña parte de la Guerra de castas que escribiera en su libro Semblanza histórica de Peto, y se sentía satisfecho por ello; Pancho May recordaba algunas cosas que no quiso decir cuáles eran porque no las tenía bien claras para ese entonces; y yo recordaba a Victoria, a la Bricker; y también a Villa Rojas, y a las clases aburridas de historia de Yucatán de la secundaria. Es decir, no sabíamos más cosa que cualquiera pudiera saber con un buen surtido de lecturas de memorias de prótesis. No supimos qué contestarle a Antje Gunsenheimer, porque era claro que no teníamos la memoria oral de los viejos, aunque un recuerdo mío me cincelaba la memoria en aquel instante, pero no se lo dije a la alemana. Fue éste: Cuando tenía 10 o 12 años, vi a mi abuelo (que nació en 1920) limpiar sus dos carabinas, y le dije aquella vez:
“De qué te sirven, si nunca has ido de cacería”.
El padre de mi padre contestó:
“Por si vienen los indios”.
En esa tarde remota de mi infancia, yo no sabía qué era exactamente lo que me estaba diciendo mi abuelo don Cres. Años más tarde lo sabría, al ponerme el overol de historiador y buscar en los archivos de Mérida los rastros del Peto de la segunda mitad del siglo XIX: el hecho de que una sociedad pueblerina altamente militarista como fue el Peto de ese entonces, que vivía con el azadón en una mano, y con el fusil en la otra, me cautivó. Mi abuelo venía de esa estirpe de pueblerinos que le hicieron frente varias veces al otro Crescencio, al enorme general Crescencio Poot.
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PANCHO MAY ESTABA ILUMINADO POR AQUELLOS DÍAS, Y UNA IDEA FIJA LO MOVÍA: TRATAR DE REVIVIR EN IMÁGENES Y DISCURSOS A LA GUERRA DE CASTAS
Meses después de la conversación con la alemana, en una fría noche de diciembre de 2009, le platiqué a Pancho May esa gesta de los mayas rebeldes del oriente de la Península, “que de todas las rebeldías de los indígenas, desde que los araguacos dispararan sus flechas contra los marinos de Colón, ésta era la única que había tenido éxito” (Pancho May no sabía que yo citaba de memoria trozos completos de Nelson Reed, y luego lo sabría y me estaría jode y jode). Florituras de más, florituras de menos, aquella noche memorable le dije a Pancho May:
“[...] que Peto es importantísimo en la historia de la guerra de castas, que si en Tzucacab se firmaron los indignantes tratado de paz, en Peto mismo, en el atrio de la Iglesia se rompieron al día siguiente por el ejército maya del oriente comandado por el hermano del bravo Cecilio, Raymundo Chi, que le quitó el cetro y los papeles al maricón de Pat, y que le dijo que ¡ni madres!, que la guerra seguiría hasta echar al mar al señor gobernador, al Señor obispo y a todo blanco enemigo”.
Pancho May, desde aquel momento, quedó arrobado, y puedo decir que hechizado por la historia de la guerra de castas. En aquel entonces, Pancho May ya había hecho un pequeño documental sobre la migración petuleña, y me dijo que hay que hacer un guión sobre la guerra de castas para meterlo en el CDI y hacer un documental sobre ello. Le dije que está bien, que hay que hacerlo. Como vivía en aquel entonces Pancho May en Valladolid, contactó a dos descendientes de Jacinto Pat.

Yo había hecho trabajo en el centro de Quintana Roo, y pues contacté a mis antiguos informantes de Tixcacal Guardia, de Señor y de Yaxleil. La cosa lo fuimos discutiendo por meses, y por meses yo le pasaba a Pancho May literatura sobre la guerra de castas. Pancho May, a cada texto que pantagruélicamente devoraba, se quedaba más prendido y más comprometido con la historia de la guerra de castas.

Fue así como empezamos, para los meses de mayo-agosto de 2010, a hacer las entrevistas de historia oral. Llegamos a la idea de que había que darle primacía a los abuelos y, al mismo tiempo, intercalar a los estudiosos del tema. Entrevistamos a señores de Ichmul, del centro de Quintana Roo, a un general cruzoob, fuimos al santuario de la Cruz Parlante, tuvimos entrevistas con el cronista de Felipe Carrillo Puerto, Carlos Chablé, hubo puntos de vista femeninos sobre la guerra de castas, nos internamos en la selva de Majas para buscar las "trincheras"; se tomó al fuerte de Bacalar y a la laguna siete colores varios minutos de cinta; y junto con Víctor Tziu Aké, el gran Chapis, que fungía de intérprete y traductor cuando nos internábamos en la selva, visitamos Tepich, Tihosuco, Tixcacal Guardia, tantos y tantos lugares; subido a un mul (o cerro piramidal), fui picado por avispas, me trató pésimo la selva de Pino Suárez; y a sugerencia mía, Pancho May y Chapis entrevistaron en Cancún a la investigadora Lorena Careaga, que gustosa participó en ese documental; y al doctor Jesús Lizama, del Ciesas Peninsular. Pancho May estaba iluminado aquellos días, y una idea fija lo movía: revivir en imágenes y en discursos la guerra de castas que tanto lo atrapó, como a mí me sigue atrapando, y estoy seguro que también a él.

El resultado de tantas idas y venidas, de tantas vueltas y revueltas por la selva y sus caminos, por los pueblos y las urbes de Yucatán y Quintana Roo; e incluso el resultado de tantas discusiones y contradicciones de ideas, fue el bien trabajado (toda la edición fue de Pancho May ayudado en las traducciones por Chapis) documental LA DIGNIDAD MAYA, que no le haría rico a Francisco May, pero que sin duda le daría un reconocimiento merecido, porque de él fue el trabajo. Un trabajo colectivo donde dieron su tiempo los abuelos, los investigadores, y los colaboradores como Chapis y este que recuerda.

sábado, 29 de junio de 2013

LAS "POBLACIONES OCULTAS": ALGUNAS OBJECIONES AL DISCURSO DE LA FISCALIDAD DE LOS REVISIONISTAS DE LA GUERRA CAMPESINA DE 1847

Trabajando estos días, sentado frente a la lap de 8 am a 10 pm (ya siento dolores lumbares, y la ciática me jode), únicamente he redactado cinco páginas de un tercer capítulo de una tesis que voy escribiendo sobre una región de frontera. Y esto no tiene nada que ver por el hecho de que se me han secado las ideas (esa tesis la tengo en mi mente), sino porque la cosa lo amerita: en un diálogo atravesado con textos de las "poblaciones ocultas" de antes de la hecatombe de 1847 en Yucatán (el concepto descriptivo "poblaciones ocultas" es de Piedad Peniche), con Farris y con otros autores como el gran Arturo Güémez Pineda, mi idea es que esas poblaciones "ocultas" que cruzaron la frontera hacia la Montaña a partir de la primera mitad del siglo XIX, no lo hicieron solamente por la repulsa a la fiscalidad del Estado neocolonial yucateco, sino que, como antes en la colonia con los mayas pudzanes, cruzaron la frontera para tener un espacio creado, una zona libre, donde la sociedad neocolonial no estuviera presente.
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Me estoy refiriendo, desde luego, a una zona de emancipación cuya sociedad maya "huida" veía con malos ojos la explosión económica en las zonas marginales como Peto, Tekax, Bolochenticul....Esas poblaciones ocultas, una vez estallada la guerra campesina de 1847, unieron sus esfuerzos con la sociedad maya de los aledaños del sur y el oriente, y engrosaron las filas y quisieron poner el mundo neocolonial yucateco patas arriba. Al no poderlo hacer, su "huida" a la Montaña después de 1849 significó el pacto de los mayas pacíficos (estudiados por Teresa Ramayo Lanz y Lean Sweeney) con el Estado yucateco enmarcado desde una autonomía jurisdiccional, territorial y económica, por un lado; y por el otro, la creación de la territorialidad de los mayas rebeldes alrededor de Chan Santa Cruz.
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Si eso que he dicho líneas arriba no significa una circunstancia agraria de la guerra campesina de 1847, no sé qué diablos sacarán los revisionistas de ella. Los revisionistas y amantes de la fiscalidad -como Arturo Güémez Pineda y Piedad Peniche- de la Guerra de Castas, no pasan más allá de 1850, y se conforman en discutir obviedades. Sin duda, salen mal parados si cualquiera se pone a diseccionar sus discursos que tienen los dados cargados.

BREVE CUENTO DE LA DUDA

En el principio fue la duda. Y la duda se hizo carne, y la duda comenzó a hablarme. Dijo:
"Ya no me acuerdo si fue ayer o si fue hace milenios, pero en el intervalo del antes y de los milenios te conocí cuando comenzaste a pensar en mi como sólo un hombre enamorado puede hacerlo; cuando renegaste de todo y comenzaste a dudar hasta de tí mismo, de tu sombra clara y de tus días felices; y execraste del sol y escupiste a la noche: comenzaste a dudar, comenzaste a soñarme".
Desde aquel entonces la duda se hizo carne, y la duda creció en mí, trepó a mí sombra como una yedra y comenzó a hablarme: Duda, duda -me decía-, y serás feliz. Duda de los para siempre y de los nunca, duda de la tarde y duda del mar; duda de los pechos insomnes atravezados por las metrallas del deseo, duda de las ideologías, de los pluscuamperfectos y de las tardes acalladas; duda del rencor dejado atrás, y duda del futuro rencor. Toda la tranquilidad de esto que llamamos vida -lo cual dudo- estriba en dudar y seguir dudando. Pero eso, dúdalo también...

miércoles, 26 de junio de 2013

FRANCISCO SARABIA Y CONQUISTADOR DEL CIELO: LA ÚLTIMA BITÁCORA DE VUELO


A la memoria de los que todavía recuerdan los aviones del chicle que aterrizaban y salían desde la colonia Francisco Sarabia.

“El avión es solamente una máquina, pero qué invento tan maravilloso, qué magnífico instrumento de análisis: nos descubre la verdadera faz de la tierra”. Antoine de Saint-Exúpery.


“Sarabia atravesaba la larga cordillera 
volando como nunca lo hiciera otro aviador”. 
                                                            Corrido de Francisco Sarabia.

Uno por uno, los récords comenzaron a caer del cielo
El 11 de marzo de 1939, el Diario de Yucatán (DY) traía en su primera plana la siguiente noticia: “Sarabia vuela de México a Chetumal en 2 H. 40 minutos”. En efecto, piloteando el avión Gee-Bee NXI-4037, de matrícula norteamericana, y que sería conocido para la posteridad como “Conquistador del Cielo”, el día 10 de marzo Sarabia rompió el cielo de México a las 7:20 horas y dirigió la proa de su ave de acero con destino a Chetumal, en un vuelo rápido, sin escalas.

En Chetumal, una multitud tropical, sufriendo los calores palúdicos, ya esperaba el aterrizaje de Conquistador del Cielo. Apenas y lo divisaron planear, la turba comenzó a aclamar enardecida, y al bajar Sarabia al suelo, los chetumaleños, hijos de los viejos payoobispenses, le arrojaron flores a su paso. Del campo de aterrizaje a la explanada Hidalgo, Sarabia, “en hombros del pueblo”, recorrió las calles con las lánguidas casitas de madera de la Chetumal de finales de la década de los años 1930. Un pueblo entusiasmado vitoreaba a su héroe con estridencia demoniaca, que hacía espantar hasta a los saraguatos de las selvas cercanas, y hacía despabilar el sueño matutino de los lagartos dormilones del Hondo. Ese día, Chetumal se vería inundada por el tráfago de fiesta y verbena popular “en honor del solitario viajero, que por vez primera en la historia de las comunicaciones aéreas, realiza el vuelo directo de México-Chetumal, absolutamente solo, con el deseo de acercar más, a esta apartada región de la patria, al centro del país”. Un tiempo antes, Sarabia había batido otro récord de viaje en solitario, en la ruta México-Los Ángeles, récord que se mantenía desde 1936.

Desde México llegó la noticia de que, a su regreso, a Sarabia se le impondría una medalla simbólica que probaría, a los ojos de toda la nación, que el Territorio de Quintana Roo se había incorporado, vía aérea, al resto de la República; y Sarabia, nacido en Lerdo Durango, de 39 años, tenía mucho que ver en ello, pues con su Compañía Transportes Aéreos de Chiapas, del cual era socio fundador y presidente, conectaba a Chiapas (y a los hatos chicheros chiapanecos), con los tres estados de la Península, las Islas y Belice. Región, apuntemos, de chicleros y benqueros.

¿Pero quién era Francisco Sarabia? Adelantándonos un poco en esta bitácora que busca la crónica, El Siglo de Torreón, al día siguiente que Sarabia rompiera el récord de vuelo de México a Nueva York (que detallaremos más adelante), nos daría unos datos biográficos del personaje:
Sarabia nació en Lerdo en 1900, Durango, en la casa número 511 de la calle Madero y fue a estudiar a la capital del vecino estado de donde se trasladó a Kansas City recibiéndose como mecánico e ingresando a la Escuela de Aviación de Chicago Illinois donde alcanzó las mejores calificaciones. Su esposa, Sra. Agripina Díaz de Sarabia, y sus hijos Tachis (Francisco), Carlos y Nivea, quienes lo recibieron en Nueva York, son también oriundos de Durango. El padre de Sarabia, don Santiago Sarabia, nació en Avilés y falleció hace algunos años en Lerdo. Su madre, doña María Tinoco viuda de Sarabia, vive en Torreón. Francisco Sarabia estuvo en Lerdo en 1926 tratando de hacer vivir una escuela de aviación, pero fracasó por la falta de dinero…De Lerdo Sarabia se fue a Monterrey donde corrió la misma suerte, pero sin decepcionarse, sin perder la fe en el porvenir emprendió el viaje a Morelia y encontró nuevos obstáculos, pues aún no había sonado la hora de la victoria. Siguió a Quintana Roo y luego se instaló en Tonalá, Chiapas, donde al fin pudo acomodarse y formar una compañía de transportes la que se ha transformado en la línea única entre Yucatán y Quintana Roo y de la que es gerente el piloto aviador lerdense”.
El 13 de marzo, Sarabia rompería un segundo récord consecutivo en la Península: Piloteando a Conquistador del Cielo, acercó Chetumal a Mérida, a 46 minutos escasos. De 8:45 am a 9:31 am, fue el lapso que duró el viaje de Conquistador del Cielo por la Montaña chiclera de Quintana Roo, pasando la Sierrita Puuc y los pueblos de Yucatán, hasta llegar a Mérida. En el aeródromo de esa ciudad, frente al repórter Marcial Cásares Baqueiro, y después de posar para la posteridad, con su sencillez y modestia que lo caracterizaba, Sarabia tuvo algunas palabras para el pueblo chetumaleño: “Nunca podré olvidar –dijo el modesto piloto-, las afectuosas demostraciones que allí fui objeto con motivo del raid México-Chetumal”.



Los grandes fastos chetumaleños celebrando la gesta aeronáutica de tan insigne aguilucho, iban desde comilonas, bebilonas, agasajos en su honor, la inauguración del Hospital Morelos, una fiesta en el teatro al aire libre de la escuela Belisario Domínguez en construcción, así como un sabroso baile popular en la rotonda del parque Hidalgo. Sarabia y los chetumaleños no sabían que esas bacanales serían las de la despedida eterna.
***
Ese día 13 de marzo, en Mérida, Sarabia externó por primera vez, en charla informal con amigos, que quería hacer “un vuelo de buena voluntad de México a Nueva York, en 8 horas y media”, tratando de batir el récord de la infortunada aviadora norteamericana, Amelia Earhart. Era cosa, decía, que el presidente Cárdenas dé su visto bueno: “Será mi contribución –decía Sarabia-, como mexicano, a la idea de confraternidad entre nuestro pueblo y el de Estados Unidos”. Recordemos que esa “confraternidad”, para ese entonces, era más que ríspida porque estaba reciente la expropiación petrolera cardenista.


Ese mismo día 13 de marzo, al preguntarle por “su avión” Conquistador del Cielo, Sarabia diría que el monoplano costaba la friolera de 60 mil dólares, y que no era de él: “Ya quisiera. Es de un buen amigo que me lo ha facilitado para estos vuelos”. El repórter Cásares atraparía para la posteridad algo de la personalidad del gran aviador: aparte de modesto, de sencillo, sonreía. Sarabia sonríe siempre, “y sus ojos azules, claros, clavados en el azul del cielo, que tantas veces ha visto de cerca”, desde que 13 años antes en que voló por primera vez, sonríen. Sarabia, otra vez el repórter, “sonríe también a la esperanza y a la gloria”.  
El día 15 de marzo, antes de partir hacia México, Sarabia, sin Conquistador del Cielo, llegaría al Peto de la fiebre del chicle, en un simple avión, trayendo a 2 funcionarios de Seguros de México, S.A, para negocios con los contratistas del pueblo, y ese mismo día regresarían a Mérida.

Los reportes de prensa del DY informaban que el martes 21, Sarabia, en busca de otro récord –el de Mérida a México-, saldría de la Ciudad Blanca entre las 5 y las 7 am, entrando al Golfo de México por Celestún y saliendo por Gutiérrez Zamora, Veracruz, entre Vega de Alatorre y Misantla, para dirigirse a la capital. Conquistador del Cielo sería cargado con 1,200 litros de gasolina para 5 horas de vuelo. Para Sarabia, eso de surcar los cielos y esquilar las nubes, es como si de un picnic se tratara, confía en su pájaro de acero.

El 22 de marzo, el DY noticiaría que Sarabia era un hombre de récords, porque otra vez lo volvió a hacer: volando en 2 horas 49 minutos de Mérida a México, el gran piloto se adjudicaría un nuevo récord, al mejorar en más de una hora la marca establecida de forma informal el 5 de febrero de 1938, por un turista norteamericano. El periplo Mérida-México comenzó a las 8:15 am, y terminó a las 11:044 am. Del trayecto, Sarabia comentó que encontró condiciones desfavorables para su vuelo, sobre todo en la costa del Golfo, donde se vio obstaculizado por un bravo norte, que lo obligó a buscar más altura para librar a Conquistador del Cielo de los ramalazos de lluvia y mal viento. El aviador no volvió a ver tierra desde que elevó su nave, hasta apenas surcar el valle de Puebla.

El domingo 9 de abril, en un viaje sin escalas, en solitario, de México a Guatemala, Sarabia había pulverizado otro récord perteneciente a otro norteamericano, Frank Hawks. A las 7 H. 49 M, Sarabia y Conquistador del Cielo salieron del Campo de Balbuena en medio de vítores y aplausos de cientos de personas (entre militares y civiles), que habían acudido a despedirlo. Sarabia le llevaba cartas de buena voluntad del General Cárdenas al presidente Ubico, es decir, al dictador Ubico. A las 10 H, 51 M, el pueblo y las autoridades guatemaltecas le dieron una cordial bienvenida. El cronómetro se detuvo en 3 H. 2 M.

El Conquistador del Cielo alista sus motores para el Gran Salto a Nueva York

El 13 de mayo, reportes del DY señalaban que Sarabia había probado un día antes su avión, Conquistador del Cielo, y lo halló “en perfectas condiciones para volar, después de que los trabajadores de los talleres de aeronáutica militar lo revisaron y ajustaron hasta el último de sus tornillos”. Elevándose dos veces Sarabia sobre el Valle de México, quedó satisfecho con el rugido poderoso y templado de Conquistador del Cielo. Entre el 15 y 20 de mayo, tenía pensado salir hacia New York, llevando la bandera de la confraternidad. La nota del DY apuntaba que, en caso de que Sarabia no saliera uno de esos días, en el gimnasio de la Secretaría de Defensa se le impondría “la medalla de oro que le otorgan el pueblo y las autoridades de Quintana Roo”, presididos por el general Melgar. Ese día de las pruebas al monoplano convencieron al ingeniero militar Sarabia, que no veía ningún impedimento para derretir el récord de velocidad existente entre México y Nueva York, y que todo estaba listo para dar “el Gran Salto México-Nueva York”.

El 18 de mayo, el Secretario de Comunicaciones del Gobierno Cardenista, Ing. Melquiades Angulo, impuso la medalla de oro Emilio Carranza a Francisco Sarabia, medalla “que sólo se otorga a los pilotos aviadores civiles por actos de heroísmo o de marcada importancia”. Toda la plana mayor del ejército cardenista, salvo Cárdenas, de gira por el norte de México, rindió sentidos honores militares a un piloto civil designado ya como héroe nacional. Acto seguido, Sarabia, para demostrar su matemática pericia, ante la mirada de generales claveteados de charreteras, y otros pilotos militares, realizó varios vuelos atravesando campechanamente el Valle de México alrededor de una hora. El mal tiempo que predominaría los siguientes días en la ruta trazada para Conquistador del Cielo, aplazarían el viaje de Sarabia hasta el día 24 de mayo de 1939, fecha histórica para la aviación mexicana.

El Gran Salto México-Nueva York: ¡Goodbye, Amelia linda!

El día 25 de mayo de 1939, el DY rotularía, con efusividad manifiesta, la llegada un día antes, 24 de mayo, de Sarabia a Nueva York: “El aviador Sarabia estableció un nuevo récord de velocidad en la ruta México-Nueva York”. Alguien, seguramente un duranguense, al leer la feliz noticia que recorrería todos los pueblos y ciudades del México Cardenista, tomaría su vieja guitarra porque ya se sentía obligado a escribir un Corrido a Francisco Sarabia:

“Del Campo de Balbuena
se alzó hasta el firmamento
Un pájaro de acero con rumbo a Nueva York.
Liviano como el aire
Más rápido que el viento
Perdiéndose en las nubes
A todos dijo adiós…”

El compositor de corridos pospondría el Corrido de Francisco Sarabia, porque la lectura de los periódicos lo inundaba. En efecto, el 24 de mayo, a las 6 Horas 51 Minutos, Sarabia, dice bien el corrido, se alzaría del Campo de Balbuena hasta el firmamento. Vítores y aplausos despidieron al solitario aviador. 15 minutos después de haber salido, de Conquistador del Cielo apenas si se escuchaba, débilmente, el ronquido de sus poderosos motores, porque Sarabia ya se disponía a atravesar “la larga cordillera volando como nunca lo hiciera otro aviador”. Antes de salir hacia el Gran Salto a Nueva York, Sarabia platicaría vía telefónica con la autora de sus días, señora María Tinoco, viuda de Sarabia, domiciliada en Torreón. Frutos y pan tostado, su desayuno; y otras dos raciones para el camino.

En la Ciudad de México, tan pronto se supo que Sarabia había llegado a Nueva York despatarrando el récord de Amelia Earhart, las sirenas de los Cuerpos de Bomberos y las campanas de todas las iglesias y hasta la mole toda de la Catedral Metropolitana construida en tiempos de los virreyes, sonaron a rebato con un estrépito que hizo rasgar de emoción la región más trasparente del aire. Las rotativas de los diarios capitalinos no se dieron abasto para lanzar extras de extras, que fueron inmediatamente comprados como salchichas calientes de tinta. Con esto, los periódicos acallaron la falsa versión de una radiotransmisora de alta mala leche, que difundió el rumor de que Sarabia había aterrizado en Floyd Bennett sin llegar a la meta que se propuso. ¡Falso de toda falsedad! Aquel día 24 de mayo, más de un mexicano mandó un ¡Viva Sarabia!, al cielo de Conquistador del Cielo.

Un reporte venido desde Nueva York, y capturado por el teletipo de la prensa mexicana, decía:
Francisco Sarabia, el “Lindbergh Mexicano”, rompió el récord de velocidad entre México y Nueva York, que estableció la finada aviadora norteamericana Amelia Earhart, al aterrizar hoy en el aeródromo de Floyd Bennett, después de una travesía de 2,085 millas, en diez horas cuarentiocho minutos, contra catorce horas diecinueve minutos que empleó Amelia.
Al tocar tierra el monoplano Conquistador del Cielo (construido cinco años antes), varios cientos de espectadores lanzaron vivas a Sarabia y a México. Con parcas palabras, pero con una honda felicidad, Sarabia apenas dijo en un perfecto inglés: “Creo que me queda como un galón de gasolina”.

En Floyd Bennett lo esperaban funcionarios mexicanos y norteamericanos, el representante y la familia de Sarabia conformada por Agripina su mujer y sus tres hijos; así como sus hermanos Leonora y Santiago; y cuatro cuñadas. Además de perseguir el récord de Amelia, Sarabia traía mensajes autógrafos del General Cárdenas para el presidente Roosevelt, así como estampillas conmemorativas de su vuelo. Dijo frente al micrófono:
“Me siento contento de estar aquí. Este es uno de los vuelos más difíciles que he hecho…Dos veces volé ayudado por los instrumentos, durando veinte minutos cada periodo, sobre la región de Alleghanies, debido a que no podía ver nada”.
El Secretario de Estado de EUA, Cordell Hull, envió felicitaciones a Sarabia, y manifestó que su hazaña sin duda creará otro lazo de unidad entre las dos naciones. Charles H. Badd, comerciante de aviones de medio uso y amigo cercano de Sarabia, manifestó lo siguiente sobre el vuelo:
“El avión de Sarabia –dictaba cátedra el experto Badd- fue construido primordialmente como aparato de carrera, y no para vuelos a larga distancia. El despegue que se hizo a una altura considerable, tomando en cuenta la carga que llevaba el aparato y la necesidad de alcanzar altura inmediatamente, para salvar las montañas, es un testimonio elocuente de la habilidad de Sarabia, a quien considero como uno de los más hábiles pilotos del mundo”.
Un reportero apuntaría una frase que Sarabia dejó escapar. Dejando de sonreír, Sarabia dijo: “Hice el viaje porque Carranza no pudo”, aludiendo al infortunado capitán Emilio Carranza, muerto el 12 de julio de 1938 cuando apenas había iniciado el vuelo de Nueva York- México.

Después de leer casi todos los extras de los periódicos de aquel 25 de mayo de 1939, el compositor de corridos decidió seguir arrejuntando palabras y pellizcándole la panza a la inspiración:
“Y a veces desafiando la muerte traicionera
surcaba el horizonte rugiendo su motor…
Y las palabras del compositor se juntaban solitas:
"En menos de 12 horas de continuado vuelo
Sarabia victorioso llega a Nueva York
Intrépido piloto que al descender del cielo
le daba a nuestra patria con ella un grande honor…
Tan sólo por la gloria de ver que su bandera flotaba con orgullo allá en tierras yanquis: los momentos antes de la tragedia.

“Un afectuoso saludo al pueblo yucateco por conducto del Gran Diario de la Vida Peninsular, el Diario de Yucatán”. New York, mayo 25 de 1939, Francisco Sarabia.
El saludo autógrafo de Sarabia apareció el 1 de junio de 1939 en la parte izquierda de la primera plana del Diario de Yucatán, junto con una fotografía de un extraño Francisco Sarabia bien entacuchado y leyendo “un ejemplar del periódico de la vida peninsular” en su hotel de Nueva York. El reportero del DY que le tomó la foto, comentaba que Sarabia había sido “muy agasajado”: El “Aéreo Club” de esa urbe dio en su honor un opíparo banquete, y varias sociedades mexicanas le ofrecieron fiestas. Sarabia le confesó al periodista que su intención era residir en Mérida, que Mérida era un buen lugar para vivir.

El 4 de junio, Sarabia y Conquistador del Cielo salieron hacia Washington, y en la capital estadounidense, al día siguiente le entregaría a Roosevelt el mensaje autógrafo del General Cárdenas. La intención de Sarabia consistía en salir el miércoles 7 a México, haciendo escala en Ciudad Lerdo, Durango, su pueblo natal. Su familia, acompañada del señor Felipe Torres, lo seguiría de regreso, pero en automóvil.


El día 7 de junio, día miércoles, en Yucatán tal vez ya se sabía lo que sucedió a tempranas horas del día, pero el periódico ya había salido de las rotativas desde la madrugada. Ese día el DY informaba, que después de que Sarabia hubiese entregado el mensaje de buena voluntad del general Cárdenas, el “as de la aviación mexicana saldrá hoy para Torreón con el objeto de visitar a la autora de sus días”, arribando el día 8 a la ciudad de México para los homenajes que el pueblo y el gobierno cardenista rendirían ese día al héroe nacional oriundo Lerdo, Durango. En Washington, Sarabia no pudo entregarle personalmente el mensaje autógrafo de Cárdenas, junto con 4 sellos postales conmemorativos de su vuelo, a Roosevelt, porque el presidente yanqui se reponía de un fuerte ataque de gripe. El mensaje y los sellos fueron recibidos por un coronel ayudante personal de Roosevelt.

La Secretaría de Comunicaciones, preparando el escenario de la inminente llegada apoteósica de Sarabia, pretendía organizar para el día 8 en México, “un desfile, que seguirá al automóvil abierto que ocupará Sarabia, formada por el personal de Comunicaciones, estudiantes, pelotones militares y elementos civiles. Escoltarán el vehículo motociclistas de caminos y cuando el aviador llegue al edificio de la Secretaría de Comunicaciones, el general Gustavo Salinas, en nombre del Gobierno, le dará la bienvenida. El personal femenino de la repetida Secretaría y de otras dependencias del Gobierno arrojarán a Sarabia, a su paso, flores, confeti y serpentinas”. Una nota contradecía la anterior, señalando que no sería en la Secretaría de Comunicaciones, sino en el Palacio de Bellas Artes el festejo, y en donde el aviador dirigirá “un saludo al pueblo de México por medio del radio, y que una valla militar desde Balbuena hasta Bellas Artes coadyuvaría al orden”. No se hizo ni lo uno ni lo otro.
Desde las aguas del río Potomac comenzó el llanto mexicano
Ahora voy a comenzar a escribir la parte más triste de mi crónica, relatar los pormenores de la muerte de un héroe personal no es cosa fácil, no es cosa que se despacha así como si nada. No puedo imaginar lo que han de haber sentido buena parte de ese México sencillo, de ese México a ras de tierra, lo que sintieron los lectores del DY cuando el jueves 8 de junio de 1939, a ocho columnas, leyeran lo impensable:
“La aviación mexicana de duelo: Trágica muerte del Gran Piloto Francisco Sarabia”.
¿Y qué pasó?, más de uno se ha de haber hecho la pregunta, ¿y qué pasó? Si todo iba bien, si la destreza de Sarabia espantaba a cualquiera, si su intrepidez y precisión pulverizaban todos los récords… ¿Acaso es una maldita broma de periodistas absurdos? Pero no era una broma. El reporte de prensa decía que Conquistador del Cielo se precipitó en las turbias aguas del río Potomac apenas saliendo de Washington, el 7 de junio de 1939. La caída del avión de Sarabia lo presenciarían varias personas, funcionarios gringos y mexicanos de la embajada en Washington, su esposa y el pequeño Francisco, y un hermano del “infortunado As de la Aviación”. La noticia fue difundida por el radio en las primeras horas de la mañana. The AssociatedPress confirmaría la tragedia. El duelo general, la tristeza, el llanto, el carajo, pronto, como malditas yedras, como heraldos negros emponzoñándolo todo, comenzaron a recorrer los pueblos, avanzaron a las ciudades, treparon a los desiertos y a todas las selvas de México. Sobre todo, a esa selva peninsular que Sarabia conocía más que cualquiera. Sarabia había muerto.


Quebrándosele a uno la voz a más de 70 años de los hechos que enlutaron a no sólo la aviación mexicana, leo este reporte de prensa: “La muerte de Sarabia es tanto más sensible y lamentable cuanto que el piloto durangueño era por sus proezas una legítima gloria para México, y por sus características de idoneidad, pericia, modestia y, sobre todo, conciencia en la arriesgada profesión que había abrazado con tenacidad, con fe y con cariño ejemplares…El Conquistador del Cielo cayó abatido ayer en la corriente del Potomac, y su piloto, su bravo piloto, su Gran Piloto, Francisco Sarabia, el aguilucho, que lo reivindicó paseándolo victorioso por cielos de la patria, y cielos extraños, sucumbió con él”.

La anciana madre de Sarabia recibió la noticia con un silencio que dolía, porque era un silencio que golpeaba. La casa de Torreón de la señora María Tinoco, viuda de Sarabia, de 72 años, inmediatamente se llenó de un ramillete de personas para acompañarla en su dolor. Las autoridades de Torreón apresuraron los trámites para que el aeródromo de esa ciudad llevara desde ahora el nombre del hijo de doña María. En esa ciudad norteña no hubo comercio ese día 7. Desde Washington, vía Brownsville, la esposa y los hijos de Sarabia arribarían a Tampico en avión y seguirían a México para los funerales. Doña María Tinoco, “con los ojos rojos por el copioso llanto derramado durante 72 interminables horas”, ahogada por la emoción, modesta como su hijo, recibía con maternales abrazos al pueblo doliente de Torreón, y los consolaba, “haciendo que su corazón y sus bendiciones llegaran hasta el que apartado por los brazos maternales ha escrito una nueva página en la historia de la aviación nacional”. “Yo no quería que Pancho haga otro viaje de esta naturaleza”, fue una de las frases que dijo la madre del héroe.


El mismo día 7 de junio, en la Secretaría de Defensa, se izó a media asta el lábaro patrio, y un prolongado toque de silencio con el redoble lento de los tambores, fue la forma como el ejército rindió homenajes a la memoria del piloto civil.

De la misma forma desde que se supo que Sarabia había batido el récord de Amelia Earhart días antes, el día de la tragedia las rotativas de todos los diarios de la capital lanzaron ediciones extras. Rostros tristes, caras largas, sollozos y melancolía. (En esta parte de mi crónica quisiera obviar las maquinaciones de mentes laceradas por el dolor, y decir que en la caída de Conquistador del Cielo no hubo ni sabotaje, ni complot del gobierno de los Estados Unidos).

Detalles de la caída informaban, que Conquistador del Cielo quedó metido como cinco metros entre las aguas del Potomac y a 25 metros de la orilla…Roosevelt ofreció mandar el cadáver en un avión militar, y la embajada mexicana aceptó. Charles Babb, testigo de la tragedia y experto en aviones, pontificó que el motor falló, y que Sarabia tal vez se dio cuenta que no podía retomar el aeródromo, e hizo lo que todo experto aviador haría: tratar de descender en línea recta sobre el agua.

El 9 de junio, el DY, en su primera plana, presentaría imágenes de la tragedia. La primera es la última foto en vida de Sarabia subido a Conquistador del Cielo; la segunda es de Conquistador del Cielo en las aguas frías del río Potomac, al momento de remolcarlo. Otra foto es de la viuda, Agripina, sollozando junto a su pequeño Francisco, acompañada por Salvador Duhan, segundo secretario de la embajada mexicana en Washington.

Las pompas fúnebres de un héroe nacional
El día 9 de junio, el DY daría a conocer una carta que el presidente Roosevelt le envió el día 7 a la inconsolable viuda de Sarabia, Agripina Díaz, que entre otras cosas, decía:
“Estimada señora: Apenas ayer vuestro esposo me dejó un hermoso pergamino y un bloque de timbres postales conmemorativo de su vuelo de la ciudad de México a New York, rompiendo las marcas anteriores, y deseo que vos sepáis, cuán profundamente lamento la trágica muerte de vuestro esposo, y lo mucho que he estimado el pergamino y los timbres postales que me dejó. Vuestro esposo contribuyó grandemente a fomentar las buenas relaciones entre su país y el mío”.
El sábado 10, apuntaba el DY, a las 2 de la tarde el cadáver de Sarabia, en un avión fortaleza B-15, de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, llegaría a México, media hora después que la viuda y los deudos.

El domingo 11, el DY hacía eco del tumultuoso recibimiento que el pueblo de México le hizo al cadáver del aviador: “Una enorme multitud –escribía a ocho columnas el diario- presenció la llega del cadáver de Sarabia”. Este recibimiento del sábado 10 de junio, se describía de la siguiente manera: “No menos de trescientas mil personas asistieron a la llegada del cadáver del valiente aviador Francisco Sarabia, pudiendo asegurarse que hacía muchos años que no se presenciaba una demostración tan magna y sincera como la de hoy”. Los 300 mil no se rebasarían nuevamente, porque, al parecer, unos macanazos de más que le dieron a la gente aquel día por tratar de arremolinarse para ver bajar el féretro del avión, tal vez fue el motivo para que el número de asistentes se redujera en los homenajes a Sarabia, al día siguiente en el edificio de la Secretaría de Comunicaciones y el Zócalo de la ciudad.

Desde tempranas horas del sábado 10, las 300 mil personas habían ya atestado el Puerto Central Aéreo, entre funcionarios, políticos y politicastros, diplomáticos, reporteros, estudiantes y el pueblo en general. No bastó el fuerte dispositivo de seguridad policiaca de la ciudad, ni todo el cuerpo de vigilancia de tránsito y de motociclistas, ni los 1,800 policías salidos del cuartel, para controlar a una multitud que exigía estar cerca del féretro del héroe caído. Cuando a las 2:45 de la tarde de aquel día de duelo nacional, la muchedumbre avistó al poderoso avión fortaleza yanqui, “rompió las vallas y se precipitó hacia el Puerto Aéreo, pretendiendo ver el aterrizaje”. Sólo la ayuda de tropas federales, macanazos de más, pudo abrir cancha al féretro en medio de la multitud arracimada, tupida, para que la comitiva que acompañaba al cadáver trasladara el féretro hasta el edificio de la Secretaría de Comunicaciones. Secretarios de Defensa, de Relaciones Exteriores, de Economía, diputados, senadores (sus presidentes), y el presidente de la SCJN estuvieron presentes en el acto de recibimiento.

El reporte de prensa del día 10, decía que “por primera vez en México, se alza en el Zócalo, un enorme catafalco, en el cual será expuesto el cadáver de Sarabia, a fin de que todo el pueblo de México pueda desfilar ante él”, calculándose en más de 500 mil el número que acudiría al día siguiente a rendir homenaje al gran Aguilucho, cosa que se redujo a 50 mil, seguramente por la prepotencia cuartelaría de las tropas que con dobles máuseres vigilarían las ceremonias fúnebres ese día. El Presidente de la República, General Lázaro Cárdenas, palpando en lo más hondo de la fibra nacional de un pueblo que se desparramaba por contemplar el cadáver de Sarabia, a iniciativa del Secretario de la Defensa y del secretario particular de la Presidencia, desde el norte donde seguía llevando la reforma agraria a los pueblos sin tierra, concedió permiso para que sean sepultados los restos de Sarabia “en la Rotonda de los Hombres Ilustres, con todo el ceremonial de rigor, que será grandioso”.

El lunes 12 de junio, el DY, nuevamente a 8 columnas, decía: “Al lado de Emilio Carranza, desde ayer, reposa para siempre Francisco Sarabia”. El día de las ceremonias fúnebres, día 11 de junio de 1939, y sin que se terminara ese día, no menos de 200 mil personas habían circulado ante la capilla ardiente de la Secretaría de Comunicaciones, pero el desfile “del pueblo para rendir el último tributo al desaparecido aviador”, se suspendió a la una y media, hora en que se hicieron las últimas guardias de honor por los diplomáticos y la familia del solitario aviador.

Los embajadores de Estados Unidos, del Brasil, de Chile, de Cuba y de Guatemala, así como el comandante norteamericano Haynies, piloto que tuvo el honor de conducir el avión fortaleza que devolvió a su patria el cadáver del gran Sarabia, hicieron, con su comitiva, los honores respectivos. Antes de que el féretro fuera llevado a la Plaza de la Constitución, la madre, la esposa y los hijos de Sarabia, hicieron guardia de honor ante el hijo, el esposo y el padre muerto. La nota de prensa, a más de 70 años, todavía logra captar el clima de dolor, pero también de entrega, de amor y cariño, de esos momentos climáticos:
“Los veteranos de las guerras patrias, llevando la gloriosa bandera del Batallón de San Blas, escoltada por un grupo de marinos, de la Armada Nacional, también dieron guardia; y en un avión especial llegó una delegación de Cananea, trayendo una corona en homenaje de Sarabia, y para dar guardia y asistir a los funerales”.
Entonando la banda de guerra de la Secretaría de Comunicaciones la Marcha de Honor, y bajo una lluvia de flores, fue conducido el féretro de Sarabia a la Plaza de la Constitución. Cuando el féretro se colocó en la carroza, las fuerzas de policía que hacían valla, presentaron armas y por en medio pasó la carroza. De Secretaría de Comunicaciones al Zócalo, y estacionándose la carroza frente a Palacio Nacional, la multitud, el pueblo mexicano tras las vallas, lanzaban flores a la carroza.

Ahí, en la Plaza Mayor, el Zócalo, la antigua plaza de los sacrificios, el centro geográfico y el centro del poder de este país desde tiempos de los virreyes, y aun antes, desde tiempos de los tlatoanis, el general Jesús Agustín Castro, secretario de la Defensa, prendió en la bandera nacional que cubría el féretro, la condecoración de Mérito Aeronáutico Civil en medio de los acordes de la Marcha de Honor, y ante la expectación de más de 50 mil almas congregadas en la plaza mayor de la metrópoli. El hijo de Sarabia, el pequeño Francisco, al lado del general veía las acciones. Castro le dijo: “Aprende con esto, a hacer como tu padre, por el bien de la Patria”. En el mismo momento en que Castro condecoraba al féretro, las bandas de guerra del Ejército allí presentes, tocaron llamada de honor, y la pesada campana mayor de la Catedral dobló a duelo durante todo el tiempo que el cadáver estuvo expuesto.

A las 3 y media de la tarde, el cortejo fúnebre inició la marcha hacia el Panteón Civil, lugar en el que Sarabia iba a ser inhumado junto al lugar que ya ocupaba Emilio Carranza. Al llegar al Bosque de Chapultepec, las tropas que antecedían el cortejo fúnebre, se desplegaron para rendirle los últimos honores al cadáver. El secretario de la Defensa, la familia y otros secretarios, embajadores y altos militares, llegaron al panteón a las cinco de la tarde. Un licenciado, de apellido Kubli, fue el encargado de pronunciar la oración fúnebre del que ya en vida era un héroe nacional. En los justos momentos en que el ataúd bajaba a la fosa, “la batería de artillería instalada en las cercanías del panteón, hizo una salva de diecinueve cañonazos; y las tropas presentaron armas y las bandas de guerra tocaron a silencio”

Fuentes

Diario de Yucatán de los meses de marzo a junio de 1939.

martes, 25 de junio de 2013

“Hombre, en el patio de nuestra casa hay un Congreso Internacional de Mayistas, y sería el colmo no estar ahí”: Recuerdos del Tercer Congreso Internacional de Mayistas.

El 9 de julio de 1995, a las 18:00 horas con 45 minutos de una tarde cálida pero fresca - según el periódico de aquel día-, Mario Villanueva Madrid, gobernador para ese entonces de Quintana Roo, declaraba “formalmente inaugurados los trabajos” del Tercer Congreso Internacional de Mayistas. La casi en pañales Universidad de Quintana Roo (UQROO), del 9 al 15 de julio sería el escenario en el que se moverían, platicarían, dialogarían, disertarían, discutirían y objetarían teorías sobre los mayas, los Grandes Mayistas venidos de todos los rumbos de la rosa de los vientos. Fue el escenario, también, de las palabras proferidas por los kúch káahalo’ob (es decir, “los que sostienen el cargo del pueblo”) de X-Cacal Guardia, Quintana Roo, y de algunas quejas que externaron estos últimos a la esquizofrenia de algunos Grandes Mayistas. Comenzaré este texto recordando el catálogo de las ponencias que, en mí opinión, fueron dignas de aparecer en los dos voluminosos tomos de las Memorias de ese encuentro, editado en 1998 por la UNAM y la UQROO (cada tomo con más de 800 páginas).
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El catálogo de las ponencias rescatables
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Una lista de los eruditos que asistieron a una universidad desconocida de una ciudad no menos desconocida, nos da un ejemplo de la calidad de ponencias que el público escucharía (alumnos y externos): En la mesa denominada “Los Mayas Peninsulares del tiempo de la invasión española”, el gran mayista japonés, Tsubasa Okoshi, haría una revisión crítica de la geografía política de los yucatecos en el Postclásico. En la interesante mesa que tocaría el tema de las investigaciones recientes de los mayas del centro de Quintana Roo desde áreas como la antropología, la historia, la lingüística y la ecología, Allan Burns, el folklorista y recopilador exhaustivo de los mitos, las consejas, los cuentos y la literatura oral de los mayas actuales, hablaría de los “Diálogos y metáforas en los consejos históricos orales de los Santa Cruz Maya”. Muchos años después, al leer este trabajo en el decurso de mi propia investigación sobre los mayas del centro de Quintana Roo, diría y sigo diciendo que el traductor demostró su “mentecatilidad” con el título. En la misma mesa, el suizo Ueli Hostettler, mediante la tradición oral, hablaría sobre la perspectiva que los mayas del pueblo de Yaxley tienen del cambio: de una economía de autoconsumo hasta 1960, los de Yaxley pasarían a los años difíciles de la “apertura” al mercado, y de la penetración del Estado abriendo viejos y nuevos caminos y plantando escuelas. Siempre en esa mesa, Martha Herminia Villalobos González, con su ponencia denominada Mayas e ingleses: intercambio económico al final de la Guerra de Castas, 1880-1910, daría unos avances de lo que conoceríamos en el libro El bosque Sitiado…: la tesis económica explicando la durabilidad de los años autonómicos de los rebeldes de Chan Santa Cruz.
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Saliendo del área de la antropología y la historia de los rebeldes del centro de Quintana Roo, el Tercer Congreso no pudo haber sido de mayistas sino hiciera acto de presencia la ciencia “dura”, pero a veces no tan exacta, en el área de los estudios mayistas: me refiero a la enigmática epigrafía. Ahí, el célebre ruso que, según la conseja, conoció a fray Diego de Landa en un Berlín combustionándose durante la Segunda Guerra Mundial, daría unas breves palabras en español: En un auditorio que no sé si ya estaba bautizado con su nombre, el padre del desciframiento de la escritura maya, Yuri Knorozov, dijo al público: “Voy a hablar ahora de la teoría del desciframiento y comenzaré refiriéndome a la metodología…” Si hubiera asistido a la conferencia de Knorozov, con doble lazo de cochino me hubiese amarrado a mi silla para no salir huyendo, y aguantaría la tristeza de apenas poder descifrar la salmodia del gran descifrador. La epigrafía, obviamente, no es para autodidactas. Apenas hubo salido Knorozov del estrado del auditorio que, repito, no sé si ya estaba bautizado con su nombre, la gran Linda Schele, junto con el alemán Nikolai Grube y Erik Boot, nos hablarían de algunas “suggestions” de las profecías katúnicas en el libro del Chilam Balam “in light of” periodo clásico history (mi traducción es pésima). Hasta ahora, no he leído esa ponencia, pero ha de ser interesante porque de Linda me he leído el Cosmos Maya y Una selva de reyes, y digo que no hay pierde…Victoria Bricker, habló de la función de los almanaques en el Códice Madrid.
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Siguiendo con la revisión de las ponencias de los mayistas que asistieron a ese olvidado Tercer Congreso, en una mesa que trató sobre los movimientos de revitalización en el área maya, dos chiapanólogos, Kevin Gosner (el de los soldados de la virgen), y Urlich Kölher hablarían de las sublevaciones tzeltales y chamulas en tiempos coloniales y decimonónicos. En esa misma mesa dio una ponencia indignante el no menos indignante Gudrun Mossbrucker, tocando el tema de la rebelión de Quisteil de 1761 con términos que quedarían para los anales de la infamia historiográfica: para Mossbrucker es un hecho que era un asunto de borrachos lo de la rebelión de Jacinto Canek, y tergiversando trabajos como el de Victoria Bricker, Villa Rojas, e incluso el del a un tiempo execrado y admirado Sierra O’Reilly, Mossbrucker diría las siguientes bazofias:
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a).- “Entre los mayas yucatecos no existe tradición oral respecto a Quisteil, ni siquiera el ‘líder’ de la ‘insurrección’, acusado de haberse coronado rey de todos los mayas de Yucatán, se encuentra en su memoria”.
b).- “Sierra O’Reilly inventó esta biografía que hasta hoy día es aceptada por muchos científicos…” (Mossbrucker se refería a la biografía de Jacinto Canek, de que fue panadero nacido en el barrio de Santiago de Campeche, que fue educado en el convento franciscano de Mérida donde hubo de leer la historia antigua de su pueblo y así convencerse de que había que terminar con el sistema colonial).
c).- “…no hay seguridad de que realmente hubo un líder o rey en Quisteil; más dudas todavía caben acerca de que Canek fue aquel líder”
d).- “…no podemos decidir si en Quisteil en el año 1761 hubo una rebelión”.
Años después, nuevos estudios en el Archivo General de Indias (AGI) con el legajo del caso de 1761, vendrían a hacer que Mossbrucker se metiera su ponencia de interpretación prejuiciosa de literatura del caso, por donde más le gustara, o por donde más le apretara.
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En una mesa denominada “La selva en transformación: procesos y personalidades”, Herman W. Konrad tocaría, vez enésima, sus estudios sobre el chicle en la Península de Yucatán. Los estudios de Konrad son referencia obligada para aquel que pretenda intentar trabajar el chicle, una industria extractiva triste por lo que implicó su dependencia-sobrevivencia al mercado gringo, pero altamente atrayente en cuanto a la vida cotidiana de los chicleros, esos gambusinos de “la Montaña” que lograron domeñar y civilizar lo incivilizable: la feracidad de la Montaña, durante los primeros cincuenta años del siglo XX.
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Para el año 1995 estaba todavía fresca la rebelión del EZLN desde aquel memorable amanecer del 1 de enero de 1994, y para esas fechas, un giro de 180 grados que se dio entre investigadores de la ciencia jurídica o la sociología del derecho, había comenzado a rendir sus frutos con seminarios célebres como el de las ya míticas Jornadas Lascasianas. 1992 puede ser el año en que los juristas, sociólogos y filósofos del derecho comenzaron a hablar de la otredad en sus discursos jurídicos abstrusos, de los otros derechos de los grupos minoritarios. En el Tercer Congreso Internacional de Mayistas se dio cabida para estos nuevos cauces investigativos, y así vemos que los mayistas, acostumbrados a hablar de historias antiguas, de movimientos étnicos, de duraciones milenarias y trabajos en excavaciones, escucharon a un Manuel González Oropeza hablar de la Constitución yucateca de 1841 y el juicio de amparo; a Carlos Salvador Ordóñez Mazariegos indicando cuáles eran los Derechos Humanos de los pueblos indios (todos los humanos pero, además, el derecho a la autodeterminación, a la territorialidad, a la cultura propia, al etnodesarrollo); a Jorge Alberto González Galván hablando del “derecho matriz de los excluidos”: la autonomía (o los procesos autonómicos de los pueblos mayas de Chiapas). A su vez, José Emilio Ordoñez Cifuentes precisaría, bajo la lente del derecho internacional público y la sociología del derecho, conceptualizaciones jurídicas en el estudio del derecho indígena: los conceptos “indio, pueblo y minorías”.
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En otra mesa redonda, denominada “Los mayas peninsulares en los siglos XIX y XX”, Terry Rugeley, el gran yucatecólogo de Oklahoma, hablaría del Tihosuco de 1800-1847, trabajo que se engarza en su obra primera sobre la Guerra de Castas: Yucatán’s Maya Peasantry. The Origins of the Caste War, aparecida en 1996 y que lamentablemente, junto con Rebelion now and forever…, no han sido traducidas al castellano. El trabajo de Tihosuco aparecería tanto en el Unicornio histórico del Por Esto, así como en la revista Saastun, de la Universidad del Mayab. Sin embargo, la primera vez que lo leí fue en las Memorias de este Tercer Congreso de Mayistas.
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En una de las últimas, por no decir la última mesa redonda plenaria, denominada Historia de Quintana Roo, el novelista total de la Guerra de Castas, Nelson Reed, hablaría sobre Yumil Jesucristo, Juan de la Cruz, y la Cruz Parlante. No es superfluo decir que el libro de Reed, aunque es una perfecta obra historiográfica armada bajo el cartabón bibliográfico de Howard Cline, es hasta ahora la obra cumbre, la más amena, la que más atrapa de la Guerra de Castas, de ahí que la vea también como una novela. Al lado de don Nelson, Sergio Quezada expondría un estudio sobre los centros políticos del oriente peninsular yucateco durante el lapso 1517-1565. La discípula directa de Reed, Lorena Careaga (y me pregunto, ¿quién que no haya leído a Reed y trabaje temas de la guerra de castas en Yucatán, puede no ser su discípulo? Para bien o para mal, todos somos herederos de Reed), finalizando este Tercer Encuentro de Mayistas, tocó el tema de las sendas de resistencia de los mayas bravos y los mayas pacíficos en el siglo XIX.
Las palabras de los kúch káahalo’ob
Juan R. Sosa y, al parecer, Gregorio Vázquez Canché, fueron los encargados de coordinar estas pláticas que dirían los oficiales de X-Cacal Guardia en el Tercer Encuentro Internacional de Mayistas. Juan R. Sosa, con unas palabras introductorias que podrían sonar un poco ríspidas, pero que sin duda son exactas, diría en su alocución introductoria, lo siguiente:
“A la misma vez que se ha intentado dominar al pueblo maya, ha surgido también un tremendo interés académico y turístico en ellos. Es precisamente por eso que todos estamos aquí, porque es posible que los mayas se han convertido en la cultura más estudiada del mundo, aunque muchas veces esto se hace en forma de un saqueo literal o simbólico…Así, muchos profesionistas de varias disciplinas hacen sus carreras, ganan sus sueldos y se aprovechan de la fama internacional, sin regresarles nada a los actuales dueños de esta tierra, mientras estos verdaderos mayas siguen resistiendo una dominación extranjera en su propio país”.
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Y seguía con su perorata Juan R. Sosa:
“Un resultado de todo esto es que muchas veces los actuales mayas se han quedado invisibles o solo reducidos a imágenes folklóricas y malentendidas tanto por el público en general, como por los que supuestamente son los expertos en ellos. De esto surgen las siguientes preguntas: ¿Quiénes son verdaderamente los expertos en asuntos mayas..?”
Y reiteramos la pregunta, ¿quiénes en verdad son los expertos en asuntos mayas?, ¿Villa Rojas, Redfield, Morley, Nikolai Grube, Reed?
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En las palabras de Vázquez Canché, este, inspirado tal vez por la fuerte presencia del discurso zapatista, diría sus célebres palabras de que todavía había maya para rato:
Para muchos los mayas ya no existimos. Que somos parte del pasado. Para otros somos objetos de estudio. Más aún hay otros que nos quieren comparar con seres extraños. Lo anterior nos indigna y nos demuestra la incapacidad de personas para entender la sabiduría y los conocimientos de los antepasados, y de los mayas de ahora. No entienden el profundo conocimiento y poder que tuvieron los abuelos por su relación con la madre tierra, el cielo, el padre sol, las estrellas, la abuela luna, la lluvia, el bosque, los animales, y que hasta la fecha se mantiene viva. Solamente que está oculta por la cultura del dz‟úul (el extranjero). Pues, parece que hay un malentendido, o que no nos quieren ver como una cultura viva. Aunque han pasado más de 500 años de dominación cultural, todavía hay ch‟a cháak (la entrega al ch‟áak), todavía hay loj káaj (la ceremonia del pueblo), todavía hay maya para rato, todavía hay maya para dar lata. Hemos resistido a perder nuestros valores culturales mayas. Somos tan tercos que queremos heredarlos a nuestros hijos y nietos. Por eso ya no queremos seguir siendo objeto de estudio, ni buenos indiecitos de folklor para adornar actos públicos. Queremos ser nosotros mismos. Hablar. Exigir el respeto a nuestras autoridades tradicionales y a nuestra cultura. Queremos hacer nuestras propias cosas…”
Vázquez Canché, frente al público donde seguramente estaba algún Gran Mayista tomando un trago de ron en las rocas o pensando en las musarañas katúnicas o ligándose a una negra nalgona chetumaleña, contó cómo surgió la idea de que los kúch káahalo’ob fueran a Chetumal a contar su palabra:
"Entonces, reflexionando estas cosas [de la autonomía y la defensa cultural indígena, GAT] con los abuelos, dijimos: “Hombre, en el patio de nuestra casa hay un Congreso Internacional de Mayistas, y sería el colmo no estar ahí”.
Vázquez Canché les pedía paciencia a los Grandes Mayistas, les decía que les dieran chance a los nojoch mako para que dijeran su palabra, porque, “como ustedes saben, estar callado durante muchos años, como que uno quiere decir todo en unas horas”, y resulta que las palabras se le atropellan a uno y salen huyendo, y rebotan mal y no se dejan atrapar. Terminando su alocución, Vázquez Canché les pedía también a los Grandes Mayistas, a los estudiosos de la cultura maya, “un compromiso de los investigadores con los pueblos a devolver el resultado de su trabajo, para que sea completo y en beneficio de la comunidad maya”.
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En seguida, les tocaba el turno a los abuelos para decir su palabra. El general maya Isidro Caamal Cituk, de X-Cacal Guardia, manifestaba a los “señores mayores” (o a los Grandes Mayistas descifradores de los arcanos y de los cercanos), de que estaban “muy contentos de venir aquí al pueblo de Chetumal, para conversar”, y que venían expresamente a visitarlos. El Comandante Dámaso Pech Cen, de Chumpon, francamente dijo que “Llegamos a visitarles [a los Grandes Mayistas] aquí, porque nosotros estamos viendo lo que está sucediendo por todos esos catrines (dz’úules). Vienen a coger nuestras palabras (conversaciones), pero que lo respeten, porque tenemos el gran cargo”. Don Higinio Kauil Pat, del X-Cacal Guardia, decía: “Somos esos pobres mayas que dicen que han desaparecido, pero no hemos desaparecido. Aquí estamos, para que puedan vernos, señores”. Hilario Che May, representante de la comunidad de Tepich, contaba que creció en la pobreza, y que seguía siendo pobre. Que uno de sus abuelos de 100 años fue esclavizado, que fue aprovechado por los hombres catrines (dz’úules), y que él no quiere que los catrines se sigan aprovechando, que los sigan engañando “sólo porque nosotros somos mayas y pobres”.
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En una ronda de preguntas entre el público –los Grandes Mayistas habían desaparecido, o seguramente estaban de cóctel o visitando los puteros de la región- y los abuelos mayas del centro de Quintana Roo, alguien preguntó que cómo podría ayudarlos a los abuelos, y el General Isidro Caamal Cituk respondió: “Debe ser recíproca la ayuda, para que no haya maldad. Bueno, señora, vamos a ayudarnos mutuamente. Me ayudas y yo te ayudo también. Pero si yo te ayudo y no me ayudas, pues, no está bien”.
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La solicitud de Nelson Reed: le informaron que ayer dio permiso el gobernador que va a cambiar el nombre de Felipe Carrillo Puerto a Chan Santa Cruz.
En la misma ronda de preguntas a los abuelos, alguien del público agradecía que “qué bueno que se animaron a venir”, y que, como decían los abuelos, no se puede resolver todo en la primera junta, pero que ya habían comenzado a platicar y que había voluntad para ayudar de los dos lados de la mesa. Y decía el preguntador o la preguntadora desconocid@:
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“Pero yo he tenido el honor de estar con este señor que se llama Nelson Reed, que es el autor del libro que se llama La guerra de castas de Yucatán. Entonces, él estuvo en Bacalar en 1948, y estuvo con don Norberto Yeh en Chancah Veracruz, hace 30 años. Entonces, él tiene hecho una solicitud y le informaron que ayer dio permiso el gobernador que va a cambiar el nombre de Felipe Carrillo Puerto a Chan Santa Cruz. Entonces, estoy pidiendo a ustedes, los abuelos y los jefes, si están de acuerdo con ese cambio de nombre”.
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Y las respuestas no se hicieron esperar. El teniente Crescencio Pat Cauich se adelantó a todos:
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¡No! No estamos de acuerdo. Noj Kaj Santa Cruz. Señores, las palabras que dijo este señor, los mayores antiguamente no decían Chan Santa Cruz sino Noj Káaj Santa Cruz X-Balam Naj Kampokolche Káaj. No es Chan Santa Cruz.
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Alguien del público, con economía del lengua, dijo: “Esta muy largo”.
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Respuesta: “Eso dicen los abuelos”.
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Una doctora de nombre Maricela Ayala, intervino: “Entonces creo que esa solicitud debe permanecer guardada hasta que ellos estén de acuerdo, ¿no?
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Respuesta: Lo consideramos así.
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Alguien del público, tal vez una feminista exquisita, preguntó por qué no, en el siguiente encuentro, se invite a las abuelas. El General Isidro Caamal Cituk, con una frase, calmó el ánimo de la feminista exquisita: “Que las inviten. Ya es hora".
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La plática terminó con el pendiente de que si se le corta o no su largura a Noj Káaj Santa Cruz X-Balam Naj Kampokolche Káaj, o si Carrillo Puerto seguiría siendo Carrillo Puerto; y del Tercer Congreso Internacional de Mayistas, un éxito rotundo, fue capturado en dos gruesos volúmenes que sacan bíceps y tríceps al leerlos… Fuente Bibliográfica: Tercer Congreso Internacional de mayistas. Memoria (9 al 15 de julio de 1995), México, 2002 (Primera reimpresión), UNAM y UQROO, Tomo I y II.

jueves, 20 de junio de 2013

EL "BURRO" FUE TOTALMENTE CONSUMIDO POR LAS LLAMAS: HORACIO THOMAS SALVA LA VIDA

La siguiente nota, aparecida en el Diario de Yucatán el domingo 6 de agosto de 1939, describe el incendio del avión Hornet XA-Bik, apodado por los aviadores de la Compañía Aeronáutica Francisco Sarabia, como Burro, por llevar chicleros y cargamentos a centrales chicleras como Flores, Lirios, Laguna Om, entre otras. El hecho en sí no dice nada a nadie, aunque por ser una nota anecdótica, y además porque sospecho que la escribió Luis Ramírez Aznar (quien fue agente del Diario de Yucatán en Peto en los años 1939 hasta 1944), la posteo por llamativa.
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Hábil maniobra del piloto quien se salvó saltando de la cabina.
Peto, 4 de agosto de 1939.- Hoy en la mañana salió del campo de aterrizaje con destino a Carrillo Puerto el avión Hornet XA-BIK alias Burro, piloteado por el aviador Horacio Thomas y llevando en su interior una tonelada de carga consistente en víveres. Llegado a dicho lugar descargó la carga (sic) que contenía y se dispuso a retornar trayendo como pasajero al señor Silvestre Sánchez, dueño de la carga ya dicha. Cuando el aviador avistó Santa Rosa, dispúsose a aterrizar, lo que hizo en el acto; en dicho lugar el señor Sánchez bajó del avión y notó que había camiones que salían para ésta, abordando uno de ellos. El avión entonces siguió para ésta llegando como a las 11 horas, disponiéndose a aterrizar; pero cuando lo estaba efectuando, es decir, cuando estaba de vuelta como para dirigirse a la estación, el piloto vio que el avión se estaba incendiando y procedió inmediatamente a verificar la maniobra necesaria a efecto de que el aparato no quedara cerca de los demás que estaban estacionados a un lado del campo, lo que consiguió, saltando rápidamente de la cabina y resultando ileso. Dicho avión fue totalmente consumido por las llamas, y durante varias horas el puerto aéreo se vio invadido por centenares de curiosos.

domingo, 16 de junio de 2013

DEAN

Días después que el huracán Dean se alejara de la Península en agosto de 2007, escribí desde la ciudad de los curvatos, Chetumal, la triste, este recuerdo subjetivo de dicho huracán...En ese entonces no tenía el blog, y sólo quedó el registro de ello en mi libreta de escritura. Ahora lo doy a la estampa virtual casi seis años después. No modifiqué nada, y veo que hay palabras y cosas que no diría actualmente.
Chetumal se recupera. Dean, como un trompo gigantesco que arañó el cielo chetumaleño con leonadas garras de sus vientos, se ha largado, y espero que para siempre. Árboles caídos en maltrechas avenidas, calles y callejas sin charcos, es el saldo crudo que se observa. Y también la actitud admirable de sus ciudadanos. Escuchar el trueno, el rugido de esa bestia ubicua, siniestra, me impelió a fumarme los dos últimos cigarrillos de la cajetilla en la madrugada llena de vientos, y la ración diaria de nicotina que exigía mi organismo me produjo el escozor de la abstinencia. Pero bueno, allá estaba yo, en mi cuarto de ex pensador donde recalo a veces por la noche con una virgen de a 800 versos, pasando sólo la contingencia, viviendo sólo el pinche huracán pendejo, que en los boletines de radio lo monitoreaban con insistencia perruna 24 horas antes que impactara las costas de mi segundo estado. El verbo impactar ahora es de lo más impactante y se ha impactado en el lenguaje cotidiano de las personas cotidianas, no sólo en la jerga barata de los reporteros locales y nacionales. En el ruido obtuso de sus vientos, me decía, o me imaginaba que me decía ese huracán desértico, que hiciera la apología insospechada de sus falanges aguadas. Fumando de a poco y reconcentrado en el pensamiento kantiano, con la crítica de la razón impura de mi cerebro que construía provisiones de otras eras más felices que esta, oteé de lejos la ventana –no sea que explotara, a falta de las cruces de cinta canela que no tuve tiempo de comprar-, y observé la nada, es decir, los vientos largos como sables sableando el cielo surcado de negruras. Así es como se defiende la naturaleza, me dirá un ortodoxo ambientalista. Yo, ahora, con la imagen de la furia de Dean todavía no disuelta en el recuerdo, le mentaría la madre a ese ambientalista hipotético, y le diría que le diga a doña natura que se defienda con los que en verdad la han chingado, no conmigo, que no soy una S. A dedicada a montar fumarolas en el desierto de Itacama o vender tours “ecológicos” a gringuitas bonitas con nalgas de negra.

jueves, 13 de junio de 2013

EN LA BARBARIE DE “LA COSTUMBRE”

Yo sí creo, y soy un convencido, del paradigma evolucionista: hay de culturas a culturas; y hay de salvajes a bárbaros y civilizados en la viña del señor. Los habitantes de Las Ollas, en Chiapas, son más o peores salvajes que los violadores y asesinos a los que lincharon y prendieron fuego, grabándolos y luego comerciando el video de esa indecencia propia de un México mesoamericano donde se descuartiza y corta la cabeza en una guerra contra el narco, y que nos remonta a los tiempos bárbaros de las matanzas de los mexicas.
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No justifica nada esa atrocidad: no la justifica la pobreza histórica de los habitantes de esa región (la más pobre entre todas las regiones del sureste mexicano), no la justifica que sean monolingües y que se rijan por "la costumbre"; no justifica nada esa barbarie, repito, y, por el contrario, yo creo que más políticas integracionistas hacen falta, demasiada falta: integración cultural, económica, política, pero sobre todo, integración cultural...Antier, en un seminario, tuve la “suerte” de escuchar el comentario ridículo de una imbécil doctora de no sé qué. Aquella histérica dijo una sandez mayor...Decía que la educación significa "la muerte del otro", y se lo dijo al ponente. Lo dijo no una vez, sino lo remachó con insistencia obtusa, perruna, como si al repetirlo, la frase hueca, como por arte de la palabra, hubiese sido convertida en una verdad inconcusa... ¿Qué quiso decir la opinante con la frase "la educación es la muerte del otro"? Bueno, pues que para los ultra dogmáticos investigadores amantes de la "otredad salvaje", de "la costumbre", el indio bárbaro debería seguir siendo así hasta la eternidad, refocilado y apoltronado en su barbarie, porque eso significa puntos para sus investigaciones, existencias de sus “sujetos de estudio” y, además, puntos para su conchudo SNI.
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Insisto, y vuelvo a insistir: En Yucatán, que desde el día siguiente de la conquista comenzó un proceso de integración de la sociedad maya con la sociedad mestiza que se creaba, no creo que pase eso de Las Ollas. Aquí, en estas tierras del Mayab, tenemos pueblos hambrientos e ignorantes, desde luego, pero no pueblos bárbaros. Chiapas apesta a otredad, y eso está mal, muy mal...
"LA COSTUMBRE"
Deseo repetir nuevamente el adagio imbécil de marras. La mujer dijo, asnalmente, lo siguiente: "La educación es la muerte del otro" (seguramente la frase se la robó a uno de sus caros teóricos), y acto seguido siguió hablando de sandeces...Por el contrario, yo creo que la educación es importante para formar ciudadanos con ideas mínimas de moral y de posiciones éticas, así como hombres y mujeres capaces de discernir entre actos de justicia, de simples actos de barbarie. Lo que hicieron los indios chamulas de Las Ollas, es un rescoldo mesoamericano de la barbarie, y ni sus Bonfiles Batallas ni sus caros defensores del otro con sus frases estólidas del tipo “la educación es la muerte del otro”, ni sus discursos esquizofrénicos loando la otredad salvaje, ni el recurrir a una especie manida de derecho indígena, ni sus chanchullos retóricos fraguados desde sus cubículos asépticos, salvarán o amortiguarán o explicarán el acto de barbarie de los chamulas de Las Ollas. Y, para terminar, estoy tentado a proferir la frase maldita de Sierra O'Reilly: "raza maldita", las de Las Ollas y otros pueblos viviendo en la barbarie de "La costumbre".

miércoles, 12 de junio de 2013

“PERJUDICÓ MUCHO A PETO EL DINERO FÁCIL”: PRIMERO CON EL CHICLE, Y DESPUÉS CON LA MIGRACIÓN.


En un artículo que aparece hoy en La Jornada, Claudio Lomnitz escribe que si en tiempos de Octavio Paz se imponía la “crítica de la pirámide”, la crítica del ogro filantrópico; ahora, con el giro neoliberal y el "striptease" progresivo del Estado (su adelgazamiento, su difuminación, su dependencia profunda de las olas y tormentas económicas de un mundo totalmente interconectado) se impone la crítica de “la estafa piramidal”, que a diferencia de la crítica trabajada por Paz a las pirámides petrificadas de antaño, la actual:
“..tiene puro humo especulativo en la base, y que se derrumban cíclicamente en nubes de polvo que mal-esconden un mar de ruina.”
Lomnitz habla de esa especulación creciente, de ese juego entre la verdad a secas (la pobreza de las mayorías), y la verdad virtual (las salidas de la pobreza a base de créditos y dependencias externas, y la “estafa” a las generaciones futuras). Y en un punto esclarecedor de su pequeño artículo, Lomnitz refiere esa estafa de las remesas de migrantes en ciertos casos:


“Los negocios relacionados con las remesas de migrantes han tenido, también, rasgos de ese tipo (se refiere a la estafa especulativa): la venta de electrodomésticos a plazos a parientes de migrantes engancha un flujo de dólares que sólo puede reproducirse mientras el migrante tenga trabajo, y esté dispuesto a seguir enviando mensualidades”.
Al señalar a poblaciones de origen de los migrantes, Lomnitz dice que las formas económicas de los que se quedan son, sin duda, jodidas para la economía de la propia región...En mis alegatos contra la migración, he señalado que se crea una especie de “espíritu de conchudez”, ya que repercute poco en el espíritu de trabajo de las sociedades de origen. Esto lo digo por el hecho de que la región que estudio –Peto, pero llegando hasta Tzucacab- ha sido, en más de una vez, migracionista hasta cierto punto. A partir de la época del chicle (1900-1950), esta región sureña comenzó a depender de los vaivenes económicos de fuera. Cada seis meses, los campesinos migraban a la Montaña chiclera. Un espectador de los años tumultuosos del chicle, Luis Ramírez Aznar, rememoraba ese periodo de la primera mitad del siglo XX petuleño, de la siguiente manera:
“Peto era como el Lejano Oeste. Alcohol y dinero. Era un centro chiclero. No había carretera. Se llegaba en tren, nada más en tren. Cada veinticuatro horas llegaba uno con viajeros y dos veces por semana, otro con carga que iba a recoger maíz y algunos productos de Peto. Ahora no va ni uno. Los agricultores se convirtieron en chicleros por el dinero fácil del chicle y abandonaron sus milpas. Cuando bajaban a Peto, se emborrachaban en las cantinas, se peleaban a machetazos. Perjudicó mucho el dinero fácil a Peto”. (Ramírez Aznar, Incidentes de un viajero yucateco, 1997).
Al caer la industria extractiva chiclera, los campesinos de la región, perjudicados por el dinero fácil, regresaron a sus faenas del campo, a su vieja milpa perdida entre breñales; y en Peto reactivaron el ejido apenas en los años 1970. Luego, con el giro emigracionista comenzado en 1980, los hijos de estos campesinos -y no campesinos- se fueron a probar suerte al Gabacho. La cosa, para Peto, a la larga repercutió negativamente. El pueblo volvió a depender totalmente de otra variable económica externa, y otra vez de la economía estadounidense: si para 1900-1950 los campesinos de la región sangraron las matas de chicozapote para obtener la resina para las gomas de mascar de los gringos, ahora los descendientes de los antiguos chicleros -y, por supuesto, los descendientes de los "notables pueblerinos", que también se fueron a probar suerte por estar acostumbrados al “dinero fácil”- servirían nuevamente a los gringos, pero ahora con ocupaciones terciarias -industria restaurantera y constructora, la pizca de tomate, etc- en el Gabacho.

Marx señaló que la historia se repite: primero como tragedia, y después como tragicomedia. Me parece que en esta región, Marx erró en el aforismo, porque la historia fue tragedia al principio, y siguió siendo tragedia al final: ¿Qué han significado los más de 30 años de una dependencia emigracionista para la región sureña? ¿Se han corrido los límites de marginación, se ha conseguido alguna mejora en el inmenso mar de población maya y mestiza de la región? No lo creo, pero lo que sí ha habido, entre los parientes de los migrantes, es una dependencia de las remesas. Todo gira en torno a ellas: las fiestas de pueblo, los bautizos, los bailes, incluso hasta las ofertas políticas. Si Ramírez Aznar, el viajero, sentenció que el periodo del chicle con su dinero fácil “perjudicó mucho” a Peto, podemos alegar que el giro emigracionista –en declive-, a más de 30 años, claro que ha llevado cambios “arquitectónicos” en el paisaje de la población, pero también podemos indicar que ha llevado a una dependencia de los “migrantes” (sobre todo, de los hijos migrantes de familias campesinas que se quedan). Y en ese punto, citemos nuevamente a Ramírez Aznar: “Perjudicó mucho el dinero fácil (de las remesas) a Peto”, porque lo que hubo, al final, fue una especulación que no modificó demasiado las estructuras de pobreza en la región.

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